miércoles, septiembre 03, 2008

Si tú me dices ven


Tengo la mejor camiseta del bar, y además le he puesto una chapa con la frase “Back in the USSR”. El Cavern está lleno, a reventar, pero hemos conseguido la mejor mesa, y yo ya llevo unas cuantas Pints encima. Mi tío está grabando la actuación de unos argentinos que interpretan temas de la primera época de los Beatles, especialmente del “Live at the BBC”. Canto todas, y mamá baila cuando suena “Twist and Shout”, yo admiro minutos después la capacidad de mimetización del bajista que interpreta perfectamente “A Taste of Honey”. Mi tía admira la piel perfecta de los chicos, y los mira enamorada. Sol se aburre un poco. Voy a buscar un par de pintas más, anuncio, mi tio me da un billete de cinco libras, pago yo, dice y yo me voy contento como un niño que va a comprar caramelos. Hay un busto de John Lennon, una guitarra firmada por él mismo, reproducciones de carteles de los 60’ anunciando conciertos de Gerry & The Peacemakers, una chaqueta de Michael Jackson, un bombo firmado por Ringo, y mil cosas más que distraen mi atención. Tengo los ojos secos y en mi rango de visión nublada aparece una rubia vestida con ropas del Sargent Pepper, adaptadas para realzar su figura femenina. Nice t-shirt, mate, me dice y sé que no tengo que explicarle el significado del Number Nine, bajo la cara de Paul McCartney, ni el mensaje Turn me On Dead Man, que rodea al número. R U the next?, pregunto, y ella dice que sí, y le digo que conozco a su manager. Who? Pregunta, y le explico que conocí a su manager esa misma tarde.

Estábamos perdidos, en Queen Square, y buscábamos Mathew Street. El mapa que nos habían dado en la oficina de información no era muy específico y sólo mostraba las calles principales. Voy a preguntar, dije, y el primero en pasar a mi lado fue un gordito, calvo y amable, que sonrió cuando le pregunté el nombre de la calle. Me preguntó si me gustaban los Beatles, y le dije que sí, que estaba en la ciudad para participar en la Beatle’s Week; me too, dijo, kinda’ I mean i’m really involved in it. Le pregunté si trabajaba en algo relacionado, y dijo que no, que sólo era un fan, pero que un grupo suyo, de chicas, tocaría esa noche en el Cavern y me señaló el nombre (que olvidé dos minutos después) en el programa de actuaciones que él mismo se había confeccionado buscando información en Internet. Le dije que intentaría estar allí, pero dudaba que coincidiera con las chicas, él me dejó en la esquina del Hard Day’s Night Hotel, pues me acompañó hasta allí para que no me perdiera y nos despedimos amigablemente. Estaba feliz de haber encontrado un amigo de Liverpool, y miraba absorto la facahada del hotel cuando por detrás llegó Sol y me espetó, no estás solo, ¿sabes?, hemos tenido que seguirte sin saber a donde ibas.

Traté de contarle todo esto a la chica rubia del bar, pero mi pereza no encontró las palabras en mi diccionario McCollins cerebral. Me dio vergüenza pedirle que me dedicara una canción, y estoy seguro que se fue pensando ya me ha tocado el borracho pesado de todos los conciertos.

Volví a mi mesa con dos pintas de Guiness, y los argentinos ya se estaban despidiendo. Mi tía se había soplado sus dos copas de vino, y tuve que volver a la barra a buscar más provisiones. Desde allí divisé a mi nuevo amigo que, ahora con una camiseta blanca estaba con las chicas, a un lado del escenario, preparando los instrumentos. Dejé en mi mesa el vino para mi tía y una sidra para Sol y me acerqué a saludar a mi amable guía. Por suerte, me reconoció, y la chica rubia no pudo evitar su asombro al comprobar que no solo coqueteaba con ella (que también) sino que además mi historia era cierta. Good Luck, ladies, dije y me senté a disfrutar del show.

Cuando ella cantó “Oh Darling” no pude evitar levantarme (entre otras cosas porque unos alemanes borrachos se pararon justo delante de mi mesa) para ver mejor sus gestos o el movimiento de sus manos sobre el bajo. Me vio desde el escenario y me guiñó un ojo (no sé si en inglés o castellano), en un gesto que me imagino que hace siempre, cada noche, con alguien del público, al azar. No sé si mi tío lo notó, y yo sonreí mandando un beso a la chica, al bajo, a la canción y al momento. Acabó su actuación y fui al baño a mojarme un poco, porque el Cavern no se caracteriza precisamente por su gran sistema de ventilación, y estaba sudando a mares. ¿Nos vamos? dijo alguien y asentí, satisfecho ya por una noche. Fuera del bar encontré a la guitarrista que apuraba un cigarro, la felicité por su solo en “Helter Skelter”, me agradeció y seguí bajando por Mathew Street buscando con mi familia uno de esos taxis ingleses en los que caben 6 personas. Esa noche soné con la rubia que me cantaba mientras yo escribía un libro, los dos in a boat on a river, with tangerine trees and marmalade skies.

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