miércoles, diciembre 09, 2015

Chibolo Sur

Mis abuelos se separaron cuando mi padre era un niño. De esa separación nacieron dos familias, y de esas dos familias varios puñados de medios hermanos, que, en el mejor de lo casos, eran mis tíos de cariño. Entre esos tíos había de todo: un ratero desafortunado, una cocinera experta, un periodista frustrado, una cantante sorda, un crack en los estudios, un policía y hasta un hijito de mamá que se pasaba pegado a la falda de mi abuela y que, según decían mis tías, aprovechaba sus momentos de soledad para hacerse pajas furiosas viendo con amor una foto mal cortada de Olivia Newton-John, que tenía pegada en el cabecero de su cama.
Y ese tío, el pajero, fue el que me llevó por primera vez a ver un partido de Alianza Lima.
Él en realidad quería llevar a mi primo Javicho, hincha confeso de Alianza Lima y cuyo máximo sueño era jugar en Alianza, o, en el peor de los casos, pertenecer al Comando Sur. Pero Javicho jugaba al fútbol con la eficacia de un canguro. Entonces,  Javicho se conformaba con saber todo sobre los jugadores de Alianza. Sabía si  eran hijos de algún ex futbolista, si habían metido goles en la segunda división argentina, o si Elejader Godos los había elogiado una tarde de radio. Javicho, terminado el partido improvisado frente a la puerta de casa, en vez de sentarse con nosotros a hablar, corría a ver mi tio, el pajero, a contarle cómo había intentado imitar a tal o cual jugador. Todos adorábamos a Javicho, pero mi tío más, era su hijo imposible con Olivia Newton-John.
Por eso, cuando Javicho me dijo que mi tío lo iba a llevar al próximo partido de Alianza en Matute, no me sorprendí. Me jodió, sí, porque llevaba pidiéndole a mi padre que me llevara más o menos desde que nací. Así que, adolorido, esa noche mientras cenábamos solté la bomba.

-        -  Javicho se va a Matute el domingo. Lo lleva mi tío Dino.
-        -  ¿Ah sí? – respondió mamá, mientras me servía más estofado.
-      -Sí ¿por qué él va siempre a todos lados, y yo no, má? – pregunté, para luego soltar mi envidia a tope: – Si encima es una bestia en el colegio y su abuela tiene que ir cada dos por tres a hablar con los profesores.
-          -Hijo, no hables así de tu primo – me regañó – no hay que ser envidioso.

Me tragué el orgullo con las papas huayro del estofado. Terminé de cenar, leí un poco y me quedé dormido mientras mi hermano menor me hablaba de no sé qué estupideces suyas.
Al día siguiente, cuando llegué a casa con otro 18 en inglés en la mochila que ya ni enseñé, mamá me dijo que mi tío Dino me estaba buscando. Fui cagado de miedo, pensando “ya verás, como sepa que fui yo el que le pintó bigotes a las calatas de sus revistas”. Lo encontré preparándose un cebiche de jurel, con su inseparable amigo Cabeza è Comba y, casi sin mirarme, me dijo “Dice tu papá que tú también puedes venir al estadio, así que el domingo vamos Javicho, tú y yo”. No supe reaccionar, me quedé helado. Ni siquiera tengo camiseta de Alianza ni nada – pensé-, y eso seguro que es obligatorio para entrar, como la insignia del colegio cuando toca desfilar o algo así. Miré a mi tío, al jurel, a mi tío one more time, a los limones, a la cebolla morada, al rocoto, a Cabeza è Comba y solté, desde el fondo de mi corazón de niño aliancista feliz e ilusionado:

-         -  Oe Combita ¿Tú no vas a Matute?

Y se cagaron de risa. Combita era de la “U”.

El domingo, a las 6 de la mañana, yo ya estaba listo y en la puerta. Javicho vino a buscarme como a eso de las 2. Tenía la camiseta de Alianza, el short de Alianza, las medias de Alianza y unas adidas negras con rayas blancas. Yo parecía Nobita, el niño que acompaña a Doraemon y mamá me había planchado hasta el calzoncillo. Mi tío nos subió al vuelo en un micro destartalado que tardó más o menos unos cuatro días en llegar desde nuestro barrio del Callao hasta la Victoria, y nos dejó como a 20 kilómetros del estadio. Cuando llegamos a la puerta de la tribuna sur, que era la nuestra, yo ya no me parecía en nada al niño peinadito que había salido de casa y Javicho tenía la camiseta tan empapada de sudor, que parecía que había jugado tres campeonatos relámpago.  Mi tío, piadoso, nos compró una botella de agua de 10 cl. Para los dos.  Entramos.
A mí, Matute, me pareció inmenso. La gente cantando, el olor a árnica, el césped verde en casi toda la cancha, el señor que iba pintando con cal las áreas, el túnel desde donde se vería cómo salían los jugadores, en fin, todo era fútbol. Me sentía el niño más feliz del universo.

-       -Gracias tío Dino, por traerme – le dije, con sinceridad y toda la educación que me habían dado mis padres.
-         - De nada – respondió, sin mirarme – tu viejo ha pagao la entrada, yo no.

Y entonces vi como una bolsa llena de orines le explotó en la cabeza al señor que estaba sentado a nuestro lado.  Se rió su mujer, sus hijos, mi tío, Javicho y todo el Comando Sur. Yo estaba cagado de miedo. Cuál sería mi cara de espanto que mi tío Dino me dijo que no me preocupara, que ya había pagado pato ese gordo, que la próxima bolsa de pichi iría ya para otra zona, que ya nos habían bautizado.
Del partido no recuerdo nada, imagino que por el miedo constante a ser golpeado por algún otro excremento o a que las bengalas que explotaban a medio metro de nosotros me volasen algún dedo de la mano, como a los niños que salen en las noticias en Navidad. Al salir del estadio bajamos andando por una de las calles principales, siguiendo a la marea de gente aliancista que iba cantando feliz, creo que tras haber ganado el partido. Javicho y yo íbamos abrazados, moviendo la boca sin saber la letra de las canciones, como hacíamos en el colegio con la segunda estrofa del Himno Nacional, cuando de pronto una explosión enorme hizo que todos corrieran en dirección contraria. Mi tío alzó en peso a Javicho y lo tiró por encima de unos matorrales, yo, más ágil, hice lo mismo casi al mismo tiempo que él y, agachados, esperamos a que pasaran los policías con sus bombas lacrimógenas y patrullas barriendo contra todo y contra todos. En cuanto la cosa se tranquilizó, nos subimos a nuestro micro y volvimos a casa. Papá me esperaba en el paradero, mi tío le dijo que unos huevones le habían tirado un botellazo a un patrullero y habían hecho la cagada, Papá asintió, me dijo anda a la casa yo de acá te veo y yo dije “Gracias tío” y obediente, me fui. Mamá estaba bajándole la basta a mi uniforme, cuando me vio llegar.

-         - ¿Qué tal hijo? – me preguntó – hueles a meado.

-        -   Mamá – le dije, abrazándola – ha sido el mejor día de mi vida. Seré aliancista forever.

miércoles, septiembre 02, 2015

Trina naranja

- Deberías llevarte a mi hijo, tío - me dice, así sin más - un día a un museo o algo.

Ya me he tomado un café más negro que el futuro de un portugués, pero aún así no reacciono. Mi vaso de trina ve cómo lo muevo y los hielos suelan clin clin clin, mientras sigo escondido tras mis Rayban de siempre. No respondo.

- Tú siempre vas a esas exposiciones guays. A mi hijo le vendría bien ir contigo, le gustas.

¿Por qué no me salen historias nuevas? De niños, de padres, de bodas o algo. Clin clin clin. Una historia de muertes, de engaños, de carros o putas. Una puta que se enamora de un ciego en la puerta del Carrefour, ella le mete un euro en la botella cortada plástica por la mitad y él sin verle la cara de putísima pintarrajeada le dice Gracias Señora y eso la conmueve hasta las lágrimas. Y se enamora hasta que al ciego lo mata un carro cuando, meses más tarde, sale de follar con ella y de pedirle matrimonio.

- A la de electricidad esa que me contaste. Sí, esa en Gran Vía a la que fuiste con la pelirroja rarísima esa que luego te dió largas y no volvió a quedar contigo ¿te acuerdas? - clin clin clin - Pues las lucecitas de mierda esas igual le gustan a éste. Si míralo, no deja la puta PSP.

¿O alguna historia que le haya pasado a otro? Sí, eso puede ser. Algo con cocaína, marihuana, una gorda que huela mal y pis de gato en la esquina de la librería, sí. Y él pregunta si todos esos tomos de leyes son suyos y la gorda que huele como a queso dice que no, que estaban en el piso cuando llegó, pero que esos de aquí abajo sí que son suyos, sí. Y él mira como fingiendo interés y sólo se salva Milan Kundera, pero ese tampoco lo ha leído y él se la tira y se bebe la cerveza y patea al gato y se va. Patea cosas al volver a casa, por culpa de la cocaína malísima. Y le llega un mensaje de su novia embarazada.

- O no. Al Matadero.
- Nunca he estado en el Matadero.
- ¿Ves? Nosotros fuimos a pasar la mañana tio, y habia como cosas para niños y adultos. Esa es buena opción.

Clin clin clin, más aguado que al principio. Pasa un caballo y el viejo se mueve porque sabe que su autobús no vendrá. Y baja andando por la calle de piedra buscado casas que alquilar. Y ve una, y cuando empieza a apuntar el teléfono una mujer le dice que ella es la dueña que si quiere se la enseña. Que hay gasoil y no le gustan los perros así que prohibidos los perros porque si no tengo perros yo para qué mierda tengo que soportar los perros de otros ¿no?  Bueno señora, suerte y todo eso hija de puta. A ver si el gasoil explota y se quema usted y su fobia a los perros, amargada de mierda y si eso la llamo que estoy viendo más casas, sí.

- O al cine, por último.
- Vi Inside Out y...
- Uy no, esas mierdas no tío. Que pintan al padre como un loser y no hay parejas gays, o sea, falta modernidad. No no. Mejor los Minions, que así no piensa tonterías mi hijo.

De gays, sí. Clin clin clin. Que se conocen en una librería de esas de Malasaña, con luces guays y colores guays y clin clin clin, y qué raro que alguien lea ya a Boris Vian y me salgo a fumar ¿vienes? Y la calle se llena de erasmus italianos borrachos y uno les sonríe y les llama froci maledetti y los putos ignorantes les devuelven la sonrisa porque no han hablan más idiomas que el suyo, pero sí que ven películas sólo en versión original. Y oye vamos a mi piso y tú de qué vas maricón de mierda, y le estampa la cara contra un ford focus y lo deja ahí para que lo atienda un latero paquistaní. Que se lo folla.

- ¿Entonces?
- Voy a por agua.


viernes, agosto 21, 2015

Cachetada de payaso

Falso es el Patek Philippe que llevo brillando en la muñeca, y falsa es su hora.

Falsan son las extensiones de la morena de vestido verde que baila eso de yo yo, yo me paré un taxi yo yo, yo me paré un taxi, mientras camina hacia mí (para pasar a mi lado, sin verme, como hacen las mujeres con las columnas de los parkings) con una copa de color naranja fosforito. Falsa como su vaso de plástico. Falso como el sonido surround de este bar de mala muerte.

Falsa es la risa de un señor, que viene hacia nosotros para presentarnos a su sobrina pechugona. No me creo que sea su sobrina, digo, y cuando pregunta que por qué respondo que porque la acaba de besar en el cuello, y eso, estimado señor, mis tíos no me lo han hecho en la vida. Así que o en mi familia son muy raros o usted es el chulo de esta fresca, o quiere llegar a serlo. Su reacción no es falsa, se va con su tema a otro lado. Minutos después la sobrina está ya colgada del cuello de otro incauto. Yo, cuando me mira, sonrío, falsamente.

Falso es el sí que le he dado a Vicky, cuando me ha preguntado si hay química entre nosotros. No hay ninguna, nos enrollamos y ya. Pero he respondido con falsedad porque su pregunta también venía con falso ímpetu: a ella se la bufa tanto como a mí, y sólo quería saber si me importa que se haya follado un irlandés el jueves, haya dormido en casa de un toledano el viernes y haya dejado plantado a un pobre desgraciado el domingo, mientras yo estaba en la playa. Le dije que no, sin falsedad, y nos reimos desencajando la mandíbula, golpeando una mesa de falso aluminio.

Falso es el abrazo que le di al idiota del curro, en su último día de trabajo. Falso es el mail que mandó, despidiéndose de todos, falsos fueron los 3 euros que no puse para su regalo y falsa fue mi presencia en su despacho, cuando la mongola de la oficina se puso a inflar globos y le entregó dos muñecos y una tarjeta firmada por todos. A lo que él, reaccionó agradecido y nosotros nos conmovimos falsamante.

Falsas son las esperanzas de ver nuevamente a un ligue, tras nuestro polvo de una noche, y falsos son los motivos que se dan para no volver a quedar. Cada excusa parece sacada de mi manual de veinteañero y no muy falsas son las risas al verlas llegar.

Falsa es mi ex, que dice que nació para ser feliz no para ser normal, y se folló a un niño bien en cuanto la dejé, y luego dejó a este por un policía salsero de Barcelona, al que dejará cuando le dé por visi.tar Siberia y se folle a un esquimal.



viernes, julio 03, 2015

Leaving Green Sleeves

A Lina

- Sal, ¿qué haces aquí? - dijo mamá.
- No sé - respondí, doblado en el sofá como una zarigüeya no nacida -, si estos siempre dicen de salir y al final no va nadie.
- Yo me quedo aqui - amenazó -, si no hay problema. Que mañana como con tus tías y subir a Alcalá pa volver es tontería, Tú vete y diviertéte, mongo.
- Enga, me ducho.

Salí de casa pensando en tomarme dos y volver, y eso mismo iba pensando al entrar en la boca de metro: De refilón ví como una señora que antes cojeaba había recuperado de golpe la elasticidad en las piernas para saltar los tornos y colarse. Corre, salta, me mira, me ignora, se larga, la imito, me engancho, casi me caigo, recupero la cordura, me acomodo el pelo de Menudo y pico en los tornos como el asalariado responsable que quiero ser.

Próximo tren: 5 minutos. Bien.

Reviso twitter, nada. Mails: 2, uno de linkedin y otro de mi taller, que no me han conseguido la puerta del coche y toca esperar una semana más. Llega el tren. Hay un músico que debe ser de mi pueblo, terminando de destrozar una canción de Los Panchos a ¿ritmo? de zampoña, dos rumanas en leggins de colores que tienen pinta de haber sido comprados en el Primark y una guiri mega-arreglada que seguramente bajará en Atocha. Carne del Kapital. Me siento al fin. El asiento está caliente.

Nota mental: no sentarse nunca justo después de un gordo. Todo huele a cheetos.

Luca me espera desde hace un par de minutos ya, ha vuelto a ganar en esa competencia amistosa que tenemos por quién es más puntual. Pagas la primera ronda, me dice, y yo asiento mientras los dos miramos a una pelirroja que cruza la calle Barceló como si estuviera rodando un anuncio de Aqua di Giò. Bajamos por Divino Pastor sin rumbo fijo y empezamos a arreglar el mundo. Le hablo de mi última ruptura, me pregunta si estoy afectado, me descojono, y dice Lo tomaré como un no. Me habla de su despedida de soltero en Italia, pregunto que cuándo será, y me mira extrañado, sabiendo que me estoy haciendo el loco porque asume que estaré en Venezia cuando a él le toque vagar por la calles borracho y vestido de azafata.

- ¿La primera aquí? - señala un bar mierder de Dos de Mayo, petado de modernos.
- Venga, sí, - respondo - pero rápido tío, que aquí estos pijoflautas te arman igual una manifa en cero coma. Sin dejar de hacer fotos con sus Iphone6.

Cerveza. Vaso. Barra. Camarera borde. Cerveza. Cinco Euros. Aire.

Bajamos por La Palma sin rumbo y llegamos a una plaza que yo no conocía, con el encanto del Madrid bohemio, pero sin la carga de erasmus borrachas ni pueblerinos que quieren molar. Hay torres antiguas y un colegio, hay palomas tardías y una rata seca en una esquina, hay chicas guapas y chicas feas, hay negritos vendiendo pelis, hay gitanas vendiendo flores, lo que no hay son mesas libres. Conozco un mexicano que está guay, dice mi amigo, y yo apruebo con un microscópico levantamiento de mis hombros que todos los que me conocen bien saben que quiere decir whatever, tío. Se nos acerca la camarera.

Cuaderno viejo y manchado de guacamole. Lista de espera de 40 minutos. Huele a margarita. A nombre de Luca.

Nos metemos al primer bar cercano, a esperar, bebiendo la segunda de la noche. Botellín de Mahou. Brindis. Offro io, si rilassi. y empiezo a sacar información a mi amigo sobre sus vacaciones de verano; no sabe que no iremos con el Venezia, pero que sus amigos madrileños planeamos una realidad paralela y esta reunión nocturna es vital para nuestros planes. Entre confirmación y confirmación de fechas, Luca vuelve a preguntar por Mèlanie y le cuento que no llegó a nada porque no tenía sentido, nos habíamos conocido en mi cumple y, a pesar de salir a cenar sin stress un par de veces más, era obvio que no teníamos nada que hacer juntos. Pero le propusiste irte de finde a la playa, me pregunta, y respondo que sí, porque me gustaba su compañía y estaba seguro que sería divertido estar juntos en el bungalow de Santa Pola, y que, a pesar de que esa invitación la hizo sentir vértigos justificados y huyó como Speedy González, sigo creyendo que es buena chica y le deseo lo mejor. Sabes que soy un romántico tío, follar con chicas guapas me enamora.

Tiburón con vestido. Pasa directa hacia el baño, como el que mató a Tony Soprano.

Quise seguir hablando sin quitarmela de la cabeza, ni a ella ni a su vestido, y claro, perdí el hilo de lo que estaba diciendo. Metí in extremis en mi post-it mental algo de que no podíamos irnos la primera semana de Agosto y por suerte Luca interrumpió mis pensamientos diciendo voy a saludar, que está allí mi ex inquilina. Asentí y cogí una revista mientras escudriñaba el bar en el que habíamos caído: paredes de colores y barra mal llevada, mesita con libros, dos ventanas y una única puerta de escape en caso de incendio o terremoto o ataque de Godzilla, una hoja de firmas al lado de la revista con una petición de la Asamblea de Radical Chics de Malasaña al Ayuntamiento para que los perros pudieran hacer yoga canino en la Plaza del Dos de Mayo los segundos jueves de cada mes; firmé  - me pareció una petición razonable - y seguí con mi birra.
Mandé un whatsapp al grupo secreto: Maricas, la despedida tiene que ser la segunda semana de Julio (emoticono de flamenca, emoticono de billetes volando). Luca me llama.

- Te presento a mi ex inquilina.
- Perdona por quitarte la diversión - me dice ella, sonriente.

Dos besos. Huele a aloe vera, incienso y chill-out.

- Que va - respondo - si ya nos estábamos quedando sin conversación.
- Esta es mi amiga - nos dice, señalando a la que me quitó el hilo de la conversación. Y quiero ser Tony Soprano, pero soy Chrissy Moltisanti - hemos salido a dar una vuelta.

Dos besos. Pecas. Un olor a tabaco y Chanel, una mezcla de miel y café.

- Tenemos mesa ahora en el mexican. Si os queréis acoplar, sois bienvenidas - ofrezco.
- Sí - me ayuda Luca - veniros.
- No sé, nos apetece dar un paseo blablablablabla - veo tus pecas y muero - no teníamos intención de cenar, blablabla, así nos da el fresco blablablabla.


De lejos vemos que la chica que huele a guacamole y margaritas nos hace una seña. Te vas. Tenemos mesa. Luca quiere saber más de la tarde en que rompí con Mèlanie (¿o rompió ella conmigo?) y le cuento que me dijo que por culpa de los 42 tíos como yo con los que se había acostado los últimos 3 años, sin protección, ella tenía el virus del papiloma. Le digo, con detalles, cómo esa misma tarde volé a la clínica Ruber para hacerme todos los exámenes que incluía el pack cheap fucker, y cómo me compré un par de Reebok blancas para celebrar que, por dentro, seguía limpio e inmaculado de infecciones sexuales. Están volviendo tío, me interrumpe Luca, pero estoy distraído viendo a las paredes rojo intenso del mexicano, pensando que igual ese es un color más acorde a un restaurante chileno. Nos acoplamos, dice la ex inquilina, y yo sonrío, al ver tus pecas one more time.

Que cosas bonitas, que con los ojos no vemos.

Llegan los nachos, la jarra de margaritas, una cosa que parecen fajitas pero no son fajitas y saben a kebab. Hablamos de viajes, de amigos, de meditación, de drogas, de ayahuasca - y se me ponen los ojos como platos -, de yoga, de Italia, de España, de Colombia y de Perú. De los bailes, de las modas, de mi pelo y de la sed, del calor, de los turistas, de Carmena y de los perroflautas, de las manifestaciones, de las calles, de los bares y otra jarra de margarita por favor, del baño del local, del camarero que ha resultado ser vecino mío del Callao, de Jairo Varela y de irnos de copas, que ya nos están echando de este mexican de medio pelo.

Te dejo ir por delante. Ese vestido te queda pintado. Guiño codazo guiño.

Nos llevaste a un bar, y por el camino perdimos a tu amiga, que desapareció cansada entre la riada de modernos en bermudas y chanclas que yo sólo uso cuando estoy en la piscina de casa. Dentro del garito la música era bastante aceptable y el primer trago de mezcal que nos invitaste me entró con la suavidad de un sorbo de agua tras el desierto de Sechura. Probé a echarte la sal sobre el cuello, para saborearlo mejor, pero, sabiamente, rechazaste mi oferta. Luca me miró sonriendo y en cuanto te descuidaste preguntó ¿me piro, tío? ¿cómo lo ves? Le respondí que qué va, que estábamos divirtiéndonos, que no pensaba mover ficha esta noche. Vengo en son de paz, me mentí en voz alta.

Vuelves. Segundo shot de alcohol. Bum. I sang my songs, I told my lies.

Pasan las horas entre risas, pies pegados en ese bar que, según se va yendo la gente, se desnuda como un antro sin limpiar. Nos hacemos unas fotos con Luca que es fan de los selfies y cuando salimos y te comes un durum te ruego que me lleves contigo. No he venido a ligar, me dices, y te miento que da igual, que lo que quiero es huir de esa noche que ya es muy larga. Te dan un durum, pagas y le metes un bocado tiburonesco. Mi amigo está fuera hablando con unos borrachos y yo aprovecho para escapar. El sol empieza a salir tímidamente por Malasaña, y lo mejor es que has aceptado, no sé en qué momento, huir conmigo.

Calle Fuencarral. Durum en el escote. Te ayudo. Besazo. 

- Vamos a tu casa. En la mía está mi hermana - digo, per pienso: ¿hermana? ¿qué hermana?
- No puedo, tengo visitas también.
- Ya, bueno, mi hermana está en el sofá - digo, pero pienso: he dicho hermana otra vez, cuando quería decir mamá ¿qué cojones me pasa? -  así que si no hacemos ruido, todo bien.
. Venga sí, vamos. Además, no tenemos que follar.
- Claro, claro - digo, nos metemos al metro y pienso: ¿hermana? what the fuck!

Llegamos a casa de día y robas lavanda de una esquina. Mamá sigue durmiendo en el sofá, y no ha leído el whatsapp que le he mandado diciendo voy con una amiga, si oyes ruidos huye a por un café. Entramos a mi habitación y junto a tu vestido, caen también tus bragas a plomo. Nos hace gracia todo y disfrutamos como se tiene que disfrutar de estas cosas, porque una aventura es más bonita cuando olvidamos que hace mucho pero mucho rato amaneció. Sonríes, hablamos, me pides que apague la luz para intentar dormir. Lo hago y noto que se cuela ya el sol por las rendijas y que Drácula nos mira después mi poster de cine. Cierras los ojos y yo también, empiezo a roncar como una bestia, parpadeo y han pasado 3 horas.

Then I saw you naked, in the early dawn.

Al despertar, pocas horas después, te pregunto si ronqué mucho y me dices que al principio pero luego no molestaba. Me dices que te gusta como huele mi cama, y como huelo yo, te digo que me gustas y que quiero verte one more time, y digo tu nombre compuesto, suave, susurrando dentro de tu boca, que así mola más. Sonríes, nos vestimos y vamos a buscar un café decente porque confieso entonces que el que tengo en casa es lamentable. Salimos y mamá ya no está, se ha ido a la comida que tenía con sus hermanas, imagino. Y sigo preguntándome en silencio ¿por qué cojones dije "hermana" cuando tenía que haber dicho "mamá"?

Sol potente en la calle. No hay gafas, Café, zumo de naranja y miradas perdidas. Cara escombro la mía, tú guapísima.

Desde la mesa de la cafetería ves llegar un autobús y me dices que ese es el tuyo. No pregunto si es verdad, y te acompaño como el gentleman que me han enseñado a ser. Llegamos a tiempo y antes de subir te cuelgas de mi cuello y susurras un chau, gracias por todo que suena a despedida en el muelle del Titanic, pero no soy Jack Dawson, soy Daniel San. Hablamos luego, y vemos cuando quedamos respondo tímidamente, pero sé que ya no me escuchas. Cruzo la calle y veo como el autobús te lleva dentro. Huelo mis manos para recordar tu olor y desando mis pasos para robar lavanda del mismo punto en que horas antes la robaste tú. Pero soy torpe y sólo consigo que vuelen hojas y despierto a una avispa que me persigue entusiasta varios metros hasta que, premonitoriamente, pasa de mí por ponerse a jugar con un charco de agua. Vibra mi bolsillo. Iphone. Mensaje de mi hermano.

- Mamá nos ha enseñado tu wasap de esta mañana. Que cague de risa hermano (emoticono de risa con lágrimas, emoticono de pulgar levantado, emoticono gato sacando la lengua).

Busco tu autobús, pero ya se lo ha tragado la calle que arde al sol del poniente. Vuelvo a casa y duermo dos meses. Al despertar, Drácula seguía alli.

viernes, abril 10, 2015

Calle, calle nomás

No sé por qué mierda siempre digo que soy de puerto, si nado menos que un pollo. Y es que cuando la gente me pregunta que si soy de Lima, digo que sí, pero del Callao. Como si eso significara más para ellos que lo que me dijo una chica cuando afirmó que era madrileña, pero no, no. Era de Coslada. Y Coslada no es Madrid, es Coslada, eso lo sabe todo el mundo.

En ese Callao del que me vanaglorio como de un lunar en el párpado, la tele Westinghouse en blanco y negro de mis viejos era como una ventana a un mundo que molaba más que el mío. Del que siempre me quería ir. Yo sentado en el suelo fresquito y sin alfombras veía Transformers cools, Gobots retardeds, a Maradona, a Tiffany-Amber Thiessen (de joven), a la novia rubia del gordo Jamie Lawson y a Michael Knight con su pelazo y sus polos azules marcaombligo. No tenía Ipad, ni youtube así que tocaba ver lo que echaban en cuatro canales de mierda a los que, como a los parientes cansinos, les acababas cogiendo cariño.

Mamá, indestructible, nos dejaba ser mientras ella era y sabiendo que no había nada malo en la pantalla esa que nos pudiera hacer ser cómo no quería que fueramos. Mi hermano y yo salíamos entonces a la calle, cuando ya nos dolían los ojos de imaginarnos los colores que diferenciaban a Superman de Batman y habíamos terminado la tarea miserable que algún profesor mal pagado (pero bien intencionado) nos había puesto para esa tarde.
En la calle siempre estaban los mismos: El negro, el cholo, el engreído, la niña mona que ya apuntaba maneras, su hermana mayor que confirmaba las maneras y las mañas que todos intuían en la menor, un retrasado y un perro que era de todos.

Nadie tenía Iphone, había que hablar y contarse cosas.

El negro contaba entonces, sentado en cuclillas como una momia Paracas, que su abuelo se estaba tirando a una vieja desmuelada, borracaha y a la que sus hijos habían abandonado; una mujer misteriosa y a la que nunca vi, pero que siempre supe que era mencionada en cada tertulia como La Chilindrina. La Chilindrina es una mierda, decía, Le ha robado el marido a mi abuela, conhesumare.

El cholo nunca se sentaba, nos miraba a todos como desde lo alto de Sacsayhuaman y de vez en cuando se limitía a reirse de las mierdas que contábamos. Su risa era como de hiena, aunque en la sierra de Perú creo que no hay hienas, pero igual se reía como eso. Era cholo, se podía reír como le diera la gana. A veces lo acompañaba su hermana enanita, pero desaparecía minutos después sin que nos diéramos cuenta.

El engreído era hijo de policía y siempre traía algo nuevo cada tarde. Obviamente, se lo robábamos y lo tirábamos al techo más cercano. Hasta que un día, hasta las pelotas, bajó con el revólver de su viejo y nadie tuvo huevos de quitárselo. Nadie, excepto yo, que de niño ya mostraba mis dotes de máximo imbécil del universo. El engreído forcejeó como pudo, y fue una lucha intensa. Cuando estaba yo ya a punto de apoderarme del revólver y matar a todos mis amigos por accidente, su viejo policía apareció, se acercó, nos rechuchó, le metió una bofetada a su hijo que le hizo bizquear y se fue a casa blandiendo el revólver como si hubiese ganado él solito la Batalla de Ayacucho.

La niña mona se llamaba Mila y luego fue más puta que las gallinas. Pero era mi amiga. Todos estábamos enamorados de ella, olía bien, siempre iba limpia, pedía las cosas por favor; un peligro de mujer. Eso sí, nunca la dejamos jugar al fútbol con nosotros, porque no, Mila, eso no es para chicas, a eso sólo pueden jugar mis primas, que tienen en las piernas más pelos que yo.

Su hermana mayor era de la selva, por alguna razón misteriosa, porque si viejo nunca había estado en la selva pero su mamá sí, y a esa no la mirábamos nosotros, si no nuestros padres. La llamaban la Charapa y cuando pregunté porqué me dijeron que era una tortuga de río que siempre estaba cachando. No entendí hasta que llegué a la universidad y conocí a muchas chicas de ls selva, ya de mi misma edad. Entonces volví al barrio y busque a la hermana mayor de Mila, que ya tenía dos hijos de diferente color y el pelo reseco.

El retrasado era mi mejor amigo. Nunca he tenido un amigo más sincero que ese, ni creo que lo vuelva a tener. A veces lo dejaba fuera de mi equipo y él esperaba ahí, sentado, hasta que acababa el partido. Yo jugaba y lo veía de reojo y seguía sonriendo, sin odiarme. Yo estaría enfadado hasta hoy si me hubiesen hecho lo mismo, pero él jamás me reclamó ni eso ni nada.

Por eso, ahora que me preguntan que de dónde soy, digo siempre que soy del Callao. Porque allí se quedó mi amigo el retrasado, la Charapa, el negro, el cholo, su hermana invisible y el perro, del que no he dicho nada porque ese perro es todos los perros.