miércoles, junio 23, 2010

Kissology


Me pareció buena idea llevar unas camisas a la costurera china antes de subir hasta Goya, para el concierto de Kiss. Cuando entré en la tienda, la china no estaba y había dejado en sus lugar a su marido mongolo que, ni sabe español, ni se mueve con soltura y a veces me pone hasta nervioso con sus andares de panda borracho. Intenté explicarle que quería que me entallara una camisa pero el pobre hombre sólo me miraba y asentía. Como no pensaba llevarme la bolsa con ropa al concierto la dejé allí (cagadito de miedo) y le escribí una nota a la china para cuando volviese de cazar gatos para la cena : "Ajustar camisa, igual que la azul. Azul bien. Otra muy grande".

Llegué al Palacio de los Deportes con diez minutos de retraso, sabiendo que mi tío tardaría todavía una media hora más en aparecer. Lo llamé por si acaso, y confirmé que estaba dando vueltas buscando un sitio libre y gratis para aparcar. 30 mil personas más hacían lo mismo. Le dije que cuando llegara me llamase, mientras, me senté a esperar en una terraza de Felipe II. Mis compañeros de bar iban también al concierto y llegaban bastante mejor preparados que yo: con la cara pintada, botas militares, camisetas negras y tatuajes en los musculados brazos. Yo iba en jeans, converse y camiseta blanca de Kiss, exactamente igual que un niño de seis años que estaba sentado en la mesa de al lado y que me miraba, ya hace varios minutos, de manera sospechosa.
Cuando mi tio llegó, yo ya me había bebido tres euros cincuenta de cerveza y le ofrecí el mismo nivel de alcohol. Lo bebió como si fuera un Alka-Seltzer y nos metimos a la marabunta que ya poblaba el recinto. Las azafatas nos iban guiando hasta el sitio de nuestras entradas, pero a mitad de camino me aburrí y jalé del brazo a mi tío para meternos por la primera puerta abierta que encontramos. Resultó ser la Zona Vip. Teníamos el escenario a veinte metros, con las pantallas gigantes en todo su esplendor y los fuegos artificiales dándolo todo. Cuatro letras doradas, formadas con focos, nos dieron la bienvenida y los Kiss ya entonaban la primera canción, que, obviamente, yo no conocía.

Pasó una hora de concierto y Paul y Gene salieron del escenario para retocar su maquillaje, momento que aprovechó un individuo para pasar por la zona VIP con una mochila de cazafantasmas que, por un tubito, disparaba cerveza. Dame un vaso, chato, ordené, y él aceptó gustoso. Lo malo fue cuando, de mis veinte euros, sólo me devolvió diez. Puta Zona Vip, pensé. Peter Criss seguía volando en una plataforma mecánica y mi tío el ingeniero decía ¿ves? eso se mueve por motores y sistemas hidráulicos, el humo es sólo vapor de agua homogeneizado que... A lo que yo respondí como se merecía: ¡Chupa oe, que me calientas la cerveza!

Las luces se apagaron de golpe y los cuatro Kiss volvieron al escenario entonando "Love Gun". Todos explotamos. Todos menos una chica que estaba de pie a mi lado y que me recordaba a la estatua de sal de la Biblia. Imaginé que la pobre deseaba, seguro, estar en el concierto gratuito que Estopa daba en Torrebronx. Dos canciones más tarde, sonó al fin "I was Made For Lovin' You" y Paul Stanley voló hasta posarse en nuestra Zona Vip, a escasos tres metros de donde estabamos. A mi tío casi le da algo y en su cara se veían los recuerdos de adolescencia, las escuchas colectivas del vinilo en casa de los amigos, o en la propia, soñando con la banda propia y siendo famoso entre los famosos. Recordé, yo también, cuando poníamos el "Dinasty" a todo volumen y los conejos de la abuela cavaban túneles `para esconderse de ese demonio que venía a comerlos en su imaginación conejil. Paul seguía moviéndose como un poseso y a mi tio le explotó la cámara Lumix que su amiga Julita le había prestado. Gene, en el escenario, se mordía la lengua hasta hacerla sangrar.

Al salir, bajamos por Menéndez Pelayo con las lunas del coche bajadas, cantando Love Gun con la poca voz que nos quedaba. ¿Sabes que toca Miguel Rios? me preguntó mi tio, y yo le respondí con toda la sinceridad del mundo Si vas, yo voy.

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