martes, junio 29, 2010

Mis amigos, pollos


El presidente de Bolivia, Evo Morales, dijo hace unos meses que comer pollo te volvía maricón. Medio planeta se rió de él, y yo recordé en silencio (y avergonzado) que papá decía lo mismo, añadiendo con saña que su consumo reducía considerablemente el tamaño del miembro viril. Basaba su teoría en que a los pollos peruanos se les inyectaban hormonas femeninas para que engordaran de forma más rápida y con el consiguiente menor consumo de nicovita, engorde y demás sustancias, nocivas y caras. Yo, entonces, tenía ocho años y mi papá era Superman y su palabra ley. Me creí toda la mierda esa, y aunque con el paso del tiempo la fui olvidando, últimamente he hecho un files recovery desde el lado formateado de mi memoria.

Mesplico.

A pesar de los consejos paternos, me encanta el pollo. Cuando quedo con mis amigos en algún bar, y me preguntan que voy a pedir para comer, siempre respondo lo mismo: alitas a la barbacoa. Pero no me siento maricón, entonces, la teoría de Evo cojea considerablemente. Me pregunto, mientras muerdo la alita como un perro, si eso hará que empiece a gustarme "Sexo en Nueva York" o los libros de Crepúsculo. Respiro tranquilo cuando veo que a la camarera se le cae la servilleta, y al agacharse a recogerla, mis ojos fuerzan al máximo lo que la generosidad de su falda deja ver. Ah, me digo, soy inmune al virus del pollo. Puedo seguir comiendo cuanto quiera, y seguir siendo el follador nato de siempre.

Pero entonces, cuando mi compañera de mesa termina de engullir su tercer bocado de ensaladita de rúcula y me suelta: ¿sabes que fulanito...es gay? La nube de ceniza volcánica aparece y no tiene la cara de John Locke, sino la de Ricky Martin. Pienso en mi amigo y ato cabos. Nunca lo he visto con una tía; si hablamos de tetas y culos él, simplemente, guarda silencio; no practica deporte alguno (sólo va al gym) y siempre, siempre, va bien vestido. Fue el primero en contarnos que tenía amigos gays, y un día dijo que no descartaba cambiar de bando, pero, que si se daba el caso, sería activo. Yo creí, en el momento de su confesión, que hablaba de temas contables.

Mi amiga me dice que tengo todavía el Chicken Finger entre los idems y me fulmina con los detalles: además, no sólo es gay, o bi, no sé, sino que además rompió con su novia porque se enrolló con un tio. Suelto el chicken finger e imagino a mi amigo comiendo pollo asado, arroz con pollo, sopa de pollo, pollo con patatas, milanesa de pollo, pollo a la orange, pollo relleno de pollo, y pollo a la jardinera. Recuerdo - mientras me limpio los dedos con una servilleta del Friday's- la noche en que, en mi sofá, me contaba lo mucho que sufría por romper con su novia. Esa vez lo vi desolado, tanto o más de lo que estaba yo, tras romper con Sol por el bien de nuestra estabilidad mental y por el mal de mi cuenta bancaria. Lo consolé diciéndole que un clavo saca otro clavo, sin pensar que, igual esa noche, era a él a quien se la iban a clavar. Mientras aullaba a la luz de la luna.

- No puede ser, tía. ¿estás segura? Pero si el otro día me dijo que no podía caminar bien de tanto follar...
- Pues eso.
- ¡Mierda!

Por la ventana veo a la calle, buscando una explicación. Pero sólo veo a un grupo de amigos organizando una despedida de soltero, y, sí: habían disfrazado al novio de pollo. Quise gritarle: ¡Cuidado con tus gónadas, tío! ¡Come mucha carne roja! Pero aún me resistía a aceptar la teoría que mi padre y Evo habían metido en mi cabecita. Recordaba, mientras mi amiga comenzaba a contarme sus planes veraniegos, a los pollitos que mi abuela me enseñó a cuidar de niño. Lo hice con esmero, y ellos reemplazaron los muñecos y transformers que papá (mariconadas las justas) nunca me quiso comprar. Los subía a plataformas improvisadas de cartón y madera y desde allí los lanzaba a la aventura jamás soñada de aprender a volar. Ellos, canarios temporales, parecían sonreír mientras caían atraídos por la fuerza de gravedad y por un puñado de maíz molido que siempre les dejaba al final de la rampa, para motivarlos. Mis juegos polleros acabaron cuando a uno lo quise travestir en pato y el pobre no superó el casting, muriendo ahogado en el fondo de un balde y mirándome desde su muerte con total reprobación. Mamá me prohibió entrar al corral.

- ...y después subiremos por la costa azul, hasta donde nos lleve el coche.

Suena mi teléfono y veo el nombre de mi amigo en la pantallita. Respondo, y aguanto estoicamente sus bromas acostumbradas: que si estoy en Chueca, que si me ha interrumpido mientras pensaba en Ricky Martin, que si me estaba preparando para ir a la marcha del Orgullo Gay. Le digo que estoy comiendo con Marie, me pide que le mande un beso y yo cumplo con el encargo, callándome como un cabrón, sin decirle que nuestra amiga común ha desvelado su secreto. Le digo que iré a comprar zapatos después, que si eso lo llamo cuando acabe para tomarnos algo. Se alegra y me dice que sí, que nos veremos en unas horas y que me presentará a la chica con la que está saliendo. O mejor dicho, con la que ha vuelto.
Cuelgo, pago la cuenta, y salgo del restaurante pensando en el alto índice de amigos mios que han comido pollo en su infancia y ahora bailan moviendo los brazos por encima de la cabeza; en que los quiero igual, aunque tengan los esfínteres dados de sí, y en el puto Evo Morales, al que le deseo que sea enculado por un sudafricano y su vuvuzela.

miércoles, junio 23, 2010

Kissology


Me pareció buena idea llevar unas camisas a la costurera china antes de subir hasta Goya, para el concierto de Kiss. Cuando entré en la tienda, la china no estaba y había dejado en sus lugar a su marido mongolo que, ni sabe español, ni se mueve con soltura y a veces me pone hasta nervioso con sus andares de panda borracho. Intenté explicarle que quería que me entallara una camisa pero el pobre hombre sólo me miraba y asentía. Como no pensaba llevarme la bolsa con ropa al concierto la dejé allí (cagadito de miedo) y le escribí una nota a la china para cuando volviese de cazar gatos para la cena : "Ajustar camisa, igual que la azul. Azul bien. Otra muy grande".

Llegué al Palacio de los Deportes con diez minutos de retraso, sabiendo que mi tío tardaría todavía una media hora más en aparecer. Lo llamé por si acaso, y confirmé que estaba dando vueltas buscando un sitio libre y gratis para aparcar. 30 mil personas más hacían lo mismo. Le dije que cuando llegara me llamase, mientras, me senté a esperar en una terraza de Felipe II. Mis compañeros de bar iban también al concierto y llegaban bastante mejor preparados que yo: con la cara pintada, botas militares, camisetas negras y tatuajes en los musculados brazos. Yo iba en jeans, converse y camiseta blanca de Kiss, exactamente igual que un niño de seis años que estaba sentado en la mesa de al lado y que me miraba, ya hace varios minutos, de manera sospechosa.
Cuando mi tio llegó, yo ya me había bebido tres euros cincuenta de cerveza y le ofrecí el mismo nivel de alcohol. Lo bebió como si fuera un Alka-Seltzer y nos metimos a la marabunta que ya poblaba el recinto. Las azafatas nos iban guiando hasta el sitio de nuestras entradas, pero a mitad de camino me aburrí y jalé del brazo a mi tío para meternos por la primera puerta abierta que encontramos. Resultó ser la Zona Vip. Teníamos el escenario a veinte metros, con las pantallas gigantes en todo su esplendor y los fuegos artificiales dándolo todo. Cuatro letras doradas, formadas con focos, nos dieron la bienvenida y los Kiss ya entonaban la primera canción, que, obviamente, yo no conocía.

Pasó una hora de concierto y Paul y Gene salieron del escenario para retocar su maquillaje, momento que aprovechó un individuo para pasar por la zona VIP con una mochila de cazafantasmas que, por un tubito, disparaba cerveza. Dame un vaso, chato, ordené, y él aceptó gustoso. Lo malo fue cuando, de mis veinte euros, sólo me devolvió diez. Puta Zona Vip, pensé. Peter Criss seguía volando en una plataforma mecánica y mi tío el ingeniero decía ¿ves? eso se mueve por motores y sistemas hidráulicos, el humo es sólo vapor de agua homogeneizado que... A lo que yo respondí como se merecía: ¡Chupa oe, que me calientas la cerveza!

Las luces se apagaron de golpe y los cuatro Kiss volvieron al escenario entonando "Love Gun". Todos explotamos. Todos menos una chica que estaba de pie a mi lado y que me recordaba a la estatua de sal de la Biblia. Imaginé que la pobre deseaba, seguro, estar en el concierto gratuito que Estopa daba en Torrebronx. Dos canciones más tarde, sonó al fin "I was Made For Lovin' You" y Paul Stanley voló hasta posarse en nuestra Zona Vip, a escasos tres metros de donde estabamos. A mi tío casi le da algo y en su cara se veían los recuerdos de adolescencia, las escuchas colectivas del vinilo en casa de los amigos, o en la propia, soñando con la banda propia y siendo famoso entre los famosos. Recordé, yo también, cuando poníamos el "Dinasty" a todo volumen y los conejos de la abuela cavaban túneles `para esconderse de ese demonio que venía a comerlos en su imaginación conejil. Paul seguía moviéndose como un poseso y a mi tio le explotó la cámara Lumix que su amiga Julita le había prestado. Gene, en el escenario, se mordía la lengua hasta hacerla sangrar.

Al salir, bajamos por Menéndez Pelayo con las lunas del coche bajadas, cantando Love Gun con la poca voz que nos quedaba. ¿Sabes que toca Miguel Rios? me preguntó mi tio, y yo le respondí con toda la sinceridad del mundo Si vas, yo voy.

viernes, junio 18, 2010

Ocho rayadas de un feriante cabreado


UNO
Cansado de la incertidumbre y de andar con ojos rojos me bebo el colirio de un golpe. No muero. Se me queda un sabor a hierro en la garganta que hace mis despertares más (si cabe) amargos. Ya no compro naranjas para exprimir por las mañanas, tengo suficiente acidez incorporada. Muerte al Tobrex, vivan los caramelos. Mi oftalmóloga carísima me recomienda unas gotas con flúor para recuperar mi mirada matadora. Se parece a Aramis Fuster. Me dice, "estás curado, a ver cuánto dura". Bajo por Doctor Esquerdo y, sintiéndome imbécil, compro otro frasco de gotas. Ahora lo uso todas las mañanas, como si fuera Listerine. He descubierto que me coloca un poco.

DOS
Llamo a María. Me arrepiento, cuelgo. Me voy al cine y veo la versión gorda de Robin Hood y casi me duermo durante la quema de Nothingham. Me ha llamado María. La llamo, me arrepiento y cuelgo. Al día siguiente me llama mientras estoy en el gimnasio. Paso, estoy en mitad de la segunda serie de Peck-Deck, que le den por el culo, y no seré yo. En la tele del Gym echan un programa para fans de Playstation. Me cabreo. ¿Porqué no ponen música? No todos los tíos somos mongolos adictos a Resident Evil. Me ducho, salgo y veo que una rubia perfecta hace abdominales en pleno pasillo. Perdona, me dice, es que arriba está todo lleno. Comprendo entonces porqué hay algunos tíos que están siempre peinaditos en el gym. Subo las escaleras y le digo adios, forever maybe.

TRES
Te encuentro en el chat. Me preguntas qué haré en verano. Ni siquiera yo me lo había planteado y, as usual, me quedo sin respuesta. Entro entonces en Ryanair y encuentro un viaje a Girona por 35 pavos. Me dices que sería raro vernos allí, digo que sí, que sí a todo. Qué ganas de mandar todo a tomar por culo. No soy la mejor persona para convencer a nadie, pienso. Mientras tú me das mil razones (que paso de leer) por las que no podemos vernos, pongo un vídeo de Luis Miguel en youtube y él canta "¿Y que has hecho del amor que me juraste?, ¿Y qué fue de aquellos besos que te di?" Ya me veo en la puta playa, solo, y pidiéndole a unos jubilados que me cuiden el Ipod y los Ray-Ban

CUATRO
Discuto con Laura. O peor, se enfada conmigo porque le digo lo que pienso. Qué razón tenía mamá cuando me dijo que callado estaba más guapo, el día que le dije a mi tía que estaba gorda y que a su marido le apestaban los pies. Pues más o menos fue lo mismo. Yo que creía que Laura estaría feliz al confirmarle que le daría lo que ella pidió y nada más y resulta que se pone triste y poco más y me desea que me folle un pez espada. No podría soportar tamaño castigo, mis orificios rectales no han sufrido más exploración que los supositorios que el doctor me obligaba a consumir a los cinco años. Curiosamente, días después de confesar mis sentimientos a mi tía y a los pies de su marido. Quiero que Laura vuelva a sonreirme pero estoy cansado de la vida, y mi modo payaso se me cala.

CINCO
Me autoinvito a una fiesta en París. Las reacciones son diversas y me quedo inquieto. Françoise me dice que en España ese tipo de espontaneidad no es mal vista. Le digo que en Lima eso es un acto de desesperación y que mi orgullo ha quedado muy tocado. Me dice, con gran acierto, que en el peor de los casos, puedo crearme un finde en mi ciudad favorita, y que si los fiesteros no me aceptan que les den por el culo. Busco la dirección del Museo Picasso, y me veo ya en Gibert Joseph comprando discos sin pagar el 18% de IVA. Pienso en llamar a Vincent, a Delphine y a Mariola. Julio me dice que espera que no babee mucho con las francesas delante, que no quiere avergonzarse con mis actitudes de salido. Me cabreo, pero a la vez me río de él en silencio. Piadoso como nunca no me burlo recordándole quién de los dos fue el que triunfó en la fiesta de Iván. Fuckin' Fat Loser.

SEIS
Hago cola en el supermercado con mis gafas de sol puestas y veo, de reojo, a la típica abuela que sólo lleva dos cosas, y te mira para que la dejes pasar. Me hago el loco, la música de Beyoncé (que escucho más desde que discutí con Laura) me ayuda a ignorarla. La vieja carraspea, yo, a mi bola. La vieja intenta un adelantamiento mortal por la derecha, le cierro el paso y queda atrapada entre el papel de cocina y el líquido limpiasofás. La vieja mira, derrotada, hacia otra cola, y logra colarse delante de un matrimonio joven que ni se entera porque el niño que llevan en el carrito ha tirado al suelo todos los chicles. Veo, de refilón, a una maciza que lleva en la mano una botella de Aquarius, ¿quieres pasar? le pregunto y ella me agradece con una sonrisa que sólo me confirma que no me la follaré jamás. La vieja, ya desde afuera, me maldice con la mirada.

SIETE
Me aburro en casa. Escucho "Oh, You Pretty Things" y decido comprar un piano. Entro en Ebay y encuentro uno muy barato: 200 pavos. Lo venden por mudanza. Pago y compro también un póster de "El Bueno, el Feo y el Malo" para darle a mi habitación un aspecto más masculino (recomendación hecha por Susana, que se burló de mi cuando le dije que echaba de menos la reproducción de Le Moulin de La Galette que se llevó Sol consigo). Unos días después llega el piano y, cuando me siento a intentar sacarle alguna nota descubro que está cojo, con la madera casi podrida y que le faltan tantas teclas que al verlo desde arriba me recuerda a la sonrisa diezmada de mi tia Gladys. Pongo una reclamación en Paypal y el vendedor responde diciendo que avisaba que el piano "tenía algunos daños". Pido a mi banco la devolución del recibo, aduciendo estafa y a la hora tengo los 200 euros de vuelta en mi cuenta. Estoy pensando ahora en comprarme un Porsche y usar el mismo método para no perder mis ahorros.

OCHO
Me siento en el jardín de Marie-Flore con un whisky en la mano. Desde donde estoy se oye el ruido de la piscina y a los niños pijos correr de un lado a otro. Llamo a mi casero y le digo que me baje el precio del alquiler, que ya sé que nuestra piscina no abrirá este año. El mamón me dice que está conduciendo, que si no me importa llamarle luego. Cuelgo. Marie-Flore está hablando en francés con una mujer que lleva a un niño en brazos. Le dice que puede hablarme en francés, y ella me pregunta que por qué no estoy viendo el partido. ¿Quelle match? pregunto, La France, mon ami responde. Buah, digo, c'est pas interesante, y vuelvo a mi whisky mandandole un beso. Cuando Marie-Flore vuelve a sentarse a mi lado me dice que su amiga es la directora general de Clarins. Le pido que me consiga descuentos en cremas masculinas.


lunes, junio 07, 2010

Canciones para no dormir


Cuando mi doctora me confirmó que ella tampoco podía hacer nada, y que, además, se iba de puente (la muy zorra) llamé a mi tía. En veinte minutos estaba en su casa, sentado en su terraza y recibiendo de su mano unas gotas de veterinario que debía ponerme una sola vez al día. No sé, le dije, esto está mu chungo, creo que voy a usarlas, por lo menos mañana, tarde y noche. Me dijo que yo mismo con mi mecanismo, pero que, eso sí, llegara a casa y descansara los ojos al máximo, que los cerrara todo el tiempo posible y si me dormía...pues que me durmiese. Volví esuchando a Technotronic, y fue lo único que hizo que no me matara en la A-3, ciego de legañas como iba.




Ya en casa bajé todas las persianas. Me quedé en calzoncillos y en un segundo mi vida pasó a ser una escena de Drácula. Me tiré en la cama y puse música en Internet, usando un playlist que había preparado antes. Random On. La primera canción, de golpe, me hizo recordar a ti, a esos paseos eternos, a las peleas estúpidas, a nuestra despedida que no fue despedida hasta que dejamos de vernos sin querer, a lo simple que se vuelve un recuerdo cuando ya no duele. Luis Miguel cantaba y antes de dormirme, subí la canción al facebook, sin dedicatorias. Porque luego te pones a llorar, y no es plan.




Al despertar, eran ya las once de la noche. Me eche dos gotas de caballo en cada ojo y sentí como si me hubiese echado LSD. Las pupilas se dilataron al máximo y fuera, en la calle, el ruido de la gente parecía multiplicado al escucharlo sin asociarlo a imagen alguna. A tientas, cogí un disco de Nirvana y recordé que meses atrás me había comprado unos Sennheiser por los que pagué alrededor de 100 pavos y que sólo había usado en mi viaje a Sevilla. Me tiré en el sofá y las guitarras de Kurt me cabrearon con el mundo, las enfermedades, el polen y su puta madre. Puse en el facebook, I feel stupid, and contagious, y me dormí feliz.



Al día siguiente, vi que las gotas de caballo habían empezado a funcionar, ahora el progreso de la hinchazón en mis ojos era parejo y tenía los dos como si hubiese llorado durante una semana. Parecía un chino malo de película de Bruce Lee y después de desayunar e intentar (en vano) ver algo de tele sin cansarme, volví a cerrar los ojos y enchufarme a los Sennheiser, que empezaban a valer lo que costaron. Momento Sanz, pensé, y puse el Tren de los Momentos sólo para recordar a Vero y a la canción que le grabé una tarde que su jefa le dio por culo más de lo normal. Ven que no voy a cambiarte... Qué tiempos.




Las horas pasan más rápido cuando no haces nada, me dije, y seguí con mi rutina musical y evocadora. Busqué el soundtrack de Once, una película que Susana me había prestado sin que yo se lo pidiese y que me encantó desde el minuto uno. La gente nunca acierta con los regalos que me hace, pero esta tía me caló desde el primer instante y eso me ha sorprendido gratamente. Con los ojos cerrados y escuchando la voz de la cantante, recuerdo la escena del piano, a media luz, y me enternezco de nuevo viendo llorar a la chica checa por un amor lejano. que cree que no va a volver. Escucho el disco completo, dos veces.




La progresión lenta de mi curación no hacía mucha gracia a mi jefe, que me llamaba cada vez que podía para que conteste mails a Francia. No sé si lo hace para comprobar que no estoy en Valencia, con un mojito en la mano, frente al mar mediterraneo de mierda que no tiene olas ni nada y siempre está caliente, como si alguien se hubiese meado dentro, o por que simple y llanamente, es gilipollas y no sabe lo que significa "estar de baja". Salgo a la farmacia escondido tras mis gafas oscuras, y me acompaña Enrique Iglesias. Como es de esperar, mi jefe llama, le digo "estoy en el hospital" y le cuelgo. No vuelve a intentarlo. De vuelta en casa llamo a Laura para calmarme. Siempre funciona, es como un antídoto contra la mala leche en un botella de 10 ml. Le canto "Hero" en un arranque de estupidez, y lo más raro es que le gusta.




La última mañana de rojura, me entusiasma ver que mis ojos empiezan a dejar de sentir vergüenza de si mismos. Feliz, veo que, durante El Corpus Christi, mi corpus ha perdido masa muscular y me digo que no, no, que eso no puede ser. Pongo un disco de Bunbury y me dejo caer hacia adelante para hacer 100 flexiones mientras el maño canta "El Club de los Imposibles". Pienso, mientras decido hacer también abdominales, que quizá no es buena idea ir a New York, que ¿pa' qué? Que sí, que allí viven todos mis amigos de la infancia, pero que igual al ver el capullo en que me he convertido me meten en una bolsa de Gap y me tiran al Hudson en alguna orilla de New Jersey. Tirado sobre mi suelo de parquet, cansado, susurro, 'Wow, moriría como un personaje de Los Soprano".




Mamá llama. También Julio, Laura y Susana. Marie-Flore me dice por el chat que sorry, que tuvo mucho trabajo y por eso no llamó, que vuelva pronto y deje de hacer el grosse feignasse. Mis amigos italianos me dejan mensajes en el facebook deseando pronta recuperación, y otro me pide que, en cuanto me cure, lo llame para tomarnos unas cañas. Llega la última noche de conjuntivitis severa, y agradeciendo a quien sea por las gotas de mi tía, pongo un disco de Ricky Martin. Canto varias canciones, con fuerza y rabia, pues hablan de amores rotos y malagradecidos. Pero, casi al final, suena una canción que me hace pensar que, aunque he pasado días oscuros y en reclusión, aunque soy un capullo integral que asustó para siempre a las únicas dos mujeres que me han querido de verdad, aún existe gente en el mundo que (incomprensiblemente) piensa en mi. Y eso, es de agradecer.

miércoles, junio 02, 2010

Scrubs


Estoy hasta los cojones de estar enfermo. Todo iba bien, e incluso el viernes cené con Vero (y planté a Marie-Flore) a la que no veía hace más de dos años. Nos la pasamos genial, hablando de nuestras cosas, miedos, alegrías, tristezas, como si el tiempo no hubiese pasado y aquella taberna de Huertas fuese el buffet chino en el que solíamos comer tiempo atrás antes que las vaquillas de la vida nos pasasen por encima. Cuando nos despedimos, y la vi subir a su Peugeot, sentí una picazón extraña en el ojo izquierdo, que, por miedo, preferí ignorar. ¿Vas bien? me preguntó, guapísima y tierna, sí, sí, contesté y bajé la calle Atocha a pie.

Al día siguiente, la conjuntivitis había vuelto. Me cagué en todo y, furioso, me senté en calzoncillos en mi sofá, dispuesto a no comer nada e ignorar al mundo y su karma que parecían haberse ensañado conmigo. Así pasé el fin de semana: viendo pelis, me cansaba, leyendo, me cansaba, gotas, me dormía, me despertaba, más gotas, una serie, me cansaba, internet, gotas, Vettel que se sale de la carrera one more time. Gotas, siesta, ya llegará el lunes.
Cuando me vio mi doctora, empezó a rascarse el ojo, creo que por instinto. Me recetó otras gotas, más fuertes que las que venía usando y me mandó al hospital a que me viese un oftalmólogo.

Entonces, se me pusieron los huevos de corbata.

El Gregorio Marañon es un hospital universitario y no supe lo que eso significaba hasta que, en la puerta una jovencísima pelirroja me dijo que urgencias era entrando por la calle Ibiza, mientras apuraba un Marlboro. Seguí sus indicaciones y en admisión una mujer (que debería ser, con 40 años la más vieja del edificio) me pidió mi nombre, mi DNI, mi teléfono, mi dirección, mi código postal, mis alergias, mi signo del zodiaco y mi sabor de helado favorito. Le dije que no me gustaba el helado, y, por si acaso, tampoco el yogurt.

- Sientese por allí, ya le llaman - ordenó desde detrás de su cristal.

Quise abrir mi libro, pero la luz tenue, unida a mis ray-ban no ayudaban con la lectura. Una voz femenina gritó mi nombre y la seguí como Alicia seguía al conejo. Venía de detrás de una puerta y era de una quinceañera de bata verde que me preguntó que qué me pasaba. Me bajé un poco las gafas y aceptó barco. Otro para ojos, dijo, mientras me ponía en la muñeca una pulserita con mi nombre y pegaba una etiqueta verde a mi historial. Pensé, mientras la etiqueta no vaya atada al dedo gordo de mi pie, vamos bien, y me imaginé a Laura tocándose la cabeza como hace cada vez que hablo de la muerte.

- Sígueme por favor - dijo otra voz, y casi me caigo de espaldas.

Una morena me cogió del brazo y su cara era extrañamente familiar. Segundos después quise preguntarle "¿no estarías, tú, en la capea de Iván?" pero achaqué la asociación de imágenes a mi nerviosismo y me callé hasta que me sentó en una sala de espera acristalada con una puerta por cada lado. Un chica de ojos rojos me vio llegar con las ray-ban puestas y se puso sus gafas de mercadillo también, ante la reticencia de su madre que le susurró "¡que te las quites!, que si te las dejas puestas aquí dentro pareces Belén Esteban". La chica, como es normal, la ignoró por completo.

- Maria Pérez de Almodóvar - llamó alguien desde el lateral derecho, y no le respondió ni dios.

Me acomodé en la silla y descubrí, gracias a un panel que publiqué al instante en facebook, que la etiqueta verde de mi expediente significaba que yo, ojo rojo, era un paciente no prioritario. Seguí escuchando a Ramazzotti. Como compañeros de espera tenía a una señora mayor con vestido de flores, una pareja de jubilados, uno que parecía sacado de la serie Física o Química y la chica de las gafas de mercadillo. Intenté imaginar, en mi aburrimiento, por qué estarían ellos aquí. La pareja de jubilados venía por problemas de disfunción eréctil, la mujer del vestido de flores quería una receta mágica contra el estreñimiento, el chulito de la serie quería una baja para escaquearse del trabajo, y la de las gafas, obvio, venía por lo mismo que yo. Una rubia espectacular me sacó de mis cavilaciones.

- ¿Adolfo Pánfilo de todos los Santos? - preguntó, y su melena rubia se movía en cámara lenta.
- Soy yo - dijo el chulito, y escuchó, seguro, como cada movimiento de la doctora rubia iba acompañado de "Can't fight this feeling" - es que me caí de la bici y me duele la muñeca.
- Ok -dijo la rubia, y yo pensé: ¿cómo te puede quedar bien una bata verde? - paso su expediente a Traumatología, entonces. Espere aquí, por favor.
- Maria Pérez de Almodóvar - llamó la misma voz, esta vez desde el lateral izquierdo, con el mismo resultado - ¿no está? pues nada.

Varios minutos después, al fin alguien pronunció mi nombre. Seguí la voz one more time, y descubrí a una chica con uno de esos vestiditos veraniegos y una camiseta escotada que me esperaba en la puerta de un consultorio. Quise caminar a lo James Bond hasta llegar a ella, pero me tropecé con un tío que caminaba conectado a una sonda y casi nos caemos los dos al suelo.

- Tenga cuidado, por favor - me increpó la doctora y supe que la había perdido para siempre.

Dentro del consultorio, otro doctor que parecía menor que mi hermanito bailarín, revisaba con una máquina los ojos de otra paciente. La doctora me pidió que me sentase en la máquina de al lado.

- Ponga allí la barbilla y mire hacia la luz.
- Si, si...esto...no sé por qué me ha salido esto, si soy muy limpio.
- Ajá, mire hacia arriba ahora.
- Y además, me echo gotas siempre, desde lo de la operación láser ¿sabes? me costó dos mil euros...
- Ajá, mire hacia abajo ahora
- Y ya me había curado y...
- No hable por favor.
- Ok, miro hacia abajo - ¡Toma escote!, pensé.
- Vuelva a mirar hacia arriba.
- No quiero.
- ¿Cómo dice?
- Que sí, perdón, que miro pa' arriba.

Me echó unas cosas que hicieron que por unos segundos viese todo color violeta y después me pidió que quitara la cara de la máquina y la acompañase a su mesita llena de papeles de médico. Mientras escribía el reporte no pude evitar hablar.

- Sois todos muy jóvenes aquí.
- ¿Perdone?
- Sí, si. Que sois todos muy jóvenes. Parece un capítulo de "Scrubs". ¿Dónde está el negrito Scrubs?
- Ah - sonrisa, perfecta - pues nada. Seremos Scrubs, entonces.
- No, no, es bueno eso. Estoy harto de los doctores viejos...y feos.
- Qué majo.
- Asquerosamente.
- Bueno, ejem...es una conjuntivitis normal..blablabla...se irá sola...blablabla...no puede trabajar...

Salí de Scrubs sabiendo que no se me iba a caer el ojo y preguntándome cómo reaccionaría mi jefe al saber que no pasaría, al menos en una semana, por la oficina. Sonó el teléfono y vi en la pantalla que quien llamaba era mamá. Le dije que todo bien, que sí que iría a comer con ella, que sí, que iría con cuidado, que no, que cantaría canciones de Enrique Iglesias durante el trayecto, que si, que le llevaría a papá el libro de Roberto Saviano sobre la mafia napolitana. Cuando colgué y subí al autobús me pregunté dos cosas que hasta hoy no he podido responderme: ¿Cuándo se me quitará esta conjuntivitis de mierda? y ¿Volveré a ver el escote, color violeta, de la doctora Scrubs?