domingo, diciembre 28, 2008

Así juega Perú


Creo que es la quinta vez que nadie acude al llamado de Michael. Ya nos había citado varias veces para jugar al fútbol un domingo por la mañana, y cuando la gente llegó a la cancha lo hizo porque quería, y no porque él era el convocante. El pobre aprovecha las reuniones familiares para, cuando ve que la gente ya está relajada soltar su eterna pregunta: "¿un partididito este domingo?", y entonces, las miradas piadosas y las lenguas mentirosas le dicen sí, sí, cuenta conmigo.

Yo siempre me niego, y con un simple no dejo clara mi posición. Pero los cabrones de mis tíos siempre dicen que irán, haciéndome dudar, como buenos mentirosos que son. La primera vez que me engañaron yo vivía todavía en Alcalá de Henares. Cenábamos juntos (si a comer patatas fritas de los chinos se le puede llamar cenar) por el cumpleaños de una de mis tías y Michael soltó su frasecita famosa ya, a nivel transoceánico. Hubo momentos de júbilo, acompañados de exclamaciones: "hace tiempo que no juego", "vamos a pelotear","mañana va a hacer bueno". Me vi entonces regateando a todo el mundo y haciendo uno de esos goles que me han hecho indiscutiblemente famoso, en mi familia. Me despedí de todos y el domingo siguiente, contento, bajé a Madrid en coche vestido de futbolista. Sólo estaba Michael y tres amigos más, ninguno de mis tíos había acudido y sólo me quedó aprovechar el viaje. Pusimos las mochilas a lo ancho de la cancha y corrimos un poco, jugando dos contra dos. Volví a casa seriamente decepcionado.

Meses después, cuando ya casi había olvidado la afrenta, estaba otra vez reunido en familia cuando Michael, cómo no, se quedó sin tema de conversación y otra vez propuso el partidito de los huevos. Miré a mi hermano y le susurré ¿este huevón no se da cuenta de que nadie viene cuando él lo pide?, obtuve un levantamiento de ceja como toda respuesta, y, como siempre, mis tíos dijeron alegremente que sí, que jugarían el domingo, antes que llegue el invierno. Ya me había mudado al centro de Madrid y Sol me convenció de ir a la cancha, total, ¿qué podía perder? si estoy al lado, y así me dejas en paz unas horas, dijo, para convencerme del todo.
Llegué a la cancha y por el espejo retrovisor vi que no había nadie. Había aparcado con "Welcome to The Jungle" sonando a un volumen considerable, pero nadie apreció mi gran entrada. Varios minutos después llegó Michael, y casi enseguida mis dos hermanos. Nos vimos las caras durante un rato insufrible hasta que solté: estos idiotas no van a venir, vámonos, y cada uno cogió su coche, asqueado de la falta de seriedad de nuestros familiares. Encontré a Sol viendo un capítulo de "Sex and the City".

Llegó el invierno, la crisis, la navidad y la puta cena familiar. Cuando ya todos estuvimos cansados de comer pavo, y mientras hablaba con mi tío sobre su próximo viaje de vacaciones a New York, alguien me llamaba insistentemente. Sospechaba quién era, y quise ignorarlo pero mamá me hizo tu primo te está hablando con los ojos, y giré la cabeza a la vez que soltaba un ¿qué? lo más cortante posible. ¿Un partido este domingo?, preguntó, y obtuvo una negativa rotunda por mi parte que cortó el aire del salón. Mis tíos, as usual, dijeron que irían y yo volví a mi conversación newyorker. Anoche Michael llamó a mi casa y me encontró tirado en el sofá, viendo Los Soprano, y tramando maldades para hacer esta nochevieja en París.

- ¿Qué pasa?
-Oye primo, ¿dónde están tus hermanos?Justificar a ambos lados
- Y yo qué se. - dije, y rematé con una frase bíblica que seguro no conocía: -¿soy yo, acaso, guardián de mi hermano?
- Los he llamado y no están en sus casas. Esteeee, ¿Juegas mañana?
-¿Qué te ha dicho esta gente? - pregunté, abriendo la nevera para servirme un poco más de té helado.
- Que venían.
- Ah, entonces yo también voy, mañana nos vemos.

A eso de las diez de hoy salí de la cama y para terminar de despertarme puse un documental sobre momias incas que tenía bajado de internet hace un mes. Es muy común que en cualquier parte del Perú, al establecerse la gente en asentamientos humanos, empiecen a surgir de debajo de la tierra restos arqueológicos. En ese aspecto también nos parecemos a los italianos: levantas una piedra y aparece una vasija. Así había pasado en el asentamiento Túpac Amaru mientras se instalaba la red de alcantarillado.
Llegó la hora del partido y tras enfundarme la camiseta de fútbol de la selección marroquí llamé a mi hermano, que recién despertado y todavía en Alcalá de Henares, confirmó mis sospechas. Vuelve a dormir, sorry, le dije, y colgué, yo también odio que me despierten. La segunda persona a la que quería ver antes de volar a París era mi tío, el ingeniero, así que llamé a su casa. Allí estaba, y me dijo que no iba a jugar, que nadie le había confirmado nada y además iba a dedicar el finde a su hijita, buen viaje, dije, si vas a Chinatown, me compras una camiseta de Obama.
Quise llamar a Michael para decirle que no iría, pero ninguno de los tres teléfonos que tengo resultó ser suyo. En el primero me contestó un peruano borracho, en el segundo una ecuatoriana que parecía estar comiendo cancha mientras hablaba, y el tercero, simplemente, no existía. Pensé, entonces, que mi primo era igual de informal que mis tíos, y me planteo ahora subir al Retiro, cualquier tarde con mi ropa deportiva, y unirme a algún grupo de futbolistas a los que les falte uno para completar dos equipos. Quizás esa sea la única manera de que mi inenarrable talento pelotero se pierda, junto a mi inapreciado vigor sexual, mientras pasan los años.

martes, diciembre 23, 2008

La Logia de los Búfalos Mojados


Mi móvil no dejaba de sonar, y me levanté de la cama. El número oculto me hizo pensar que podría tratarse de una entrevista de trabajo. Ejem, ejem me aclaro la garganta y contesto. ¿Qué pasa monstruo? me dice una voz que me resulta bastante familiar, Hola Roldán, respondo, me has despertado cabrón.

Me invita a jugar a los bolos, cosa que detesto, el miércoles al salir del curro, que hace mucho que no se te ve el pelo. No lo dudo, acepto, iré un poco antes y aprovecho para hacer mis compras de navidad, Roldán. Él, después de unos segundos de silencio, pregunta si no me pasaré antes por la oficina para saludar a los demás, que les den, digo, los que quieran verme que bajen al Plenilunio. Sol también ha quedado a cenar con la gente de su universidad, ella va en metro, yo me llevo el coche y salgo del parking con el Rough Justice de los Rolling sonando:

One time you were my baby chicken
Now you’ve grown into a fox
And once upon a time I was your little rooster
Am I just one of your cocks?

El centro comercial estaba lleno de gente pero no me costó mucho conseguir lo que necesitaba, y, como había calculado, terminé de comprar todo en media hora como si de un concurso televisivo se tratara. Adán me esperaba en la puerta de la bolera.

- ¿Cómo estás, tío?
- Bien ¿y tú?
- De putamadre, a mí me habían echado hace un año, así que ya me había hecho a la idea.

Recordé entonces que lo suyo fue un caso extraño. Lo despidieron con un pre-aviso de un mes, pero cuando renunció su sustituto le pidieron que se quedase un poco más. Los demás siguen llegando y algunos me saludan con más efusividad que otros. ¿Qué tal la cena de navidad? pregunto y, sin mentir, me dicen que fue un tostón, que el jefe, no se sabe si para motivarlos, soltó que Toshiba Tec no había tocado fondo y que podría haber más despidos. Entramos y pedimos unas cervezas mientras esperábamos que nos asignaran un par de pistas, juntas a ser posible. Mientras José Luis me rodeaba con su brazo y soltaba frases del tipo, cómo te echamos de menos, cabrón, yo pensaba en las chicas que habían pasado por la empresa durante los dos años que duró mi etapa y a las que ya nadie echa de menos. Supe que mi PC se usa ahora para consultar el inventario y que Rafa, cagón, asistió a la cena porque Ángel de Dios lo obligó. Me contaron que despedirán al chaval de Valencia, un comercial que parece más un reportero de CQC. Y, no sé cómo, sabían de mi entrevista en la empresa de la competencia. Víctor, tiene que haber sido él. Coldplay llenaba la bolera de música.

Time is so short and I'm sure
There must be something more

Mi mano derecha todavía no se había recuperado de la tendinitis que me diagnosticaron un mes atrás, en una clínica del barrio del Retiro. Aún así lancé la bola con toda la pasión que pude. Se fue por un costado, sin derribar una sola de esas cosas blancas que Juan Carlos llamaba palitroques. Mira a la morena de al lado, dice, se le marca el tanga. Volví con el grupo y le dije a Ely que estaba más delgada, por las medicinas, respondió, me van a hacer una endoscopia para ver si descubren de dónde vienen los dolores.
Empezaba a sudar y me quité el jersey, Adán gritó desde lejos, cómo se nota los que vamos al gimnasio ¿eh, mamón? Lo tomé como un cumplido. Le tocaba tirar a Ely, pero antes se giró y me preguntó ¿sabes algo de Vero?, y yo, sin ganas de mentir, dije que no, que lo último que supe fue que se casó.
Las horas pasaban y yo volaba de grupo en grupo. En todos hablaban mal de Toshiba, que si era una mierda, que la cesta era una miseria, que no sabían tratar a la gente, que si Ángel de Dios era un gitano y un prepotente; empecé a creer que venir a jugar para despejarme y no pensar en el trabajo había sido una mala idea. Una mano me tocó el hombro, era María.

- ¿Cómo estás, guapa?
- Bien ¿y tú? estás cachas - dijo, apretándome los bíceps.
- Ejem, ¿qué tal la cena?¿hubo un minuto de silencio por los ausentes?
- ¿Qué ausentes?

Alguien me avisó que era mi turno. Herido en mi orgullo por lo rápido que mis compañeros habían olvidado mi existencia recordé a Pedro Picapiedra y lancé la bola con todas mis fuerzas. Tiré todos los palitroques y hasta juraría que alguno había intentado apartarse del recorrido de la bola asesina. Se jodió la pista y tuve que ir a avisar a la encargada. Iba pensando en que no tenía que ser tan bestia, y que si la gente te olvida ¿who cares?, cuando vi aparecer, vestido de traje y corbata al Misterioso, que es como llamamos en mi familia al novio de mi hermana, porque, sabiamente, ha decidido no asistir a ninguna de nuestras reuniones familiares. Reuniones a las que, cada vez que puedo, también falto por el bien de mi salud mental.

- Hola Misterioso - le dije.
- Hola tío, ¿qué haces aquí?
- Vengo a jugar a los bolos con los colegas.
- Ah, yo también. Estoy buscando a los pringados de mi empresa.

Nos despedimos y cuando volví, seguí con el juego y ya sólo deseando que la noche acabara y casi seguro de no volver en mucho tiempo. Me dolía la mano y le susurré a María que me largaba cuando acabara esa partida. Ella, mirándome como Candy miraba a Terry, me dijo que también se iba, y que qué pereza ir sola a casa, que se aburría mucho y demás. No dije nada. El juego terminó y prometí a mis ex compañeros volver a verlos pronto, les deseé feliz navidad y toda esa mierda y emprendí la retirada. Cuando llegaba a la escalera que hay frente al buffet chino, escuché a María,que me llamaba usando la poca potencia de su voz.

- ¿Te vas, hermoso?
- Claro, ya acabamos de jugar.
- Pues yo me voy a casita, me voy a dar un baño de espuma y...
- ¿Dónde tienes el coche, María?
- Por allí -dijo, señalando el norte.
- Ah, pues yo lo tengo por allá -dije, señalando el sur- hasta luego, Lucas.

Se dio la vuelta como un robot y mientras yo bajaba las escaleras susurraba back off bitch, y me imaginaba a Duff McKagan y Slash haciéndome los coros gritando bitch, bitch, bitch. Respiré hondo en el asiento de mi coche y cambié el disco de los Rolling por el de The Last Shadow Puppets. Subiendo por la oscuridad absoluta de la carretera de Coslada a Vicálvaro me preguntaba si no había tardado mucho tiempo en salir de Toshiba. Nada de más salidas en grupo, prometí.

viernes, diciembre 19, 2008

Friends, will be friends


El paro es muy aburrido, no entiendo cómo puede haber gente que permanece en esa dimensión por propia voluntad. Había escuchado muchas veces eso de "me voy al paro" como si se estuviera diciendo "me voy a la playa". Por suerte, en esos días de recogimiento, pasó Arturo por Madrid y por un par de días volví a sentir lo que es tener un amigo de verdad al lado.

Lo recogí un viernes de la T4, cuando ya la ciudad estaba metida en medio de un temporal de frío y nieve. Recordaba que la nueva Terminal del aeropuerto, que había ganado el RIBA European Awards 2006, tenía calefacción y llegué allí vestido sólo con un jersey de lana. Mi pronóstico falló y me cagué de frío y, así, temblando, recibí a mi amigo al que vi salir por la puerta 10 bastante más joven que yo. Me confesó que traía la maleta llena de chocolates, me he vuelto loco, dijo, no paraba de comprar regalos, incluso para gente que me cae mal. Le conté que a mí me pasó lo mismo en mi viaje a New York, del que volví con un lápiz para cada miembro de Toshiba. Llegamos hasta el parking y Arturo, mientras yo encendía el coche, me seguía contando su viaje a Tampere: alucina que tenía un profesor peor que Homer Simpson, huevón, en mitad de la clase soltaba pedos, y creía que con decir "sorry" se arreglaba el asunto. Yo estaba ya cogiendo la M40 y sonreía con cada cosa que me contaba mi amigo. Feliz.
Le hablé de mi trabajo perdido, era normal, brother, había semanas enteras en que me estaba tocando los huevos de manera criminal. Un atasco en la A2 interrumpió mi relato. Arturo dijo que eso no era un atasco, tienes que ver la mierda que es el tráfico en Bogotá, huón, esto es una mariconada. Y se zampó una lata de Red-Bull de un solo trago, admirado, casi choco con un Fiat que, como es normal en Madrid, cambiaba de carril sin usar las luces de señalización.

Sol nos esperaba en casa. Había preparado su plato estrella y además, diligente, había comprado también las 20 cervezas que le pedí. ¿Tantas? preguntó, remember, somos peruanos, le dije como toda explicación. Cenamos y recordamos tiempos peores pero divertidos, años de universidad y personajes varios de la fauna limeña que, ahora, nos parecían inventados por Bryce Echenique. Oe, ¿llamo al Nero? pregunté, y Arturo aceptó. Media hora después, eramos tres ex-universitarios alrededor de mi mesa. Las horas pasaban y las cervezas se evaporaron como se evapora una gota de agua en un adobe. Sol se fue a dormir, el Nero decidió quedarse y tras un intento fallido de beber vodka, yo también me dormí. Creo que eran las 4 de la mañana. Soñé, no sé por qué, con Paola.

Al día siguiente, Madrid amaneció lluviosa. Salimos igual, ya habíamos decidido patearnos el Madrid de los Austrias y unas gotitas de mierda no nos iban a joder el plan. Empezamos en La Puerta del Sol y subimos por la Calle Mayor hasta la Plaza Mayor, ¿quién es el de la estatua? preguntó Arturo, y yo, guía turístico de los peores, contesté ni puta idea, y no me puse ni colorao'. Cuando supimos que el de la estatua era Felipe III, seguimos rumbo a la Plaza de Oriente. Sol ya hacía plosh plosh a cada paso que daba, y yo empezaba a sentir cómo estornudaban los dedos de mis pies. Quisimos entrar al Palacio, pero cuando descubrí que cobraban 6 euros, propuse ir al "Anciano Rey de los Vinos", y gastar ese dinero en algo más típico de la ciudad: ir de cañas y salir con la ropa oliendo a fritanga.

Cuando ya caía la noche nos apuntamos a un tour llamado "Madrid de las Tabernas". El Nero se nos unió entonces, y, cuando paramos en el Alabardero a calentar el cuerpo con un caldito de gallina, protestó porque esperaba que le sirvieran un tazón de caldo con huevo, papa amarilla y una presa de gallina, como si estuviéramos en la avenida Universitaria. Arturo estaba encantado, tanto como Sol y yo, que decidimos en ese momento hacer después todos los tours de ese tipo para conocer mejor la ciudad en la que vivimos, pues el guía no sólo te enseñaba las tabernas, sino que además contaba historias y leyendas de cada uno de los lugares. Ya no llovía y quise enseñarle a mi amigo las luces de la Gran Vía, es como la avenida Abancay, dijo el Nero, y Sol me miró de reojo, me imagino que esperando que me transformase en Hulk. No pasó, y bajamos por Montera hacia la Puerta del Sol. Quisimos ver el partido en un pub irlandés, pero cobraban 6 euros la entrada y tenías que estar de pie. Pedimos unas raciones de jamón serrano y cecina para llevar y volvimos a casa, a ver cómo Messi humillaba a Casillas.

El vuelo de Arturo salía a las 3 de la tarde. Dejamos a Sol durmiendo y aprovechamos la mañana de domingo para ir al Rastro. Mi amigo compró un póster de dos bailaores flamencos y puso su nombre y el de su esposa, como protagonistas del show. Sabíamos que los minutos eran una cuenta regresiva y hablamos de todo un poco, como cuando nos sentábamos en los bancos de la universidad, o en nuestro asqueroso gimnasio en el que no nos infectamos de tétano de puro milagro. Volvimos a casa y le dimos los últimos retoques a su maleta. Lo dejé en la T4 y nos deseamos mucha suerte, esperando de corazón que no pasasen otros seis años para volvernos a ver.
Ha sido bonito tener un amigo de verdad otra vez, le dije a Sol mientras bajaba por la A3. Ella, sabedora de mi tristeza, me acariciaba la pierna sin decir nada. Así es mejor.

Días después recibí una llamada. Era mi amigo que me decía que estaba muy contento de verme feliz, le dije sin mentirle que yo también, y prometimos, otra vez, no dejar pasar tantos años sin vernos. Además, propuse, puedes usar tu teléfono de empresa para llamarme, huevas. Y nos reímos, cómplices, como siempre.

-Feliz Navidad, brother.
-Feliz Navidad, ya verás como el próximo año será mejor.Cursiva

domingo, diciembre 14, 2008

La Jolie del Mongo


La tenía más chiquita que nunca y no sabía si era por el frío, por la humedad, por el miedo, o por la falta de generosidad de la madre naturaleza. El Mongo buscaba en sus bolsillos el último billete de la noche, para poner en el tanga de la morena de piernas interminables que bailaba para él. Para él y para otros diez hombres que también rodeaban esa barra. La luz rosa era muy diferente a la que roja que él siempre vio en las películas, las sillas eran pegajosas y el humo de los cigarros hacía el ambiente irrespirable. La morena se acercó otra vez y él con su sonrisa cojuda le enseñó un par de monedas, ¿qué crees, papito, que soy un teléfono público?, lo humilló.

Salió a la calle y la fría noche le encogió más lo encogible. Un tipo lo llamó desde una esquina y, conocedor de su negocio, le ofreció lo mejor del género a buen precio. No sé, dijo el Mongo, sólo por cumplir, pero el proxeneta acostumbrado a que le regateen los precios, lo convenció con una frase perfecta: I have a twenty years old russian girl, for your eyes only. Pararon un taxi.
Bajaron hasta un bar oscuro. Las chicas que adornaban la barra podrían, no sé si con más suerte, formar parte del catálogo del Private y participar en la próxima película "Dr. Do me a Little" o "Las colegialas sólo quieren divertirse". Una de ellas, a una seña del caficho, se acercó contoneante y con sólo un dedo en su barbilla lo arrastró hasta una mesa como si lo hubieran atado a diez caballos. Le sacó una botella de champagne, y él sólo pudo beber una copa, pues cuando ella supo que era el momento le susurró al oído do you want to fuck?. El Mongo, tras asentir tuvo su primer orgasmo de la noche, ahí mismito.

Salieron y él comprobó entonces que el taxista que los había traído hasta allí con las luces apagadas, los esperaba. Agradeció al cielo, pues el bar estaba en un polígono industrial perdido, y apenas se sentó en los asientos del taxi, que olían a sexo, puso manos a la obra, cual pulpo hambriento de fitoplancton, pescado, algas y bolsas de plástico. Llegaron al hotel que la puta había escogido y subieron sin que el recepcionista tuviera que decirles hola. La habitación tenía una cama, más que suficiente, pensó.
Se acostó y se abrió la camisa, imitando a Daniel Craig, sosteniendo un imaginario vaso de martini. Con la ceja levantada vio a la puta quitarse el abrigo, y el ajustado vestido que llevaba encima. What's your name?, le preguntó mientras la veía desabrocharse los zapatos. Angelina, respondió. You gotta be kidding, exclamó, Angelina? Like Angelina Jolie? La puta, en bragas, le dijo, yes babe, y le alargó un DNI ruso en el que el Mongo rápidamente comprobó, además del nombre, que tenía 25 años.

Mientras recibía la mejor felación del universo, el Mongo veía pasar su vida ante sus ojos: el colegio, la universidad, la nieve, un pescado, una botella de vino de 300 euros, un hombre de pelo naranja, ¿el taxi era un Mercedes?, jamón serrano, cecina, la lluvia, Obama, Bush, Putin, sobretodo Putin, hasta que una orden le hizo volver a la realidad: eat my pussy, motherfucker. En eso estaba, y mientras intentaba memorizar para siempre ese sabor, seguía pensando en sus cosas: el precio de los pisos en Lima, el Congreso, flamenco, azulejos y mayólicas Casinelli, la avenida Abancay, la Gran Vía, navidad, año nuevo, un pavo relleno y por dónde voy a rellenar este pavo, Sarita Colonia, la Virgen de la Almudena, i'm coming, i'm coming. Esta vez, al acostarse otra vez sobre la almohada, comprobó con satisfacción que no tenía pelos en la lengua.

Cabalgaba con la mejor de las destrezas, y, mientras tanto, el Mongo pensaba ta-ta-ta-ta-ta-ta-ta... y Goooooool... Gooooool...Quiero llorar! Dios santo! Viva el futbol! Golazo!... Es para llorar perdonenme... una corrida memorable, en la jugada de todos los tiempos...barrilete cósmico... de que planeta viniste? ... Gracias dios, por el fútbol, ...por estas lágrimas. Angelina, se baja del potro domado, y, con las cuatro extremidades abiertas recibe al Mongo, que, por educación, oiga usted, no rechaza la invitación. La ataca con sutileza, como cuando llegas a una casa y está la puerta abierta y entras y a la vez preguntas "hola, ¿se puede?". Ella, con sus increíbles ojos azules, lo mira fijamente y dice c'mon, fuck me, harder, harder. Él, dolido en su orgullo de chico de barrio, recuerda esas duchas en el gimnasio al lado del Negro piezón y se dice a sí mismo, a Angelina, al mundo: te vas cagar y le levanta las piernas (duras como el mármol, tibias e infinitas) para enseñarle el mejor de sus movimientos. Se pregunta: ¿eres de verdad?, ¿ese perro que está ladrando tendrá frío?, ¿el taxista habrá parado el taxímetro? yes, yes, harder, harder, ¿mi teléfono acepta tarjetas de 4 o de 8 Gb?, ¿qué me regalará mi novia para navidad? ¿qué le regalo? don't stop, please, don't stop, faster, faster, ¿por qué el árbol de navidad tiene que ser rojo? ¿por qué las sábanas del hotel están limpias? ¿cuánto me va costar esta mierda? yes, yes, i'm coming, yes.

El taxista lo espera en la entrada del hotel. Angelina vuelve con él al bar de origen y al despedirse le da un beso de tornillo, tan falso como el hombre de nieve que los mira sonriente. De vuelta en su hotel el taxista le cobra y tras recibir los trescientos euros a los que asciende la aventura desaparece por una calle sabiendo que su cliente lo está maldiciendo para toda la eternidad. El Mongo, ya en su cuarto, se da una ducha caliente y mientras el agua le lava la vaina se pregunta ¿será la última vez que me voy de putas? y, con una sonrisa en los labios, sabe que la respuesta es No.

jueves, diciembre 11, 2008

El Túnel del Tiempo


La noche se había cerrado hace tiempo y yo había ya conseguido mi mercancía en el Souk de Casablanca. Me costó llegar, la gente aquí no habla francés, ni inglés, ni español, sino una mezcla de los tres que hace que la comunicación sea fácil cuando necesitas un taxi, pero muy difícil cuando se da el caso de buscar una dirección. Si preguntas "¿dónde está el mercado artesanal?" en cualquier lenguaje, ellos entienden mercado y artesanal por separado, a veces las dos cosas, pero muy pocas veces las asocian. Le pasa lo mismo la gente que viene a España: una tarde los padres de Sol quisieron comprar gasolina y pidieron 30 euros, en español, la dependienta, que sólo escuchaba el ruido del masticar de su propio chicle, les puso 20 euros, y casi se quedan tirados rumbo a Antequera.

En Casablanca la gente intenta hablar lo que tú hables. Si te oyen palabras en español, te dicen "amigo, barato tú compras me",si escuchan el francés, se sueltan un poco más y van por ahí soltando "bonjour beaugoss". No quiero imaginar qué les pasaría si por sus calles caminara un catalán. El Souk es una mezcla extraña entre mercado artesanal y paraíso de la falsificación. Puede encontrarse desde vasijas para quemar incienso hasta una chaqueta de Dolce&Gabanna. Yo iba buscando tres cosas, muy simples: unas gafas Ray-ban Wayfarer, un par de Converse, y una camiseta de futbol de la selección marroquí. Mi primera parada, involuntaria, fue en un puesto de cinturones. Me agaché frente a él para atarme un zapato, y sin quiere vi de reojo un cinturón Hermès, de piel marrón. La mafia italiana mueve cantidades descomunales de prendas falsificadas, muchas de ellas son, simplemente, descartes de producción con minúsculas taras que pasan a formar parte del mercado negro. La "H" de la hebilla brillaba lo justo, no tanto como las demás, no era tosca como las otras falsificaciones que parecían sacadas de un taller de manualidades. Cuando me incorporé, el vendedor me acercó el cinturón, 20 euros, dijo, en su mejor castellano, a lo que respondí, no gracias. El hombre insistió, míralo, bueno calidad, míralo. Quise seguir caminando, y él preguntó, cuánto paga, y yo, más para quitármelo de encima, dije cinco euros, sin detenerme. Bien, bien, dijo, y me vendió el cinturón al que hasta ahora no he encontrado el fallo.

Más adelante, y tras pasar por un puesto de venta de panes con mosca incluida, vi colgada la camiseta de fútbol que estaba buscando. Era una buena imitación, con los logos de Puma bordados a mano y también el escudo de la federación de fútbol de Marruecos. Pagué diez euros sin protestar y ni siquiera sé si los caracteres árabes que van impresos en la espalda corresponden al nombre de un jugador o simple y llanamente ponen "turista imbécil" a modo de pequeña venganza. Cuando los demás vendedores me veían pasar con dos pequeñas bolsas blancas en la mano, sabían que no estaba allí sólo de paseo. Me ofrecieron espejos, mesas, cartera, bolsos, maletas de viaje, con ruedas y sin ruedas, incienso, vasijas antiguas, dagas antiguas y creía que me estaban asaltando, espadas, casos, esculturas en madera y en barro, juegos de ajedrez y solitario, cubos, cilindros, vasos, copas, teteras, fuentes, pinturas, cuencos, especias, queso, pan, pescado, carne, frutas, verduras, aceitunas, vino, aceite, zapatos, relojes, zapatillas y compré mis Converse, camisetas, polos, pantalones, jeans, chaquetas, trajes de Hugo Boss, más relojes, discos, DVD's, gorras, sombreros, llaves, llaves antiguas, llaveros, joyas, unas falsas y otras que parecían verdaderas, revistas viejas, revistas nuevas, zumo de naranja, pescado seco, más pinturas, más comida, una cámara digital, radios, teléfonos, una tele de plasma, un caballo.

Salí otra vez hacia la mezquita antigua y crucé por la mitad de la calle, aquí los semáforos y los pasos de peatones están puestos porque la ley obliga, pero nadie los respeta. Paro un taxi, y le digo que me lleve hasta mi calle, al hotel Transatlantique. El asiente, y yo sospecho que no me ha entendido nada. El asiento está forrado de una piel extraña, como de perro atigrado. Siento a las pulgas subir por mis piernas. Cuando empiezo a reconocer las calles, más o menos después de cinco minutos de viaje, le digo ici c'est bon, merci, y me bajo. Camino un poco más y llego a mi hotel, donde el recepcionista me pregunta si encontré lo que buscaba. Sí, sí, muchas gracias, contestó. Subo a mi cuarto por las escaleras porque no funciona el ascensor y, mirando al techo pienso que hice bien en venir sólo por un fin de semana.

Estar en Marruecos es, para mí, como volver al caos limeño, a su improvisación y su inmundicia ocasional. Me teletransporta al tercer mundo y me recuerda porqué salí volando. Comprendo, tirado en esta cama que huele a otro huésped, la razón que hace que mis padres quieren, de vez en cuando, volver al terruño, para días después desear con ansias el vuelo que los trae de vuelta a Europa. Lo malo, es que en Marruecos no están mis amigos, y eso hace le falte lo mejor a mi Túnel del Tiempo. Por suerte, a veces recibo visitas sudamericanas que me hacen reír como hacía hace diez años, y, lo mejor de todo, es que entienden siempre lo que quiero decir.

lunes, diciembre 08, 2008

Documentación, por favor


Anoche estuve en casa de mi hermano, celebraba su cumpleaños 31, y como había tenido el detalle de invitarnos, Sol y yo llegamos pasadas las 7, después de comprar algunas cosas que nos faltaban en casa. La reunión fue divertida, hablamos de la navidad, recordamos tiempos lejanos y nos reímos mucho. Hicimos el sorteo del amigo invisible y a mí me tocó regalar algo a una de mis tías.
Cuando ya nos íbamos, mi otro hermano me pidió que acercara a su novia hasta su casa, en la Colonia de los Taxistas, no problemo, le dije y después de despedirnos y coger nuestros abrigos volvimos a Madrid.

De camino hablábamos del accidente que habíamos visto al llegar, cerca de la salida de Ajalvir. Hay mucho niñito de papá que se cree dueño de la carretera, dije, yo conocí uno que ahora tiene que raparse la cabeza después de que se la abriera cuando volvía volando en su Mercedes, por la nacional dos. Delante de mi tenía un Ford que me tapaba la visión y decidí adelantarlo por la derecha, cuando lo hice, comprendí porqué no iba más rápido: tres furgonetas de la policía nacional, una en cada carril, estaban cerrando el paso.

Fui el primero del control, suerte que no he bebido nada, dije para tranquilizar a Sol y a la novia de mi hermano. Vi como los policías trazaban un camino serpenteante con los conos de señalización, poniendo además una furgoneta cada diez metros. La última estaba cruzada en la carretera a modo de barricada, como en "Tarde de Perros". ¿Un poquito exagerados para un control de alcoholemia, no?, susurré, y uno de los policías me hizo una seña para que avanzara un poco. Llevaba en la mano una cosa de esas que brilla en la oscuridad, una especie de sable láser cortado por la mitad.

Llegué hasta el segundo policía. Buenas noches, le dije, me miró rápidamente y dijo pase, pase. El tercer policía, el que estaba en la última furgoneta bajó otra cosa que hasta que no estuve a un metro de él no pude reconocer como lo que era: una ametralladora con la que, hasta unos segundos antes, me estaba apuntando. Joder, cacho de ametralladora, por dios, dijo la novia de mi hermano, debe ser por los de ETA que están buscando. Me imaginé entonces, que si hubiera hecho algún movimiento sospechoso con el segundo policía, no sé, sacar el móvil, rascarme una axila, o los huevos, una ráfaga de balas hubiera perforado los cristales del Kia, a mí, a Sol, a la novia de mi hermano, y al muñeco de Spiderman que trepa por mi luna trasera. Tragué saliva.

La N-II era sólo para nosotros y por el espejo retrovisor veía como iban pasando, uno a uno, los coches por el espectacular control policial.

Llegamos a la Colonia del Taxista y dejamos a nuestra acompañante. Has tenido aventuras que contar, le dije, ya ves, contestó, y nos despedimos. Bajé por Peña Prieta hacia el Puente de Vallecas, y, como de costumbre, subí hacia Ciudad de Barcelona por el carril-bus, como lo hace todo el mundo. Error. Debajo del puente (había una serpiente, verdad que sí) estaba esperándome otro control policial. Putamadre, dije, casi sin mover los labios. Estos eran más cabrones, habían dejado un espacio pequeñísimo donde aparcar, me imagino que para descubrir rápidamente la torpeza de movimientos de los borrachos. Paré y bajé las lunas.

- Buenas noches.
- Buenas noches, permiso de conducir y documentación del vehículo por favor.
- Sí, cómo no, oficial.
-¿Sabe que está prohibido salir por donde lo ha hecho usted? ¿No sabe que es un carril exclusivamente de uso de transporte público? ¿O no ha visto la señal?
- La "C" - dije, idiota yo, creyendo que estaba en un concurso de TV- , digo, no he visto la señal. Lo siento.
Cursiva
El policía miró al cielo, no sé si para evitar reírse o pensando éste es tonto del culo, y recibió mi carnet de conducir y la documentación del vehículo. Me pidió el último recibo del seguro, y como suele pasar, no lo tenía conmigo. Su DNI, por favor, pidió, y cuando se lo dí, me dijo que mi DNI era español, y el carnet de conducir de un extranjero, que tenía que ir a la oficina de tráfico a actualizar la información. Señor, sí señor, dije, y un segundo después quise morderme la lengua. El policía se llevó todos mis papelitos y se fue a la patrulla, dejando pasar unos minutos, para, me imagino, acojonarme más. De ésta no nos salvamos, le dije a Sol, sólo me pregunto de cuánto será la multa. El policía volvió.

- Vamos a ver. Tiene que ir lo antes posible a Tráfico porque para nosotros, usted no tiene carnet de conducir.
- ¿Y eso, sargento?
- Este carnet esta asociado a un documento de extranjero. Usted es español, señor, debe actualizar sus datos.
- Ah, perfecto, mi teniente.
- Además le voy a hacer un expediente, tiene derecho a negarse a firmarlo.
- ¿Qué pasa si me niego, mi general?
-Nada, no pasa nada. Pero tiene que ir antes de cinco días a la Oficina de Tráfico, con el recibo del seguro pagado.
- Ok, ok, mi coronel.
- Y ya entonces aprovecha para actualizar sus datos, tenga. Ya puede seguir.
-Muchas gracias, buenas noches, mi comandante.

Crucé el puente temeroso de que en la entrada del parking de mi casa hubiera un tanque o una nave espacial para tomar muestras de mi ADN. Por suerte, no pasó nada de eso y pude llegar a mi cama con suma tranquilidad. Me desvestí y cuando Sol salió del baño yo ya estaba casi dormido. Soñé que al esposo de una de mis tías, lo había parado el mismo control policial y le había hecho bailar el Chiki-Chiki, para comprobar que estaba en condiciones de seguir conduciendo. Lo veía moverse en mi sueño, y me escuchaba a mí mismo decir, bien carajo, bien, si me hundo que se hundan todos conmigo. Puedo ser muy cruel en sueños.
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sábado, diciembre 06, 2008

Función Estelar


Sol y yo habíamos sido invitados a disfrutar del proyector que una de sus amigas tenía instalado en su salón. Yo no quería ir, pero al ver la decepción en la cara de mi, ya de por sí, decepcionada novia, terminé aceptando. No me abrigué mucho, total, con la calefacción sufriría si llevaba mucha ropa encima, y opté por un cárdigan ligero y una camiseta. Metí unas cervezas en una bolsa del Carrefour para no llegar con las manos vacías y salimos rumbo a Moratalaz.

-¿Por qué te cae mal mi amiga? - pregunta - es buena gente.
-No es que me caiga mal- subo un poco el volumen de la radio - es que no me cae del todo bien. Es imposible para mí que me caiga bien una persona que ama el reggaetón.

Subimos a su piso y la saludamos. A ella, a su novio y a su hermano gemelo al que parecían sí afectarle los abdominales. Nos reímos un poco y pensé que, como siempre, me había pasado un poco. No porque a esta tía le encante el reggaetón, hable gritando, no sepa mantener una conversación interesante, y fume más que Cruela de Vil tiene que ser mala persona.

- ¿Qué peli vemos,tío? - me pregunta el gemelo gordo.
- No sé, la que quieras - respondo.
- ¿Has visto "Hellboy", tio?-pregunta el gemelo flaco.
- No, no la he visto.
- Ostias, tío - dice el gemelo gordo -la acabo de pillar, tío, podemos ver esa, tío, ¿qué dices, tío?
- Si quieres.
- Pero tío - interrumpe el gemelo flaco - ¿no íbamos a ver "Posesión Infernal 2", tío?
- Anda, es verdad, casi se me olvida, tío.
- A Sol no le gustan las pelis de terror - digo, y casi acompaño mi frase con un "tío"- ¿podríamos ver otra cosa?
- No importa- dice ella - poned lo que queráis.

El gemelo gordo, entonces, decide dejarme disfrutar de el trailer de uno de sus juegos de la Xbox, y, tras veinte minutos de discusión con su gemelo flaco, pone al fin el disco de algo de no sé que Warrior. Se ve bien, sólo atino a decir, y mi falta de entusiasmo hace que note que lo mío no es pasarme horas jugando a los videojuegos. Eso lo hacía cuando tenía doce años, ahora prefiero el sexo como elemento de distracción.
La amiga de Sol propone pedir comida china. Yo pido ternera con pimientos, Sol un tallarín, su amiga bolas de pollo y los gemelos miran la carta quince minutos, discuten, y tras doscientos "tíos" pronunciados, piden un par de sopas. Miro de reojo la vasija inca que adorna el salón y me pregunto ¿cuántos años me darían por romperla en sus cabezas, tío?

Al fin ponen la película, Posesión Infernal 2, y para calmar a Sol le digo, sin mentirle, que es una mierda y que los efectos son tan malos que le parecerá una comedia más que una película de terror. El gemelo flaco me escucha y dice, es un película de culto,tío. No digo más, me callo y decido esperar a que termine la peli para largarme.

- Muchas gracias por la invitación -digo, ya en la escalera.
- Cuando quieras, tío, puedes venir a ver una carrera un finde, tío, se ven cojonudas. ¿Quieres que te ponga el vídeo de la última carrera de Alonso, tío?
- No, gracias, tío - se me escapó- lo dejamos para otra vez.
- Venga, hasta otra, tío.
- Hasta otra, si eso.

El frío de Madrid me recibe con los brazos abiertos, porque aunque la cabrona de la amiga de Sol al final no puso la calefacción, el cambio de temperatura respecto a la calle es muy grande. Dejo atrás al mundo y voy corriendo hasta mi coche, me meto a lo Michael Knight y pongo la calefacción al máximo. Sol me encuentra temblando como un pollo mojado.

- Bueno, entonces ¿te has divertido?
- Sí, tía, sí, lo que quieras, tía, tía, tía -respondo, y el ruido del encendido del coche se une a nuestras carcajadas.

jueves, noviembre 27, 2008

Anita, la ranita


Tiene pocos meses de nacida y creo que es la mujer más joven que me ha rechazado.

Raphael y Delphine llegaron a Madrid a mediados de la semana pasada. Me encontraron desempleado, confundido, en calzoncillos y leyendo el libro de Roberto Saviano. Mi vida había dado varios vuelcos sustanciales en los últimos días: me habían echado del trabajo, había recuperado mi visión periférica (trabajaba mirando a la pared), comprendí lo sufrido que era estar en paro, perdí la noción de en que día de la semana estaba, y Verónica me había mandado un mensaje llamándome cabronazo por decir que tenía una foto suya. Le pedí disculpas, y le confesé, una vez más, mis ardores sabrosones pero ella, como ya es costumbre, ignoró mis proposiciones y me condenó a vivir pendiente de sus silencios.

Mis amigos franceses traían en brazos a su pequeña, a la que, en un arranque de creatividad rebauticé como Anita la Ranita después de ver sus fotos en Facebook, y quedar asombrado por lo enorme de sus vivaces ojos azules. Con los que me deslumbró en nuestro primer encuentro. No gracias, dije, cuando me la ofrecieron. Me da terror tener un niño en brazos, y por eso días antes había declinado también a sostener a Piero, el hijo de mi querido amigo Dario. No es grave, me dijo Delphine en su encantador español, le gusta estar parada todo el tiempo. Y Sol, aún viendo el terror en mis ojos me acercó a Anita y no me quedó más remedio que estirar los brazos y lo que nos pase pasará, lo que venga ya vendrá. La sujetaba de las pequeñas axilas y ella me clavaba sus ojazos azules, y, sonriente, parecía decirme ¿ya ves huevón? yo me paro sobre tus rodillas y tú quedas como campeón. Un segundo después vomitó algo blanco sobre mi pijama.

Después de una ducha de purificación caminamos en dirección al parque de El Retiro, que resulta que estaba bastante más cerca de mi casa de lo que yo creía. Subiendo por Menéndez Pelayo me imaginé a Bayly volando cual mariposa con flequillo hasta aterrizar sobre el asfalto, y no pude reprimir una malévola sonrisa. Anita, que me veía desde dentro de su carrito, fue cómplice de mi disfrute y momentáneamente se unió a mi celebración particular con una de esas sonrisas de bebé que hacen que todos los adultos saquen sus cámaras digitales para inmortalizar el momento. Sol y mis amigos, que caminaban a dos metros de nosotros, hablaban en francés de la reforma del sistema educativo en La France. Qué conversación más aburrida ¿no, Anita? le susurré, acercándome, y ella me respondió con un gugugú y un escupitajo que se escurrió por su mejilla derecha. Asumí que esos gestos significaban, estoy contigo mi hermano, estoy contigo.

Dentro del parque, Raphael retomó las riendas del carrito y yo volví al lado de Sol que parecía necesitar mi presencia. Le pregunté si le hacía ilusión tener un hijo, me respondió No sé ¿y a ti? No quise engañarla y le respondí que quizá sí, pero no con alguien que responde a preguntas tan importantes con un "No sé". No nos hablamos a lo largo de todo la avenida del Ángel Caído, ella se dedicó a interactuar con sus amigos y yo jugaba con las hojas secas del otoño. Un juego que inventé siendo un niño y que consiste en levantar con el pie una hoja, hacerla volar, y antes de que caiga al suelo, recibirla con el otro pie. Era más fácil hacerlo con diez años, con treinta y dos es más jodido y la gente que pasa se ríe un poco del gilipollas que juega con las hojas. Anita me veía desde su carrito y parecía querer aplaudir con sus manos gorditas y rosadas. Le guiñé un ojo, agradeciendo su aceptación.

Cuando la tarde acababa volvimos a casa y, ya amigos, Anita y yo nos sentamos en el sofá del salón. Le hablé de mis amigos lejanos, de chicas, del Ford Mustang, de George Harrison y del concierto de Oasis para el que tengo entradas. Ella jugaba con una cosa que parecía una representación plástica de un átomo y que dentro tenía bolas de colores que hacían las veces de cascabel cada vez que ella las movía. Imaginé que días antes mi trabajo era para mi como ese cascabel que yo movía cada vez que estaba aburrido, igual de inútil, igual de consolador cada fin de mes.

Mamá llamó y me contó que mi hermano estaba celebrando en casa su aniversario de boda, al que obviamente, no estaba invitado. Es que tienes visita pues hijito, me dijo mamá, disculpándolo, y yo le dije que no creía que fuera por eso, y que ahora que lo pensaba, él era el único que no me había llamado para darme el pésame por lo del despido y para interesarse por mi estado de ánimo. Ella disimuló como pudo y me habló de la cena de navidad, que ya está encima y preguntó si estaría en Madrid para cenar juntos. La toreé como pude y, minutos después de colgar, me llamó mi hermano para ver cómo estaba y cómo llevaba lo del despido, bien bien gracias, hablamos luego, que tengo visita.

Anita la Ranita se fue el martes a primera hora. Habíamos planeado comer juntos, pero Raphael confundió la hora de su vuelo a París y cuando se dio cuenta del error tuvieron que salir corriendo con el jersey puesto al revés y arrastrando la maleta a toda velocidad por la avenida Ciudad de Barcelona. Sol y yo despedimos a nuestros amigos, y vimos que Anita se había quedado dormida en el carrito y, para no despertarla, no le dimos el besito de la despedida. Creo que cuando la volvamos a ver será 2009, ya tendrá dientes y dirá algunas palabras en francés, pocas, como yo. Volverá a verme con sus ojazos azules y otra vez le susurraré Qué conversación más aburrida ¿no, Anita?, cuando sus padres y Sol hablen, me imagino, de la crisis del petróleo.

jueves, noviembre 20, 2008

P.Y.T.



La conocí cuando, como dice mamá, todavía no sabía ni limpiarme la nariz, y, se podría decir sin ningún miramiento, que simple y llanamente, me folló.

Yo solía jugar con mis amigos en cualquier parque, acera, calle, basural o pampa que hubiera disponible en el barrio. Ellos llegaban con la pelota, y nos poníamos a dar patadas hasta que a alguna remendada zapatilla se le saltaban los puntos de sutura o la noche temprana limeña (a eso de las 6 de la tarde al sol ya le entraba el sueño) nos mandaba a todos a casa. Calculo, mal como siempre, que yo tendría 14 años y ella 23. Era amiga de mis tíos malotes y, como todas sus amigas, estaba buenísima, y su reputación, como diría Arjona, eran las seis primeras letras de esa palabra. En esos días, en que Optimus Prime dominaba el mundo, y Vicky la Robot era la mujer de mis sueños, mis fuerzas se iban en perseguir sin éxito a Magaly, mi amiga rubia que años después engordó como una foca. Mis amigos me dijeron ya no riegues esa flor y por eso, cuando me convencieron a punta de escupitajos y chicles pegados en el pelo, decidí dejar a la gringuita para mejor ocasión y me fui, con ellos, a una de esas fiestas que mamá me había prohibido con ahínco, puros palomillas, decía, ¿qué vas a sacar yendo a esos antros?.

No necesitaba más argumentos, además, yo sabía que a esas fiestas de luces no iba, precisamente, la crema y nata del barrio. Aún así, y sin que sirviera de precedente, seguí a mis amigos a la fiesta haciéndoles prometer que nunca más me arrojarían al río Rímac y que además me devolverían la pelota que con tanto trabajo había robado a Gino. Sí, si huevón, me dijeron, pero espéranos a las nueve en la puerta del Santa Ángela. El Santa Ángela Merici era un colegio parroquial que inculcaba a sus alumnos el valor de la cristiana, lo bonito que era el mundo visto desde los cristales tornasolados de la iglesia, y que, los fines de semana y fiestas de guardar, alquilaba sus canchas de basket para hacer fiestas y vender alcohol a menores de edad. A las nueve, a las nueve, dije y corrí a casa a planchar mi ropa fiestera.

Hice de todo hasta que el reloj de la iglesia marcó la hora indicada: di mil vueltas al parque, y me encontré cinco soles; fui hasta la casa de Magaly y vi desde abajo su ventana, imaginando que de la nada saldrían unos mariachis y cantaría eso de mujer abre tu ventana para que escuches mi voz; volé hasta la cebichería del barrio y pregunté por Pepe, el bajó, hablamos, y tuve una coartada; caminé lentamente hasta el Santa Ángela y comprobé que mis amigos no habían acudido a la cita. Así me encontró ella, vestido y alborotado.

Dijo mi nombre, estás muy guapo, y yo sonreí, temblando de frío y seguro de que mi colonia se había esfumado ya. Me cogió de la mano y yo, hipnotizado por mi primera sirena, me dejé llevar. Subimos por Morales Duárez, por los jardines que años más tarde un alcalde gay tiraría para ampliar la carretera, y en uno de esos jardines, nos escondimos. O mejor dicho, ella me escondió, como las arañas esconden a las moscas que van a desangrar. Desde mi ubicación podía ver claramente la casa de enfrente, y mientras Ella-Laraña iba destejiendo mis ropas vi a un hombre fumar plácidamente en el segundo piso, quizá pensando en el duro día que había tenido en su trabajo. En la ventana de al lado, una abuela sacudía unas mantas, alumbrada por una débil luz, y en la de más arriba una grácil jovencita, a la que encontré bastante atractiva, se peinaba como diciendo espejito, espejito.

Ella-Laraña saltó sobre mí y encajé a la perfección. Asombrado estaba de que las cosas fueran tan fáciles. No sé por qué, me vino a la mente el cuento de la liebre y la tortuga, y, minutos después, cuando ella seguía moviéndose y blanqueando los ojos, me vino también el de la cigarra y la hormiga. Pero no recordé las moralejas. Gritó como una loba herida, y apoyó sus dos manos (que hasta entonces movía como un ahogado que quiere llamar la atención de los que están en la playa) sobre mis inexistentes hombros. Pesas, le dije, y ella me besó en la boca justo antes de separarse de mí. Este secreto que tienes conmigo nadie lo sabrá, chibolo, me dijo, y sacó de su bolso un cigarro que sirvió para explicar el sabor a ruda de sus labios. Me acomodé la ropa y dejé a Ella-Laraña patas arriba, en su madriguera, casi dormida. Volví al Santa Ángela y encontré a mis amigos en la puerta. Le hemos visto una teta a la hermana de éste, dijo uno, con tanta emoción que se le cortaba la respiración, y tú, ¿por qué has llegado tarde?
Los vi entonces como los niños que eran, y respondí con la verdad: es que estaba cachando. Me miraron con los ojos como platos y, segundos después, estallaron en contagiosas risas. Y así entramos a la fiesta de luces, riendo y seguros de poder tocarle el culo a alguna, que para eso son las fiestas ¿no?

A Juliette.

martes, noviembre 18, 2008

Hoy corren malos tiempos, ya lo sabes buen amigo


Fue un viernes cualquiera, tal y como lo esperaba. Al menos tuve tiempo a recoger mis cosas y despedirme de los que quedaban en la empresa, no como Jonathan que llegó un lunes en taxi porque se le había jodido el coche y se encontró con la carta de despido encima de la mesa. Lo mío fue bastante mejor, casi un alivio, podría decirse.

- La empresa ha decidido eliminar tu puesto de trabajo. Lo sentimos, es la crisis, las ventas han bajado, blablablabla.
- Ya lo sabía. Sólo me preguntaba cuando pasaría.
-¿Y cómo lo sabías? - jodida, le hubiera encantado ver mi cara de desolación- nadie lo sabía.
- A ver, cualquiera con dos dedos de frente nota que esto se va a pique, que las ventas bajen un 40% no es normal. Además vi al japo que vino a dar collejas a Ángel la semana pasada.

Es raro comprobar cuanta gente te aprecia, y más aún en estas circunstancias. Rafa no sabe qué decir, me mira con los ojos anegados, estás bromeando, ¿verdad?, pero le enseño los dos cheques del finiquito y se llena de rabia, desolación, confusión. Mi otro compañero también, hemos tenido altibajos pero pasábamos más tiempo juntos que con nuestras familias, aunque no lo quieras la costumbre es muy fuerte y no ver mi cara sudamericana cada mañana seguramente que dejará un vacío en su maño point of view. Rocío se acerca también, dame tu móvil, pide, y yo, atento a mi público femenino, la complazco.

- Hombre, nosotros parecemos más afectados que tú.
-Lo sé, Mercedes, pero en estos momentos no siento pena, ni nada que se le parezca. Es una putada, pero al menos me voy con varios miles de euros.
- Ah si, eso. Si quieres puedes hacer revisar el finiquito por un abogado...
- No, thanks. Por dinero nunca he discutido, terminemos esto rápido porfa, he quedado para comer a las tres.

Roldán me dice que a Adán también lo han echado, pero que con él no se han reunido como lo han hecho conmigo. Le han dejado el cheque en la mesa y si te he visto no me acuerdo. Mi jefe me paga un café y se lo acepto aunque odio el café de la máquina porque sabe horrible. Si Dario, mi amigo italiano, bebiera esto, seguro que sufriría una parada cardiorespiratoria. Llega Julio también (y pienso que le importo más que Adán, y me da un poquito de alegría), te llamo para ir al Bernabeu, me dice, te tomo la palabra maricón, respondo, y todos se horrorizan porque acabo de llamar maricón a la segunda persona más importante en la empresa.

- En este momento donde más valor tienes es en la competencia - dice mi jefe.
- No le des ideas, joder.
- No cerraré ninguna puerta, eso es obvio.
- Voy a por los cheques - dice la jefa de recurso humanos, que ha tenido una hija, y a la que le ha quedado un culazo de negra después del parto.
- Ya que bajas - digo, cogiéndola del brazo - súbete también unos boquerones y una caña.
- Para mí un cortado - dice mi jefe - que acabo de comer.
- Hombre, un vermú me vendría genial - la remata Mercedes.

Vacío mis cajones y con cada cosa que meto en mi bolsa siento, aunque no lo crean, como si me quitara un gran peso de encima. Es verdad que quedarse sin trabajo es una putada, pero yo estaba desesperado por salir de esta empresa en la que cada día comprobaba que no tenía futuro alguno, y que hacía que cada mañana me costara más levantarme para ir a trabajar. La única ilusión que tenía era poder escribir en los miles de ratos libres que tenía, y eso hacía que no sintiera que, ese día, había perdido tiempo valioso de vida.

Bajo al parking (me he colado) después de despedirme de los que quedaban y cuando voy a entrar a mi coche veo a mi compañero que baja sudoroso las escaleras. Te has dejado esto, me dice, y me da los regalos que Luismi y él me daban de vez en cuando: dos llaveros del Real Madrid, un perro RFID y un muñeco vudú con el traje típico de Aragón. Gracias, brother, buena suerte. Arranco y me voy escuchando Free Falling. Me siento Jerry Maguire.

Ya en casa, y después de contarle a Sol la noticia decido hacer una última broma a mis compañeros. Abro mi correo y escribo: por favor, no le enseñes este mail a nadie, sé que puedo confiar en . He olvidado algo importantísimo en el tercer cajón de mi escritorio, es una foto de Verónica. Está desnuda. Por favor, escóndela y no se la enseñes a nadie, ya te llamaré y quedaremos para que me la des. Mil gracias.

Cierro el correo y me río a carcajadas. Los gilipollas deben estar buscando la foto hasta el día de hoy. J' suis le diable et m'habille en Prada.Cursiva