martes, agosto 25, 2009

Tanto tiempo tranquilo


-¿Cómo estás?
- Bien, tranquilo.

¿Por qué respondes que estás "tranquilo", si no lo estás, brother? Se te ve a la legua que te tiembla una mano, que el ojo izquierdo se te cierra y que ya no tienes uñas en los dedos. Has movido tu vaso cuatro veces, y aunque no te gusta el chicle, lo masticas como si tu vida dependiera de ello. tranquilo no estás, no.

Yo respondía igual, hace unos años, hasta que una tarde un amigo me dejó en ridículo delante de Magaly (la primera mujer que me hizo temblar las rodillas). Yo estaba feliz, porque había conseguido clasificar a mi colegio a la final del campeonato interescolar gracias a un gol tan antológico como fortuito. La pelota me llegó de rebote y me pegó en la canilla, eso hizo que se moviera un poco hacia adelante descolocando a mis marcadores, que esperaban que al recuperar el balón yo lo pisara, me girara y tratara de encararlos. Como ya me habían dado un par de patadas minutos antes para castigar mi temprana osadía de delantero encarador, decidí entonces que ni pararía la pelota, ni me giraría, no los encararía. Apenas el cuero toco mi pie me libré de él de una patada rápida que, para mi suerte, terminó clavada en la esquina superior del arco. Fui la estrella del momento, Magaly me veía desde fuera, confundida, porque había eliminado a su equipo pero también había clasificado, yo, su amiguito enano y flaco.

- ¿Cómo estás? - me preguntó un amigo, al finalizar el partido.
- Bien, tranquilo - respondí, al no saber qué decir.
- ¿Tranquilo? ¿Cómo que tranquilo, huevón? - me zarandeó - has metido un golazo, nos has clasificado para la final, y ¿dices que estás tranquilo?. No jodas, pues, oye.

Mi sangre rebelde decidió subir a mi cara y sentía que las mejillas me iban a explotar. Magaly me miraba implorando una respuesta inteligente para callar a mi impertinente amigo, o al menos burlarme de él de la misma forma que había hecho conmigo. Pero me quedé mudo. O sea, me quedé ahuevadamente tranquilo. Dos años después, ese amigo mio, se folló a Magaly, con toda la tranquilidad del mundo.

Mi abuelo inventó una variante genial. Cuando la gente le preguntaba que cómo estaba él, o los ignoraba, o respondía "tranquilo, como operado". Entonces los sapos no sabían si reír o preguntarle al viejo insolente cuál había sido la dolencia que lo había llevado al hospital. Alguno me susurraba al oído "¿de qué han operado a tu abuelo?" y yo, que ya había sido entrenado con mucha antelación, respondía con la mayor seriedad posible y poniendo cara de pena: "de la pinga, señora, de la pinga".

Intenté importar la respuesta del abuelo en mi época de colegio militar, pero no funcionó bien. Teníamos un auxiliar muy estricto, y cuando respondí a su pregunta "¿Está usted bien, alumno?" con un "sí, sí, tranquilo, como operao" me condenó a arrodillarme en el patio central durante dos horas con los brazos extendidos. Al termino del castigo se agachó y me dijo muy bajito: "la próxima vez que te pases de paloma conmigo, te rompo el culo guapito. Ahora levántate y vete a tu salón que tienes clase de Historia". Admiré dos cosas de aquél tipo en ese momento: su perfecta amenaza digna de una película de Scorsese, y la capacidad para saber mi horario escolar de memoria (algo que yo no había conseguido en años).

En mis últimos años de carrera, busqué un trabajo mal pagado que me permitiera pagar bien mis vicios. Trabajaba en un call center que se dedicaba a dar soporte a todo dios que tuviera un PC. Llamaban de todas partes del mundo: chinos, griegos, franceses, italianos, españoles, arequipeños, murcianos y algún que otro catalán. Una tarde, cuando ya contaba los minutos para salir disparado hacia mi sofá llamó un tío cuyo acento me sonó bastante familiar.
- ¿Buenos días, cómo está usted? - pregunté, usando las normas de saludo que la empresa nos había dado.
- Bien, tranquilo - contestó, y yo pensé: éste es peruano.

Mamá ha mutado sus respuestas con el paso de los años. La suelo llamar con cierta frecuencia y al principio respondía a mi ¿cómo estás? con un "bien hijo, estoy bien, tranquila como operada" haciéndole un pequeño homenaje al viejo que tanto quisimos. Pero ahora que vive tranquila de verdad, cuando la llamo y pregunto "¿qué tal ?" tiene cuatro respuestas posibles: 1) Tumbada 2) Viendo una peli 3) Cosiendo 4) Chateando con tu madrina.

No estan difícil entonces cambiar de vez en cuando las respuestas que damos. No tienes que responder "bien gracias" cuando estás jodido, ni "girando a la derecha en la próxima rotonda" cuando no tienes idea de dónde está el sitio por el que te preguntan, y menos "bien, tranquilo" cuando lo que estás es aburrido. Por eso yo he inventado una respuesta basada en una que dio Etoo hace unos años y cuando me preguntan que qué tal estoy respondo que bien, trabajando como negro para vivir como blanco, creo que a mi abuelo esa respuesta le habría gustado.

viernes, agosto 14, 2009

Me toca los cojones (me llega al pincho)


Me toca los cojones (me llega al pincho) que mi último disco de Paul McCartney haya llegado sin letras de las canciones, y esté lleno de fotos describiendo su proceso de envejecimiento,. Yo quería la letra de "Maybe I'm Amazed" no la cabeza rubia de Linda haciéndome ojitos. Si no fuera porque es la madre de (la ricura) Stella la odiaría tanto como a Yoko Ono.

Me toca los cojones (me llega al pincho) que mi jefe me llame al móvil cada vez que salgo del trabajo algunos minutos antes. Tiene más paranoias que yo y siempre piensa que me he ido a una entrevista. A veces tiene razón, pero últimamente, por desgracia, no. ¿Cuándo viene tu mujer, causa? A ver si así tienes vida de una vez por todas, y follas un poquito.

Me toca los cojones (me llega al pincho) que Yamaha y Suzuki hayan descatalogado los únicos modelos de moto que me gustaban. Ni la Marauder, ni la Intruder, ni la Special se venden más. Ahora tengo que hacer otra vez un estudio de mercado y buscar algo que se adapte a mi bolsillo. Todo por la nueva normativa europea de emisión de gases. Gases serán los que suelte yo en el concesionario la próxima vez que un vendedor me diga "uy, de eso ya no hay, tío. Imposible". Imposible es que tú consigas un trabajo mejor, mamón.

Me toca los cojones (me llega al pincho) que sólo me hagan caso las feas. ¿Por qué la tia buena de mi trabajo sólo me dio un besito monacal en la mejilla? ¿Por qué estas chonis creen que soy su amigo? Yo quiero que la morena de infraestructuras me mire, que la pelirroja de comunicaciones me sonría, que la rubia de contabilidad me invite a salir. Si sigo así tendré que comprar hijos, como Ricky Martin, también subiré fotos al facebook lavándoles la cabeza. ¡Qué tierno!

Me toca los cojones (me llega al pincho) que por culpa del verano los quioscos de periódicos de mi barrio estén cerrados. Yo creo que éste es el único país en el que las ciudades tienen aspecto de pueblo fantasma en cuanto sale el sol. Ahora tengo que caminar 300 metros para comprar mis revistas y la semana pasada (lo juro) me cerró el paso una bola de paja del tamaño de un cerdo bien alimentado. Me quedé inmóvil esperando a que alguien sacara un pistola y comenzara el duelo al atardecer. Bang.

Me toca los cojones (me llega al pincho) que ahora que lo nuestro se ha acabado todo el mundo me mire como si me hubieran detectado un cáncer terminal. Es duro al principio, dicen. Tienen que dejar de vivir juntos, aconsejan. Vámonos de juerga con mis amigas, sugieren. Yo sólo quiero quemar bien las etapas, y si quiero estar triste en el sofá viendo la primera temporada de Hulk, pues que me dejen. Sólo falta mi madre cantando "ya lo sabía, ya lo sabía". Mira tú: una que en mayo se queda sin regalo.

Me toca los cojones (me llega al pincho) que nunca haya ropa de mi talla en el centro comercial al que vamos. ¿Es tan difícil tener stock de tallas M? Está bien que el ciudadano promedio tenga más barriga que Homer Simpson pero yo no, joder. He tenido que irme hasta La Moraleja para encontrar el cárdigan de Mango que quería, el pantalón de Zara que buscaba y los polos Benneton que me gustaban. Putos gordos.

Me toca los cojones (me llega al pincho) no haber terminado de escribir mi novela. Lleva años inconclusa y sólo la retomo cada vez que sale por la tele Santiago Roncagliolo y me digo: si éste tío, escribiendo normalito ha ganado un premio, ¿por qué yo no? Entonces retomo la historia de mi abuelo, que murió cinco veces, y la retoco, la releo, la reestructuro. Y me sigue pareciendo frío, nuestro amor, pareciendo frío, tu corazón.

Me toca los cojones (me llega al pincho) que se murieran John Lennon, Kurt Cobain y Michael Jackson. ¿Por qué no se muere Guiller? ¿O Cristian Castro? O mejor: Alaska. Yo podría ir a los conciertos de mis ídolos , la música no hubiera parado de evolucionar, la gente tendría más canciones para ser felices. ¿O no? Esta duda me descoloca, me desconcierta, me toca los cojones (me llega al pincho).

martes, agosto 04, 2009

Let's get Physical


-Te has quedado hecho un tirillas - me dice Pilar, que pesa 80 kilos y mide 1.50.
- Es que en vacaciones he practicado la dieta del cucurucho - miento.

Cuando terminamos de comer, me miro con atención en el baño. Especialmente el culo, que es donde Pilar dice que he perdido más chicha. Puede que tenga razón.
Al llegar a casa compruebo usando mi balanza que he perdido 7 kilos en estas vacaciones, casi todo grasa, por suerte. Pero también perdí masa muscular por haber abandonado hace mes y medio el gimnasio de barrio, al que llegaba con el tiempo justo y muy cansado.

César, el director comercial de mi nuevo trabajo, me cuenta que Marta iba a un polideportivo cercano, pero que no recuerda dónde estaba exactamente. Le digo que buscaré información en Internet y él me asegura, con mucho entusiasmo, que si averiguo algo se apunta a correr una hora en la cinta a la hora de comer.

- Esta tarde no como contigo - le digo a Victoria, que no oculta su decepción - me voy de excursión.

El polideportivo de Alcobendas está bastante cerca de la oficina. El parking es horrible y está a pleno sol, pero aún así me alegra haber llegado en menos de diez minutos, y, entusiasmado, entro a través de una caseta de obras en donde me cruzo con dos obreros que devoran algo que parece pollo. ¿La oficina de información? pregunto, y alguien me hace un señal indicándome que bordee un edificio hacia la derecha.
En la oficina de información sorprendo a tres funcionarios que hablaban, me imagino, cosas de trabajo.
- Hola, quiero hacerme un abono- digo.
- ¿De deporte total o de alguna actividad?
- ¿El deporte no es una actividad?
- ... esto...sí, pero necesito que me diga si es abono deporte total o abono de una actividad en concreto.
- Ah. En concreto, digo, una actividad.
- ¿Cuál?
- ¿Cuál, qué?
- ¿Qué actividad?
- Gimnasio.
- Abono gimnasio, entonces.
- Va ser que sí.

Los otros dos funcionarios, vestidos con bermudas y camisetas con mensajes, nos miraban sin inmutarse.

- ¿Está usted empadronado en Alcobendas?
- No, por suerte.
- ¿Perdone?
- Que no, que no.
- Entonces son 43 euros que tiene que abonar en caja y le harán una tarjeta de acceso al gimnasio.
- Ok, muchas gracias. ¿Dónde está la caja?

La caja estaba al lado, y dentro había dos tíos que parecían padre e hijo. Creo que interrumpí algo importante.

- Hola.
- Buenas.
- Quiero un abono gimnasio, por favor.
- ¿No quiere el abono total?
- ¿Y eso qué es?
- Le da acceso completo a todas nuestras instalaciones.
- Ok, ¿qué necesito?
- Certificado de empresa, dos fotos, datos bancarios, pagar tres meses más matrícula y un candadito para la taquilla - me soltó el hijo, sin inmutarse.
- Eh, mejor el de gimnasio nomás, gracias.

La sala de fitness (así la llaman, no sé por qué) estaba llena de máquinas de última generación. Y tras recorrerla de arriba abajo dos veces tuve que preguntarle a uno de los voluntarios que fungen de monitores que me indicara cuál de todas servía para trabajar el pecho.

- Esa - la señaló - la que tiene un dibujito de un hombre con el pecho en rojo.

Me entrené cuarenta minutos, como siempre. Y al llegar al vestuario descubrí que no tenía sandalias, ni jabón, ni toalla. Me duché con agua y me sequé el cuerpo con la camiseta que había usado para entrenar. Me vestí y volví al trabajo feliz y relajado. Aunque sucio y sin desodorante.
César me preguntó que ¿qué tal el gym? y yo le dije que bien, y que se animara a venir conmigo al dia siguiente. Se puso pálido, miró al horizonte y después de unos segundos de meditación me soltó: yo, es que en agosto prefiero hacer la siesta.

lunes, agosto 03, 2009

La Mer


Lo mejor de estar tomando el sol en la Costa Azul francesa, es que no estoy en Lima. Y (thanks, god) mucho menos en Madrid. A esta playa llena de gente que habla bajito, de chicas lindas y niños que respetan al vecino de toalla llegué en un Megane sufridor que aguantó muy bien que lo lleváramos varias veces por el cementerio, perdidos por las calles de Marsella.

Cuando iba a la playa, en Lima, era todo más miserable. Nadie de mi familia tenía coche, y por eso mis tíos como mucho organizaban excursiones a las playas del Callao que olían a meado de pescadores. Se tumbaban sobre piedras y bolsas de plástico y se tostaban al sol como si fueran pescados cubiertos de sal. Yo me dejé llevar una vez, por no despreciar la buena intención de uno de mis tíos que me ofreció un paseo en bicicleta hasta la playa de Chucuito. Subimos por la Faucett, hasta la Argentina, y desde allí bajamos hasta el Ovalo del Callao para, no sé como, llegar hasta Saenz Peña y desembocar en ese paraje poco hospitalario con el que colindaban un colegio de mala muerte y dos prostíbulos.

Nos acomodamos (por decir algo) al lado de una señora mayor que parecía honrada y le pedimos que nos cuidara la bicicleta destartalada a la que sólo le faltaba sacar la lengua después de tamaño viaje. Claro, muchachos, nos dijo, báñense nomás, que yo les cuido la bicicleta. Avanzamos hacia el mar sin dejar de ver a la vieja con el rabillo del ojo y el agua helada nos mojó los pies. Mi tío se agachó, movió un par de algas, se mojó las manos y se persignó.

- ¿Por qué te persignas? - pregunté.
- ¿Crees en Dios? - respondió.
- No sé, creo que sí.
- Pues por eso - remató, dejándome más confundido.

Nadie me ha sabido explicar, jamás, el significado de persignarse. Se lo pregunté a mi profesor de religión, cuando tenía unos diez años, y me dijo que era un especie de saludo amistoso hacia dios. Por eso, decía, cuando pasas por una iglesia te persignas, es como decirle "hola" a un amigo. Le pregunté entonces si era necesario persignarse cada vez que pasabas delante de una iglesia, y me dijo que no, porque a los amigos sólo se les saluda una vez al día¿no?.
Como yo ya me había persignado (con agachadita de cabeza y todo) al pasar frente a la Iglesia del Carmen, no quise hacerlo al entrar al mar. Mi tío me miró divertido y me aseguró que si me ahogaba, iría al infierno.

Desde dentro del agua veía niñas feas, gordas y morenitas, con sus madres más gordas aún. Vi a un hombre meando en la orilla del mar, y me pregunté si su orina flotaría hacia mí. Mi tío nadaba feliz entre las algas y las bolsas de arroz mientras yo me imaginaba que el hombre aquél que vendía sánguches de pollo había escupido en cada uno de ellos, o peor, los había cocinado después de ir al baño y sin lavarse las manos. Unos chicos, más grandes que yo, corrían sobre las piedras y pateaban la toalla de una pareja que, seguramente, disfrutaba del sol como si eso fuera Cancún. Cuidado carajo, gritó el novio, pero los chiquillos lo desafiaron amparados en la fuerza del grupo, y éste tuvo que cambiar el tono de su queja por un corran con cuidado, pues, chibolos.

El agua verde de Chucuito llegaba en pequeñas olas que se rompían en mi espalda. Una de ellas me cayó como un latigazo y al girarme descubrí que me había azotado un trozo de tela vieja proveniente de algún naufragio o de algún vertedero cercano.

- ¿Nos vamos? - imploré.

Mamá supo de mi aventura y me prometió un viaje a las playas del sur. Papá prometió llevarnos y, como siempre, incumplió su promesa semana tras semana. Una tarde, mamá se hartó y nos llevó a mis hermanos y a mí al terminal de autobuses, dejando a papá dormido en casa. Subimos en un autobús destartalado que ponía Chilca pintado en la ventanilla con témpera blanca. Estábamos felices, y a medida que el bus avanzaba entre las calles asquerosas de Lima, yo me imaginaba el mar limpio de Punta Hermosa. Al menos más limpio que el del Callao.
Después de un par de horas llegamos a la playa y fue casi como un dejavú. La situación era la misma, el comportamiento de la gente era igual, y lo único que cambiaba, si acaso, era el color de su piel. Aún así disfruté de todos esos paseos y siempre los recordaré como parte de mi azarosa vida.

Marsella me dejó la sensación de ser una ciudad que, en el algún momento, fue abandonada por los franceses para que la invadieran los inmigrantes.
Hay que cruzar bosques, subir y bajar acantilados durante horas, y perderte en carreteras de un sólo carril para llegar a una playa decente. Pero cuando lo consigues, todo eso vale la pena. Te sientas en la arena, sobre tu toalla, y ves el mar azul diciéndote a ti mismo que para esto has trabajado todo el año. Cierras los ojos y te dejas caer mientras sientes cómo, poco a poco, el sol te va tostando la piel a lo Alain Delon. Dejas que el sueño te derrote y las primeras imágenes de sirenas con la cara de Virginie Ledoyen llegan a tu mente....hasta que escuchas un prrrrrtttt sonoro e inconfundible.

- ¿Eso ha sido lo que creo que ha sido? - susurro, y Sol asiente mientras me señala a una morena amorfa que, dormida, ha soltado un pedo de esos que hacen bajar la marea.

- Cari - le dice su novio - has soltado un pedo que te cagas.
- ¿Ah si? - dice ella - ha debido ser la fabada que hemos comido en el restaurante español.
- Córtate un poco tía.
- Bah - responde - no pasa nada, tronco. Que se jodan.

Recojo mi toalla y me muevo un poco, buscando, ahora sí, un sitio donde no haya nadie hablando en español. S'il te plait.