sábado, diciembre 28, 2013

Que por qué me quedo

Salir con Rubén sería un suicidio. El pobre es un buen amigo,eso no está en duda, pero hace tiempo descubrí que es un amigo de cafés. Salir con él de noche es algo que jamás volveré a hacer. Entre su pánico a las mujeres y sus temas de conversación monótonos puede dinamitar cualquier velada que apunte maneras. Hace poco conoció a una tía en el gimnasio, ella le entró a saco, le pidió salir y cuando él al fin accedió la chica movió ficha en un parque de Madrid. Todo en vano, Rubén le dijo que él no tenía nada que ofrecerle, que no se acostaba con tías sólo por sexo, que tenía que haber amor y, que si lo que buscaba era una aventura, que mejor a él ni lo mirara. La pobre chica quedó perpleja, anonadada, culitiesa y ojiplática. Recogió sus bártulos (una botella de tinto de verano del Supersol y unas magdalenas) y volvió por donde vino segura de que Rubén la bloquearía en whatsapp apenas la perdiera de vista. Cosa que, efectivamente, pasó, pues mi amigo me contó todo esto de paporreta una noche de copas, como respuesta a mi "vamos a hablar con esas dos" que le solté en un bar de la calle Barcelona. Me dio tal bajón, que me entró hambre, salimos del bar, bajamos por Espoz y Mina y terminamos en un kebab de mierda junto a una familia de franceses ratas que no querían pagar por comida de verdad. 

Salir con Silvia estaría de putamadre. Nos queremos con terquedad desde que dejamos de currar juntos, y me gusta creer que fui uno de sus pilares base en la toma de una decisión que le cambió la vida: ponerse tetas.
Antes de eso Silvia era, como le dije una vez jugando al billar, como uno de esos perritos que llevan las pijas en el bolso y que te ladran al pasar. Con un ladrido que parece un quejido de patito de hule del Tiger, notas su presencia, sí, pero sabes que lo hace sólo para cumplir con sí mismo y con su saber estar de perrito de mierda. Silvia hacía eso, te vacilaba, jugaba con los dobles sentido y tal, pero siempre tímida, avergonzada por lo que acababa de decir. Desde que pasó a tener su nuevo par de melones te suelta cada burrada que te hace pensar si esas bolsas de silicona no tienen también algo de saliva de camionero de Getafe. 
Lo malo es que hoy Silvia tenía plan, así que nada. No podemos irnos por ahí.

Salir con mis amigos del curro tiene su aquél. A pesar de tener la misma edad de mis antiguos compañeros de trabajo, piensan diferente. Quizás tiene que ver el hecho de que viven solos, no tienen a papi o mami al lado porque vienen de provincia, Francia, Marruecos o Tomelloso y además hablan tres idiomas. O también puede ser porque fuman como Bob Marley. Son mi plan C, siempre, porque tampoco me gusta dejarlos tirados a eso de las 3:00 (porque yo, pase lo que pase, solo o acompañado, a las 3:00 tengo que estar en mi casa) y no quiero que mis bombas de humo sean algo que resalte más que mis camisas. Pero hoy están cada uno en sus pueblos, celebrando las navidades con sus familias y engordando como monjas preñadas. 

Por eso, cuando una amiga me llama y me pregunta que qué hago y que por qué me quedo en casa,  le cuento todo esto. Se descojona conmigo y me dice que me deja, que su novio vuelve ya de traerle el cubata, que están en un crucero (y yo pienso: "¿crucero?, ¿qué tenemos, 65 años?") y que tiene que hacer acto de presencia; pero antes de soltarme un muack que estoy seguro que le ha quitado años de vida a mi oído, me aconseja que escriba toda esto que le acabo de contar. Porque dice que mola, y tal.

Y le hago caso, porque yo quiero mucho a mis amigas.