domingo, agosto 29, 2010

Sol, arena y mar


Tú estabas subiendo en coche por la Costa Azul mientras yo, lobo solitario, volaba hacia Valencia después de anular mi billete a Girona. El cambio me costó 35 euros, por si lo quieres saber. Que sí, que es de mal gusto hablar de dinero, pero soy yo el que escribe.
Mi vuelo no tuvo retraso y llegué al aeropuerto de Manises sin complicaciones. No se parecía en nada al sitio en el que un millón de años atrás esperé a Sol, cuando vino a pasar unos días conmigo al sol, desencadenando el Big Bang de un eterno Sheldon Cooper. Los pasillos estaban limpios, no olían a pis, y los techos abovedados parecían un bosquejo de la impresionante Terminal 4 del aeropuerto madrileño. Salí a la calle y la calle tampoco me era familiar, me acerqué a una chica de camisa celeste, (que fumaba, bebía café y comía un kit kat a la vez) y le pregunté dónde se toman los autobuses. Con un gesto de su gorda cabeza me indicó que arriba, a la derecha.

Recordé, mientras subía por el minúsculo ascensor, mi invitación in extremis a Vero, tentándola a acompañarme. Respondió a mi invitación como respondería un musulmán ante un plato de cerdo estofado.

- ¿Este autobús va al centro?
- Los Hermanos Corsos...interesante.
- ¿Eh? No, no, a la Gran Vía de Fernando el Católico.
- No, niño - soltó la conductora (pelo corto, gafas Arnette, reloj Casio) del autobús - lees a Dumas, "Los Hermanos Corsos".
- Ah, si. Me gusta mucho.
- A mí también - silencio incómodo, un euro treinta que grita "cogedme", me trago el chicle - yo te aviso cuando lleguemos, guapo.
- Ok....gracias - digo con voz de pito, y me voy hasta el asiento caminando como si el piso estuviera enjabonado.

Llego a mi destino después de atravesar la parte antigua de Valencia, la más porteña. Y llamo a Carlos, que me ha dicho antes que haga eso, que el timbre no funciona. Subo. Me siento en su sofá que huele a los perros que recoge de albergues y pienso si fue buena idea ahorrarme 100 euros al no pagar un hostal al lado de la playa. Me pregunta por mi tío, el de la revista, que antes se codeaba con Ricky Martin y ahora promueve a un cantante gordito del Perú que más parece un vendedor ambulante de rocoto. Le cuento cosas de mi trabajo, de Sol, de mi vida en Madrid y de mis próximos viajes a París y New York. Entra Robert, su amigo austriaco.

Nunca sabré si Carlos es gay, y Robert su novio, o si simplemente mi amigo es tan perezoso que evita las penurias de las relaciones de pareja y Robert solo es uno más de sus perritos acogidos. Hablo con él, me dice que está harto de Valencia, que las valencianas son muy falsas (así molan más, acoto, pero no le hace gracia), Carlos lo interrumpe y le dice que no puede generalizar, y que, además, no sale tanto como para tener una opinión formada. Robert ignora la interrumpción y dice, no sé por qué, que estuvo un año viviendo con su pareja, en otro piso, pero que eso terminó con esa persona y volvió a vivir con Carlos, que ya tenía perro. Yo, para compensar su confesión, le conté que no tenía perro, ni pececitos, siquiera, que Sol y yo ya no estábamos juntos, pero que si alguna vez venía a Madrid podría alquilar un pastor alemán, sólo para hacerlo sentir como en casa. Carlos se descojonó, Robert, no entendió mi humor. Hablamos hasta que llegó la noche, húmeda, despiadada. Dormí en la misma habitación de siempre, soñé con camisetas rojas, caminatas a iglesias con sus santos griales, subidas a las torres de Quart y la otra, caminatas por el barrio judío, con salsa de Marc Anthony, con arroz negro en el Canela, con mojitos, con visitas a urgencias, con compras en el Mercadona, con la arena de la Malvarrosa, con tu primer topless y yo guardando la compostura, con la postal que te iba a mandar desde aquí pero no enviaré nunca porque Julio me dijo que era de gilipollas hacer eso, con pollastre, con el cuento que te escribí, contigo...y con Sandrine.

Al día siguiente me desperté en paz conmigo mismo y metí en mi bolsa de playa una toalla, un mp3, una botella de agua de dos litros, una ensalada césar del Mercadona, la última GQ y un libro de Faulkner. Vete en metro, es más rápido, me aconsejó Carlos, y Robert, sin dejar de leer periódicos austriacos por Internet, secundó la moción. Lo hice y descubrí con agrado que el metro, a pesar de estar comunicado como el culo, con miles de escaleritas y curvas que me recordaban a la terminal 2 de Barajas, estaba bastante más limpio que los metros de París y Roma. Llegué a la playa, busqué una sombrilla y una tumbona, pagué 7 euros y dije en voz no muy baja: que le den por culo al mundo, antes de tirarme bajo el sol como un lagarto. Dos chicas, tumbadas a mi lado, ahogaron muy mal una risita. Dos minutos después, le vent de Levante había convertido mi bien trabajado cuerpo, embadurnado en loción Nivea, en un muñeco de arena de apariencia ridícula. Esta vez las chicas, ya más sueltas, se descojonaron de mi abiertamente. Les di mi mejor sonrisa fuck-off y caminé derrotado hacia el mar. Huelga decir que repetí esa operación cada veinte minutos. Leí toda mi revista, abandoné a Faulkner en el capítulo 4 (de 7) cuando el protagonista mata al oso y acaba con todo el simbolismo del libro, ¿Por qué Willy? ¿Por qué siempre me haces lo mismo con tus putos libros?, escuché toda la antología de Los Beatles, a Luis Miguel, a Lady Gaga y a David Bowie. Me pregunté si el tanga de una morena dolería, en caso de usarlo yo, y me pregunté también si era necesario que el tío cuadrado de turno se pusiera a hacer flexiones delante de dos quinceañeras de aspecto nórdico. Más loción nivea, por aquí, un poco más por allá. No, no quiero sombreros, gracias. Tampoco gafas, tengo las mías. Mierda, me queda un cuarto de litro de agua y parece que la acabo de hervir. Señor Chiringuito: ¿tienes helados? Maxibon, gracias. Me duermo.

Abro los ojos, veo a una rubia que me mueve como si yo fuera un borracho tirado en algún callejón londinense.

- Ehhh... ¿qué pasa?
- ¿Está bien, señor? Creo que le ha dado un golpe de calor.
- ¿Un qué? - me incorporo, botella de agua por inercia - no, no creo.
- ¿Cuánto tiempo lleva al sol?
- No sé ¿qué hora es?
- Las seis.
- Pues seis horitas, échale.

Me recomendó que me bañara en el mar de vez en cuando, que bebiera agua aunque no tuviese sed, que evitara los ejercicios físicos en horas de máximo calor, y que si me notaba raro acudiera al puesto de la Cruz Roja. Si cada vez que me dicen que soy raro fuera a la Cruz Roja, me tendría que empadronar allí, respondí, con la peor de mis sonrisas.Todos se habían ido ya, las niñas risueñas, las quinceañeras nórdicas, los vendedores, el tío cuadrado y hasta el viento de Levante. Pensé que una siesta con aire acondicionado no me vendría mal después de dormir tantas horas al sol y recogí mi mierda, dispuesto a volver.
Lo del golpe de calor debió ser verdad, porque, aturdido, decidí volver en autobús en lugar de usar el metro. Obviamente me equivoqué y terminé en una rotonda desangelada donde lo máximo que podía hacer era esperar otro autobús o caminar dos kilómetros (en el día más caluroso del año) hasta la estación de tren. Subí al Circular, y pregunté a una chica por la parada más cercana a la Gran Vía de Fernando el Católico. Mi cerebro hervido no estaba como para ponerme yo a buscar calles que me resultasen familares.

- El Oso - respondió.
- ¿Eh?
- Faulkner, El Oso -dijo, señalando mi libro lleno de arena.
- Ah, si. Un poco pesado.
- Si, me gusta más La Gran Escapada.
- Lo que tú digas, guapa...¿me dices donde me bajo, please?
-...
-¿Hola?.


lunes, agosto 23, 2010

Que buena que está tu prima


- Me gusta observar a la gente - confesó Jorge, una noche de Vistillas sobre el viaducto de Madrid.
- A mi también - contesté, sin dejar de ver el culo de Beatriz; pero pensé: "para poder escribir después".

Lo malo viene cuando el punto de observación son mis amigos. Entonces me siento raro, e impotente ante el hecho de que, por más que intento, no puedo evitar analizar cada situación común, y ya no digo las especiales. Porque este domingo era especial.

Antonio volvía de Lima, a donde había huido después de confirmarnos (también después de un partido de fútbol) su divorcio de mi tía favorita. Todos los sospechábamos, y a algunos nos sirvió de inspiración para cortar una relación que no iba a ningún lado. Pero cuando nos dijo que ya habían firmado todo y que él se iba a Perú por tres semanas prometimos guardar luto hasta su vuelta, cuando volveríamos a hablar más del tema.
Durante ese tiempo a cada uno de nosotros (amigos y familia política, aunque suene incompatible) nos llegaron varias versiones referentes a los términos del divorcio. Mamá decía que ella tenía que pagar dos millones de euros de indemnización, alguno me contó que él debía vivir a base de colacaos durante 15 meses, tras los cuales tendría derecho a usar de vez en cuando la piscina del chalet (previa ITV). No hice caso a nada y cada vez que me llegaba un rumor nuevo, desconectaba, y pensaba en la escena de "Malena" en la que el niño protagonista espía a una Bellucci espectacular.

Llegué a la cancha puntual, y encontré allí a mis hermanos, mi tío, y mi padre. Hablaban de Ozil y del partido en que el Barça le había roto el culo al Sevilla la noche anterior. Me senté en el suelo con ellos, y vimos llegar, poco a poco, a los demás. Nadie comentaba nada sobre el retorno de Antonio y yo asumí que, ahora, el tema estaba zanjado. Nos pusimos a jugar con la pelota, esperando a que llegaran los demás. El sol de Madrid era brutal y me pegaba en la cabeza como un lanzallamas. Pateé un par de veces la pelota Adidas de mi hermano y la mandé a cuarenta metros de donde la quería poner. Formamos dos equipos y alguien llamó a Antonio, que llegó tarde, como siempre.
Lo vi tranquilo, lo abrazamos y vimos que había traído camisetas de fútbol para algunos de nosotros. Me tocó una de Inglaterra, que me quedó como un guante. Jugamos un segundo partido que duró diez minutos, hasta que mi hermanito bailarín se dislocó el dedo del pie (quinto metatarsiano, dirían en las noticias deportivas). Paramos todo, compramos cervezas y el bombardeo comenzó:

- Orlando no ha venido porque no le dan permiso...tú, Kun, ya no necesitas permiso ¿no?
- Mira venden ese piso, son 600 mil euros. Tú, Kun, ¿a cuanto vendes el tuyo? Porque te lo has quedado tú, ¿no?
- ¿Qué tal por Lima, tio? Has comido rico...imagino
- Tenías que haber jugado en el equipo de solteros, ¿no?
- Yo he jugado en el de casados - repliqué - y no lo soy.
- Tu eres divorciado también, Totti.
- Qué buena que está tu prima.

Se acabaron las cervezas y me sentí orgulloso de que, a pesar de las necesarias bromas, todos habían sido civilizados con el Kun. Algunos, como mis tios, tuvieron más problemas y roces entre ellos y nadie buscó romperle las piernas, como me temí desde un principio. Imaginé que si lo del divorcio les hubiera pillado con quince años menos, igual las cosas habrían sido diferentes. Pero ahora, nadie podía tirar la primera piedra porque (pongo mis manos al fuego) todos habían querido tirar a sus parejas por la ventana, más de una vez.
Concertamos una cita para dentro de quince días, cuando el sol estuviera más débil y volvimos a casa. Yo me duché tranquilo y con la conciencia idem por no haber mostrado mi vela en un entierro que no era el mio, y por no haberle roto las rodillas al colombiano idiota (que trajo Antonio) que le dislocó el dedo a mi hermanito bailarín.

jueves, agosto 19, 2010

Un día sin furia (casi)


Me tomé un día de descanso para olvidarme del mundo, y el mundo no se olvidó de mi. Le dije a mi jefe, mejor no descanso, que todavía hay muchas cosas pendientes; él me agradeció el gesto, pero me dijo que me fuera el miércoles ya, que sino, igual mataba a alguien.

Desperté como a las 8, por costumbre, y enredado en las sábanas como si fuera un paracaídas, como siempre. Puse el teléfono en modo avión para evitar que alguien del trabajo me llamase. Me levanté, pisé mi alfombra y me dije: stop, look and listen baby, that's my philosophy. No sé por qué, coño hice eso. Me vi en el espejo y mi pelo estaba perfecto, así que pasé de ducharme, me tiré en el sofá y terminé de ver la tercera temporada de Mad Men. Nice. Quise ver el primer capítulo de Treme (se lee Tree-mei) y mi disco petó. La pantalla pasó a negro como en el final de Los Soprano, y no hubo marcha atrás. No estoy pa esto, me dije, desayuné y salí rumbo al gym.

Paré antes en un chino para comprar una codera, y proteger así mi nervio cubital que de vez en cuando me da toques de atención para hacerme saber que no está recuperado del todo.

-Chino, quiero una codera.
- ¿Codela?, delecha pasillo.

El pasillo de la derecha tenía velas aromáticas que no huelen, juguetes que atragantan niños, hilos de colores enrededados y lapiceros que no pintarán jamás. Giré a la izquierda, y, al lado de los posters de Hanna Montana, estaban las coderas, las muñequeras, las rodilleras y la almohadita esa de los cojones que usamos todos en el avión y que te dejan el cuello pintado de azul.

- Un eulo cochenta.

En el gym, entre serie y serie, publiqué mi estado del facebook. Dos minutos después comprobé que a tres personas le gustaba que ya estuviera en el gym, y uno comentó que no debería madrugar en mi día libre. Más razón que un santo. Mientras volvía a casa, Susana me dijo (por sms) que me esperaba a las cinco en el bar en que Laura y yo rompimos por tercera y definitiva vez. Lo tomé como una broma de las suyas, me reí y le respondí con un "ok", sólo por joder. Comí mafaldone y me dormí otra vez, despertando un par de horas después por culpa de una vieja que no sabía que la calle no es un mercado y gritaba como si la vida le fuera en ello. Madrid es un pueblo grande, y esas cosas pasarán siempre.
Salí de la cama, puse un disco de Lenny Kravitz y me duché cantando "Again". Me preguntaba, mientras el agua fría me resbalaba por la cara, si valía la pena o no, seguir intentando retomar mi relación con Laura, porque, como le dije un día, nosotros teníamos una relación, bubu, extraña, indefinible, pero relación al fin. Y ella estuvo de acuerdo con mi afirmación. Pero ahora las cosas habían cambiado, desde que hice una bomba de humo de las mías y la dejé parada en Doctor Esquerdo, y me fui sin decir ni chau, me puso la cruz. Por eso, cuando cantaba all of my life, where have you been... me decía a mi mismo que ya estaba bien de tanta mierda, que era mejor dejar las cosas tal cual, total, hay mogollón de gente en la oficina con la que hablo una vez por semana, y, aunque me doliese reconocerlo, Laura, mi bubu, ahora prefería ser parte del conjunto, y salía de mi diagrama de Veen.

Me vestí y subí por Valderribas hasta la tienda de informática, donde cambié mi disco roto por uno nuevo y aproveché para comprar otro cable alargador de audio para poder escuchar música en el trabajo. Con mi bolsita horrible, esperé a Susana en un banco de la calle Cavanilles. La vi llegar, rubísima, super fashion con sus jafas ray-ban modelo Jackie-O, igualitas que las lleva Katie Holmes, me las regaló mi man, y subimos hasta Juan de Urbieta buscando un bar, para terminar en una tasca torera justo frente a mi gimnasio. Uno de esos sitios españoles en los que el dueño cree que poner una cabeza disecada de toro es cool. Hablamos de Marie-Flore (a quien odia) de Natalia (a quien respeta) de Julio (al que recuerda con cariño) y de la oficina (a la que no añora en lo más mínimo). Me contó de sus vacaciones en Saint-Tropez y me dijo que ver tanto lujo la hizo sentir más pobre que nunca, ya sé donde está mi lugar, hijo ¿sabes?; le conté que iría pronto a ver a mi amigo gay en Valencia y que los chicos de la ofi y yo siempre estábamos jugando, hablando de tías y de deportes. Como todos, ¿no?

- Pues no, allí fuera también hay hombres.
- Todo tiene su momento, blondie. Te aseguro que cuando me tengo que comportar como un hombre, lo hago bien.

Pasaban las horas y la falta de aire acondicionado hizo que la charla pasara a ponerse tensa. Vimos nuestros relojes y nos despedimos. Antes de irse me dijo, one more time, y no sé pa' qué, que yo no tenía ninguna oportunidad con Laura, porque ella estaba super enamorada de su novio, y no quería pensar en más cosas.

- A Laura no le gusta que diga otra persona lo que ella piensa - objeté.
- Tú que coño sabrás lo que le gusta o no le gusta. Como cuando dijiste "a Laura no le gustan los regalos" y yo le regalé algo y le gustó.
- Pues igual no quería regalos míos. Y lo que del "pensar" me lo dijo ella misma, yo no voy por ahí diciendo cosas que me invento.
- No sé, chico. Yo sólo te digo que no tienes oportunidad.
- Vamos a ver, Susana, eso lo sé. Pero no porque me lo digas tú, sino porque me lo dijo ella...y para mi es la única opinión que importa.
- Ah, pues nada...no discutamos venga.
- Si eres tú la que ha querido hablar de trabajo. Ese es un tema de trabajo.

Pagué la cuenta y regresamos sobre nuestros pasos. Ya más calmados, me contó que sigue bien con su novio y que la vida de mujer sin trabajo le durará por lo menos hasta Octubre que es cuando empezará de verdad a buscar algo. Le deseé suerte y le di cuatro besos, en el mismo semáforo en que la dejé varias semanas atrás. Me pidió que nos volvamos a ver, le dije que me hiciera un hueco en su agenda como hoy, que seguramente estaría libre.

- Tú siempre estás libre - respondió. Y casi la pateo.

Volví a casa seguro de tres cosas: que pasaría mucho tiempo antes de que volviera a ver a Susana, que tenía un disco duro nuevo y que mis intentos (todos) con Laura habían llegado a su fin.

jueves, agosto 12, 2010

Tenía tanto que darte


¿Has bajado por Gran Vía, manos en los bolsillos, escuchando "En esta Habitación"? Yo sí, y parece que vas en un puto videoclip. La gente pasa y pasa y no se entera de que forma parte del decorado. Alguna te mira, a ti y a tu tupé, y se imagina cosas o se pregunta ¿quién ha peinado a este pobre desgraciado? Pasas frente al asqueroso Zahara y ves que lo están transformando en una tienda de ropa. Tropiezas con un indigente y entonces crees formar parte, tú mismo, de una viñeta del cómic"Watchmen". La canción acaba al llegar a Callao, y pisar las primeras baldosas horribles que forman ahora su plaza peatonal. No queda nada de la semirotonda donde a Solenne y a mi nos echó la bronca un policía hace mil años, por colarnos por el carril de autobuses, mientras reíamos felices en nuestro primer viaje en coche por el centro de Madrid. Feu vert, cruzo.

¿Has quedado con tu ex, meses después de haber roto? Yo también, y horas antes me debatía entre la vida y la muerte y entre la camisa verde militar y el polo Hilfiger. Me pregunté ¿Y si llevo el Hilfiger iré más fresquito? Y me respondí: ¡efectivamente, no! y me puse la camisa verde, por fuera de mis jeans Gap. Al llegar al restaurante japo que había escogido Sol, lo primero que pensé fue en si era tan temprano que los pobres aprendices de Hirohito no habían abierto aún la puerta de acceso. Antes de entrar, me llama Rubén y me cuenta que si en Salou hay alemanas, que si en no sé donde hay inglesas, y yo pienso: pero si tú no le entras ni a las feas, tío. Le digo que ya he llegado al lugar de mi cita, que es un sótano y voy a perder la cobertura. Más o menos, es verdad.

¿Alguna vez has llegado antes que tu cita, y te has sentado en la mesa, solo? A todos nos pasa, y todos, creo hacemos lo mismo: pedir algo para beber y leer la carta de principio a fin. Dejo la banqueta para Sol, porque le encantan las banquetas desde que estuvimos en Marruecos y la lucecita de la lámpara hace que me duelan los ojos, rojos. Tienen toro, que no sé qué es, atún y sushis, sashimis, teriyakis, makis, y, of course, anisaki. La japo pregunta si está buena el agua que pedí y yo contesto que sí, que como debe ser, el agua no sabe a nada. Veo mis mails antes de que llegue Sol y descubro que Iván nos ha invitado a su casa con piscina, a comer al día siguiente. Contesto y le sugiero a Julio que se ponga un tanga con la bandera de Colombia impresa. Veo mis feeds de Google y leo un artículo sobre vampiros, lo reenvío a Susana, que es fan de de Twilight y aprovecho para contarle que esta tarde he preguntado a Laura por qué ha dejado de hablarme; a lo que contestó: tú yo no hablamos porque, igual, no hay nada interesante que decir.
Llega Sol.

¿Se te han volteado las tripas, sólo con oír la voz de una mujer? Es espectacular y a mí, sólo me ha pasado con ella. Llega con su vestidito rosa, sonriente, y su pelo casi ha recobrado su color natural. Se lo hago ver y me dice que ya no se tiñe con tanta frecuencia. Me gusta. ¿Cómo te va, mi amor? Pienso, pero digo: ¿Bueno, cómo te trata la vida? Mientras, trato que mis rodillas vuelvan a recuperar su firmeza perdida desde que la vi sonreír. Pedimos cuatro mierdas carísimas que comemos muertos de risa, sobretodo después de que la japo se acercó a nuestra mesa para decirnos que, la cremita verde fosforito, se mezclaba con eso que parecía soja. Le cuento mis aventuras y ella me habla de cosas que yo debería ya saber. Le confieso, entonces, que la he bloqueado en el facebook, por miedo a que un día publicara que tenía nuevo novio. Me dice que soy más valiente que ella, que siempre ve qué hago, en qué pienso, y los vídeos que subo. Ella pide de postre Vómito de Hello Kitty y yo Diarrea de Hulk. Ella se lo come, yo, dejo que se derrita con la lucecita japo.

¿Has sentido alguna vez, una patada de caballo en el apéndice? ¿Has intentado parar un tren con una mano? ¿Has imitado a Superman, saltando de un segundo piso? ¿Has metido por segunda vez el dedo mojado en un enchufe? ¿Has lanzado una pregunta, esperando que te mientan? Ya, ME TOO. Y cuando me respondió que no, que no estaría sola en Italia, que iba a La Toscana con un italiano que acababa de conocer, me di cuenta que las cosas siguen, que si estoy bien o si estoy mal, al universo le da igual, todo sigue alrededor. ¿Y tú...sales con alguien? No, soy asquerosamente majo, y me quedaré mucho tiempo en el terreno movedizo de la indecisión, presumo. Le pago un helado en el Nebraska y bajamos caminando hasta Tirso de Molina, para colarnos en el metro, juntos, por última vez. Le digo que, sí, estoy derrotado, pero sigo pensando que mis energías se gastarían de forma más efectiva intentando volver con ella que comenzando una relación nueva. Me dice que no, que alguien habrá allá afuera para mi, me da un beso y se baja en Pacífico, dejando lo que queda de mi cuerpo dentro del vagón del metro.

- Chicos, ayer cené con Sol.
- Eres gilipollas.
- Ya. ¿Alguna vez habéis intentado algo, sabiendo de antemano que teníais todas las de perder?
- Eh...sí.
- Pues eso.


miércoles, agosto 04, 2010

Woke up this morning


Dimanche. Un hostal de Alicante. 19:00 hrs.

- Espera que me ducho, tío, y nos vamos a comer algo por ahí.
- Pero nada de sitios pijos, tronco. Que ayer nos clavaron 7 pavos por una tosta de Camembert con dos mejillones.
- Tranqui, vamos a la zona guiri. Esta noche quiero comer alemana en su salsa.

Entro en la ducha. Me quito el short pensando en no sé qué mierda sentimental. Claro, como soy tonto, no recuerdo que el piso está mojado e intento quitármelo de un solo movimiento. Error, mi pierna derecha queda atrapada dentro de la prenda y la izquierda, floja, no responde a estímulo alguno. Resbalo, mi boca se acerca al borde del plato de ducha e imagino mis dientes volando como freesbies playeros. No. Estiro el brazo, el izquierdo, porque el derecho (inexplicablemente) aún sujeta el short de camuflaje que compré en Jules de Marseille. Mi brazo izquierdo toca el suelo, y, un segundo después mi esperanza de salvamiento desaparece cuando lo veo resbalar sobre el suelo enjabonado, dibujar un ángulo imposible y terminar golpeando la pared de forma sonora. Crac.

- Creo que me roto algo, tío.
- ¡No me jodas! ¿Estás bien?
- Creo que sí. Pero esta noche, no salgo.

Lundi. Oficinas centrales. 17:20

- Bueno gente, me voy, que tengo cita con el "codólogo".
- ¿Para lo de tu caída misteriosa en Alicante?
- Sí. Para eso.
- A mi me dijo que se cayó en la playa, jugando al voley.
- A mi que fue en plena faena.
- A mi, nada... pero me lo imagino. Perraco.

Bajo por la A1 casi volando y cuando paso por el radar de la M-30 levanto un poco el pie del acelerador. La clínica está bien, meto el coche al parking y, sin ver más, subo las escaleras.¿Traumatología, por favor? No tengo que esperar. Cool. Ventajas del seguro privado. Paso a consulta y las luces se apagan de golpe, el doctor ni lo nota. Me mueve el brazo como si fuera un joystick de Atari y me dice que no tengo nada roto, pero que tengo inflamado el nervio cubital. Me imagino cubitos de hielo alrededor de mi codo, y un segundo después el doctor me dice que pida rehabilitación y que me ponga hielo alrededor del codo, que no es grave, que ya pasará. Bajo al parking y veo que por veinte minutos, la puta clínica me cobra dos euros. No aceptan tarjetas y tengo que salir a buscar un cajero. Pago. Salgo volando y pienso en una ducha, ya.

Encore lundi. Chez moi. 20:00 y pico.

El agua caliente, en verano, es para maricones. Canto una de Calle 13 mientras me ducho y me repito mucho en la parte de "deja de tapalte, que nadie va a retlatalte, levántate...ponte high tell".
Salgo de la ducha, y me enfundo un boxer como única vestimenta. ¿Nestéa frio? Sí. ¿Los Simpson y la Filosofía? También. ¿Llamarte para contarte cómo me ha ido en el doctor? Paso, no creo que te importe, siempre era yo el que llamaba ¿recuerdas? Me tiro en el sofá y abro el laptop para subir la canción de Calle 13 al facebook. La vieja de al lado hace demasiado ruido hoy, oigo sus conversaciones con Piolín como si estuvieran dentro de mi salón, también. Intento ignorarlos durante unos minutos, pero cuando no puedo más y giro mi cabeza hacia la derecha, sólo para maldecirla...y veo un boquete enorme en la pared del salón, a través del que puedo ver su cocina, y ella, a mí, semidesnudo. Si sus cataratas le dejan.
Me visto rápidamente y llamo a su puerta (por un momento pensé en pasar por el agujero, pero descarté la idea). Oiga, vieja, que ha roto mi pared...¿hola?...¿vieja?....Piolín. Sale a recibirme un rumano con ropa de trabajo y la vieja sigue inmóvil en su sofá viendo Tele5. Oye rumano, me habéis roto la pared, mamones, el pobre se coge la cabeza y mira para todos lados, como si no entendiera. Pero sé que sí lo ha hecho y remato: ahora me lo arregláis, que eso no se puede quedar así.

- ¡Tú no eres mi vecino!. Mi vecina era una rubia...mu maja.
- ¿Qué? - me asusto - ah, está usted viva, señora.
- Tú tienes que haber venido hace poco.
- Depende, a su edad, ¿dos años y medio, es poco?
- ¿ De dónde eres?¿Tienes trabajo?¿DONDE ESTÁ MI VECINA? ¿LA RUBIA?
- Oye, Dimitri, escúchame - la ignoro, mientras ella recorre su piso de arriba abajo-. Tienes que arreglar esto.
- Sí sí - balbucea - yo arreglo, yeso y ya está ¿sabes?...y seca y se pinto, ¿sabes?, no problema.
- Lo que sea, Petrescu, pero me lo arreglas on the fly.

El rumano termina de reparar mi pared, le doy una birra y le digo que lo llamaré cuando se seque el yeso para que pinte la pared. Me desvisto one more time, y me tumbo en el sofá con los ojos cerrados. Pienso en gaviotas, sol arena y mar; en un cebichito mojado con Pilsen Callao y en mis amigos poniéndome cangrejos bebés en los calzoncillos; me parece oler el mar del Callao, que huele a mierda pero es mi mar al fin y al cabo, y es mar de verdad con olas acojonantes y todo, no como las playas del Mediterráneo con olas homosexuales que sólo sirven para el disfrute de las inglesas de 100 kilos. Me abro una Carlsberg y busco algo para ver en mi disco duro. Sol aparece en el chat y el cuore me da un vuelco. Le cuento que ha habido otro divorcio en la familia, además del nuestro, y matizo la prensa rosa con mis últimos accidentes. Llenamos el chat de "jajajajas" y nos despedimos con la misma promesa incumplida que nos hacemos hace meses "a ver si nos llamamos y quedamos, si eso". Cierro el facebook y pongo un capítulo de "Curbe your enthusiasme", Cheryl le dice a Larry:

- I thought you don't like to talk people.
- That's not true - responde él - I don't like to talk people I know. I don't have this problem with strangers.

Me parece LA frase que define mi vida. Aplaudo, solo en mi salón, a las 23 y pico de la noche. Me responde el eco.