miércoles, mayo 30, 2012

Son of a Gun



Me complace informaros que mi recuperación va viento en popa. Las medidas de seguridad y de contingencia adoptadas a mi proceso de inmolación personal florecen sin pausa. Y sin prisa. Hace dos semanas estuve de barbacoa en Toledo con amigos de mi hermano que me acogieron de buena gana. Me enseñaron su casa, me dieron de comer, de beber buen vino, luego fuimos a un festival de baile y aplaudimos las intervenciones buenas y pifiamos las malas. En ningún momento de este primer contacto social, me preguntaron cuánto ganaba o en qué universidad había estudiado. Sentado al sol y agradeciendo a belzebú no haberme hecho alérgico comía morcilla casera mientras una amiga de mi hermano se columpiaba en una mecedora atada a un árbol. 
Volvimos a Madrid cansados pero contentos, casi a medianoche del domingo y al despertar tenía un par de solicitudes de amistad nuevas en facebook. Todas de tías cuyo culo es más bonito que vuestras caras, fijo.

Al día siguiente, reventado aún, escribí a Cris para saber cómo le había ido con lo del nuevo piso. Chateamos un rato por whatsapp y quedamos en vernos esa tarde. Sentado en una terraza al lado de la estación de Atocha le conté a mi amiga los cambios que había hecho recientemente in my life y ella, Brugal en mano, asentía de forma aprobatoria. No creas que no siento nostalgia, confesé, pero es la que sientes por comer chicle. Nos despollamos ensemble y hablamos de su parking, del mío, de su piscina en Pozuelo y de la mía en casa, de su novio, de mis amigas, de comprar una bici y dar vueltas por los parques. Llegó Bea con bolsas del Zara. Le dije que la camiseta que había comprado era de señora y me pegó suavecito, como hace siempre. Volví a casa en metro, nadie me llamó cutre por hacerlo.

Como odio los martes, busqué algo que hacer y ese algo fue ir a renovar mi pack mensual de libros a la biblioteca. Yulia me había recomendado a Michel Houellebecq, en especial su libro "El mapa y el territorio". Yulia es una amiga virtual a la que le tengo una fé especial y lo que ella me recomienda va a misa, normalmente. Encontré toda la bibliografía del francés, menos ese libro, así que pillé "Ampliación del campo de batalla" que hablaba de un informático que estaba cansado de su trabajo y de la gente que trabajaba con él. No sé porqué. Además de un libro de Lobo Antunes y otro de Philip Roth. Se lo conté a Yulia por whatsapp y después de googlear el libro me dio su aprobación. Me puse un disco de Olivia Ruiz y me leí los dos primeros capítulos. Silvia me llamó para quedar al día siguiente. Le dije que no podía, porque tenía que comprar un regalo para Noelia. Era verdad, quedamos para vernos el viernes.

Noelia es muy arriesgada. Y lo es porque no importa lo que lleve encima, es una de esas personas a las que todo les sienta bien. Incluso si va con tacones, leggings y un blazer azul marino con gorro marinero a juego. Entonces, necesitaba tiempo para buscar el regalo. Ella quería unas Vans negras, pero yo terminé en una feria de artesanía buscando algo más original. Me compré una pulsera de huayruros contra el mal de ojo, una de calaveras turquesas para atraer el mal de ojo, unas Persol Steve McQueen en una óptica cercana y a Noelia le pillé un collar de piedra luna que el feriante, amabilísimo, metió en una cajita muy chic. Volví a casa con mis gafas de sol nuevas, seguro de haberme distanciado de todos esos que llevan Ray-Ban, sólo por llevarlas.

El jueves me toqué las pelotas y me tragué casi toda la temporada 2 de Sons of Anarchy. Ahora me quiero comprar una Harley.

El viernes Silvia y yo quedamos en una terraza en el barrio. Ninguno de los dos piensa que es cutre hacerlo, no necesitamos estar siempre en Boggo o en el Lateral de Velázquez (que podemos, sí, sin problemas) para sentirnos gente. Pedimos dos tintos de verano cada uno, una ración buena de mejillones al vapor, tablas de quesos y chorizo al vino. No gastamos más de 20 pavos. Nos burlamos de sus ex compañeros de trabajo, todavía míos, y recordamos que habían quedado esa tarde para despedir a alguien. Pues mira que bien, dijimos. Ella es feliz en su nuevo curro, yo sigo buscando salir sin prisa pero sin pausa. Brindamos, y pensamos ambos en Susana que no se había podido unir a nosotros pero que pidió expresamente que la llamásemos la próxima vez. Hazlo tú, rogué, la última vez que la llamé yo me sugirió que me buscase una novia. Silvia prometió hacerlo.

Al día siguiente fue el cumple de Noelia. Pero eso, eso ya es otra historia.

lunes, abril 16, 2012

Sudamerican Psycho


Una mañana me levanté y decidí ser idiota. Me parecía la solución a todos mis problemas: con ello dejaría de pensar mucho, de evaluar situaciones, pros y contras y sopesar lo sopesable. Andaría por la viña del señor como los demás, sin preocuparme por las cosas y dejándome llevar por el torrente de catastróficas desdichas sin siquiera notarlas, como los caramelos que flotaban en el río de chocolate de Willy Wonka, o mejor, como el salmón noruego que nada feliz hacia la boca del oso. Atrás quedarían esas tardes filosofales con Miles Davis como soundtrack, en las que me revolvía en mi sofá de piel envejecida intentando reorganizar mi vida tras la hecatombe (que yo mismo provoqué, one more time, por pensar mucho) que supuso mi divorcio sin papeles. Recuerdo como si fuera ayer cuando, decidido a reorientar mi vida, con una taza de té inglés en la mano (of course) me planteé la salida de la auto-lobotomía.

Entonces, como aún no me curaba de mi dolencia, hice una lista de cosas que me podrían conducir al encefalograma plano y por consiguiente,a tener más amigos, salir más, conocer gente y ser tan feliz como ellos parecían ser. En el top de la lista apareció el Síndrome de Peter Pan, cuyo exponente más cercano era uno de mis amigos divorciados recientemente. Tenía cuarentaymuchos y se había hecho un perfil de Tuenti, estaba inscrito en bailes de salón nocturnos y salía de fiesta jueves, viernes y sábado a donde le invitaran. Sin filtros. Follaba siempre (o eso decía) y hasta había quedado con una piba en New York para ponerla mirando al Hudson. Que sí, que luego la piba esa era horrible,  pero al menos eso sólo lo sabíamos sus amigos más cercanos; a ojos de los demás, el pibe era un winner transoceánico. Y eso es lo que importa ¿no?

Como a ese ya lo tenía muy visto, apunté a otro ejemplar al que pegarme buscando la simbiosis. El paso uno de mi plan fue mimetizarme al máximo con ese individuo y dejé de leer libros escogidos al azar en la biblioteca (no vaya a ser que en mis charlas frente a un whisky barato se me escapara alguna cita de Wilde, y mi nuevo coetáneo me hiciera el vacío por ir de culto) y me instalé en el Iphone la app de MTV para ponerme siempre realitys tipo Jersey Shore. Empecé a desarrollar jaquecas, sí, pero mi nuevo amigo se sentía cómodo en mi presencia. El plan iba viento en popa y cada vez más mis salidas sin sentido fueron siendo más frecuentes. Me invitaban a todo y yo decía que sí. Que hay una fiesta en casa de un tío al que no conozco: yo iba y hablaba de Gran Hermano, fútbol y la música de Pitbull con la seguridad de un tertuliano. Que había una despedida de una bataclana en ciernes a la que yo ya había descartado de mi álbum de cromos, iba, tras terminar de cenar con mis amigos y pasando de frases tipo "Italia está gobernada por tecnócratas, como Cibertron por los Decepticons" a "Vaya temazoooo uuuuuuu". (Acepto que en ese momento reculé, al ver a un becario quedarse dormido en el jardín de la clínica Ruber, cuando ni siquiera era medianoche, pero mi plan era uno y ya no me podía echar para atrás. Acojonado, volví a entrar en el Doblón y aún con la certeza del daño posterior, me pedí un Johnnie Walker con coca cola, como quien dice en un restaurante mexicano de mala muerte: "sí, échame chile, que yo controlo".)

Las resacas de garrafón eran tremendas y me hicieron descubrir algo que jamás había experimentado (ni siquiera al beber una botella completa de whisky de 12 años, junto a mi hermano y mi tío, el ingeniero): la depresión post-party. Tirado en mi cama y temblando de miedo pensaba en las cosas que había dejado atrás, todas esas caminatas fructificantes en el Retiro, esos cafés con buena conversación, esas películas en el Instituto Francés, las tardes en el Thyssen. En fin, mi vida anterior ya no existía, pero tampoco la soledad del ente exclusivo. Ahora yo era muchos y todos mis nuevos amigos decían que eso era normal. Que de eso se trataba la vida, que había que beber sin desenfreno y pagando precios exorbitados por esa felicidad sociable. Mi cara era un poema los viernes por la mañana y mi cuenta corriente mostraba los signos de delgadez del buen soltero derrochador. Mi nevera pasó de tener verduras frescas a Aquarius y comencé a cenar arroz con atún de lo cansado que estaba a diario. Mis noches de cenas con amigos tipo suplemento dominical de El País ya eran historia. Eso no era guay, era de viejos. Lo "In" es quedar fuera y gastarse el dinero que no tienes en restaurantes con lucecitas violetas para luego beberte algo en un bar a juego. ¡Oh, qué feliz era!

Y digo "era" porque mi dicha se ha acabado. La careta se me cayó y mis antiguos amigos me han descubierto. No sé si fue porque alguno encontró este blog de escritos espasmódicos, o si en alguna noche de juerga en Huertas mi complejo de listillo quedó al descubierto en medio de esa sencillez suya que yo tanto añoraba. Nunca lo sabré, pero la cronología fue más o menos así:
  • Dejé de ir a una cena, porque echaban una película genial en el canal Plus (dije que "había quedado", total, a Iván siempre le funcionaba esa excusa), al viernes siguiente hubo otra y la que suele organizarlas pasó de invitarme. Meses después me enteré que la cena era para presentarnos a su nuevo novio, del cual estaba orgullosa hasta el paroxismo. Aunque ella no supiese lo que significaba esa palabra.
  • Volví a leer libros de Chesterton y a ver películas de Lars Von Trier.
  • Asistí a un cumpleaños y me fui a los 20 minutos. Prometí a uno de los asistentes indicarle mi posición para que se me uniera, pero la cobertura era mala y mi mensaje le llegó dos horas después. Esa noche bebí un whisky bueno, en un sitio bueno, pero cuando vi que la compañía era mejorable en gran medida por la idea de volver a casa me despedí de todos como un gentleman y me fui (sospecho que aquí se gestó de verdad mi muerte, tenía que haberme largado como un patán, que eso está mucho mejor visto).
  • Desempolvé mis discos de jazz. Recordé la diferencia entre Ella Fitzgerald y Nina Simone y lo que es peor: lo comentaba.
  • Asistí a un brunch, propuesto por una amiga. Y a petición suya, invité a un tercero. La conversación pasó de fútil a agresiva cuando el tercero empezó a atacarme más de la cuenta. Mi gesto cambió y sentí vergüenza ajena sobretodo por cómo le miraban los de la mesa de al lado, que incómodos ante la sarta de palabrotas por segundo, dejaron su brunch a medio terminar y se llevaron a sus niños a un lugar mejor. 
Entonces, me hundí. Volví a casa en metro comentando con mi amiga el incidente. Usando palabras adultas y sin grado de alcohol en la sangre. Me tumbé en mi sillón y, pensé que ese tipo de amistad no me gustaba. Eché de menos a Susana, agradecí haber conocido a Dario y valoré, como nunca a Arturo y a Sol. Como un autómata, abrí un libro de Sartre y leí " Exister, c'est être , simplement". Sonreí, me serví una copa de vino y bloqueé en el Whatsapp a aquellos que ya no me servían. Llamé un amigo de verdad, le conté todo y me espetó una verdad como un puño: "no puedes cambiar lo que eres, si vas de tonto, tarde o temprano te descubrirás". Ese hijo de la grandísima puta (perdón por el exhabrupto, son rezagos de mis compañías pasadas) tenía razón, y di entonces el experimento por terminado. Podéis contar conmigo para la próxima Noche en Blanco.

miércoles, enero 18, 2012

Sexy Back MF


¿Hasta cuánto puede durar el hastalapollismo?¿No te lo has preguntado? Apuesto a que no. Sigues con tu vida de siempre y el momento ese en que dijiste para tus adentros "estoy hasta la polla" ya es un recuerdo borroso. Como la tía con la que te enrollaste en La Latina y te trajiste a casa y al día siguiente la hacía eterna para largarse. O sea, vete. Le diste un último meneo y un zumo de naranjas recién exprimidas y le dijiste sí, te llamaré, pero cuando se metió al metro como un topo cogiste el Iphone y Contactos, últimos en agregar, eliminar. Verde. Vuelta a casa y sigo durmiendo a pierna suelta ahora que esta pesada ya no existe más. Qué fácil es eliminar gente. Casi tanto como en el facebook. Bye, darling.

Pero nunca te das cuenta de que eres un zombie. Bajas las escaleras del metro por la izquierda porque todos lo hacen. Prueba un día a bajar por la derecha, cogido del pasamanos, y verás que al llegar al andén están allí aquellos que pasaron cagando leches a tu lado. Perdona, perdona, y al final están allí, mirando como tú el letrerito rojo que pone "4 minutos" y también sienten el calor de los túneles. Al subir al vagón, no creas que no, mequetrefe, ellos también sienten ascazo de que tú les roces con tu codo. Porque todos creemos que los reposa brazos de los asientos son para uno mismo. Todos. Tú. La gorda que lee a Danielle Steel. El tío que lee el Marca. El trendy que tiene un i-book y va pasando con su dedito guay que arrastra como decía en el manual las páginas virtuales de ese PDF que se ha bajado de Internet. Tú, que vas de culto, lees a Sartre y no entiendes una mierda de la escena en que se tira a la casera, ni cuando acusan al Autodidacta en plena biblioteca de estar allí sólo para acosar jovencitos. No. No entiendes nada, pero queda guay dejar un libro de Sartre en tu mesa de trabajo, para que lo vean las Chonis del Call Center que han puesto cerca de ti. Loser. A ellas eso las impresiona igual que a un perro un cuadro de Van Gogh. Pero eso, tú no lo sabes, y sigues bebiendo tu té en tu taza del Starbuck, que, ya que estamos en plan sincero, es robada. Feel like a Sir, look like a Douchebag.

Y tu hastalapollismo sexy te ignora también, Modafucker, cuando llegas a casa. Con tu pisito cool con sofás de piel y sillones de piel, y guantes de piel, y chaquetas de piel, y en la cama no tienes ahora quién te erice la piel. Entonces, mientras cueces tu pasta italiana y te aplicas una mascarilla anti-age llamas a la tía que te gusta, pero que tú no sabes que te gusta y fuiste tan idiota de dejar que se fuese sola la noche del concierto porque tú, imbécil, al día siguiente tenías partido con tus amigotes. Sí, la llamas, pero no te lo coje y entonces le mandas un wasap. Que eso mola más, es como decir: tengo pasta para tener internet en el teléfono; pero en realidad dice: soy un cutre y no quiero gastar en SMS. Gilipollez level @M. 40 euros al mes más IVA. La vida son esos segundos que tarda en aparecer la segunda rayita verde del wasap. Sí, lo ha leído, pero no contesta. Piensas que pasa de ti, pero en realidad igual está, como tú, cagando y piensa que no es el momento. Entonces, para distraerte, te metes a tus feeds de Google, esos donde salen fotos de ropa que nunca tendrás, coches que no podrás comprarte, casas en las que jamás vivirás y tías que no te follarás a menos que te reencarnes en Ryan Gosling. Y cuando estás en lo mejor de tu inconmensurable lectura, ella responde tu wasap. Una hora más tarde de charla inútil pasa de salir contigo one more time, y entonces empiezas a entender un poco a Sartre. Y a Carver. Y a Pahlaniuk. Añoras los días en que sólo leías a Vargas Llosa. Te inventas que vas a ver una peli y cortas la conversación. Te quitas la mascarilla anti-age, te tumbas en tu cama anti-sex y te duermes para soñar cosas anti-reality.

Y al despertar ya no estás hastalapolla. No, ahora te unes a la cadena de producción con la sonrisa Black Hole Sun, sin dudar. Te pones música de David Guetta en el Ipod y les dices a los idiotas del trabajo que sí, que vas al tablao flamenco con ellos. Ignoras a tu ángel del hombro derecho que te dice que no vayas, que son retardeds y que esa gente sabe de flamenco lo que tú sabes de ballet. Te repites que quieres ser un animal social, que ya estuvo bien de ser águila y que igual mola más ser borrego. Comes con gente y hablas de fútbol, de ropa y de los rollos en horario laboral. Te inventas que te has follado a tres ex becarias y, misteriosamente, te creen. Dices que vuelas una vez al mes a New York y se lo tragan. Sueltas que coleccionas las fotos de las tías en pelotas que sale en la última página del As y aplauden. Miras a tu único amigo real de la mesa y cuando los demás están distraídos le susurras "copas en mi casa, este finde" y él asiente como si estuvieseis planeando huir de Alcatraz. Recoges tu bandeja, la dejas en el carrito que hay para eso, sales por la puerta, los fumetas dicen que salen al frío de pelotas a fumar, preguntan si vienes. Obviamente dices que sí, porque ya dominas tu hastalapollismo. Uno te pregunta si tu camisa es de Zara, pero a tanto no llegas en tu liar level, y dices que no, que es de Gant.

sábado, enero 07, 2012

Hakuna Matata


Antes de entrar al cine, pensaba en cómo había celebrado estas fiestas tan entrañables: sin regalos, con la familia, y exactamente en el mismo lugar en que estaba el año pasado. A pesar de esforzarme como una perra para ganar más pasta y poder respirar aliviado cada fin de mes, el resultado siempre fue el mismo y nadie me contrató a pesar de que en mi currículum pone que soy lo más de lo más. Me cansé y hace meses dejé de intentarlo, pensando que la vida, igual, es así. Mientras, mi sobrino interpretaba su personaje de niño serio (cosa que hace a la perfección cuando mi hermano lo vigila con demasía constante) y distraído, yo me preguntaba porque si mi abuelo tuvo dos Packard y un Jaguar yo tenía que resignarme a ir a currar en metro, y dejar el Mercedes para los fines de semana o para cuando voy a cenar con alguna amiga guapa. Por qué (pensaba, avanzando de a pocos en la fila del cine) se jodió económicamente nuestra familia, cuando éramos los más guapos, buenos y brillantes del barrio. O al menos, eso es lo que cuenta mi viejo. Yo, no tengo tanta memoria.

Recuerdo, sí, que mamá se esforzó los primeros años por que mantuviésemos el ritmo: nos hacían trajes a medida, zapatos y nos mandaban al colegio (con 6 años) con un maletín de piel como el de James Bond, cuando el resto de los niños iba con una mochila rota de Parchis. Porque, señores lectores, mi barrio era más pobre que una rata. Ese esfuerzo duró pocos años, y mis pobres hermanos menores no lo llegaron a disfrutar. Y así lo recordamos estas navidades, mientras comíamos langostinos. Papá y yo nos esforzábamos sádicamente por traer a la mente el nombre de aquél chico que vivía en la esquina de nuestra cuadra y que murió una noche de un balazo en la frente, una noche de juerga en que jugaba a la ruleta rusa con su amigo el Coyote. Tras la segunda ronda de comida y bebida navideña, no llegó su nombre, sino su apodo: Torombolo. Y tras eso recordamos, con poca nostalgia a todos aquellos malandros a los que yo veía cada nochevieja, desde mi traje a medida talla 8, y mis botines de piel de becerro. Cenamos contentos entonces, de ya no vivir allí.

- La fila avanza, tío - me despierta Fabián- dile que ya tenemos gafas 3D.

En nochevieja, en cambio, estuvimos bastante menos nostálgicos y comimos todos en casa de mi tia, que nos agasajó con tanta comida y bebida que me daba miedo dar positivo en un test de alegrolemia, si eso existiese. La tarde de Reyes, resacoso, la pasé en casa de mi hermano, comiendo como una bestia y riéndome de mi pobre madre que se vio obligada a estrenar in situ la cafetera Nespresso que le habíamos regalado. Es fan de guardar sus regalos hasta que éstos han pasado de moda, cosa que nunca entenderé pues yo soy justamente al contrario: comí el roscón con mis guantes especiales para Iphone que me trajo la negra Baltasar. Allí, tumbado en el sofá como un muñeco de trapo, propuse con las pocas fuerzas que me quedaban ir a ver el Rey León en 3D. Todos quedamos para vernos la tarde siguiente. A nadie le importaban ya una mierda los coches perdidos del abuelo playboy.

- Ayúdame con las palomitas, no mejor con la cocacola, que está muy fría, tío.

Simba ya ha crecido y vive con Timón y Pumba, lejos de sus responsabilidades y dejándose llevar por el Hakuna Matata, que le ha ayudado a olvidar las penas y culpas del pasado. Pero las circunstancias le obligan a enfrentarse a lo que es. Mi sobrino ríe con los bailes del mandril brujo, yo entiendo mejor la película que en los noventas y me termino una bolsa de marshmallows con una sonrisa en la cara que no se me borrará en horas. Acompaño a mi hermano a su coche y quedamos en vernos al día siguiente, para el primer partido del año. Los veo irse y les hago adiós con la mano, Fabián, desde su silla para niños que creo que ya no le hace falta, me hace el símbolo de la victoria, el mismo que hace Timón al final de la película y yo, muerto de la risa decido que ya está bien de hacer el idiota en mi Hakuna Matata personal. Que Timón y Pumba vengan conmigo o si no se pueden ir a tomar por culo. Este año, seguiré intentándolo, con más fuerza que el anterior. Alguien me creerá, imagino, que soy el más guapo y el más cool, como pone en mi currículum.