lunes, julio 26, 2010

Tú te acostumbraste, a todas esas cosas.


Cuando Mirella me dijo que me esperaba en el Orange Bar, cerca de Argüelles, yo no tenía la más mínima idea de en qué me estaba metiendo. Subí en metro hasta San Bernardo y desde allí tuve que caminar gracias a las super obras que gobiernan Madrid en verano. A medida que iba bajando por Alberto Aguilera iba reconociendo calles, tiendas, bares, en un progresivo deja que culminó cuando, al llegar al Corte Inglés, descubrí que el Orange Bar no era otro que el Chesterfield Café, que había cambiado de nombre vendiéndose al mejor postor. En ese bar, hace más de ocho años, conocí a Sol.

- Mirella me cagüen tus muertos - pensé en voz alta.

Entré y descubrí al minuto que el bar conservaba el aire cutre de antaño y fui directo hasta la barra a pedir la cerveza que incluía mi entrada. Sólo cerveza de barril, me dijo el camarero cuando le pedi una Carlsberg, es lo que incluye la entrada. Lo dicho, la cutrez madrileña representada. Desde la barra veía a niños de catorce años, adultos trasnochados y más de un tarado que no ha leído Esquire o GQ en su vida y cree que puede ir a los garitos con bermudas y sandalias. ¿Dónde me he metido?, me pregunté, y avancé hasta el escenario, donde empezaba el concierto de Funky al que Mirella me había invitado. O sea, invitado es un decir, porque pagué mi entrada, a pesar que la chica de mi facultad conocía a la cantante: una búlgara con la mirada más súper golfa que yo había visto en años.

Cuando acabó el concierto, y después de ignorar a la prima fea de Mirella (a la menos fea, al menos le dije "hola"), pregunté ¿qué hacemos?, apenas es media noche. Y recibí como respuesta una proposición terrorífica: ir a una discoteca peruana a celebrar la independencia del Perú.

- ¿No te parece tonto celebrar la independencia de España, en España? Osea...
- No pues oye, vamos nomás, está bien el sitio.
- ¿Bien?¿Bien, cómo? ¿Como ésto de bien? ¿O mejor?
- Más o menos como ésto, pero con más luz. Ya sabes que a los peruanos nos gustan las fiestas recontra iluminadas, pues.
- A mi no, pero con tal de que no haya gilipollas con bermudas o que parezca que vienen de llenar techo...venga una copa y ya.

Salimos del Orange/Chesterfield/Suputamadre y al llegar a Alberto Aguilera la prima menos fea de Mirella pregunta si Tribunal está muy lejos, porque lleva tacones. Le respondo que no, pero me da pereza caminar con esa compañía y (mientras mentalmente me digo "quédate, igual ellas tienen amigas interesantes") paro un taxi. El taxista es peruano, pero no me corto:

- No sé chicas. Un sitio peruano en Madrid, eso no puede ser bueno.
- Hay show y todo, cholo...
- No me llames así, porfa.
- Ay, perdone usted señor pijo. Como te decía, tocan de todo, salsa, merengue, cumbia...
- Pero. ¿No decías que se podía comer?
- Claro, pues. Es como una peña.

Tragué saliva. El taxista ahogó una risa. Por la ventana del taxi vi a dos alemanas, borrachísimas, cayendo en plena Glorieta de Bilbao. Quise ser ninja, tirar una bomba de humo y desaparecer. Déjanos acá nomás, hermano. Bajamos por la Corredera Baja de San Pablo y a medida que los números de las calles iba aumentando, el número de gente guay disminuía. Lejos iban quedando, incluso, los típicos perroflautas de Madrid que, cerveza en mano, acostumbran beber en la calle. Mirella, de repente, paró en seco frente a un letrero que ponía "C stumbres" y me aclaró, al verme confundido, que el verdadero nombre era "Costumbres" pero, se le ha caído la "o", pues, flaco.
Una gordita (adicta al arroz con pollo, afirmo) nos cobró 3 pavos por entrar y yo pregunté, porque sino reventaba, si esos 3 euros incluían una ración de rachi. Dijo que no. Bajamos unas escaleras hediondas, forradas en terciopelo rojo, y en el descenso vi de reojo a Seina, la empresaria/cantante folclórica/personaje/amiga de mi madre, y, como tiene que ser, le rehuí la mirada; no vaya a ser que me reconozca as usual y me cante allí mismísimo el mejor de sus huaynos ancentrales, con ayayayayyyys incluídos. Eso sí que no.
Al finalizar la escalera, encontramos a los hermanos de Mirella (mis hermanos...un amigo de la facultad) y a un calvo gordo que, en Lima, sería cobrador de combi o arreglador de tumbas del cementerio Baquíjano, pero que aquí, en Madriz, en Europa, tenía un polo Lacoste, y ostentaba el grandísimo título de novio de la prima menos fea de Mirella, a quien, gracias a la luz deslumbrante del local, empecé a descubrir un rebelde mostacho. No sobra decir que el 80% de los danzantes (de algo que parecía ser una cumbia unplugged) vestía bermudas de jugar al padel y camisetas del Decathlon. Los hermanos de Mirella incluídos.

Un vaso llegó a mi mano, y yo, absorto, bebí su contenido para, segundos después, comprobar que la gente lo llevaba compartiendo durante varias rondas. Qué asco. Dejé de mirar a la family de mi amiga universitaria y desvié mi atención hacia la pista de baile, intentando contener el vómito que se manifestaba, no sé si por beber del mismo vaso que los demás o por el polo sin mangas tipo Nadal que llevaba uno de los asistentes, que, ebrio, intentaba sacar a bailar a una mujer con dientes de oro. La cumbia se convirtió en salsa y negué por primera vez, sin sentirlo, cuando el hermano mayor de Mirella me preguntó "no serás pituco, ¿no?" Una joven sin cuello y vestida de negro nos dijo que había una mesa lista para nosotros. Ilusionado, pensé que esto sería como el "Sachún" de Barranco, donde sólo le daban mesa a la gente cool. Grande fue mi decepción cuando nuestra mesa tenía un mantel de papel, que más parecía una servilleta gigante de un Kebab de Gran Vía y estábamos sentados al lado de un par de borrachos que no dejaban de hablar de su estancia en la prisión de Lurigancho. Descubrí que, en el antro, el hecho de tener mesa te aseguraba tener un vaso para cada comensal y me bebí de un trago la cerveza de la jarra, que en ese momento me supo a Champagne.

- Bueno ¿qué opinas? - me preguntó la ex tia buena de mi facultad.
- Es...pintoresco.
- Venimos siempre - afirmó el hermano menor de forma innecesaria - está bien este sitio pa meterse unas chelas.
- Sí - dijo el tío calvo, meganovio de la prima menos fea -, aquí la gente es zanahoria, cholo. Te metes unas chelitas, comes un cevichazo y nadie te jode.
- Ah - dije, tomándome las pulsaciones.
- El que canta es bueno - dijo la prima menos fea, para inmediatamente gritar: - AHHH ES MI CANCION, RASPADILLA - y salir disparada hacia la pista de baile.
- ¿Raspadilla? - pregunté, inocente yo.
- Así le decimos peeee ¿no ves que es pelao? - me espetó el hermano mayor - ¿no la paras? oe, causa¿de qué barrio eres, ah?
- Del...ejem...del Callao.
- Ah, chucha...suave contigo, entonces.
- No, no, brother. Tranquilo, no pasa nada.
- ¿Seguro que no eres un pituco, un pijito de esos?
- Noooo,¡que va¡ - negué por segunda vez - yo soy más de barrio que los columpios.

Busqué con la mirada las posibles salidas, a lo Jason Bourne, y descubrí que sólo podía volver por las mismas escaleras por donde había entrado, que el gordo de la mesa de al lado era zurdo y no comía cebolla; que la mujer de los dientes de oro se sabía de memoria las canciones del Gran Combo; que la pareja que no dejaba de besarse estaba vestida con ropa del Primark y que él tenía un bulto extraño en sus medias blancas de deporte; que la única tia pasable del local estaba rodeada por cuatro amigas feas y acosada por dos tíos que parecían salidos de un partido de fulbito (sudor incluído); que el tío calvo que se follaba a la prima menos fea de Mirella me miraba de forma extraña, y amenazante. ¿No nos conocemos de algo, causa?

- Mirella - le susurré - voy a desaparecer en breve.
- Ya, me imaginaba.

Sonó una canción que supongo era super conocida por la reacción del populorum y aproveché el barullo para salir corriendo, sin despedirme de nadie. Al llegar a la puerta la gordita adicta al arroz con pollo me preguntó si iba a volver, a lo que respondí con un ¡ni de coña! que me salió del alma y no dejó lugar a dudas. Ella, sin dejar de mascar chicles me espetó a modo de insulto: ¡qué pijo! Y yo, por no escuchar gallos, le dije que sí, que qué pasa, que soy pijo y que no volvería a pisar esa mierda de sitio, y salí sin más, dejando atrás para siempre a los bailarines en bermudas y zapatillas blancas.
Cabreado, caminé hasta Tribunal, y desde allí bajé por Fuencarral. Ya en Fuencarral, me dije que no estaría de más caminar hasta Gran Vía, y en Gran Vía se me ocurrió bajar hasta Cibeles, buscando un taxi. Ya en Cibeles, los taxis eran escasos y, harto del mundo, me subí a un autobús nocturno de esos que por un euro te regresan a casa sin hacer preguntas.
Durante el camino, revisé mis mensajes y vi que Marie-Flore quería comer conmigo al día siguiente. Le dije que sí, que tenía partido de fútbol, pero que después podíamos vernos. Quedamos en La Latina para comer en Los Huevos de Lucio y me dije a mi mismo que ya estaba bien eso de jugar al autóctono. Respiré aliviado al saber que tengo opciones, y que puedo ser peruano sin creer que eso significa ir a bailar siempre a esos antros de mala muerte que sólo sirven como focos de exclusión social. Al bajar del autobús me vi reflejado en una marquesina y me imaginé atrapado en ese mundo, vestido como con pantalones pirata y con cadenas de oro pobre colgadas del cuello. Me reí de mi ocurrencia y entré en mi casa, tiré la ropa sobre mi sofá nuevo y me dejé caer sobre la cama. Al despertar, vi un mensaje de Marie-Flore:

- Je t'espere a deux hores à La Latina, feignasse. N'oubliez pas tes commerages :)

Contento, me fui a jugar al futbol con mis amigos en Moratalaz. Al llegar, les conté que, por una noche, había descendido a los infiernos, pero que huí de ellos apestando a ají panca.

viernes, julio 23, 2010

Blondie (Call me)


-Tío, tenemos que hablar mañana con Julio.
- No sé, ¿no será un poco violento?
- Ya. Pero mejor aclararlo. Le voy a llamar.
- No, no...mejor mañana bajamos a tomar un café y se lo decimos.
- Sí, mejor en persona.

Colgué y me puse una camiseta sin planchar directamente del tendedero. Habíamos quedado a las 8 y media en un bar de La Latina y mi intención era llegar tarde. Ya llevaba un whisky puesto. Cuando entré en el bar la mitad de los invitados ya había llegado y, en el medio de todos, Susana lucía radiante y más rubia que nunca. Me alegró verla así, feliz y sin tener que preocuparse por las perradas que le hacía su jefa. Desde lejos, y mientras saludaba a los demás (Estefi me preguntó que cuanto tiempo había estado decidiendo mi look, y me pellizcó un pezón) la envidié un poquito por tener los cojones de dejar todo con tal de estar tranquila. Los mismos cojones que, en su día, tuve yo y que hoy debo haber usado hasta el último cartucho cuando comenzó el Año del Mapache. Julio me llama.

- Oye, ¿dónde estas?
- En un sitio que se llama ...¿cómo se llama esto?
- Los huevos de Lucio - me responde una desconocida.
- Los huevos de Lucio, Julito. Y está en la Cava...
- Baja - desconocida, again.
- En la Cava Baja, el número no lo sé.
- ¿Y cómo se llega allí? Tú sabes que yo sólo conozco el Berlín Cabaret.
- Cuando llegues me llamas, marica.

Susana se acerca y le doy dos besos. Le digo lo guapa que la veo y se sonroja, porque sabe que no sé mentir. Te voy a echar de menos, blondie. Desde el otro lado de la barra, veo a Silvia llorar y me acerco a preguntarle qué pasa. No sabía que era tan emotiva y me imagino que la intensidad del momento ha podido con ella. No es así. Ella, como yo, tiene los ojos operados con láser y el humo del cigarro de Natalia la está destruyendo. Huye conmigo y nos posicionamos, mal, al lado de Estefi, que no para de comer croquetas. Y me pellizca un pezón, one more time.

- ¿Dónde está tu novio?
- Bah, es un soso - responde Silvia, secándose las últimas lágrimas.
- Venga, no lo llames así.
- Es verdad... pero es mi soso.
- Mu rico.

Las copas van y vienen y la comida, solo va. Julio llega con Cristina y mi amigo al instante ya está posicionado al lado de los huevos rotos con patatas; Cristina, al lado de los tíos (El lobo de Twilight, y sus amigos). Piernacas. Helena, a la que había estado ignorando sin querer, viene justo en el momento en que Esther y yo estábamos comprobando cuál de los dos tenía la piel más suave. El macizo de la empresa, me dice, y me acaricia el pecho sin piedad. Tranquila, no soy tu mulato, le respondo, y desvío la atención hacia la historia en que, una noche de oscuro invierno, Helena quiso cepillarse al guardián de su edificio (un dominicano de veintipocos años) usando el truco de "se me han volado los plomos". Reímos con ella cuando, al finalizar su narración, nos dice que el mulato le ha prometido un tour por sus playas, cuando ella esté libre. Los imagino, con mi cuarta copa en la mano y acariciando a Esther, corriendo por las playas dominicanas al son de una bachata de Juan Luis Guerra. Él, va atado a una correa que ella guarda con celo.

Iván me llama y le paso el teléfono a Natalia. Dos minutos después me lo devuelve, dice que no viene, que quiere hablar contigo. Paso. Le doy el teléfono a Cristina que huye con él hacia la calle y vuelve cinco minutos después, Culo Inmenso dice que quiere hablar contigo. Me rindo y contesto:

- Tío, no voy. Estoy en pantalón corto
- ¿Y qué? El lobo de Crepúsculo también está en shorts.
- Estoy sudado.
- Jajajaja. Hablamos mañana, perraco.

Cuando Julio, ya sazonado, me incita a bajar al Berlín Café, huyo con Susana. La noche ha terminado para ambos y bajamos en un coche que tiene puesta en la radio música para las masas. El coche nos deja en la calle Cavanilles y bajamos, agradeciendo al actor secundario Bob por habernos acercado a casa. Nos despedimos y ella prometió llamarme cuando volviese de su tour por la Costa Azul. Sí, sí, contesté, y ella insistió, que sí, tío, que te llamaré y quedaremos y eso. Quise creerle, pero yo dije lo mismo a mis amigos de Toshiba cuando me fui y después ni siquiera acepté sus invitaciones de Facebook. Le di dos besos y bajé solo hasta casa. Intentado recordar el nombre de la canción que antes sonaba en el coche.

- Lalalalalalalalalalalalalalala ....my eyes...¿qué coño sigue?

jueves, julio 15, 2010

Down Under


Cuando le dije a Sol "este año, mi propósito es ser mejor persona", mentí como un bellaco. Y no mentí de forma consciente, no, lo hice apoyado en mi voluntad de ser aceptado (mínima) y atacado por mi (máximo) ego que se resistía a ver decrecer de forma alarmante mi lista de amigos en hi5. Corría el año 2007 y yo me había dado cuenta que decir abiertamente lo que pensaba me estaba hundiendo en la escoria.

Me hundí en lodo catalán cuando le dije a una chica que la dejaba por Sol. Fui sincero y le confesé que estaba enamorado de otra, mientras recibíamos la miserable lluvia de un año de sequía, sentados en el Paseo del Prado. Ella me juró amor eterno y dos meses después me enteré que, entonces, ya tenía novio. Años después me condenó al olvido y yo le perdí el rastro. Una tarde, contestó a una de esas cartas cursis que mando por navidad a todos mis amigos y retomé el contacto, sólo para que mi subconsciente la tratara mal, empujado por mi sentimiento de culpa, y lograse que, one more time, me dedicara la mejor de sus maldiciones. En forma de escupitajos. Años después logré, sin querer, establecer contacto, pero siempre me recuerda de una u otra forma que, señor, no soy digno de entrar en su casa, y que sólo una palabra mía bastará para cagarla.

Me hundí en barro chalaco cuando dejé plantados a mis amigos del barrio en mi última (espero) visita a Lima. Ellos que me habían escrito cartas llenas de buenaventura y que, once in a while, pedían información de mis aventuras europeas, quedaron para siempre en el cajón del olvido en el que tengo mis Thundercats, mi camiseta de Alianza Lima, el libro de Ecuaciones Diferenciales, el disco de Topo Gigio, unas zapatillas rojas tipo Chapulín Colorado, un condón "Sultán" y el pasquín "Memorias de una Pulga". Paseé por Lima solo, pateando latas y comprobando que mis sentidos arácnidos seguían alertas ante la presencia de raterillos ocasionales, siempre vestidos con zapatillas sucias y escondidos bajo una gorra asquerosa, con publicidad en la frente. Cuando mi pandilla supo que había pasado por la ciudad, sin llamarlos siquiera, me olvidaron para siempre. O mejor dicho, hasta que el facebook me presentó en sus sugerencias automáticas de amigos, y ellos, al menos de forma virtual, me volvieron a aceptar en sus vidas para dejarme ver cómo abrían galletitas de la suerte o ganaban una vaca en sus Farmville de los cojones.

Me perdí en Mordor cuando le dije a mi tío, el ingeniero, que no iba a la fiesta de cumpleaños de su hija porque no tenía ganas. Mamá, me dijo, con gran sabiduría, que a esas cosas se va aunque no se quiera. Que es familia. Que hay que estar si o si. Yo, díscolo salmón, fui contracorriente y pasé olímpicamente de cumpleaños, fiestas y demases para volcarme (mal) en mi relación de pareja. Mi familia materna me hizo la cruz, y me perdí bodas bautizos y comuniones. Así pasaron varios años, hasta que, no sé por qué, un día me invitaron a una comunión en una casa ruralen las afueras de Madrid. Contra todo pronóstico, no había que pagar nada por formar parte de la celebración y, animado por la nueva incursión a la familia que se me presentaba acudí vestido con mis mejores galas. Mi coche explotó en el camino a Cuenca y fui rescatado por mi tío, el ingeniero (lo qué es la vida), que se quedó conmigo hasta que llegó la grúa y me llevó, después, en su coche destartalado hasta la fiesta, donde mi entonces amada esposa y mi familia nos recibieron con sinceros aplausos. Esa noche me prometí seguir siendo mala persona con quien no valía la pena, y abrazar sólo a los que aprecian mis abrazos.

Me hundí en el río de La Velilla, cuando confundí las señales de Laura y creí que le gustaba que le dijera lo que pensaba.Todo el tiempo. La pobre se cansó, con razón, de su amigo Luis Miguel y rechazó sin piedad mis piropos, la tarde en que España llegó a la final del Mundial de Sudáfrica. Es una putada, porque la ves a diario, dijo Rubén, pero yo no lo creo. Simplemente dejaré de decirle las cosas que pienso, y como todo es bonito, y no quiere que le diga cosas bonitas, mis silencios serán largos. Comeremos de vez en cuando, hablaremos de sus problemas informáticos y, ¿who knows? algún día coincidiremos en las pausas, mientras ella fuma esos cigarros que le dejan un olor a abuelo de pueblo y yo bajo a respirar el aire caliente del norte de África, bebiendo té helado, y viendo a las Chonis que hablan tan alto. ¡Dios!

Me hundí en el mar de Brest, cuando perdí a Solenne. Y me comen las langostas azules. Pero no duele. Es una sensación extraña contemplar como los restos de lo que fui, no se parecen en nada a lo que soy. Observo a las langostas comer mi yo antiguo, que tirita, porque el mar de Brest es frio de cojones, y es como estar en un acuario de barrio. Me dan ganas de decirles "se están dejando un dedo, ese, el del medio, que es el más jodido", pero no hablo langosta y ellas siguen, a su ritmo, comiendo los restos de mi naufragio mental mientras mi nuevo yo sale a flote y sólo se preocupa por buscar alguien con quien ir a ver "Toy Story 3".

martes, julio 13, 2010

Deux femmes dans la nuit


- ¿Hace cuanto tiempo que no escucho un disco de Alejandro Sanz? - me pregunto mientras subo por Ayala en un taxi, para reunirme con mis amigos.

Madrid me encanta cuando es gobernada por su cielo azul, africano, y sus balcones se dejan de complejos y muestran flores, banderas y alguna que otra mesita para tomar el vermut, con rubia en bikini incluida. Entro al Lateral de Velasquez y Julio, Helene y Marie-Flore ya están allí. Han pedido una jarra de sangría. Hablamos de todo un poco, comemos casi nada y nos hacemos confesiones sin sentido. Helene está radiante. Tiene 37 años, un marido y dos hijos y nada de eso ha hecho mella en su elegancia francesa. Debe ser descendiente directa de Maria Antonieta, pienso.

- ¿Por qué las tías usan tacones, si no saben caminar con ellos.
- Parecen velociraptores.
- Ouais, specialment Marta. Mais je pense que elle fait ça...
- Porque está enamorada de su jefe.
- Hahaha...Quel con!

Devoramos las tapas mientras Marie-Flore mira a un rubio de la mesa de al lado, Helene parece que anuncia Ferrero Rocher, yo miro disimuladamente a una chica castaña que debe tener la misma edad que Estefania y que pesa lo mismo que pesaba ella cuando entró a trabajar a la empresa, antes que se hinchara el culo a gominolas y risketos. Julio...no sé qué mira. Suena su teléfono y es su amigo colombiano, primer compañero de piso y maestro de juergas. Le dice que se nos una un poco más tarde, como a las 12 que pensamos ir a Gavana.

- ¿Ah, si? - pregunto a Helene, que me dice que ella ya fue una vez...pas mal.
- No venga con zapatillas - aconseja Julio por teléfono - que sino usted no entra.
- Sont sympa les colombienes - susurro a Helene, y aprovecho para embriagarme con su perfume -. Ils vouvoyaient tout le temp!
- Oui -me sonríe. Pienso, sin dejar de verla: Ah dios, yo quiero una de estas.

Pagamos, subimos a Gavana y está cerrado. Pasamos por el O'live y yo me pido un mojito para entrar en ambiente. Un venezolano bilingüe inglés/español (y marica) nos da la brasa al hablar sin parar y a un nivel de decibelios que la ley prohibe. Llega el amigo de Julio, y, después de corroborar que el veneco es maricón, bebe un tinto de verano. Marie-Flore, que ahora está sentada a mi lado, me pincha el brazo con la palmerita de su margarita. Ah putain! exclamo, y ella se descojona. Bajamos Velasquez hablando huevadas.

- Imagina que te tienes que cepillar a Natalia.
- Ni de coña, hijoputa - respondo.
- Mais, pourquoi pas? - suelta Marie-Flore - elle est une bombe sexuelle!
- Si, en Melmak.
- C'est quoi Melmak?
- No conoces a Alf?
- Oui, bien sur.
- Donc, c'est la-bas qu'il habite. Avec tous les Natalias.
- Hahahahaha...c'est vrai!

Cuando al fin entramos en Gavana, sólo vemos que 17 euros después hemos accedido a un recinto que hiede a pies y que está poblado por putas y viejos calvos que visten como el culo. Nos bebemos la copa y salimos volando, rumbo a Garamond. Allí nos reciben tres gogos que bailan al son de Lady Gaga y más personas (fijo) de las que el local permite. Me pido un Johnnie y alcanzo a mis amigos, que ya han buscado un sitio en la mezzanine del local. Suena La Bilirrubina y llego bailando como un muñeco. Me cierran el paso tres pijas, que me rodean y bailan conmigo. Sensor Terminator On: ésta, buenas tetas; ésta, culito recio, fijo que hace spinning; a ésta le fallan los dientes (puto Iván, ¿para qué me has enseñado a ver eso?).

- Esta es mi amiga -me dice una, y me lanza a los brazos de una gordita mona vestida con una malla de pescar de la que cuelgan golosinas - baila con ella.
- Come unas gominolas - me pide - sin usar los brazos.
- Ok - grito, y de reojo veo a mis amigas susurrando algo que no es necesario susurrar, porque seguramente será en francés y aquí nadie entiende un carajo.

Vuelvo al grupo y el amigo de Julio me dice "no cayó lo que tenía que caer" a lo que no me queda más que encogerme de hombros. Suena Mika y bailo con Helene. Julio, ya está con los brazos levantados, y cantando "love love me, love love me" con todas sus fuerzas. Las canciones van pasando, bailo con las dos, sin parar, me suda todo el cuerpo y, a eso de las 3 y media, Marie-Flore se rinde y me pide irnos. Acepto y me despido del lugar( al que no creo volver porque no quiero pagar 15 euros por una copa), para salir a buscar el coche de las chicas.

- Te llevo chico- me dice en español - si ne sont pas onze kilometres.
- No, no - respondo - vivo aquí al lado.

Me dejan en Doctor Esquerdo, y les hago una seña para que recuperen la M-30, rumbo a la Moraleja. Bajo mi calle (con 60 euros menos) pensando en que no está mal esto de salir en plan amigos con tias que ya tienen la vida hecha, con hijos, ex maridos, y los ovarios ya curtidos de nuestras estupideces. Mola.

jueves, julio 08, 2010

Un hombre pegado a una pelota de cuero


Susana, Laura y yo llegamos a un bar del barrio de Retiro para ver el partido contra Alemania. Susana pasó antes por casa para hacer no sé qué y yo aproveché el momento con Laura para contarle el shock que me había causado la noticia que sacaba a mi amigo del armario.

- Tu ya lo sabías, ¿no?
- Sé quién te lo ha dicho. Y...me parece una hija de puta.
- A mi no me importa, me jode que me engañe y vaya de machito. Pero en sí, es cosa suya. Incluso me da un poco de pena porque el pobre tiene que vivir en la sombra, siempre.

La puerta del bar se abre y Susana entra, sonriente. Laura me susurra, tú y yo vamos a terminar luego esta conversación. Nos sentamos en una mesa desde la que tengo visión perfecta de la tele, en la que pasan entrevistas a Fernando Torres y a David Villa. Pedimos la primera ronda de birras y yo, nervioso, dejo que un hombre me pinte en la cara la bandera de España. Laura y Susana piden que se las pinte también, pero como un brazalete. Mientras yo intento adivinar el sistema de juego que usará Alemania para el partido, ellas intercambian rumores y chismes de oficina. De vez en cuando me acoplo, porque, como todos los hombres de mi familia, soy una vieja chismosa. Salen los equipos, suenan los himnos, rueda la pelota y compruebo el esquema de los alemanes.

- Mira Laura - me pongo en plan profe - han formado dos líneas de cuatro, marcan en bloque. Qué hijos de puta.
- Ah, vale.
-Podolski es polaco, pero el cabrón prefirió jugar por Alemania. A pesar de que sus abuelos murieron a manos germanas durante la segunda guerra mundial. Y es muy bueno el mamón.
- Esto...vale.
- Si Xabi Alonso tiene el día, España ganará fácil porque el balón va muy rápido y gira de forma extraña.
- ...
-Que sí, que sí, tío - suelta Susana - no seas pesado.

Pido la segunda ronda de birras y el tío del bar me dice que me va a servir, mejor, en las copas grandes. No objeto nada, y le pido también cosas para comer. Susana, pendiente al 200% del partido, me dice que el tío de la mesa de enfrente se parece a Rupert Everett. Laura lo confirma. Yo, lo busco en Google y digo que ni de coña. España se adueña de la pelota y la mejor selección alemana que he visto en mucho tiempo corre detrás de ellos como locos. La presión de las dos líneas funciona muy bien, pero aún así los rojos se sacan cuatro disparos que, por primera vez en todo el mundial, nos dejan ver qué tan bueno es el portero alemán. Soy un mar de nervios, pero espero hasta el final del primer tiempo para ir al baño. Cuando llego, encuentro dentro a Rupert y a su amigo, besándose. Puto Pollo, pienso. Cuando vuelvo a la mesa, ha llegado la hermana de Susana, que se quiere unir a la fiesta.

- Vosotros, ¿estáis liados? - nos pregunta la hermana a Laura y a mi. Así, sin más.
- No - contesto, entre el ruido del bar - yo quiero, pero ella tiene novio.
- ¿Tienes novia? - me repregunta.
- No, no. Dije que ella tiene novio.
- Ya, pero ¿tienes novia?
- No. Sólo este feeling por ella.
- Ya, eso lo vi desde el primer minuto - sentencia.
- Es que mi hermana es psicóloga - aclara Susana.
- Ah, claro, es por eso- digo yo, y añado: - pero esto es unidireccional. Yo, a Laura, no le gusto.
- Eso, eso - dice Susana - totally unidireccional.

Comienza el segundo tiempo y pregunto a las chicas si van a querer beber algo más. Copazo, ya, responde Susana y yo pido en la barra Brugal con coca cola y un chorrito de limón, Brugal con Limón (¿?) y Johnnie Walker con coca. La psicóloga se aburre y desaparece sin que me de cuenta. Corner. La pelota vuela y Puyol acierta de lleno. Gol. Salto, grito, me abrazo a un transexual, a dos tías y a un par de tíos embutidos en camisetas españolas. Se mueve el suelo de España y nadie, como es lógico, oye los comentarios posteriores al gol que salen de la tele. Me bebo el trago de un golpe para calmar mi castigada garganta tras tanto grito y al segundo le digo al camarero: ponme otro igual. Laura esta hablando con Susana de no sé qué cosa. Me siento a su lado y, no recuerdo (o no quiero recordar) por qué me dice mejor que no vuelvas a sacar el tema de que te gusto, y tal.

El trago me sabe como el culo y me voy al baño. Me hablo en el espejo y me digo, da igual, tío,¿por qué te cabreas? No es su culpa. Desde el primer minuto sabías que esto no llevaba a nada y, admítelo, has seguido con esto porque te gusta el tonteo. Además, te acercaste a ella, justamente por eso, para no tener problemas, ni tentaciones, porque la tía tenía novio, por lo de Solenne. Si dijiste que no querías, . Pero claro, va ella y te suelta lo de "no puedo tomar nada contigo porque mi a mi novio le puede sentar mal" Y dijiste o sea, ¿pa' qué el frenazo? Mira, brother, pasa. Como al principio. No te comas el coco y disfruta la victoria de España.

- Eso, tío pasa - me dice Rupert, que sale de cagar y había estado escuchando mi monólogo - disfruta la victoria.

Vuelvo a la mesa y las chicas ya están listas para volver a sus casas. Salimos del bar y no oigo nada de lo que dicen. Estoy cansado, pienso en mis cosas, y sólo quiero tirarme a la cama. Al llegar a Doctor Esquerdo decido recuperar mi coche y acercarlo un poco a casa.

- Me piro, chicas - digo, sin dejar siquiera tiempo a que me respondan. Cruzo el semáforo en rojo y vuelvo a casa pensando en que igual no puedo jugar al fútbol el domingo. ¡Tengo que ver la final!

Despierto a las seis de la mañana, preguntándome si me despedí de mis amigas ,o no. Me imagino, para justificarme, que cuando dejaron de hablar, miraron para atrás y yo, sin que se dieran cuenta, ya me había ido. Me odio un poquito y me siento en la bañera a recibir el agua fría, que me despierta como un electroshock. Quiero llamar a Laura para desearle buen viaje, pero recuerdo su petición y lo dejo estar. Me entra shampoo al ojo y maldigo en tres idiomas distintos.