viernes, noviembre 25, 2016

Ladre con Ella

Siempre me ha gustado bajar a escribir a este parque de la Place Adolphe Max, en medio de Pigalle, el barrio de los prostíbulos. Aunque hoy no tenga ideas, después de cien reuniones de directorio.
Aquí en otoño te ves rodeado de señoras con abrigos de Monoprix que fuman como carreteros o ricachones de traje a medida y moto Guzzi vintage. Te sientes en una especie de mashup entre los mundos de Haneke y Almodóvar. 
Mi cuaderno es el de siempre, y no tiene wifi, así que jamás lo enseño en los aeropuertos. Las hojas en blanco, como a las que me enfrento ahora, también son las de siempre.

O igual es mejor decir me enfrentaba, porque cuando regateaba entre mal copiar a Vian o Cohen, un ladrido tibio me trajo de vuelta a la tierra. Fue uno de esos sonidos que sabes que son para ti, porque se te guardan en el subconsciente de forma involuntaria y los reconoces por reflejo. Como el silbido de un amigo o la bronca de una mujer.

El ladrido era de Gemma, una perrita encantadora que se volvía loca porque la correa (que sujetabas tú, fingiéndote  ajena a todo. Incluso a mi colonia, que Gemma ya había reconocido) no la dejaba correr hacia mi. Desde mi banco recordé las tardes en que jugábamos en Montmartre, cuando su dueña y yo compartíamos un piso destartalado. Las mañanas en que me acompañaba a buscar el periódico y sólo ella entendía mi francés en construcción. Las noches de sofá en las que descubrí que también a los perros les puede gustar una peli de Jason Statham. 

Saludé con la mano, y quisiste venir corriendo, pero al volver a sentir el tirón sobre tu cuello, te sentaste sobre tu rabo. Confundida. 

- Hey - dije, en voz alta - ¿te has equivocado de barrio?
- Hola - no tenías más remedio - perdona, no te había reconocido. ¿Qué haces en París?
- Ya sabes - sin mirarla, agachado mientras te acaricio -, tenía una reunión de trabajo. En la Défense, pero mi hotel está aquí al lado.
- Ah. Que casualidad.
- No no, ninguna. Me gusta el barrio.
- Encontrarnos digo.
- Eso sí. Una vez en años. 

Me dices que tienes prisa, que unos amigos te esperan. Te digo que te creo, que yo en cambio hago tiempo hasta la hora de la cena. Me preguntas que qué tal Madrid y te cuento que un poco raro, que empiezan a salir veganos de debajo de las piedras y que el metro se rompe siempre. Recuerdas el trasbordo de Diego de León, yo el de Legazpi. Reimos, nos quedamos en silencio y cuando miramos hacia abajo te vemos mover la cola. Feliz.

- Bueno, vuelvo a mi parque - anuncio, como quien dice "Me voy a las Bahamas".
- Sí, sí - despiertas - yo tengo que irme ya.
- Con tus amigos.
- Con mis amigos, sí.

Nos damos dos besos y a ver si quedamos la próxima vez que estés en París, y claro que sí, y así nos ponemos al día con más tiempo, y por supuesto, y salúdame a tus padres, y tú a los tuyos, y me ha encantado verte, y a mi también. Pero ninguno pide al otro el número telefónico.

De camino a mi banco de la Adolphe Max sabiendo ya sobre qué escribir me giro de repente, sólo para ver si me mirabas. Si, como yo, tú también me echabas de menos pero no podías decirlo. Si, como yo, tú también querías pasar de esos amigos de mierda para estar conmigo.
Y sí, porque antes de doblar la esquina te quedas quieta, tiras de la correa y me lanzas un ladrido de adiós que se oye hasta el Moulin Rouge. Y te hago adiós con la mano justo en el momento en que una mujer choca conmigo y me ladra "Il faut faire attention, Monsieur!". 


lunes, noviembre 14, 2016

Chris y yo

Al otro, a Chris, es al que se le ocurren las cosas. Yo vago por Madrid buscando amores y me pierdo siempre, queriendo, al oler la rosaleda del Retiro; de Christian me llegan cosas por correo, sus facturas, sus revistas y hace años lo que decían de él sus amigos en Facebook.
A mi me gusta la carne buena, el café, el impresionismo, el jazz, el cine y la prosa de Borges; a él, al otro, también. Pero él lo usa para intentar brillar entre los lodos de bloggers de pacotilla o mujeres low cost. No puedo decir que nos llevamos mal; yo me dejo llevar por la vida para que Christian pueda escribir sus cosas, para que su fábula me inunde y al final también yo me deje crecer bigote y beba brandy en una copa Pompadour. Ha escrito algo reseñable, no lo niego,  usando recursos literarios de esos que se le dan bien. Yo, en cambio, creo que mis letras no deben siquiera gastar medio papel de un tintorero.
Chris vuela, yo ando; Chris viaja, yo facturo; Chris ama, yo soporto; Chris vive,  yo existo.

Y no estoy seguro de quién escribe esta página.