martes, septiembre 02, 2008

Blame it to the Boogie


Mariana y el Mongo, el Mongo y Mariana. Se veía venir, dice el Gitano, son igual de aburridos los dos. La chispa parece que surgió en el restaurante Giorgio’s, cuando por culpa de múltiples cancelaciones cenaron solos, un catorce de febrero. No hubo romanticismo ni huachaferías, ni flores ni chocolates, ni besos ni te quieros, se pasaron la noche entera hablando mal de sus amigos y riéndose como locos, molestando a las otras parejas del lugar, que, ellos sí, vivían su amor Candy Candy de cupidos y conejitos blancos. Se bajaron una botella de champagne y aceptaron gustosos las fresas que el dueño del restaurante les regaló, offro io, les dijo, sonriendo cómplice.

Un violinista llegó a su mesa y el Mongo le dijo, tócate Bittersweet Symphony, alargando un billete de 5 dólares. Segundos después los primeros acordes inundaban el lugar y varios novios no pudieron evitar llevar el ritmo con sus cabezas, mientras las novias ponían una expresión de ¿dónde mierda he escuchao' yo esto antes? Mariana empezó a cantar y el Mongo le hacía los coros, No change, I can't change, I can't change, I can't change / but I'm here in my mold , I am here in my mold. Al llegar al final, il crescendo, ambos se levantaron y bailaron como si formaran parte de una película de Fellini. Dejaron un par de billetes gordos en la mesa, y salieron sintiendo ya los efectos del alcohol. La brisa del mar les dio un sopapo y tuvieron que buscar un parque en el que sentarse a recuperar el correcto funcionamiento de sus hipotálamos. O intentarlo al menos. Tirados sobre la hierba, miraban al cielo pobre en estrellas de Lima. Mariana empezó a reírse como una loca, el Mongo se contagió y así estuvieron por más de cinco minutos, uno sin saber cómo parar de reír y el otro sin saber por qué empezó a hacerlo.
- Oye flaca, te acuerdas de la comadre esa de mi universidad? – dice el Mongo, secándose las lágrimas, roto todavía por la risa.
- Sí, sí. La que te compraba cosas.
- Esa, esa. Alucina que me dijo que estaba embarazada.
- Puta, la cagada – dice Mariana y se sienta a duras penas, apoyándose sobre su mano derecha.
- No, no, no pasó nada, con esas me pongo dos condones. Le dije que no podía ser, tranquilazo, y a los dos días me dijo que fue falsa alarma.
- Qué pendeja.
- Pendejaza, la mandé a la mierda, otra vez.
Lo ayuda a levantarse y caminan parque abajo, viendo de reojo a las parejas que retozan entre los arbustos. La policía se emplea a fondo en estos días, es la época en que se reportan más robos y violaciones, sufridas en su mayoría por tortolitos que consumaban su amor entre las sombras y que fueron sorprendidos por algún infame. Mira Mongo, dice Mariana, mira como ese sube y baja el culo como si estuviera bailando un reggae.
La calle por la que vuelven al barrio es famosa como nidito de amor improvisado, incluso en épocas no festivas. Allí se han reunido, según los rumores, hasta presidentes con primeras damas, no siempre del mismo país, y las autoridades han salvaguardado el lugar con luces acordes y flores multicolores. Mariana tropeza, el Mongo la ayuda, siguen riendo y caminando, ahora abrazados porque ya es la tercera vez que el alcohol insiste en tirarlos por los suelos. Doblan la esquina, y les llega el ruido de una fiesta en un local de moda, al que ya no van porque se ha pacharaqueado. El Mongo la mira y nota que uno de los tirantes de su vestido se ha roto y cuelga travieso. Hace calor en Lima, es época de carnavales. Mariana lo mira y le arregla el pelo Nirvana que lleva largo sobre los ojos, te vas a caer otra vez, si no ves por donde caminas, y ahí sí que no te recojo, chibolo. Llegan a casa de Mariana, y ella abre a duras penas la puerta ganándole la pelea a la cerradura bailarina. Entran y se desploman sobre la alfombra persa que su viejo trajo de uno de sus viajes, ¿dónde están ahora?, pregunta el Mongo mirando al techo abovedado, en Zurich, dice ella, viendo no sé qué de unos bancos. Mañana, cuando haya amanecido, ni él ni ella recordarán en qué momento se quitaron la ropa ni cómo llegaron a la cama que mamá compró en New York.

- El Mongo y Mariana - dice el Gitano, todavía al teléfono - son tal para cual, un par de aburridos.
- Pero qué buena está la jodía – dice la voz, al otro lado de la línea.
- Buenaza. Y como te metas con ellos te saco el hígado.

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