viernes, noviembre 10, 2017

Mi Chester sabe

Mi Chester me acompaña desde todas mis muertes. Como a mí, se le han saltado botones, y se la ha desgarrado la piel. Ha perdido relleno y color en la piel. Se le ha macerado el olor.
Alguna mancha ha quedado en él, como en mí, como se quedan las manchas de lluvia en las gárgolas de Notredame. Si buscas bien, en mi Chester, puedes ver cada etapa de nuestra vida juntos: un té a medias y un sudor compartido, un gemido en la noche y una tarta esponjosa, una moneda sin gastar y una vida extra sin usar en el juego.

En mi última Refundación, que bien podría haber garabateado Asimov hasta arriba de cocaína, decidí, hace meses repintar las paredes y cambiar muebles, y libros, y discos y películas y, en menor medida pero igualmente impactante, mi peinado noventero: pasé de Filipo Inzaghi a Beckham de M30. La pintura de las paredes pasó de blanco sucio a blanco impoluto, de azul cobalto a azul cielo, de crema oficina de Hacienda a crema oficina de catequesis. Vendí algo de Ikea y tiré mesas de mierda que alguien (quizá yo, nunca lo recordaré) recogió del contenedor una tarde de aburrimiento o nostalgia de tiempos de escasez. Vendí mis libros de Manfredi y compré otros de Taschen, regalé a Vargas Llosa y eché de menos mi colección García Márquez (abandonada en Lima), compré libros de bebés y los puse 3 días después a la venta en wallapop. Vendí un lote de singles en vinilo por 30 euros y con eso pagué el transporte de una librería (sólo el transporte, la librería me costó un huevo y la mitad del otro) en madera de nogal a una ricachona de Nuevos Ministerios que tenía un salón tan grande que en él cabía un carrusel en el que jugaban sus nietos cuando la visitaban los domingos. Las películas viejas que me regaló mi última suegra las tiré directamente a la basura.

Pero el Chester no se toca. 

Él, como yo, atónito, veía como estos seis últimos meses me cambiaban la vida. Como mi recién adquirida afición a engañarme desparecía de a pocos, y mi voluntad de hierro volvía con fuerza, pero dudando, como un toro que sale del redil en la Feria de Otoño. Otoño que este año, gracias al cambio climático, llegaba con 3 meses de retraso. Mi Chester, ya cubierto con la manta de invierno como yo, decidió que la barra de sonido ya no nos gustaba, que el cuadro de Biarritz ya no tenía razón de ser, que esas tazas con iniciales mejor al trastero. Decidió también que la planta nueva molaba, pero si se moría pues nada, ¿qué le ibamos a hacer?, que esos sujetalibros eran de lo mejor que había en casa, que el mueble de cocina fue el mejor aporte que pudo haber en estos meses. 

Ahora, con la calefacción puesta, mi Chester es como siempre el mejor refugio. Al lado izquierdo he puesto el tocadiscos, para poder escucharlo desde cerca. El lado derecho se queda vacío y poco a poco va recuperando su forma y olor original. Se enfría y lo dejo que se enfríe. Será así, le digo a una amiga mientras compartimos un té, las cosas no se pueden forzar. Mételo a wallapop, me aconseja.
Sonrío como Giuliano Gemma cuando lo amenazaban por la espalda en Texas, sin perder la mirada de mi bebida. ¡Ni de coña!, sentencio, y sigo pensando en las cosas que quedan por cambiar tras mi última muerte.

martes, mayo 09, 2017

No sé si soy

No sé si soy un buen bailarín.

De niño siempre fui el alma de las fiestas. Moviéndome como un gusano epiléptico al ritmo de una danza tribal cuando sonaba cualquier tambor. Nadie me superaba y me encantaba ver cómo mis amigos me observaban envidiosos desde el sofá de sus padres, comiendo arroz con leche de cumpleaños. Ahora no, ahora los bachateros y bachateras se mueven como salamandras en celo y yo los observo comiéndome las uñas, preguntándome si alguna vez (realmente) supe bailar.

No sé si soy un buen futbolista.

Mis tobillos ya no giran con precisión y si mando una pelota a la esquina del arco, termina en un lateral de la cancha o asustando a las palomas que dormían en algún àrbol de Moratalaz. No desbordo a nadie, no encuentro espacios y mi fondo físico es parecido al de Cassano cuando estaba en el Real Madrid. Duele pensar en la época en que me sorprendía a mi mismo con lo que hacían mis pies con la pelota, y la alegría al salir siempre de una cancha. Ahora sólo voy por la cerveza.

No sé si soy simpático

Últimamente descubrí que puedo sonreír más, gracias a Alice, que lancia in aria il mondo e lo riprende al volo, trasforma un pomeriggio in un capolavoro e mi fa stare bene quando io penso a lei . Pero cuando su luz se apaga me quedo pensando en que tampoco pasaría nada si no vuelvo a ver a esta gente del curro con la que me esfuerzo en quedar de vez en cuando, y a la que le caigo tan bien. Así que organizo cosas como un paintball carísimo, sólo para verificar mi tirón, y se apunta todo dios.

No sé si soy un sociópata

Yo siempre fui un grunge, pero acabaron los noventas y el hecho de no adaptarme a las normas sociales, la ausencia de empatía y el tener siempre en las fotos cara de modelo de Rembrandt pasó de ser cool a convertirse en síntomas de una enfermedad que yo asociaba a gente como El Chacal. El nihilismo encontró peligrosos sinónimos en google y los enterados de twitter usaron mis posts para analizarme y recomendarme un psicólogo argentino. Fui. Y sólo obtuve como gran recompensa conocer un bar perfecto al lado del metro Diego de León.

No sé si soy buen hijo

Visito a mis padres una vez por semana y les llamo unas cuantas más. Me gusta aburrirme con ellos, tumbado en su sofá viendo Netflix o pateando mercadillos cutres de Madrid. No les he comprado una casa ni un coche ni nada en los 8 días fantásticos del Corte Inglés. No les he dado nietos ni otro tipo de disgustos. De vez en cuando les pido que pasen por casa porque me vienen a instalar la fibra y mamá aprovecha para organizarme el cajón de calcetines. Dejando siempre a la vista mi cajita de piel donde guardo los condones.


No sé si soy buen amigo

Hace mucho que no hablo con mi amiga, la de New York. Me aburro como un padre de familia  más cuando visito a mi amigo con hijos y con el que no los tiene sólo hablo de fútbol o el crecimiento del IBI. Ya no intento forzar cenas o tardes de cervezas y abandono grupos de whatsapp como quien se va de un bar lleno de guiris. Los escucho cuando me cuentan sus cosas, y opino, pero no hago likes en sus tweets ni los sigo en instagram.


No sé si soy un buen Escritor

Pero si has leído hasta aquí, puede que vaya bien encaminado.

lunes, marzo 27, 2017

Rorschach Decaf

- Buenos días, dígame.
- Pues me ha mandado mi médico, por que le dije que no reacciono como antes a las cosas.
- ¿A qué se refiere con "a las cosas"?

Planta en la esquina. Tumi peruano en la pared. Cero luz natural.

- O sea, a que antes me gustaba hacer cosas. Escribir, cantar, aprender a tocar algún instrumento y dejarlo por la mitad, tener facebook. No sé, lo normal, ¿sabe? Imagino que como todo el mundo ¿no? Pues ya no. Ya no escribo, ni cuando puedo ni cuando quiero. Nada. Pocas ganas de salir a correr como un runner mongolo o jugar al futbol los domingos por la mañana.Y además está lo de mi tío.
- ¿Qué es lo de su tío?
- A ver, es un poco largo. 
- No se preocupe.
- Vale. Nos fuimos a una casa rural por Navidad. Los 300 que somos en mi familia. Tíos, primos de los que siempre confundo el nombre y no saben quién soy, maridos, mujeres y special guests. Y todos se la pasaron de lujo ahí jugando, corriendo, bailando, bebiendo y quién sabe si hasta follando, que no creo, pero bueno, todo puede pasar. Yo en cambio, me aburrí como una ostra. Sólo quería estar sentado en una silla de la terraza bebiendo una birra y viendo hacia las montañas horribles de Soria. Al fresco y con gafas oscuras..

Moqueta horrible. Silla de bar. Reloj de Ikea.

>>Y la nochebuena va mi tío y me dice que me envidia, que ya quisiera él tener mi edad y mi vida. Que él tiene dos hijas y curra mogollón y que ni las ve, casi. Que qué bien me lo he montado ahí con mi piso con piscina y mis vinilos y tal. Mientras yo asentía flipando, con un botellín de Mahou en la mano,  pensando: ¿Me estás vacilando? ¿Estaré muerto por dentro?
- Hombre no, ¿es usted depresivo?
- No creo, no. Aburrido quizá.
- ¿Ha tenido tendencias o  pensamientos suicidas?
- ¿Yo? ni de coña.
- ¿Bebe alcohol?
- Una cerveza al llegar a casa, y alguna copa cuando salgo. Poco más.
- ¿Cocaína, hachís?
- ¿Que si tengo o que si quiero?
- ¿Cómo?
- No no, o sea, que no.
- ¿Disfruta de las cosas que hace?
- Las que me gustan, sí. Pero cada vez es más difícil.
- ¿Cómo difícil? Cuénteme por favor.

Teclado de plasticorro blanco mal limpiado. Monitor culón de los antiguos. Pentium Inside.

- Pues mire, es fácil. 
- Dígame.
- Ejemplo. Mis amigos se han puesto a tener hijos, y ya es imposible quedar con ellos incluso para ver una película. Como mucho vienen a ver un partido y tienen que dejar acostados a los niños, o sea, llegan al segundo tiempo. O digo Vamos a ver la nueva de Star Wars chavales, y dicen Sí, venga, voy con los peques, y al final no, se van a ver una de Pixar y termino solo en la fila VIP del Cinesa un miércoles a las 6 de la tarde. Que no me molesta, al final he descubierto que me mola más ir solo al cine. 
- Entiendo. prosiga.
- O mira, como cuando dijimos de quedar un domingo de birras y al final uno tuvo que irse al club de padel con su cuñado, otro ni se acordó, y el último nos mandó una foto por wasap con las uñas pintadas de Frozen, con el texto "jugando con la peque".
- Frozen
- Correcto.
- Es normal, Madrid es grande y es difícil quedar siempre con la gente. No veo nada raro en usted. ¿Ha probado cambiar de amigos?
- En eso estoy. Ahora, si conozco gente donde sea, cuando sea, les doy una oportunidad. Antes tenía que sentir feeling para pedir los números de teléfono. Ahora ya no.El otro día le di mi número a una follower de twitter y todo. Muy mona, por cierto.
- Eso está bien, y apuntarse a clubs y demás. Con temas afines a sus gustos, claro. 

Pelo rubio bien peinado. Colgante guay, diadoras.

- Y le dije : Eso es de viejos ¿no? El otro día vi un grupo de esos en un bar. Son muy típicos: la gorda salida, la divorciada, el cincuentón con Vans, el calvo que va de guay; no sé. No me veo en esos grupos. Sobretodo porque me gusta ser el que va de guay, y no soy calvo. 
- Que hijo de puta ¿en serio le dijiste eso?
- Sí tío. o sea, en ese momento me di cuenta que la sesión ya era un desmadre. Veía que me interesaban más los ojos de la psiquiatra que las preguntas que me hacía. Desde que me dijo que no tenía ninguna psicopatía y que mi médico de cabecera se había columpiado, tío, como que ya pasé bastante. Respondía sin presión.
- Sin presión, como esta birra de mierda.
- Como esta birra de mierda, sí. 
- Solo a ti se te ocurre venir a birrear a lavapiés, que aquí están acostumbrados a las yonkilatas.
- Putos podemitas.

Pulsera feminista. Camiseta con calaverita de colores. Egoïste Platinum.