lunes, septiembre 01, 2008

Ryanair (vayamier)


Me he levantado a las cuatro y media. Tengo un vuelo a las 6 y pienso llegar una hora antes al aeropuerto, por si acaso. Tengo miedo a las complicaciones de último minuto, no todos los días un avión explota en la pista de aterrizaje y eso es exactamente lo que ha pasado ayer, cuando hacía las maletas. Show must go on. He facturado en línea y no tengo que hacer cola, es mi primera vez en Ryanair y mis tíos están acojonados porque esta aerolínea tiene mala fama y días antes canceló todos los billetes que se habían reservado a través de agencias de viaje, nosotros no tenemos problemas (los tranquilizo mientras me acomodo la bolsa de viaje, preciosa, que Sol me ha regalado) hemos hecho la reseva a través de su propia web. Están deseosos de llegar, ella ha estudiado inglés durante meses y él hace bromas sobre si veremos a McCartney o a la Drag Queen, en Buckingham Palace.

Todo son risas, hasta que el idiota del mostrador de facturación ve la maleta de mano de mamá y hace un gesto como de vaserquenoseñora, le pregunto si hay un problema y dice no sé si le van a dejar subir con eso al avión. La maleta tiene el tamaño justo especificado, pero mamá la ha llenado tanto que no sé como no ha reventado ya. Esta hinchada por los cuatro costados (la maleta) y nos preguntamos si no sería buena idea facturarla en lugar de la maleta de mi tía, que sólo lleva cuatro cremas y un shampoo. No le hagas caso a ese idiota, digo, y pasamos el control de seguridad sin problemas. Tras unos minutos de deambular por el duty free llegamos a la puerta de embarque y comprobamos que el idiota del mostrador es el mismo que recibe a la gente. En nuestras narices le dice a una pareja que su maleta es muy grande y que no los dejará subir al avión. Me acerco y le pregunto si podemos todavía facturar la maleta, dice que sí, que un compañero suyo está todavía en el mostrador. Mamá y yo corremos, pero sólo ella puede pasar el control y yo me quedo hablando con la mujer policía, que, no sé por qué, pide refuerzos. Mamá vuelve minutos después, sudando, y con su maleta, no había nadie dice casi sin respiración. Cojo su maleta y con cara de toro rabioso, llego hasta el idiota que vería la muerte en mi rostro y nos deja pasar. Sin más.

Los aviones de Ryanair son lo más parecido que hay a un bus tercermundista. Nos sentamos en los asientos que quedaban libres y pusimos las maletas donde pudimos. Mi asiento todavía tenía sudor visible del pasajero anterior y, como el resto del pasaje, no tenía la opción de reclinarme para soñar rumbo a Liverpool. Me puse los tapones para los oídos, pero aún así pude escuchar en dos idiomas, a las azafatas presentarse y señalar las salidas de emergencia. Intenté dormir.
Diez minutos después, los altavoces del avión soltaban la voz del piloto que se presentaba, tarde, y cuando ya había logrado conciliar algo el sueño, a pesar de la mala postura y los dolores que empezaban a asomar en mi cuello. Me importa una mierda como te llames, mamón, pensé, y me puse una máscara para dormir, convencido ya de que aunque era un vuelo a las seis de la mañana, los señores Ryanair no se dignarían a atenuar, aunque sea un poquito, las luces. Más por cansancio que por comodidad, me dormí.

Treinta minutos más tarde, una voz asquerosa anunciaba la venta de loterías, despertando a medio mundo con la promesa de ganar euros, un coche y viajes en esta maravillosa compañía. Qué cutre, dios, dije, pero ella no se inmutó y siguió con la cantaleta de que podíamos ser millonarios. Cuando pasó por mi asiento, rasca rasca en mano, la fulminé con la mirada pero no se le borró la sonrisa Black Hole Sun de la cara. Hija de puta, pensé, ahora sí que no voy a poder dormir. Me quité la máscara de los ojos, y vi a Sol roncar en su posición avión: de lado y con la cabeza apoyada en la mano izquierda. La envidié mucho y la maldije un poquito. Caminé hacia el baño y vi a las azafatas hablar despreocupadamente. ¿Tenéis coca cola? Pregunté, con la mejor de mis sonrisas trasnochadas. La de la derecha dijo espere en su asiento, y la de la izquierda hizo si, ajá, exactamente, con la cabeza. Sin saber qué era lo que había pasado volví sobre mis pasos y me encontré con mis tíos, que me devolvieron mi chaqueta del Bershka, que había tirado al salir corriendo con mamá. Ya en mi sitio, abrí un libro en inglés que había sacado de la biblioteca. Era la historia de una chica midclass que vive en Brooklyn y que tras estudiar becada en un colegio de niñas ricas trabaja en lo que sea, sin saber que eso llevaría su vida por senderos…plop. Me dormí otra vez, con el libro abierto, la boca abierta y juraría que hasta roncaba. Hasta que la voz chillona, que ahora reconocía como de la azafata de la derecha, dijo señores pasajeros no olviden que en nuestro bar disponemos de un amplio surtido de bebidas, frias y calientes, licores y bocadillos. Despertó entonces lo más vil de mi ser y deseé que ella hubiera estado en el avión estrellado el día anterior. Cuando llegó a mi sitio me dijo, ahora si te puedo dar la coca cola, y yo le susurré en inglés al oído, métetela por el culo, pero no me entendió.

Llegamos al aeropuerto John Lennon con veinte minutos de antelación. En los controles había un niño con síndrome de down que hacía pataletas y retrasaba la salida de todos los demás, yo incluido. Le conté a mi tía que ahora se hacían análisis al feto para saber si tendría esa deficiencia, y le confesé sin pudor que si me dicen algo así, le bajo el pulgar al futuro hijo que sólo sería una carga para mí y para la sociedad. Totally agree, me dice, aunque siempre pueden trabajar en Ryanair. Salimos a buscar un autobús que nos lleve al hotel, en el que nadie nos recibe y ni siquiera teníamos las habitaciones preparadas. Esto promete, digo, y todos sabemos que necesitamos, ya, una taza de café.

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