viernes, abril 10, 2015

Calle, calle nomás

No sé por qué mierda siempre digo que soy de puerto, si nado menos que un pollo. Y es que cuando la gente me pregunta que si soy de Lima, digo que sí, pero del Callao. Como si eso significara más para ellos que lo que me dijo una chica cuando afirmó que era madrileña, pero no, no. Era de Coslada. Y Coslada no es Madrid, es Coslada, eso lo sabe todo el mundo.

En ese Callao del que me vanaglorio como de un lunar en el párpado, la tele Westinghouse en blanco y negro de mis viejos era como una ventana a un mundo que molaba más que el mío. Del que siempre me quería ir. Yo sentado en el suelo fresquito y sin alfombras veía Transformers cools, Gobots retardeds, a Maradona, a Tiffany-Amber Thiessen (de joven), a la novia rubia del gordo Jamie Lawson y a Michael Knight con su pelazo y sus polos azules marcaombligo. No tenía Ipad, ni youtube así que tocaba ver lo que echaban en cuatro canales de mierda a los que, como a los parientes cansinos, les acababas cogiendo cariño.

Mamá, indestructible, nos dejaba ser mientras ella era y sabiendo que no había nada malo en la pantalla esa que nos pudiera hacer ser cómo no quería que fueramos. Mi hermano y yo salíamos entonces a la calle, cuando ya nos dolían los ojos de imaginarnos los colores que diferenciaban a Superman de Batman y habíamos terminado la tarea miserable que algún profesor mal pagado (pero bien intencionado) nos había puesto para esa tarde.
En la calle siempre estaban los mismos: El negro, el cholo, el engreído, la niña mona que ya apuntaba maneras, su hermana mayor que confirmaba las maneras y las mañas que todos intuían en la menor, un retrasado y un perro que era de todos.

Nadie tenía Iphone, había que hablar y contarse cosas.

El negro contaba entonces, sentado en cuclillas como una momia Paracas, que su abuelo se estaba tirando a una vieja desmuelada, borracaha y a la que sus hijos habían abandonado; una mujer misteriosa y a la que nunca vi, pero que siempre supe que era mencionada en cada tertulia como La Chilindrina. La Chilindrina es una mierda, decía, Le ha robado el marido a mi abuela, conhesumare.

El cholo nunca se sentaba, nos miraba a todos como desde lo alto de Sacsayhuaman y de vez en cuando se limitía a reirse de las mierdas que contábamos. Su risa era como de hiena, aunque en la sierra de Perú creo que no hay hienas, pero igual se reía como eso. Era cholo, se podía reír como le diera la gana. A veces lo acompañaba su hermana enanita, pero desaparecía minutos después sin que nos diéramos cuenta.

El engreído era hijo de policía y siempre traía algo nuevo cada tarde. Obviamente, se lo robábamos y lo tirábamos al techo más cercano. Hasta que un día, hasta las pelotas, bajó con el revólver de su viejo y nadie tuvo huevos de quitárselo. Nadie, excepto yo, que de niño ya mostraba mis dotes de máximo imbécil del universo. El engreído forcejeó como pudo, y fue una lucha intensa. Cuando estaba yo ya a punto de apoderarme del revólver y matar a todos mis amigos por accidente, su viejo policía apareció, se acercó, nos rechuchó, le metió una bofetada a su hijo que le hizo bizquear y se fue a casa blandiendo el revólver como si hubiese ganado él solito la Batalla de Ayacucho.

La niña mona se llamaba Mila y luego fue más puta que las gallinas. Pero era mi amiga. Todos estábamos enamorados de ella, olía bien, siempre iba limpia, pedía las cosas por favor; un peligro de mujer. Eso sí, nunca la dejamos jugar al fútbol con nosotros, porque no, Mila, eso no es para chicas, a eso sólo pueden jugar mis primas, que tienen en las piernas más pelos que yo.

Su hermana mayor era de la selva, por alguna razón misteriosa, porque si viejo nunca había estado en la selva pero su mamá sí, y a esa no la mirábamos nosotros, si no nuestros padres. La llamaban la Charapa y cuando pregunté porqué me dijeron que era una tortuga de río que siempre estaba cachando. No entendí hasta que llegué a la universidad y conocí a muchas chicas de ls selva, ya de mi misma edad. Entonces volví al barrio y busque a la hermana mayor de Mila, que ya tenía dos hijos de diferente color y el pelo reseco.

El retrasado era mi mejor amigo. Nunca he tenido un amigo más sincero que ese, ni creo que lo vuelva a tener. A veces lo dejaba fuera de mi equipo y él esperaba ahí, sentado, hasta que acababa el partido. Yo jugaba y lo veía de reojo y seguía sonriendo, sin odiarme. Yo estaría enfadado hasta hoy si me hubiesen hecho lo mismo, pero él jamás me reclamó ni eso ni nada.

Por eso, ahora que me preguntan que de dónde soy, digo siempre que soy del Callao. Porque allí se quedó mi amigo el retrasado, la Charapa, el negro, el cholo, su hermana invisible y el perro, del que no he dicho nada porque ese perro es todos los perros.