miércoles, enero 18, 2012

Sexy Back MF


¿Hasta cuánto puede durar el hastalapollismo?¿No te lo has preguntado? Apuesto a que no. Sigues con tu vida de siempre y el momento ese en que dijiste para tus adentros "estoy hasta la polla" ya es un recuerdo borroso. Como la tía con la que te enrollaste en La Latina y te trajiste a casa y al día siguiente la hacía eterna para largarse. O sea, vete. Le diste un último meneo y un zumo de naranjas recién exprimidas y le dijiste sí, te llamaré, pero cuando se metió al metro como un topo cogiste el Iphone y Contactos, últimos en agregar, eliminar. Verde. Vuelta a casa y sigo durmiendo a pierna suelta ahora que esta pesada ya no existe más. Qué fácil es eliminar gente. Casi tanto como en el facebook. Bye, darling.

Pero nunca te das cuenta de que eres un zombie. Bajas las escaleras del metro por la izquierda porque todos lo hacen. Prueba un día a bajar por la derecha, cogido del pasamanos, y verás que al llegar al andén están allí aquellos que pasaron cagando leches a tu lado. Perdona, perdona, y al final están allí, mirando como tú el letrerito rojo que pone "4 minutos" y también sienten el calor de los túneles. Al subir al vagón, no creas que no, mequetrefe, ellos también sienten ascazo de que tú les roces con tu codo. Porque todos creemos que los reposa brazos de los asientos son para uno mismo. Todos. Tú. La gorda que lee a Danielle Steel. El tío que lee el Marca. El trendy que tiene un i-book y va pasando con su dedito guay que arrastra como decía en el manual las páginas virtuales de ese PDF que se ha bajado de Internet. Tú, que vas de culto, lees a Sartre y no entiendes una mierda de la escena en que se tira a la casera, ni cuando acusan al Autodidacta en plena biblioteca de estar allí sólo para acosar jovencitos. No. No entiendes nada, pero queda guay dejar un libro de Sartre en tu mesa de trabajo, para que lo vean las Chonis del Call Center que han puesto cerca de ti. Loser. A ellas eso las impresiona igual que a un perro un cuadro de Van Gogh. Pero eso, tú no lo sabes, y sigues bebiendo tu té en tu taza del Starbuck, que, ya que estamos en plan sincero, es robada. Feel like a Sir, look like a Douchebag.

Y tu hastalapollismo sexy te ignora también, Modafucker, cuando llegas a casa. Con tu pisito cool con sofás de piel y sillones de piel, y guantes de piel, y chaquetas de piel, y en la cama no tienes ahora quién te erice la piel. Entonces, mientras cueces tu pasta italiana y te aplicas una mascarilla anti-age llamas a la tía que te gusta, pero que tú no sabes que te gusta y fuiste tan idiota de dejar que se fuese sola la noche del concierto porque tú, imbécil, al día siguiente tenías partido con tus amigotes. Sí, la llamas, pero no te lo coje y entonces le mandas un wasap. Que eso mola más, es como decir: tengo pasta para tener internet en el teléfono; pero en realidad dice: soy un cutre y no quiero gastar en SMS. Gilipollez level @M. 40 euros al mes más IVA. La vida son esos segundos que tarda en aparecer la segunda rayita verde del wasap. Sí, lo ha leído, pero no contesta. Piensas que pasa de ti, pero en realidad igual está, como tú, cagando y piensa que no es el momento. Entonces, para distraerte, te metes a tus feeds de Google, esos donde salen fotos de ropa que nunca tendrás, coches que no podrás comprarte, casas en las que jamás vivirás y tías que no te follarás a menos que te reencarnes en Ryan Gosling. Y cuando estás en lo mejor de tu inconmensurable lectura, ella responde tu wasap. Una hora más tarde de charla inútil pasa de salir contigo one more time, y entonces empiezas a entender un poco a Sartre. Y a Carver. Y a Pahlaniuk. Añoras los días en que sólo leías a Vargas Llosa. Te inventas que vas a ver una peli y cortas la conversación. Te quitas la mascarilla anti-age, te tumbas en tu cama anti-sex y te duermes para soñar cosas anti-reality.

Y al despertar ya no estás hastalapolla. No, ahora te unes a la cadena de producción con la sonrisa Black Hole Sun, sin dudar. Te pones música de David Guetta en el Ipod y les dices a los idiotas del trabajo que sí, que vas al tablao flamenco con ellos. Ignoras a tu ángel del hombro derecho que te dice que no vayas, que son retardeds y que esa gente sabe de flamenco lo que tú sabes de ballet. Te repites que quieres ser un animal social, que ya estuvo bien de ser águila y que igual mola más ser borrego. Comes con gente y hablas de fútbol, de ropa y de los rollos en horario laboral. Te inventas que te has follado a tres ex becarias y, misteriosamente, te creen. Dices que vuelas una vez al mes a New York y se lo tragan. Sueltas que coleccionas las fotos de las tías en pelotas que sale en la última página del As y aplauden. Miras a tu único amigo real de la mesa y cuando los demás están distraídos le susurras "copas en mi casa, este finde" y él asiente como si estuvieseis planeando huir de Alcatraz. Recoges tu bandeja, la dejas en el carrito que hay para eso, sales por la puerta, los fumetas dicen que salen al frío de pelotas a fumar, preguntan si vienes. Obviamente dices que sí, porque ya dominas tu hastalapollismo. Uno te pregunta si tu camisa es de Zara, pero a tanto no llegas en tu liar level, y dices que no, que es de Gant.

sábado, enero 07, 2012

Hakuna Matata


Antes de entrar al cine, pensaba en cómo había celebrado estas fiestas tan entrañables: sin regalos, con la familia, y exactamente en el mismo lugar en que estaba el año pasado. A pesar de esforzarme como una perra para ganar más pasta y poder respirar aliviado cada fin de mes, el resultado siempre fue el mismo y nadie me contrató a pesar de que en mi currículum pone que soy lo más de lo más. Me cansé y hace meses dejé de intentarlo, pensando que la vida, igual, es así. Mientras, mi sobrino interpretaba su personaje de niño serio (cosa que hace a la perfección cuando mi hermano lo vigila con demasía constante) y distraído, yo me preguntaba porque si mi abuelo tuvo dos Packard y un Jaguar yo tenía que resignarme a ir a currar en metro, y dejar el Mercedes para los fines de semana o para cuando voy a cenar con alguna amiga guapa. Por qué (pensaba, avanzando de a pocos en la fila del cine) se jodió económicamente nuestra familia, cuando éramos los más guapos, buenos y brillantes del barrio. O al menos, eso es lo que cuenta mi viejo. Yo, no tengo tanta memoria.

Recuerdo, sí, que mamá se esforzó los primeros años por que mantuviésemos el ritmo: nos hacían trajes a medida, zapatos y nos mandaban al colegio (con 6 años) con un maletín de piel como el de James Bond, cuando el resto de los niños iba con una mochila rota de Parchis. Porque, señores lectores, mi barrio era más pobre que una rata. Ese esfuerzo duró pocos años, y mis pobres hermanos menores no lo llegaron a disfrutar. Y así lo recordamos estas navidades, mientras comíamos langostinos. Papá y yo nos esforzábamos sádicamente por traer a la mente el nombre de aquél chico que vivía en la esquina de nuestra cuadra y que murió una noche de un balazo en la frente, una noche de juerga en que jugaba a la ruleta rusa con su amigo el Coyote. Tras la segunda ronda de comida y bebida navideña, no llegó su nombre, sino su apodo: Torombolo. Y tras eso recordamos, con poca nostalgia a todos aquellos malandros a los que yo veía cada nochevieja, desde mi traje a medida talla 8, y mis botines de piel de becerro. Cenamos contentos entonces, de ya no vivir allí.

- La fila avanza, tío - me despierta Fabián- dile que ya tenemos gafas 3D.

En nochevieja, en cambio, estuvimos bastante menos nostálgicos y comimos todos en casa de mi tia, que nos agasajó con tanta comida y bebida que me daba miedo dar positivo en un test de alegrolemia, si eso existiese. La tarde de Reyes, resacoso, la pasé en casa de mi hermano, comiendo como una bestia y riéndome de mi pobre madre que se vio obligada a estrenar in situ la cafetera Nespresso que le habíamos regalado. Es fan de guardar sus regalos hasta que éstos han pasado de moda, cosa que nunca entenderé pues yo soy justamente al contrario: comí el roscón con mis guantes especiales para Iphone que me trajo la negra Baltasar. Allí, tumbado en el sofá como un muñeco de trapo, propuse con las pocas fuerzas que me quedaban ir a ver el Rey León en 3D. Todos quedamos para vernos la tarde siguiente. A nadie le importaban ya una mierda los coches perdidos del abuelo playboy.

- Ayúdame con las palomitas, no mejor con la cocacola, que está muy fría, tío.

Simba ya ha crecido y vive con Timón y Pumba, lejos de sus responsabilidades y dejándose llevar por el Hakuna Matata, que le ha ayudado a olvidar las penas y culpas del pasado. Pero las circunstancias le obligan a enfrentarse a lo que es. Mi sobrino ríe con los bailes del mandril brujo, yo entiendo mejor la película que en los noventas y me termino una bolsa de marshmallows con una sonrisa en la cara que no se me borrará en horas. Acompaño a mi hermano a su coche y quedamos en vernos al día siguiente, para el primer partido del año. Los veo irse y les hago adiós con la mano, Fabián, desde su silla para niños que creo que ya no le hace falta, me hace el símbolo de la victoria, el mismo que hace Timón al final de la película y yo, muerto de la risa decido que ya está bien de hacer el idiota en mi Hakuna Matata personal. Que Timón y Pumba vengan conmigo o si no se pueden ir a tomar por culo. Este año, seguiré intentándolo, con más fuerza que el anterior. Alguien me creerá, imagino, que soy el más guapo y el más cool, como pone en mi currículum.