viernes, septiembre 26, 2008

Los Nisei de Trujillo


El primo Coqui, montado en su burrito llegó del norte a la capital. Mis abuelos, como siempre, lo recibieron con los brazos abiertos pues tanto él como su hermano mayor gozaban de la simpatía general y los veíamos con la condescendencia sana y adorable con que se ve a los primos de provincia. Mis tíos, seres con la crueldad porteña a flor de piel, jugaban a bañar al primo mayor: agarra al Chino, gritaban, y lo perseguían por toda la casa. El pobre Chino corría para mantener intacta su virtud, se escondía debajo de las camas, en el ropero, en cajas vacías, con los conejos, en el techo, pero cuando quiso esconderse tras las faldas de la abuela ésta lo metió de cabeza en la ducha, cerró la puerta y le dijo de ahí no sales hasta que te bañes.
Desde afuera se oía caer el agua y los alaridos del primo que con sus interminables, ay, brrr, ayayay nos convenció a casi todos de que estaba, al fin, limpiando sus ya cauterizados poros. Pero uno de mis tíos, el que miraba desde lejos con los brazos cruzados, no se tragó la farsa y en un descuido de la abuela pateó la puerta del baño y todos vimos como el Chino estaba sentado en el suelo, representando su papel, mientras el agua de la ducha se estrellaba contra la pared limpiecita.

Coqui y el Chino eran niseis, o sea, hijos de un japonés con un lugareño. La lugareña era su madre, hermana de mi abuelo y famosa por nunca haber sido vista, por ningún ser humano, sacando dinero de su bolsillo. Cada vez que la tía Juana bajaba a Lima, sus retoños la esperaban quietos, como dos corderitos. No es que se caracterizaran por ser extremadamente inquietos, pero cuando su madre estaba por llegar, ellos presentían su presencia, su aura, su Qi, e inmediatamente se peinaban como los gatos (literalmente) y se sentaban en el salón a leer La República, como buenos trujillanos apristas que eran. La tía abría la puerta y yo la veía descargar el contenido de su mochila ante mi abuelo, ignorando a mi abuela y dejándonos a todos los demás a la inútil espera de, a ver si ahora, soltaba un regalito la vieja tacaña ésta. Coqui y el Chino volaban a los brazos de su mami, y mi abuela salía disparada al mercado, de donde volvía diez minutos después con la bolsa de la compra reventando (nunca pude ayudarle a levantarla) y lista para cocinar, de mala gana, comida para veinte personas.
Una de esas tardes, mientras comíamos ollucos, la tía Juana le dijo al Chino el próximo mes te vas a Japón, ya lo hablé con tu papá, allá hay trabajo, no es necesario que mandes plata apenas llegues, puedo esperar una semana. El Chino la miró con sus ojos de ninja y nunca supe si su gesto era de alegría, tristeza, melancolía, o simplemente se había atorado con un trozo de charqui. Un mes después se fue a Narita, y nunca más volvió. A mi abuela le mandó un reloj de oro que segundos después se perdió en su ropero mágico, y a la tía Juana le regaló un equipo de sonido Sony, que usó para trancar la puerta de su casa.

El Coqui quería ser abogado, como Alan García, y por eso se quedó en Lima. O esa fue su idea inicial, pero me imagino que al ver el comportamiento de los demás, delincuentes juveniles en potencia, prefirió volver a Trujillo y bajar a la capital sólo para el veranito, no me vayan a malear estos limeños. No hablaba mucho, y yo a veces me lo imaginaba en un juicio, siendo despedazado por el fiscal del estado en el caso de Mamani contra Heredia, por la herencia de un latifundio. Veía a Coqui sentadito, en una esquina con camisa blanca y comiendo queso trujillano, soltando un tímido protesto su señoría, de vez en cuando, sólo para que recordaran que estaba allí. Dicen mis tías que un verano el Coqui se enamoró de la hija de la frutera, una morena de ojos bailarines que siempre nos daba las mejores manzanas. Una tarde, cuando el mercado cerraba, vieron al Coqui mover cajas de fruta con una agilidad hasta entonces desconocida, mientras la hija de la frutera desaparecía del lugar. El pobre trujillanito repitió la faena durante casi una semana hasta que descubrió que mientras él recogía los mangos el negro de la pescadería le arrimaba el plátano de la isla a su amada, que por lo que decían mis tías, no ofreció resistencia y recibió la fruta con pasión.

Fue el fin de sus ilusiones y meses después metió sus cuatro polos en una bolsa de Saga Falabella y se subió en el primer avión rumbo a Tokyo, para encontrarse con su hermano querido que ya estaba casado, se había reproducido, y hasta se bañaba todos los días, porque aquí Coquito, sale agua caliente de la ducha, te lo juro por Chiquitoy.

La tía Juana se quedó en Trujillo, decía que en Japón había mucho japonés y ella ya había conocido uno, lo suficiente, como para conocer a los demás. Dicen mis tías que de vez en cuando las llama (a cobro revertido) y les dice que el Coqui ha crecido, pero sigue igual del cojudo que siempre, un caído del palto es.

miércoles, septiembre 24, 2008

Murphy in da House


Murphy se ha casado y casa quiere. Le ha echado el ojo a una casita en San Borja, de 180,000 dólares, que a juzgar por las fotos, tiene muy buena pinta. El barrio parece tranquilo, y se puede uno imaginar en sus calles a niñas paseando en bicicleta y a abuelos leyendo el periódico en un parque cercano. Mi amigo no sabe que sé que se ha casado, no me dijo nada, y no me extraña pues su única conexión con mi realidad sería a través de la China, y con ella no hablo (nota mental: tengo que llamar al Nero).

Una hipoteca une más que un hijo, pero me imagino que en Lima, donde el novio paga siempre casi todo, incluso cuando se va al cine, los papeles de la casa estarán a nombre de Murphy, que firmará con su mano bionica el título de propiedad.
Cuando mi hermano y yo compramos el piso en Alcalá de Henares nos cegamos por la ilusión y todos los papeleos fueron insignificantes hasta que, por fin, firmamos las escrituras ante un notario que leyó con una velocidad increíble las veinte páginas del documento. Nos mirábamos el uno al otro, entre asustados y emocionados, y cuando el notario preguntó si todo estaba conforme, un acto reflejo inculcado en nuestros años de colegio militar nos levantó de golpe, y contestamos “¡sí, juro!” con el mayor fervor patriótico que ese despacho de abogados había visto jamás. Murphy, está programado para regatear (a no ser que la riqueza le haya actualizado el firmware) el precio final y antes de instalar sus máquinas de recarga de protones en el sótano, pedirá a un amigo electricista que le haga el cachuelo de cambiarle la instalación eléctrica, no quiero que vuelen los plomos de todo el barrio, cuñao, dirá, quiero que mi laboratorio pase desapercibido.

Cuando mi hermano y yo llegamos al piso nuevo, los antiguos dueños habían quitado todas sus cosas, y, en una muestra mayúscula de tacañería, se llevaron hasta los interruptores de luz y un par de focos. La casa parecía parte del decorado de El Pianista de Polansky, y antes de desmayarme por la impresión salí volando hacia el Ikea más cercano y compré unos muebles que, por suerte, a mi hermano le encantaron. Esa misma noche mi familia vino de visita y organizamos un pequeño brindis para celebrar la conquista. Cuando uno de mis tíos dijo que éramos los primeros solteros de la familia en comprar una casa, comprendimos un poco mejor la magnitud del hecho, y otra tía nos señaló con tres palabras el camino para vivir tranquilos: trabajo, trabajo y trabajo. Cuando todos se fueron, mi hermano y yo hicimos un último brindis, deseándonos suerte en la nueva aventura y nos fuimos a dormir sin más. Sol estaba conmigo esa noche y antes de que yo empezara a roncar me preguntó si estaría bien en su ausencia, creo que sí, le dije, pues no sabía aún que, meses después, cuando llegó mi cuñada, la vida me daría un vuelco asqueroso. No creo que Murphy cometa el mismo error. Seguramente la casa será sólo para él y su robotina, e intercambiarán procesos y flujos de datos por cada rincón y compararán el frio del piso, con el hielo del polo sur. Murphy llegará del trabajo y escuchará música, leerá un buen libro y de vez en cuando sonreirá recordando nuestros días de cine. Yo no le diré a nadie que fue Arturo el que me contó lo de su boda, pero sí me gustaría que mi amigo supiera que espero que su aventura hipotecaria termine mucho mejor que la mía. Al menos, por lo que veo, él tendrá dos plazas de garaje.

martes, septiembre 23, 2008

De día, beata. De noche, gata


Perdí de vista a Jorge cuando dejamos la universidad, él pensaba en poner un negocio y yo estaba (como ahora) perdido en mis dudas. Nuestra amistad fue legendaria en época universitaria, y, ahora que empezaba a dedicarme realmente a intentar recuperar las amistades perdidas decidí llamar a su casa e invitarlo a compartir un par de copas, en algún bar, mientras recordábamos épocas más felices.

Tuve mala suerte, ya que al otro lado de la línea telefónica no estaba mi amigo, sino su mujer: María de los Angeles. Mary pa’ los amigos y para quienes creemos que su nombre es el colmo de la ridiculez. Hola, digo, ¿está Jorge?. Me dice que no, y de inmediato pregunta, ¿quién llama? Quizá esta vez haya reconocido mi voz, pero siempre hará la misma pregunta, así me han enseñado, pues, dijo una vez, aunque sepa quién es no puedo ser tan confianzuda. Le digo mi nombre, y ella, super educada en colegio religioso, me dice hola, oye, a los años que sabemos de ti. Han pasado años, es verdad, los mismos que he echado de menos a mi amigo, los mismos que he vivido feliz sin tener que soportar a la ladilla de su mujer, que me enerva con su sola presencia. En un principio creí que era cosa mía, que quizá ella era víctima de una de mis extrañas animadversiones sin razón de ser; pero cuando se lo conté a un amigo en común me quedé más tranquilo con su dictamen: esa cojuda se cree la mamá de todos, dando consejos, por encima del bien y del mal, a la gente le llega al pincho y me alegro que a ti también.
Esa confesión fue un soplo de aire fresco a mi corazón, que moría por el complejo de culpa, mi amigo siempre había criticado a las chicas con las que salía, y yo, en cambio, nunca me atreví a decir ni una palabra contra Mary, aunque mi diablo interior se moría de ganas de darle una patada en la ingle.

- Jorgito se va a poner feliz, cuando le diga que le llamastes, ¿Dónde estuvistes?¿Te perdistes?
- No, no, para nada – digo, disimulando, haciendo como que no me importa lo mal que habla – sólo soy un ingrato del demonio.
- Hay no digas eso, flaco – horrorizada – es blasfemia, más bien refugiate en el Señor, él guiará tus pasos.

La imagino entonces corriendo a besar sus imágenes de Karol Wojtila, Ratzinger, el Señor de los Milagros y la Virgen de Luren, entre otros.

- Me refugio, me refugio. ¿Cuando vuelve Jorge?
- Jorgito ¿dices?
- Whoever.
- Ay que gracioso te pones cuando hablas en inglés. ¿te acuerdas la fiesta esa en que cantastes? Nadie te entendía oye, o sea casi nadie, Jorgito y yo sí, porque Sor Matilde me enseñó un poco de inglés, pero los demás te miraban como perdidos.
- Como diciendo ¿qué mierda canta éste?
- Ay, qué mal hablado eres, flaco. Intenta controlarte ¿ya? – me pide, y cambia su tono de voz – no te olvides que estás hablando con una señora ¿ya?

Como no puedo ver su cara no sé si está bromeando. De sobra sabe que sé que cuando se peleó con Jorge lo primero que hizo fue salir con un ex, un camionero de mierda con el que seguro rompió algún mandamiento. ¿Señora? Me digo que esta vez no la voy a mandar al diablo (que para ella sería lo peor que le pasaría, convencida de haberse ganado el cielo yendo a misa cada domingo), resistiré. ¿Cuándo vuelve Jorge? Pregunto. Jorgito, me corrige.
Respiro hondo, como aprendí en mi única clase de Pilates que, mira tú por donde, sirvió para algo. Dile que llamé, porfa, y que intentaré hacerlo otra vez. Me despido, pero ella no me deja escapar, como esas abuelas a las que les preguntas una dirección en la calle, y te cogen del brazo y te cuentan que en esa calle se le declaró su primer amor, allá por 1946, hijo, eran otros tiempos.

- Oye, flaco, ¿te acuerdas de Mariela? Se casó pues, y Dios la ha bendecido con dos niños preciosos.
- ¿Quién?
- Mariela, si salistes con ella un par de veces. ¿No te acuerdas? Hacían tan buena pareja, siempre le dije a Jorgito: me encantaría que el flaco volviera con Mariela”, pero tú nada que ver. Un tremendo eras.
- Ya me acuerdo – concedo, más para que se calle, miro el reloj y veo que han pasado cuatro minutos. Debe ser un récord – me alegro que esté bien, ya llamo otro día.
- ¿Estás ocupado? Parece que te quieres librar de mí, oye.
- Quiero – digo, hasta el pincho, y la remato: - es que hablas más que una cotorra.

A través del hilo telefónico oigo su respiración agitada. Me imagino sus ojos de loca mirando el auricular con odio, intentando matarme y deseándome todo lo malo, todo eso que su diosito le prohibe desear. Va a explotar, me digo, y por eso no cuelgo, porque espero, quiero, que me insulte, quiero que comience una batalla de exabruptos que estoy seguro ganaré. Sigue respirando como si la hubiera perseguido Lucifer, como si hubiera perseguido ella al Papamóvil en plan fan enamorada, y al fin explota: eres un maleducado, cambia, oye.
Me esperaba más, no sé, que me hubiera llamado mierda o miserable, algo más contestable, algo que me hiciera al menos fingir un poco de indignación.
- Cambia ¿ya? Una intenta saber de ti, de tu vida, y tú me cortas así, no es justo ¿ya? No es justo, ay, cuando le cuente a Jorgito seguro que deja de hablarte, - me amenaza – apenas vuelva le cuento. Enmienda tu camino flaco – se pone en plan madre Teresa – deja que la paz del Señor te acoja.
- ¿Qué paz? Oye, huachafa. – respondo, sin gritar - dile a Jorge que llamé, por favor. No sé si volveré a hacerlo porque seguro que le dirás que no me hable y él, cojudo al cubo, te hará caso. Le dirás que me he burlado de ti, de tus virgencitas y toda tu mierda religiosa y el pelele ese me escribirá un e-mail diciendo que he herido sus sentimientos al meterme contigo. La paz del señor sea siempre vosotros, podéis ir en paz. Hare krishna – y cuelgo.

Tiro el teléfono al sofá y busco en mis fotos a mis amigos de universidad. Jorge aparece sonriendo, y me doy cuenta que también está Mariela, rubia y con cara de mala. Recibo un mensaje en el Nokia, es mi hermana que me invita a su próximo cumpleaños. Sol entra al salón y me pregunta que con quién hablaba, con nadie importante, contesto, y agrego más información ¿recuerdas ese amigo del que te hablé? Resulta que he perdido su teléfono, y no creo que nos volvamos a ver. No sabe si consolarme, y me pregunta por mi última cena con amigos, muy bien, le digo, Laura estaba guapísima, su embarazo daba tanta ternura que te entraban ganas de abrazarla.

lunes, septiembre 22, 2008

Sin ti, niña mala


Estoy tirado en mi sofá azul, en posición fetal, intentando ver la tele sin marearme. La noche anterior estuve cenando en un restaurante mexicano con varios amigos, a los que no veía hacía mucho tiempo. En el restaurante había pintado un mural en el que mexicanos famosos estaban representados dentro de un ring de box, o de lucha libre, según se vea. Cantinflas, el Chapulín Colorado, Quico y Vicente Fernández son los únicos a los que logré reconocer. Varias jarras de margaritas y 180 euros después salimos del restaurante y tras un intento fallido de seguir de juerga volvimos a nuestras casas. Todos contentos y, en mi caso particular, en búho y algo borracho.
Cambio de canal y no hay nada interesante, suena el teléfono y cuando intento saber quién es escucho mi propia voz, con eco, y unas risas. Mamá me dice te hemos despertado, cariño, y yo le digo que no, que no pasa nada. Mi hermana me explica que llamaban sólo para probar el manos libres de su nuevo teléfono, entonces los odio un poquito y les digo que ya hablamos luego, y cuelgo. Tengo que limpiar un poco, pienso, pero sigo tirado en calzoncillos y veo que la noche anterior fui dejando un rastro de ropa al entrar en casa: los zapatos en la entrada, los pantalones en el baño, la camiseta de los Thundercats en la alfombra de la habitación. Me duermo otra vez.

Despierto varias horas después, como algo rápido y decido salir a que me dé un poco el aire. Aprovecho para comprar unas cosas en el Carrefour, donde las cajeras se extrañan de que, aún dentro, siga con mis Ray-ban puestas. ¿Tiene tarjeta club? Me pregunta una, y le digo que no con un movimiento de cabeza, firmo el recibo y salgo intentando balancear mi peso con las bolsas de la compra. Bajo el puente de Vallecas hay algo que parece ser una concentración de heavys, todos con melenas, sucios, vestidos de negro y encorvados. Paso entre ellos y su hedor a pelo sin lavar me marea aún más, la luz verde del semáforo parpadea, cruzo corriendo y la puta migraña aparece de nuevo. En casa, bebo leche con té, como dos bollos y me meto un ibuprofeno de 600 miligramos. La ropa vuelve a volar.

En la tele aparece una noticia del foro social de Malmo, a donde Sol se ha ido a trabajar de intérprete, hay imágenes de disturbios callejeros por parte de los antisistema, y represión policial. La llamo pero tiene apagado el móvil, le escribo un e-mail sabiendo que ya no lo leerá hasta que vuelva a casa, pero al menos así me quedo más tranquilo. Ana aparece en el Gtalk, holaaaaaaaaaaaas, escribe, muy buenas, respondo, y cierro la sesión. Que le den, no estoy de humor. Me aburro, pienso en la gente a la que no veo hace mucho, y la primera que viene a mi mente es Verónica. Escribo su nombre en Google y pulso el botón “Voy a tener suerte”. Aparece un enlace con el encabezado “la colita de Verónica tiene fanáticos”, y como estoy totalmente de acuerdo (si hubiera un fan club me uniría encantado), le envío el enlace a mi amiga, para que sepa que me he acordado de ella aunque nunca le escriba. Me siento mal por haber dejado a Ana con la palabra en la boca, me sirvo un martini para sentirme mejor. Pongo “Funny Games” de Haneke en el DVD, la original, no el remake, y saco algunas ideas para mi próximo día de aburrimiento. Cuando termina la película vuelvo a mi cama y me duermo otra vez leyendo un libro de Marsé: “Últimas tardes con Teresa”.

El domingo amanece lluvioso, así que me imagino que se cancela el partido de fútbol que tenía programado con unos amigos. Compro El País y veo cómo Nadal destroza a Roddick en la Plaza de Toros. Me llaman para ver el partido del Real Madrid en un bar de Carabanchel, pero no tengo ganas. Cuando deja de llover salgo a caminar un poco antes de que se sequen las calles, me gusta el olor a asfalto mojado y a hojas secas pisoteadas. Leo la entrevista que hace Elvira Lindo a Penélope Cruz y me asombra que haya escrito que la mandó al carajo en un hotel de Londres. Yo hubiera hecho lo mismo, pero sólo porque no soporto a Elvira Lindo, ni a Isabel Coixet, ya que estamos en plan confesionario. Vuelvo a casa y veo que Ana me ha llamado al móvil, mierda, pienso, no es la llamada que esperaba. Veo mis correos y una amiga que me ha pedido que no la vuelva a mencionar en el blog, me agradece por haber recordado su cumpleaños. Suena una alarma en mi móvil recordándome que tengo que ir a recoger a Sol al aeropuerto. Como si pudiera olvidarlo; llevo siete días pensando en lo largos que son los silencios cuando no está, y, como le confesé una vez: sin embargo, cuando duermo sin ti contigo sueño, y con todas si duermes a mi lado, parafraseando a Sabina.

Sale del terminal 2 de Barajas, cansada y llena de anécdotas. Me pregunta que cómo ha ido todo, y le digo que Contador ha ganado la Vuelta a España, que el Madrid metió dos goles y el Barça 6. Sonríe y me empieza a contar su viaje, le pido que espere a que lleguemos a casa para que me cuente todo con detalles. Espérate a que me acueste, ruego, y así me hablas mientras me voy quedando dormido. Ella asiente comprensiva, y le prometo contarle las cosas que he hecho en su ausencia, pero no le digo que cuando despierte tendrá un regalo en su almohada, sin dedicatoria ni lazos, una tontería que espero sirva para que sepa lo mucho que la he extrañado estos días de mierda.

viernes, septiembre 19, 2008

Sticky Fingers


Tengo una cuenta en Rapidshare para compartir archivos. Pero sobretodo para bajar cosas de internet sin tener que dejar el PC encendido toda la noche. Ahorro luz y salvo el planeta, que no es poco. Y con mi conexión dizque de 20 megas, las descargas directas van a velocidad de vértigo y tengo una película en 10 minutos. Rafa se interesó en el tema, pero tras un intento fallido de compartir mi contraseña de acceso rediseñó su estrategia y una tarde me pidió que le bajara películas y luego él me las pagaba.

- No, no – lo frené – eso es delito. Hazme una lista y te bajo cosas. Te todas formas no lo uso mucho, un par de discos de vez en cuando o capítulos sueltos de House.

Al día siguiente encontré en mi mesa un pendrive rojo sangre. En un primer momento creí que alguien lo había olvidado y lo dejé allí, solito, a la espera de que su dueño volviera tras sus pasos y lo recuperara. Apareció Rafa y me dijo, llévatelo, ahí dentro están los nombres de las cosas que quiero, para cuando puedas. Metí el pendrive en la mochila y al llegar a casa exploré el contenido seguro de que sería una recopilación de películas para niños, ya que mi compañero tenía un hijo de 3 años. Error. Dentro había una carpeta con mi nombre, la abrí y estaba llena de enlaces a páginas de búsqueda. Al hacer doble clic sobre cualquiera de ellas se maximizaba mi explorador Firefox y la pantalla se llenaba de títulos tan sugerentes como “Girl vs. Girl” o “How to Make your Girlfriend Squirt Orgasm”.

Muerto de risa, cumplí con mi promesa y bajé un par de esas pelis, además de unos cuantos capitulos de 90210. Pero me equivoqué y descargué la nueva edición, en la que sale Shannen Doherty vieja y con los brazos gordos, y entré en shock. Las protagonistas de mis sueños adolescentes se habían esfumado, Brenda y Kelly eran ahora señoras amas de casa, público objetivo de Talk Shows y fiestas de pueblo.

Al día siguiente dejé el pendrive, lleno, en la mesa de Rafa. ¿Qué tal la pesca? preguntó, y le dije que bien, que los peces eran de una especie inesperada pero que cada uno tiene sus gustos. Me sonrió y guardó presuroso su tesoro en el bolsillo del pantalón. Minutos después dejó sobre mi mesa una coca cola light y, más tarde, al volver de comer, mi monedero tenía una monedita de un euro más. No es que suela contar cada mañana mis monedas, pero sé que sólo tengo céntimos para la máquina de café, así que el euro resaltaba y el pago de Rafa no pasó desapercibido.

- No me pagues, colega – le digo, y le devuelvo la moneda.
- No es mía – sonríe – seguro que la tenías y se te había olvidado. Si es que tienes una cabeza…

Pasaron los días y, como bien dijo Rafa, me olvidé por completo del asunto hasta que una mañana, a primera hora, volví a encontrar el pendrive rojo sangre sobre mi teclado. No dije nada y me lo llevé a casa otra vez, en donde vi que el contenido era más o menos el mismo, pero que esta vez los temas habían variado y ahora, además de incluír material de una tal Ammy Winters & Friends, había uno que enganchaba desde el título: G-Spot Maximum Enjoy, Tutorial. Imaginé a Rafa entonces viendo los vídeos con su mujer, mientras el niño dormía, en su casa de la sierra de Madrid. Los imaginé en pareja porque sería muy triste (y terroríficamente premonitorio) imaginar a mi pobre compañero encerrado en una habitación de su casa, sabiéndose rechazado por su pareja, derrotado por la rutina, y desterrado a obtener placeres solitarios de forma periódica en vista de que los que se daban en pareja son cada vez más esporádicos. Descargar. La barra de progreso me decía que en 24:15 minutos tendría completos los 30 archivos, me olvidé y seguí con la lectura de Monster, un manga que acababa de descubrir y me tenía absolutamente enganchado.

Entregué la mercancía y le rogué al cliente que no me pagara. Me dijo que no me preocupase, y no sé por qué, no le creí. Llegó el fin de semana y cuando hacía una limpieza en mi disco duro encontré los archivos .rar que formaban parte del botín de guerra. La curiosidad pudo más y abrí el Tutorial en el que un tipo de horrible camisa realizaba un examen ginecológico profundo a una modelo que parecía disfutar, mucho, la auscultación. Salí corriendo hacia mi habitación y cogí papel y lápiz, maximicé el MediaPlayer y tomé nota, como si estuviera en una clase magistral. Aprendí mucho, más que en el propedéutico de la UNAC (aunque eso no es ningún mérito), y pulí algunos puntos en los que, según el gran profesor de la camisa estrafalaria, tenía debilidades. Velocidad, profundidad, inclinación, y soy testigo de que funciona al cien por cien pues al seguir los consejos obtuve como respuesta una explosión de luz y de color.
El lunes siguiente volví a ver el pendrive en mi mesa y le pregunté a Rafa si no le molestaba que le incluyera algunos discos, tú sabes, para variar. Dijo que no, gracias, que sólo lo que pedía. No lo culpo, sus videos orientativos deberían formar parte de las charlas prematrimoniales, y no me extraña que no tenga tiempo, siquiera, para escuchar el nuevo disco de Brian Wilson.

jueves, septiembre 18, 2008

Au revoir, les enfants (un vaso de chicha, un buen reloj)



La casona de la avenida Sucre todavía tenía puestas las luces navideñas que le hicieron ganar el premio que otorgaba el municipio de Magdalena. Un premio simbólico en estos casos: 1000 soles, que casi siempre volvían a las arcas municipales como concepto de pago de impuestos, arbitrios, y demás. Mariana está sentada en el sillón que su abuela compró en el Rastro de Madrid, en una tienda de antigüedades. Desde el segundo piso llega música, de violines y flautas, que debe estar escuchando su madre. Es la obertura –fantasía de Romeo y Julieta de Tchaikovsky, piensa, ¿por qué siempre escucha lo mismo? Sobre su regazo descansa una revista musical inglesa. Le gusta leer las críticas de discos, y si ve que alguno vale la pena se lo pide a los chicos de Disco Centro de la calle Shell, quienes con tal de verla volver se los prestan, pero nos los devuelves, ¿ya flaca?, o el jefe nos corta los huevos. Anota dos nombres: Pornograffit – Extreme y 39/SmoothGreenday. Suena el timbre, dos toques espaciados, pausa y dos toques más. Mariana se levanta y ve por la ventana. Putamare'. Abre la puerta, hola Gitanito, dice, ¿qué milagro que vienes por acá? Vine a traerte este humilde obsequio, responde él, sonriendo y le entrega un DVD de "Eyes Wide Shut" adornado con un lazo rosa. Muchas gracias, dice ella, ¿no gusta pasar a tomar una tacita de café? Él pisando ya el salón, ¿no será mucha molestia?, y ella, desatando el lazo y abriendo la caja del DVD, no es ninguna, pase usted. Y el Gitano, ya sentado, después de usted. Se cagan de risa, Mariana es una maestra en eso de romper el hielo.

El salón vuelve a ser invadido por flautas y violines. Siempre escucha lo mismo cuando mi viejo está de viaje, dice Mariana, parece que mi vieja no conoce otro compositor que no sea Tchaikovsky. El Gitano, siente un poco de compasión y su caballerosidad le impide corregir a su amiga, está claro que lo que suena son los "Cuatro tríos londinenses para 2 flautas y violonchelo", de Haydn, piensa.

- Me han dicho que te vas de viaje. ¿A la madre patria?
- No – responde él, y se acomoda en el sillón – no sé adonde voy, creo que a Marsella. La cosa es que me largo mañana.

Mariana pregunta si es donde hacen el jabón, y el Gitano sabe que bromea, que se hace la tonta sólo por molestarlo, que sabe que no es capaz de hacer con ella lo que hace con los demás, que no la mandará a aprender a leer, que seguirá sentado como un pollo hipnotizado. ¿cuando vuelves? Pregunta ella, y él responde que no sabe, que quizá cuando pase el frio de mierda este que hace en Lima en Junio, y así vuelvo cuando ya sea Primavera. Ella le cuenta que para Septiembre piensa subir a la hacienda de sus abuelos, en Trujillo, si llegas a tiempo te llevamos Gitanito.
Odia que lo llame así pero se calla, y sólo para desahogarse un poco pregunta ¿Llevamos? No vuelas sola este año, entonces.

Haydn deja que las flautas canten. Sólo falta que un duende aparezca saltando sobre los jarrones chinos y se pare de cabeza sobre la mesa de roble negro.

No pues, vamos el Mongo y yo ¿no sabías? Estamos juntos ahora. Haydn se calla de golpe y segundos después baja la madre de Mariana como si la acabaran de coronar como Señora Perú. Sólo lleva puesto un vestido de gasa blanca y unas sandalias, sin nada debajo y el Gitano se siente testigo de una aparición de la virgen. Buenas tardes, señora. Buenas tardes, joven, Mari, please, ofrécele algo de beber a tu amigo, estoy en el jardín por si acaso. Hasta luego señora. Chau, papito, chau, estás en tu casa. Mariana sigue a su madre y sabe dios qué le habrá dicho. Vuelve al salón con una jarra de chicha con hielo y dos vasos de esos que parecen hechos con cristales de la catedral de Lima. El Gitano los llena y se aclara la garganta, mucha azúcar, piensa, pero dice, sí sabía, lo sabe todo el barrio, dejaste la ventana abierta y todo el mundo vio como el culo del Mongo subía y bajaba sobre ti.
Ha usado su voz y tono de locutor de noticias para decir esto último, Mariana tampoco grita cuando le dice vete a la mierda Gitano, háblale así a tu vieja, oye. El Gitano se revuelve en el sillón. Yo sólo venía a decirte que no hay roche, que los dos son mis amigos y no pasa nada si lo has escogido a él.

- No es un perrito – Mariana deja la revista a un lado, lo fulmina con sus enormes ojos -, nunca te di esperanzas. Llévate tu DVD, flaco, ya no quiero tus regalos.
- Es para ti. No espero nada a cambio, nunca lo hago. No te molestes, Mariana, somos amigos y sólo quería que supieras que nunca haría nada contra el Mongo, es mi amigo también.
- Ni se te ocurra, huevón, mi familia tiene más plata que la tuya – le dice, porque sabe que eso es lo que más le duele. Se levanta del sofá y asomada a la ventana, ya sin verlo, lo remata -. Aunque lo muerda un perro en la calle, te echaré la culpa y al día siguiente mando un par de cholos a que te rompan las piernas o te metan una bala en los huevos.

El Gitano sonríe de lado y mira la hora en su reloj. Ya es tarde, dice y va hasta la ventana para dejar un besito de despedida en la mejilla de su amiga. Por eso me gustas, le susurra, porque tienes cojones. Así los encuentra su madre, que ha vuelto ya del jardín con una flor en el pelo. El Gitano le dice hasta luego señora, y ella lo despide con un gesto de la mano, como si formara parte de un desfile. Mariana lo ve subir en su Land Rover y alejarse por las calles horribles de la ciudad sin mirar atrás. Coge el teléfono y llama al Mongo, ha venido el Gitano, le cuenta, dice que se va a Francia. El Mongo le dice que también ha pasado por su casa, todo chévere, sin broncas, me ha dejado su Z3 para que lo cuide ¿quieres que te recoja, no sé, a eso de las siete? Ella responde que sí, que venga, pero mejor vemos una película, tengo una nueva de Kubrick que me acaban de regalar. Haydn vuelve a inundar su casa, ¿qué suena? Pregunta el enamorado, al otro lado del teléfono, es mi vieja, responde Mariana, que ha puesto el Lago de los Cisnes, again.

miércoles, septiembre 17, 2008

Entrevista con las vampiras


El restaurante Botin es el más antiguo del mundo. Nunca había estado en ese sitio, que yo recuerde. Mis amigos ya estaban allí, hemos llegado cinco minutos antes, para que no nos cambies la mesa, cabroncete, me dice uno. Sonrío y les recuerdo que prometí no volver a hacerlo, porque sé que a Lucía no le hace mucha gracia comer en la terraza, aunque sea verano y las vistas sean espectaculares, ella, siempre, tiene frío. Tenemos una mesa de siete y somos cinco, el camarero nos pregunta si seguiremos esperando a los otros dos o preferimos cambiarnos de mesa. Me encojo de hombros y me sirvo un poco de rioja, Esteban le pide que nos deje esperar un poco más y cuando se va nos dice, a ver si deja de tocarnos los cojones, que es la segunda vez que nos pregunta lo mismo.

He llegado solo. Sol y yo rompimos por enésima vez en Queen Square y no me ha parecido buena idea que me acompañe a la cena. Desde esa noche horrible en Liverpool no hemos vuelto a hablar del tema, y aunque las aguas se hayan calmado bastante desde entonces, prefiero que cada uno salga con sus amigos, por ahora. Mis amigos lo saben y cuando preguntan por ella respondo está en casa, sin más, y no hay repreguntas. El camarero andaluz se acerca otra vez, pero en ese mismo momento llega otra pareja, amigos de mis amigos, y ellos me presentan como el loco del que te hablé, el que escribe y lee sin que nadie le ponga una pistola en la cabeza. Ella me sonríe y me dice que le gustan mis historias, y que le encantaría conocer un poco mejor a alguno de mis personajes, a mí también, confieso, y nos sentamos los siete derrotando al camarero que ya no nos puede quitar la mesa ni confinarnos a esa mesita de cuatro que había en una esquina. ¿Qué tal está el cochinillo? pregunta Pedro, y el chico que lleva una placa con su nombre (Manolo, of course) dice que muy bueno, y tras una seña de mi amigo lo anota en su libreta. Yo pido unas patatas a lo pobre y merluza a la riojana. La pareja nueva pide lo mismo para los dos: ensaladilla rusa y pollo al ajillo. No puedo dejar de notar que las novias de mis amigos hablan entre ellas de algo que debe ser sumamente divertido, pues han dejado al pobre camarero de pie, con el lápiz listo para anotar lo que ellas se van a meter entre pecho y espalda. ¿De qué habláis, si se puede saber?

- De la tía esa, la de tu blog – dice Lucía que es morena, algo rechoncha y de senos abundantes.
- Sí, - corrobora Marian, la nueva novia de Estreban. Es rubia, delgada y de sonrisa colgate – ya no escribes nada sobre ella.

Son personajes, miento, escribo de muchas personas que a veces ni siquiera existen. Manolo pregunta una vez más qué van pedir, y ellas piden algo que ni siquiera escucho porque estoy agradeciendo al cielo que el camarero haya cambiado el tema, dándome segundos de aire. Mis amigos saben perfectamente que no me gusta hablar de lo que escribo, que comencé con el blog para no tener que escribir e-mails y que fue convirtiéndose en una especie de letrina en la que soltar todas esas historias que piden salir de mi cabeza, como sea. Por eso ahora están mirando a sus novias, que parecen tener entre ellas una gran complicidad, pero no se dan por aludidas y es Lucía la encargada de seguir con la entrevista. ¿Entonces, Juliette no existe? O sea, en realidad, digo. Miro a Pedro, como me miraba mi viejo cuando mi perro se cagaba en el salón y me decía con los ojos controla a tu mascota, huevón; pero mi amigo me responde, también con los ojos, esto me supera brother, luego te pago unas birras para que me perdones. Estoy solo, tenía que haber traído a Sol, total, estos últimos días casi no hemos peleado, y si ella estuviera aquí la gorda tetona ésta no me estaría interrogando. Sí y no, contesto, y cojo un trozo de pan como si fuera un trozo de madera y yo fuera un naufrago del Titanic.

- Esa no es una respuesta – dice Marian, y juega con uno de los cien rizos rubios que adornan su cara casi perfecta – es peor que esas pelis en las que al final todo era un sueño.
- Pues los Serrano terminó así, y hubo un huevo de gente que la vió – me ayuda Esteban. Y le sirve a su novia un poco de vino.
- Todos gilipollas - sentencia.

Agradezco el cable levantando mi copa, pero Marian no parece haberse quedado satisfecha. Ella y Esteban están juntos hace poco, días, de hecho es la primera vez que los veo juntos, mi amigo es famoso por su volubilidad. Hoy una rubia, mañana una china. Quiero cambiar el tema, hablo del último disco de Paul Weller y pregunto si alguien lo ha escuchado, la pareja nueva contesta al unísono, como un ser de dos cabezas, que ellos sí, y que en el video promocional sale uno de los Gallagher. Insisto, dice Marian, tocahuevos, y mi amigo la mira decidiendo no volver a salir con ella, los personajes se construyen en base a vivencias, a hechos, nadie tiene tanta imaginación, ni siquiera Stephen King. Además si Lucía te pregunta algo, creo que deberías contestar con algo más que monosílabos. Impresionante: guapa y con cerebro, extraña combinación. Esteban le dice cállate un poquito, anda, pero yo le hago una seña para que se tranquilice ¿quieres una entrevista? Pregunto, y ella abre los ojos como una niña frente a un helado y dice que sí. Shoot, blondie, digo, y me recuesto sobre mi silla con la copa de vino en la mano derecha.

- ¿Todo lo que escribes te ha pasado, o sea, en realidad?
- Creo que sí, pero la realidad supera largamente a la ficción. Si escribo la verdad tal cual, estaría en la cárcel.
- Tenías amigos ricos – dice Lucía, como si me conociera de toda la vida, y eso me divierte - ¿por qué ya no sales con ellos?
- Todo aburre – contesto, me siento inmune, invisible – quería conocer gente más simple. Como tú... comprenderás.

Mis amigos sonríen divertidos, orgullosos. La entrevista continúa.

- ¿Has tenido que pedir disculpas por algo escrito?
- No, beatiful Mariansorbito de vino, soy Lord Byron -, pero una vez borré una historia en la que ponía a la mujer de un buen amigo como una loca. Él me lo pidió y yo accedí de buena gana.
- ¿Tu pareja no se siente ofendida por cómo la pintas? – dice el monstruo de dos cabezas – no sé, además siempre hablas de tantas chicas.
- Nunca, – ahora soy el Conde Drácula, y me limpio los labios con una servilleta de tela -, ella lee cosas más interesantes y no creo que haya leído más de tres de mis crónicas.
- Esta es más personal – anuncia Lucía, que vuelve a la carga - ¿hasta donde llegaste con la tía buena?

Mis amigos dejan las risas y me miran de lado, avergonzados, miden el impacto y comprueban que sigo allí, intacto. Está claro que ellos pagarán la cuenta. Hasta donde ella quiso, contesto, y ahora soy yo mismo, por que esa fue su última voluntad. O sea, ¿nada? pregunta la pareja, que empieza a ponerme nervioso con tanta coordinación. No, contesto, nada. Como mucho, una vez estuvimos en su coche, y ella me preguntó ¿si te digo que sí, qué pasa? Y yo dije ya veremos hasta donde llegamos. Lucía ahoga una risita diabólica y dice, qué pringao, y yo contesto pa' servirte. Pedro dice que ya está bien, que este tema ya aburre, y llama a Manolo, que acerca la cuenta. No hago el más mínimo intento de pagar.

Salimos del restaurante y Marian parece haber decidido también que ésta es su última noche con Esteban. Me pide perdón por si me ha hecho sentir incómodo, y yo le digo sin mentir que no pasa nada, que me encanta ser el centro del universo. Bajo hacia la Plaza Mayor y vuelvo a casa extrañado de que tantas personas lean lo que escribo, y le den más importancia de la que le doy yo mismo. Al día siguiente encuentro un e-mail de la parte femenina de la pareja, que ahora sé que se llamaba Lola en el que me dice que estuvo encantada de conocerme y pregunta si voy a escribir sobre lo que pasó la noche anterior. Le digo que no, que yo sólo escribo fantasías, que jamás me atrevería a contar cosas reales, porque eso es muy aburrido, guapa, casi tanto como dos personas que piensan, hacen y dicen lo mismo.

lunes, septiembre 15, 2008

El amigo que encontré


Desde niño he sido calificado como raro, tanto, que no tenía amigos imaginarios. Todos los demás los tenían. Pepe tenía uno que era mitad transformer mitad zorro (Foxwave), los mellizos jugaban con alguien llamado Bobo, y mis primas con algo que mis tías decían que era el alma de una mujer andina, afincada en una de sus muñecas rubias y que sólo bebía té Hornimans. Creo que el fantasma se llamaba Martita, alias gringa chola. Yo prefería ver estos fenómenos paranormales desde la tribuna, y engañaba a Pepito diciéndole que Foxwave había venido a verme la tarde anterior, para contarme que él dormía con un pijama de Hello Kitty. Mi amigo, horrorizado, no sabía si creerme o no, y siempre se iba a casa casi convencido de que el producto de su imaginación era un traidor con pistolas láser.

Con el paso de los años, quise crearme un amigo imaginario, y decidí que sería más raro que el de Pepe, y por supuesto, menos lenguaraz. La primera figura fue Kato, el fiel escudero del avispón verde. Papá decía que una vez vio a un chino, en los bares del Callao, pelear como él, y me inivitaba a aprender alguna forma de arte marcial. Entonces Kato venía a mi casa mientras él estaba en el trabajo y me enseñaba a dar patadas voladoras. Tres dientes menos en mi hermano, medio juego de platos roto, y una luxación en el tobillo después hicieron que despidiera a Kato, que desapareció volando en un dragón de color amarillo.
Viéndome deprimido, mamá me regaló un libro, el primero de muchos. Y con cada aventura sentía que el personaje principal era una especie de escolta que iba conmigo a todos lados.

Así, durante años, a mi lado estaban siempre (uno a la vez) personajes tan dispares como Huckleberry Finn, Aureliano Buendía, Luke Skywalker, Gregorio Samsa, Jesucristo, Dorian Gray, Mephistófeles, Optimus Prime, Lex Luthor, y hasta Michael Knight, pero éste llegó a través de mi televisor de 14 pulgadas y fue desterrado rápidamente cuando supe que su Pontiac Trans Am no hablaba en realidad. Los personajes de los libros me fascinaban por haber vivido cosas impresionantes, inalcanzables para el común de los mortales. Por eso, creo, que el último de ellos (Joaquín Camino) me resultó un marciano literario por ser tan terrenal, burdo y mediocre, humanizado al punto de que casi (si no en su totalidad) llegaba a ser el alter ego de su creador: Jaime Bayly. Entonces lo convertí en mi nuevo amigo imaginario, pero a éste no le hablaba, era una relación unidireccional: él escribe, yo leo.

Lo conocí en Madrid, por casualidad, cuando tomaba un café (esa es otra historia) con Luis Fonsi en un céntrico hotel. Una de las chicas que estaba con nosotros dijo mira, es Jaime Bayly, señalando al mostrador de recepción. Yo llevaba un libro suyo en la mochila: “La Noche es Virgen”, y otro que le acababa de comprar a mamá: “Los amigos que perdí”. Me acerqué a Jaime y le pedí que me los firmara, cosa que amablemente hizo. Se despidió con la mayor cordialidad y me dijo que había quedado a comer con Mario, y, como cualquier peruano, no tuve que preguntar a qué Mario se refería. Volví a mi mesa y Luis Fonsi me preguntó si ese era el mismo Bayly que tenía un programa de televisión en Miami, sí, creo, que sí, respondí, y seguimos hablando de su falso idilio con Olga Tañón. Mi café se había enfriado.

Los años pasaron y de vez en cuando me preocupaba por averiguar qué estaba haciendo mi amigo imaginario en esos momentos. Vi que presentó un monólogo en Argentina, que escribía la misma columna para varios periódicos, que tenía un programa en la televisión peruana (odiado por los presidentes) y que vivía a caballo entre Lima y Miami. Fue desde allí que me llegaron sus últimas noticias: un amago de censura por parte del dueño del canal de televisión en el que trabaja, después de que Jaime se quejara en el aire repetidas veces por el frío glacial que hacía en el set donde grababan el programa. Recordé entonces las mini batallas que libro con mis compañeros de oficina por regular el aire acondicionado, y vino a mi mente la vez en que Rafa envió un e-mail a la jefa de recursos humanos y asuntos varios que está de baja por maternidad, indignado por el uso indebido del aire acondicionado y ganándose (más) la antipatía generalizada. Bayly, en cambio, recibió muestras de apoyo de algunos sectores de la prensa (excepto la peruana, of course), logró que la gerencia de MegaTV se retractara y sigue grabando el programa en Miami, en el que pasa la mayor parte del tiempo burlándose de Fidel y de su amigo Chávez.

Me gusta este amigo imaginario, no sabe secretos míos, así que no los contará como hizo Foxwave, y si quiero saber qué le pasa en esos momentos por la cabeza sólo tengo que ver su programa o leer sus columnas. Que más o menos es lo mismo que hacen mis amigos, valiéndose de este blog. Creo que no lo desterraré, como a Kato, y se quedará conmigo por algún tiempo más, junto a Mephistófeles, al que por más veces que le he pedido que se largue, está siempre allí para iluminarme el camino más divertido de la vida.

viernes, septiembre 12, 2008

Te regalo yo mis ojos


He comprado unas cajas de Ikea, para acomodar un poco el desastre en mi armario. Tengo muchas camisetas, y planeo tener más, así que era hora ya de empezar a ponerlas juntitas, en orden y dejar de zambullirme en una montaña de ropa cada vez que busco la de Guns N’ Roses o la de Bruce Lee. Sol me mira de lejos y cuando ve que ya he llenado dos cajas me ofrece una de las suyas, creo que porque se siente culpable de haber usado ella los cajones de la única cómoda que había en el piso nuevo. Gracias, la usaré para las camisetas del gimnasio, porque no voy a ir a sudar con las nuevas.

En la caja de camisetas del gimnasio hay de todo un poco. Camisetas que, sin saber por qué, tienen manchas extrañas, otras que huelen a bayeta (aunque las haya lavado con mimosín mil veces) y alguna que me han regalado, y que no me pongo nunca porque las odio. ¿Por qué no las tiras? Me pregunta ella, y yo respondo qué buena idea, la primera en salir volando será esta de Brest que me trajiste y es XL, ‘amos que le queda grande hasta a mi viejo. Vuelve tras sus pasos, dejándome allí con mi desorden y el miedo a morir envenenado la próxima vez que ella prepare la cena. Debajo de dos pantalones encuentro una camiseta de cuello “V”, del Corte Inglés, y me pregunto una vez más qué hará la gente con los regalos que no le gustan. Yo los tiro, casi siempre. Prefiero eso a correr el riesgo de, por ejemplo, regalar el libro a alguien que conozca al que me lo regaló. Entonces, si no bastó con mi cara de decepción al recibirlo, el regalador (o regalante, depende de la hora del día) confirmará que su regalo, para mí, era una reverenda mierda, y sabrá que pa’ la próxima con una tarjeta de dinero del Media Markt me haría feliz. O , como suele pasar, no me regalará nada nunca más.

Ojo, Zico, esto no es materialismo. Deja de persignarte para salvar mi alma descarriada.

Una vez, por mi cumpleaños, recibí una foto de una niña de dieciocho años (edad legal). Era un pedazo de cartón impreso y al lado llevaba escrita una dedicatoria, escrita por la misma niña, pero ya con algunos años más. No era dinero, ni una pantalla de plasma, ni un IWC, pero me encantó y guardo esa tarjeta con mucho cariño, al lado de mi condón de la suerte (caducado hace siglos) aunque no tengan ningún parentesco entre ellos. Por ahora se llevan bien y de vez en cuando les doy, a ambos, un beso de buenas noches.
En otra ocasión, un amigo me regaló un libro. Estaba viejo, con la primera página escrita y comido por las polillas en algunas partes. Lo había conseguido en un mercado de segunda mano, y me lo dio en agradecimiento a mi apoyo moral cuando estaba un poco blue. Es una tontería, cuñao’, me dijo, muerto de vergüenza, pero lo que importa es la intención. Emocionado, abracé a mi amigo y le deseé suerte con su grupo de rock, que por fin comenzaba a tener presentaciones en sitios con más de diez personas. Vamos a grabar un disco, cuando salga te regalo uno. Esa noche llegué a casa y me tiré en la cama con música de fondo, abrí el libro y la mitad de una larva seca cayó sobre mi pecho. La empujé con la uña y comencé a leer. Era El Aleph de Borges, que leí de un tirón. A medianoche mandé un SMS: The best fucking book ever, asshole!!! Thanks.

Pero hay otros regalos que no significan nada, y esos los elimino sin más. Mamá dice que eso no se debe hacer. Claro, ella tiene en la entrada de su casa un colgador de llaves horrible que papá le trajo de uno de sus viajes. Pa' una cosa que me regala tu viejo, dice en su defensa. Y seguro que tiene también mil cosas más en el trastero, de las que nunca de deshará. Si me regalan algo, es mío, lo puedo quemar si quiero, me defiendo, y hago referencia sin querer a un perrito horrible de peluche que recibí un 14 de febrero y que formó parte de la hoguera de año nuevo. No habrás quemado algo mío ¿no? Pregunta ella, aunque sabe la respuesta, y le digo que no, y cuelgo prometiendo llamarla luego, que ahora tengo mucho lío. Mis cajas están listas y entran en el armario perfectamente, no me gusta el color, pero eran las menos feas del Ikea.

Me sirvo un martini y recuerdo que regalé a mi prima una cestita de productos de Yves Rocher. Y cumplía once años. ¿Le habrá gustado el regalo? Lo que es seguro que la pluma y la cartuchera que mamá le trajo de Londres fue el regalo que más éxito tuvo y con el que todos hicieron fotos aprovechando su cara de alegría. Sí, le tiene que haber gustado, le digo a Sol, y ella no sabe de qué hablo, pero ya no me odia (creo) por recordarle lo de la camiseta que me regaló y nunca me pongo. Llamo a mamá y le digo que no he quemado ningún regalo suyo, aún, pero los que me dan mis tías se han roto y/o perdido misteriosamente. De reojo miro el último libro de Boris Izaguirre que sigue en mi librería Billy, y me imagino que sería perfecto para enderezar la mesa coja del restaurante donde como de vez en cuando.

jueves, septiembre 11, 2008

Me quedo a cuadros


Anoche llegó Betsy, pero no pude verla, hoy debe estar ya en Italia.
Mientras hablaba con Natalia y quedábamos para cenar juntos en la Crêperie de la calle Pintor Rosales, pensaba en mi amiga peruana e intentaba recordar si alguna vez estuve en su casa, o no. Creo que no, que era uno de esos miles de sueños super reales que tengo cada noche, en que unas veces soy un pirata y al doblar la esquina me encuentro con mis amigos de universidad y vuelvo a vestir con ropa normal. Dentro de ese habitual guardaropa había una pieza delicada: un horrible pantalón de cuadros que compré una tarde con Tomy, en el mercado de segunda mano en el que se ofertaban prendas donadas por el US Army, es como el de Ricky Martin, me dijo, y eso me convenció. Se supone que esa ropa era para la gente sin recursos, pero por culpa de la corrupción reinante en mi país terminaba en un mercado de mierda cercano a la avenida Grau. Allí encontré mi pantalón gris con cuadros azules (dizque de Ricky) y una camisa azul pastel de seda. La camisa dio más juego, y la podía usar con jeans, pantalones negros o blancos y siempre el espejo me devolvía una imagen agradable. Pero cuando me probaba el pantalón mi reflejo era el de un imbécil disfrazado de cantante dominicano, una mala copia de un merenguero de barrio.

A Betsy le gustaba el merengue (le gustaba la música, en realidad), y teníamos una canción secreta que definimos como nuestra, cuando la escuches te acordarás de mí, flaco, me decía, y yo le prometí hacerlo sin que importara que la letra era horrible y la música parecía hecha por un grupo de haitianos borrachos que había escuchado demasiado a Juan Luis Guerra. Ya que ella se puso en plan sentimental, decidí confesarle mi mayor secreto (entonces), ¿ves el pantalón que llevo?, pregunté, señalando mi Calvin Klein modelo escocés; está paja, me dijo, además desde que vas al gimnasio te hace un culito ricotón, o eso me ha dicho tu admiradora secreta. La admiradora a la que se refería era una chica misteriosa que, según mi amiga, preguntaba siempre por mí, y a la que no le importaría tener conmigo lo que ella definía técnicamente un "choque y fuga". Ok, flaca, mándale un beso de mi parte. Pero volvamos al lonpa, tengo uno igual, de cuadros, pero es horrible y no sé que hacer con él, parezco un payaso cuando me lo pongo. Ella me miró con esos ojazos negros que escondía tras las gafas de leer, me tocó el hombro como si fuera mi entrenador de fútbol y me dijo, qué importa, póntelo aunque sea una vez, y después lo botas a la basura. Así nos encontró Barbieri, y con su sonrisa Kolynos nos dijo chicos, no se olviden que la fiesta es este sábado, va a estar bien bacán, y se fue. Nos miramos y cuando estuvo lejos nos cagamos de risa. ¿Bacán? dijo ella, eso se decía en la época de mis viejos. Yo seguía riendo y decidí, por joder, que usaría el pantalón en la fiesta de mierda ésa.
El taxista me miraba por el espejo retrovisor y no disimulaba las burlas, ¿Adónde vamos, chino, al circo de los hermanos Fuentes Gasca? Le dije que a Hiraoka de la Marina, ignorando su comentario. Me dejó en la puerta de la fiesta, y al bajar, Rolyn me miró de pies a cabeza y gritó putamareMaguill prometimos no volver al hueco, lo prometimos, mientras reía con todas sus fuerzas. En ese momento debí subir al taxi y volver a casa, total, no estaba muy lejos, eran cinco lucas como mucho por la carrera. Por joder la fiesta, había salido jodido yo.
-¿Has visto a Betsy?
- No sé quién es.

Me escondí en el bar y ofrecí mi ayuda a unos que estaban allí repartiendo la cerveza. Barbieri me vio y se acercó a agradecer mi buena disposición, de nada, brother, le dije, y le ofrecí un trago. No gracias, no tomo, contestó con la mayor educación del mundo y se fue a controlar a los que se encargaban de poner la música. Lo odié un poquito más. Las horas siguientes las pasé tranquilo, desde el bar veía a todo el mundo emborracharse y esperaba que pasara un rato más para poder salir huyendo sin ser descubierto. Pero de entre la maraña de gente, al son de Gilberto santa Rosa, salió bailando una cabecita morena y los ojazos negros me reconocieron de inmediato. Flaco, ¿qué haces ahí metido? Ven a bailar conmigo. Le dije que no, que gracias, que ya me iba, y por ser tú te confieso que me he puesto el pantalón ese, el que te dije, y por primera vez me siento el peor vestido del mundo. A ver, a ver, dijo, y se trepó a la barra para ver el esperpento. Hay cosas peores, en la fiesta, flaco. Ven, baila.

Me llevó de la mano hasta el centro de la pista y los borrachos me imagino que ya ni siquiera sabían si yo era un producto de su imaginación, o un muñeco de brujo. Algunos me saludaban y otros, más avispados, me decían oe ta’ buena tu amiga, traéla, mientras nosotros seguíamos avanzando al ritmo de unas maracas invisibles. Bailamos un par de canciones y yo estaba infinitamente agradecido por su rescate, pero no le dije nada, sólo la miraba bailar y reír. Por eso te quiero, amiga, pensaba, porque eres de putamadre. Ella levantó las manos y señaló al Dj, que hizo sonar nuestra canción. Bailamos y cantamos, y al terminar me llevó de la mano hasta donde estaban sus amigos y me presentó a su hermana gemela, que era igualita a ella, pero con un peinado diferente. Hablé un rato con ellos y en cuanto Betsy se descuidó escapé de la fiesta, ya menos avergonzado y más feliz gracias a mi particular heroína.

Tomy me llamó al día siguiente. Dicen que tu pantalón fue la atracción de la fiesta, mierda, dijo a modo de saludo. Si quieres te lo regalo, perro, contesté, y él aceptó gustoso, y dicen que lo estrenó una noche, pero por culpa de la prenda le negaron la entrada a Bass, y me maldijo para siempre. Antes de escapar de Lima, Betsy me confesó que mi admiradora secreta era su hermana, y que una vez se me había acercado y estuvimos hablando un buen rato sin que yo notara que era una impostora. Qué huevón soy, confirmé, y mi amiga no podía evitar reírse mientras yo le decía que podían intentar vestirse como muñecas y asustar al profe de Estadística en los pasillos oscuros de la universidad, como en El Resplandor, Betsy, ¿la has visto? Cuando esté en Madrid, quiero que me escribas, yo también lo haré, y dile a tu hermana que lo nuestro no puede ser, que siga con el tío ese que parece Batman, o Bruce Wayne mejor dicho, porque cuando la veo te veo, y tú eres mi brother, y así no hay feeling.
Entonces, me acompañas al aeropuerto ¿o no?, pregunta Mirella, y le digo que no, que no puedo, y que tampoco podré salir de copas con ellas la noche del Miércoles. Me siento un cobarde, un miserable por no ver a mi amiga, pero le he prometido a mi jefe que no volveré a llegar al trabajo con resaca, y si me apuntaba a la juerga, como mucho, llegaba con mareos a eso de las diez de la mañana del jueves. Ojalá baje un fin de semana a Madrid, digo, y Mirella no dice nada pero tampoco oculta su decepción. Vente pa’ Madrid, Betsy, pienso, y te juro que me pongo un pantalón a cuadros y bailamos nuestra horrible canción.

miércoles, septiembre 10, 2008

Te están buscando, matador


Al niño piojo lo conocí más muerto que vivo. Llegaba yo a la universidad, tarde, y eso tranquilizaba mi andar. Desde lejos vi un tumulto cerca de la puerta principal, entre los curiosos reconocí a alguno de los Barbieris, al guachimán más cobarde del mundo, y al choro de las cuatro de la tarde, que me hizo hola con un movimiento de cabeza. Quise pasar de largo pero el tumulto me lo impidió. Me acerqué a ver qué se cocinaba y en el centro vi un amasijo de huesos rotos y un rostro bañado en sangre. La sirena de una ambulancia nos dispersó y alguien le gritó al enfermero los hemos llamado hace media hora, carajo, y el hospital está acá al lado; el morenaje ni se inmutó y recogió al niño piojo con una espátula, para embarrarlo luego en una camilla y llevarlo a urgencias del Hospital del Callao.
Seguí mi camino y me imaginé que el pobre era la víctima de un atropello. Más de una vez yo mismo había escapado de la muerte cuando un bocinazo en el último segundo me había sacado de mis pensamientos etéreos, pobre huevón, pensé, lo han atropellado y se han dado a la fuga.
Los balcones de mi facultad estaban, como siempre, llenos de gente. Pasé el primero de ellos, en el que ahora anidaban los alumnos de los primeros ciclos, y al llegar al segundo comprobé que todos hablaban del incidente. Con el paso de los minutos supe que no fue un accidente.

Hans era un tío amable, de metro ochenta y brazos musculados. Su chica era graciosa, medía metro y medio y tenía una mirada matadora. Yo la había conocido por casualidad, una noche que seguí a Tito a una fiesta en un barrio escondido de la luz solar. Entonces me interesó más su prima, con la que pasé momentos olvidables, pero divertidos, mientras los demás disfrutaban de la fiesta animada con música de Oscar D’León. Tito me dijo que la chatita era de la facultad, él la había conocido gracias a que repitió todos los cursos de primer ciclo y ahora la tenía como compañera de estudios. Ah, que bien, dije yo, y me bajé de su taxi, seguro de que jamás volvería a una fiesta con él. Alguna vez la vi en la universidad, pero fue ella la que me recordó nuestro primer encuentro, te manda saludos mi prima, me dijo, y yo respondí muchas gracias, dile que es inolvidable, sin saber siquiera (sigo sin recordarlo) si su prima era rubia, morena, o tenía un cuerno en mitad de la frente.
A Hans lo conocí gracias a Pilsen Callao y de inmediato supe que era un espécimen extraño en la panda de borregos con la que le tocó entrar a la universidad. Quise traerlo al lado oscuro, pero su sentido común le hizo quedarse con sus amigos iniciales, aunque cada vez que se unía a nosotros, los Pezuña, lo adoptábamos como miembro honorario. Jugábamos al fútbol, nos emborrachábamos, alucinábamos juntos con los gritos de Paola y, sin que nadie lo supiera, censurábamos muchas de las actitudes del líder de los Barbieris, el marrón es buena gente, concedía, pero a veces debería desahuevarse un poco. Cuando supe que la Chata de la fiesta estaba con él, sentí pena por Tito. Mi pobre amigo no podía competir, en teoría, con un ser tan divertido, él, que como mucho sabía un par de chistes de taxista, quedaba opacado por la imagen de Hans que la primera vez que tuvo que hablar frente a todos los alumnos se enfundó una camiseta con el lema “Instructor de Sexo: primera lección gratis” para vencer el miedo escénico. Un crack, un Pezuña honorario.

Por eso me extrañó mucho cuando supe que el culpable de las lesiones en el, ya maltrecho de nacimiento, cuerpo del niño piojo era mi nuevo amigo. Según me contó una de las Barbieris (que juraron hacer voto de silencio sobre el tema), después de sufrir mis agradables torturas, el herido pasó varios meses en el hospital y hasta se hicieron colectas para que se reconstruyera su cara con el menor de los daños a posteriori. El Hans parecía poseído, me decía mi informante, querían separarlos pero él seguía dándole patadas y puñetazos. El motivo del encontronazo: lo que podría calificarse de la osadía de David ante Goliat, o lo que es lo mismo, el niño piojo confesando su amor a la chica de Hans.

Personalmente, siempre creí que una patada bien dada era suficiente en estos casos. Y lo que me dijo mi informante desnuda no me pareció suficiente razón para tamaña paliza. Hans era mi amigo, y no lo creía capaz de desangrar a un ser infinitamente inferior a él en fuerza, y huir luego como una hiena por las calles de la Ciudad del Pescador.
El siguiente cuatrimestre el niño piojo volvió a la vida y también a la universidad. Hans y la chata rompieron el contrato de su amor barato, quedaron como amigos, y se dijeron adiós. Él siempre decía eso de Neil Armstrong es Neil Armstrong, cada vez que le mencionábamos que su eterna novia de bolsillo había pasado a otras manos, ¿tú sabes quién fue el segundo hombre en la luna? Entonces, pe’ cuñao. No hubo más rencillas y mientras él llegaba a nuestras fiestas con una rufla distinta cada vez, el niño piojo y la chata, dicen, dejaron crecer su amor sangrante y hasta tuvieron prole.

Nunca creí lo que me contaron. Hans una vez humilló a su líder, y luego al finalizar una clase pidió disculpas delante de todos, sin importarle que algunos de nosotros no supiéramos de qué mierda estaba hablando. Hacer eso es de valientes. Nunca vi a la nueva pareja, que yo recuerde, pero una vez que salía de noche de la universidad el guachimán más cobarde del mundo se me acercó y, buscando complicidad me dijo, oye chino, ¿te acuerdas del patita que abollaron hace tiempo? Lo he visto metiéndole mano a una de su vuelo, en el gallinero. Fingí asombro y le dije la próxima quiero fotos, y salí persiguiendo a Shemi que treinta metros después subió a un Ford Taurus, conducido por un flaco que se parecía a Batistuta. Neil Armstrong es Neil Armstrong, pensé, y casi de inmediato dije en voz alta, pero a mí no me importaría ser el segundo hombre en esa luna.