miércoles, julio 20, 2011

Carta abierta a la chica de las pizzas


No te conozco pero sé que tu pizza hawaiana no me gustará. Lo sé porque la combinación de piña, jalapeños, cebolla y masa me la hicieron comer mis primas cuando tenía 10 años y vomité más que Reagan en el exorcista, mamá llegó muy tarde y no pudo salvarme, pero me aconsejó que volviera a mi skate, bajara por las calles de piedra para olvidar el dolor de estómago y esperara unos años para vengarme de mis primas rompiéndoles el corazón. Entonces descubrí la fuerza centrífuga y que las farolas están hechas de un hierro bastante duro. No te he hablado de mi, es verdad, pero leyendo esto habrás deducido que soy tiquismiquis al comer, que mi madre me dejó a mi bola cuando niño, que era skater, que mis primas son unas harpías y que tengo una cicatriz en la ceja. Si no lo habías pillado, lo siento por ti, y te aconsejo no seguir leyendo.

Hace unas noches pasé por tu local, había cenado cerca con unos amigos y bajaba semicongelado por la Gran Vía cuando desde lejos descubrí una feria de artesanías. Me lancé buscando dos cosas: cobijo para el frío y una bolsa messenger como las de Burberry pero que costasen como las de H&M. Salí con un pañuelo verde que una china me vendió a dos pavos; convencido de tener un look gay, y de haber hecho bien al no pagar los 48 euros que me pedían por la bolsa. Tu local no estaba cerrado pero desde fuera comprobé que ya no estabas, normal, me dijiste que te ibas sobre las seis de la tarde y que volabas a tu urbanización pija a piscinear en tu casa. Yo también lo hago cuando me toca la semana corta y salgo a las cinco, pero me siento raro tirado en mi piscina sin césped, sin vecinas y con un socorrista que o está estudiando para su tesis o es un brujo, porque siempre lee un libro más grande y gordo que una guía telefónica, forrado en piel y con ribetes dorados. A veces, mientras nado, imagino que gritará "ANAPNEO" para salvarme de morir ahogado.

Baje entonces por la calle Montera, hacia Sol, esquivando a señoras que cobran por caricias y que huelen todas como a jabón chiquito de los hoteles de Alicante. Les dije que no, gracias, que iba bien y cuando pasé frente al Springfield ya me sentí seguro de que nadie me atacaría. Error. Desde donde antes estaba el Oso y el Madroño vino un señor mayor que se parecía al de las noticias de Tele5 y me preguntó que si quería compañía. Con mi educación universitaria y mis años de consultoría reunidos en una sola frase le dije "VESTE A LA MIERDAAA" parafraseando a mis amigos catódicos de La Hora Chanante y decidí en ese momento que pasaba de meterme al metro en Sol, que caminaría hasta Tirso de Molina y aprovecharía que allí no hay seguratas, para colarme (¿problem?). Antes de cruzar la plaza unos negritos me ofrecieron gafas Ray-Ban, cinturones Tommy Hilfiger, carteras Louis Vuitton para mamá, películas de estreno y un abanico. Todo más falso que mi ex de Barcelona.

Subiendo por Carretas vi un local igual al tuyo y desconfié de mi mente, que ya me ha jugado malas pasadas como cuando me hizo ir al Vicente Calderón un día antes de los cuartos de final de la Copa del Rey. Entonces me metí a buscarte pero solo encontré a un paisano mío que, eufórico al verme entrar, vaticinó que Perú ganaría la Copa América. Le sonreí de lado y sólo se me ocurrió responder "sorry, creía que esto era el Pull&Bear" y salí escopetado. En el puesto de la Plaza Benavente me compré una botella de agua con el euro que pensaba ahorrarme del metro y vi que la gente salía del cine al que suelo ir a ver las pelis en versión original. Acababan de echar "Hangover 2" y no entendí como alguien podía pagar 8 pavos por verla en inglés, cuando en los Verdi cobran lo mismo por la reposición de "Once Upon A Time In América" de Leone. Pasé por debajo de Casa Granada y una lata de Mahou pasó rozándome el hombro, antes ese sitio molaba, ahora está lleno de perroflautas que juegan a ser modernos, los modernos en cambio ahora son tan modernos que van a sitios que ya no son de modernos, porque no eso no es moderno, y buscan sitios underground para que su feeling no se vea reflejado en el look sino deep inside, saes?

Tirso de Molina, no hay seguratas. Me cuelo as usual y ya en el andén recojo de la papelera una revista de esas que regalan con el periódico. Hay artículos para chicas sobre cómo vestir, como maquillarse, como caminar, como hablar con el sexo opuesto, como ser más interesante y cómo ser "tú misma". Me sirve para matar los cinco minutos de espera que anuncian los paneles informativos, antes de tirarla, veo que lleva un cupón de regalo para el Pizza Hut que pone "Pizza Hawaiana, no has probado nada igual". Me río, la devuelvo a la papelera, me subo al tren que al fin llega y me prometo que la próxima vez llegaré a tu local antes de que te pires para decirte "Hola, no sabes lo que me pasó la última vez que vine a buscarte".

miércoles, julio 13, 2011

El niño de ayer


Cuando era niño, me daban miedo los libros de astronomía. Era muy duro para mi ver las fotos del espacio infinito, con el especial nivel de "acojonismo" cuando se trataba de fotos de familia, con todos los planetas ahí danzando alrededor del sol. Cerraba los ojos y me mareaba. No podía, el vértigo era muy hardcore. Era más fuerte que yo y cerraba el libro de golpe agudizando mi capacidad para memorizar que Plutón era el más pequeño de los planetas. Hoy, Plutón no existe, de vez en cuando ojeo libros de astronomía y he empezado a temer las fotos que me hacen en las fiestas de empresa. Allí, lo infinito, es la vergüenza propia y/o ajena.

Cuando era niño, mentía como un cabrón. Le dije a mamá que por cinco pavos me daban un coche que subía por las paredes, corría por el barro y frenaba cuando yo lo quería, con el dinero me compré cromos del álbum del Porqué de Las Cosas, y un cochecito de mierda, de plasticorro duro que ni siquiera tenía movimiento en las ruedas. Mamá lo vio y pidió que lo subiera por las paredes, lo hice, sin soltarlo y causando una carcajada general. Hoy, sigo causando carcajadas, pero porque me dejo engañar como a un chino, y por comprar coches, que se quedan tirados al lado de paredes, en el barro y en cualquier carretera.

Cuando era niño, mi pelo era diferente. Era como oscuro, pero sin ser negro, claro, sin ser marrón y ondeado, sin llegar a ser rizado. Mamá contrató a Maribel para que me lo cuidara y ella nos visitaba una vez al mes o cuando algún tutor del cole me mandaba una nota que decía "esos pelos, señora. Esos pelos". Siempre me cortaba con tijeras, cariño, y una historia de sus hermanos: cuidadores de cerdos alcohólicos adictos a los líos de faldas de bajo calibre. Hoy, las peluqueras me odian. Cuando digo eso de "solo las puntas, este lado menos, cuidado con las patillas, no, ese no es mi remolino, atrás no cortes tanto que pareceré futbolista, el agua está muy caliente, no me eches esa gomina barata porfa" me miran con infinito desprecio y hacen lo que le sale de los cojones. Yo me entrego a mis captoras mascachicles, les pago por desgraciarme el pelo y pienso en Maribel.

Cuando era niño, odiaba el alcohol. Mi abuelo olía a brandy, el otro a pisco. Mis tíos, cuando no estaban en la cárcel, bebían en la calle con sus amigos mientras nosotros jugábamos al fútbol. Las fiestas del barrio siempre acababan en peleas de borrachos y una vez uno lanzó una botella que explotó a dos centímetros de mi sien derecha. Papá se pillaba tales pedos que en el mejor de los casos lo encontrábamos tirado en la puerta de casa, pero la mayoría de las veces se le estropeaba el sónar y volvía, como en su época adolescente, a casa de la abuela. Hoy, el alcohol es mi amigo. Johnnie Walker baila siempre conmigo y mis compañías nocturnas, por lo regular beben más que yo. Alguna vez he estado bailando con una chica, me he ido al baño, he vuelto, y no he recordado quién era; entonces, he descubierto que era hora de volver a casa.

Cuando era niño y enfermaba de gripe, mamá me cuidaba como si estuviese paralizado. A mis manos llegaban platos de sopa de pollo, tazas con té, pastillas, cambios de ropa y libros para evitar mi aburrimiento. Ella me cambiaba el canal de la tele porque yo estaba demasiado débil y a veces hasta fingía interés cuando Optimus Prime era traicionado por Megatron, tras pelear en la presa de agua. En el colegio sabían que yo no mentía cuando decía que había estado enfermo y mis profesores me guardaban los deberes pendientes y alguna vez hasta postergaron una fiesta escolar. Era una estrella. Hoy, tengo infección de garganta por culpa del aire acondicionado, no me han atendido en la seguridad social en fin de semana y he bebido sopa de pollo de sobre; nadie me limpia la casa ni me da un nuevo pijama y en el trabajo me han pedido justificante porque no se creen eso de que me enferme después de volver de Malta.

miércoles, julio 06, 2011

Malta's Night Fever


Salí a las 7 dl hotel. Bueno, casi.
O sea, como a las 7 menos cuarto. Mi hermana y yo, hidrataitos, nos paramos en la parada del autobús solo para ver pasar uno que iba sin numero. Petao. En Malta los autobuses pasan cada media hora. Si eso. Y si al pasar van llenos no dejan subir a la gente y el conductor se limita a hacerte un "adiós" con la mano que sabe a "se siente" o si ya es el tercero y llevas 40 minutos parece que te dice "te jodeeeees".
Entonces te entra la mierda. Piensas en qué coño haces esperando el autobús. Si eso es para estudiantes sin curro, esos que viste hace dos noches haciendo botellón en St. Julian. No tío. Tu no estas hecho para esto. Pa ti es lo de esta mañana: coche particular que te recoge en el hotel y te lleva al muelle, en el muelle un barquito mu apañao que te pasea por las islas y te deja en Blue Lagoon para que te quemes como un camarón y dos horas después te devuelve al muelle y en el muelle tu coche que te lleva al hotel; si, ese eres tu.
Cuando al fin llega el autobús y pone el deseado 11, veo el reloj sólo para comprobar que he estado esperando una hora en la parada. Han cambiado de compañía de autobuses pero los conductores siguen siendo malteses. Así que es the same shit. Subimos por gracia del driver que dice It's free cuando mi hermana le alargaba 2 pavos. No hay asiento, nos paramos entre gente que viene de la playa y no nos da envidia. Sólo frío porque estos autobuses nuevos, ya que tienen aire acondicionado, lo ponen a -10°C. Los malteses van confundidos pues agradecen la novedad, pero los turistas vamos con escarcha en los huevos. Pasamos Buggiba y de reojo veo la plaza que fue nuestra primera parada, donde gorroneamos wifi, donde compré mi sombrero que me hace parecer cubano exiliano, busqué un look a lo Bruno Mars y terminé con el de Ron Damón. Según mis calculos en 15 minutos deberiamos estar en San Julián. Calculo con el reloj porque los autobuses, mu modernos ellos, van con los cristales ahumados y no se ve una mierda desde dentro.

Suben unas niñas pintarrajeadas, vestidas de Bershka y con argollas donde podría vivr un loro; llevan una botella de dos litros de fanta en una bolsa. Abren la boca y me confirman que son chonis.Yo ya estoy entregado, que sea lo que dios quiera. Han pasado 30 minutos de más y no he visto ni una puntita de San Julián. Este autobus no va, suelto, solo a modo de desahogo. Una pareja de ingleses confirma mis dudas cuando el novio vuelve y dice this bloody bus has the sign broken. O sea, que donde ponía 11 no era 11, sino 41 y el gilipollas no alertó a nadie y todos íbamos ahora con destino a la parada final: Valleta.

- Me rindo -exhalo- vamos a Valleta y desde allí pillamos uno a San Julian.

En la parada central nos encontramos con más gente perjudicada y todos preguntamos veinte veces antes de subir al que, parece ser es el bus 13. -13 grados es lo q hay dentro. Me toca sentarme al lado de un ingles ennegrecido que no para de burlarse de mi forma de temblar. Lleguemos ya, copooooon digo, mientras las chonis, que también vienen dicen que vamos bien, que están seguras porque acabamos de pasar por la puerta del Pronovias. Así, tal cual. No por la catedral mayor, ni por la puerta del museo arqueológico, no. Ellas se guían por las tiendas. El inglés, compadecido y con la cara entumecida de dolor por tanta risa, me dice que la que viene es mi parada. Le agradezco, le doy al botón del modernismo bus de mierda y me bajo a reencontrarme con el verano. Mis pezones vuelven a su estado natural. Mi hermana y yo bajamos las calles del barrio sabiendo que será nuestra última noche en Malta, vemos las cosas como despidiéndonos (aquí compramos helados, aquí se voló tu sombrero, aquí se rompió mi sandalia) y al llegar a Paceville escogemos un bar, el Native, para tomar nuestras últimas copas.

- A ver con que nos sorprende el DJ maltés - pienso en voz alta.

No muy grande es mi sorpresa cuando al entrar al bar lo veo lleno de españoles de veinte años, ya borrachos, y por los altavoces suena el Aserejé.