viernes, febrero 27, 2009

La boda de mi mejor ¿amiga?


Cuando el Mongo supo que Mariana se casaba sintió un escozor en los huevos inexplicable. Era la misma sensación que tuvo cuando vio a Christopher Reeve en un video de Pimpinela, el mismo sentimiento de desazón que vivió cuando supo que las tetas de Pamela Lee eran falsas, la misma herida en el costado que lo hizo recapacitar al descubrir que la música de Erasure sólo le gustaba a los maricones. Se sintió un huevón al cubo.

¿Porqué no me lo diría? se preguntó.

O sea, hace mucho que ya no eran novios, ni nada, y ella había dejado clara su posición cuando una tarde, después del cine, el Mongo le dijo que quería estar con ella, que sí, que ambos tenían nuevas relaciones, pero qué mierda Mariana, vivamos el hoy. Ella lo miraba, intentando poner el máximo espacio de por medio en el pequeño habitáculo de su Peugeot, jugaba con su llave: la quitaba, la ponía, la movía, jugaba con el volante, no puedo Monguito, no me lo perdonaría. Esa tarde, el Mongo soltó mucho cordel y la lubina se sintió libre, con metros y metros de ventaja. Ok, dijo el huevas, respeto tu decisión, pero comprende que tenía que decirte lo que sentía; y se bajó del coche francés para volver a casa. Caminando pensaba, equivocadamente, ojalá rectifiques, lo vamos a pasar en grande juntos tú y yo, no sé porqué lo sé, pero lo sé. Iluso.

Pero Mariana, sabia, optó por el camino fácil y siguió regalándole sonrisitas al Mongo, y hasta algún besito en plan ay que mono eres, que él equivocadamente interpretaba como ya voy, espérame en el cielo, papito. Hasta que una tarde Charo, perruna, aprovechó que el Mongo estaba con la moral baja y le soltó eso de no me han invitado al matri de Mariana, ¿y a ti? El Mongo, sin cambiar el gesto y prestando, como antes, más atención a su helado que a Charo, dejó pasar unos cuantos segundos, deletreó en su mente la palabra paralelepípedo como hacía siempre en situaciones extremas y, ya cool, contestó: no, ni siquiera sabía que se iba a casar.
Charo, carroñera, le preguntó que cómo era posible, si eran tan amigos, no puede ser, yo juraría que tú ibas a estar en primera fila en la ceremonia. El Mongo, limpiándose la boca con una servilleta siguió viendo el ir y venir del tráfico de Lima y dijo de corazón, a lo mejor no somos tan amigos como parecía. Miró la hora en el Patek Philippe que heredó de su abuelo y dijo tengo que irme volando, ¿compartimos el taxi? Pero Charo, que ya lo conocía, leyó el asco en sus ojos y respondió que no, que ella se iba a quedar un ratito más.

- No entiendo - le dijo al taxista - no sé porqué lo ocultaría. No tiene sentido.
- Así son las mujeres, hermano, no siquiera el Froin ese las supo entender.
- Freud.
-¿Quién?
- Freud, me imagino que te refieres a Freud.
- Sí ese que dijo: "La gran pregunta que nunca ha sido contestada y a la cual todavía no he podido responder, a pesar de mis treinta años de investigación del alma femenina, es: ¿qué quiere una mujer?"- el Mongo estaba anonadado- fue ése Froig ¿no? Contesta pues hermano.

Ya en casa, el Mongo se dio una ducha de dos minutos. Fría. Subió a su cuarto y tirado en la cama con la vista clavada en el póster de Los Tres Chiflados se imaginó la boda de su lubina. Cogió lápiz y papel y, como cuando iba al mercado, hizo una lista de preguntas y respuestas.

- ¿Cuántas veces la he llamado? - Muchas.
- ¿Cuántas veces me ha llamado?- Un par, y siempre devolviendo llamadas.
- ¿Cuántas veces le he escrito? -Muchas.
- ¿Cuántas veces me ha escrito?- Un par, y siempre cuando pensaba que ya no le iba a escribir.
- ¿Cuántas veces te ha pedido una cita? - Nunca.
- ¿Cuántas veces te ha hecho sentir querido? - Nunca.
- ¿Cuántas veces? - Nunca.
- ¿Cuántas veces? - Ni una.
- ¿Cuántas veces?- No preguntes más, por tu bien.

Y entonces comprendió que Mariana no era su mejor amiga. Tiró el papel arrugado por la ventana y buscó algo entre las hojas de su libro de Nietzsche. Despechado, le echó una última mirada a los ojos preciosos de Mariana, qué buena estás hija de puta. Bajó a la cocina y tiró la foto a la basura. Cayó entre los restos del spaghetti, que por ironías del destino, fue lo que ella y el Mongo comieron en su primera cita. Su perro lo mira moviendo la cola y el Mongo le da un poco de esas bolitas que tanto le gustan, mojadas en Heineken, perro borracho, le dice, como tu dueño, cojudo.

Suena el teléfono y son sus amigos de la universidad; el Mongo dice que sí, que se anima, que va a la fiesta, y antes de colgar le dice a quien está al otro lado de la línea. ¿Sabías que Mariana se casa? Y la muy cabrona ni siquiera me llamó para contármelo. Al otro lado de la línea tenían puesto el manos libres y se oyen varias voces gritando qué chucha, vente y con un par de rucas te olvidas de esa huevada.
Minutos después cuelga, feliz de tener amigos más asquerosos que él, y sale a comprar una camisa en Gap; de camino borra el número de Mariana del móvil y apuesta consigo mismo que pasarán años, sino toda la vida, sin volver a saber nada de ella. El chico que le ha vendido la camisa le pregunta si la va a usar en una ocasión especial, no, contesta, es para celebrar que me he quitado un peso de encima.

- ¿Cosas del corazón? - pregunta, indiscreto y maricón Erasure.
- No, cosas del pie - firma el ticket de la tarjeta Visa y añade: - es que hoy me he quitado un uñero, y era de los bravos. Por eso soy feliz.

viernes, febrero 20, 2009

Báñate,causa


Odio a la gente que apesta. De niño huía de los locos callejeros, y de los indigentes, más por asco que por miedo.

En Lima, probaba mi resistencia pulmonar al subir al transporte público porque no importaba cuál fuera el destino final, si era un barrio bonito o feo, siempre, había alguien que apestaba. A veces tenía mala suerte y se sentaban a mi lado, y mi desesperación me hacía abrir la ventana y aspirar aliviado el olor a chanfaina que casi siempre tenía el centro de la capital. Había (y hay) asquerosos por todos lados, pero el récord del barrio lo tiene mi amigo Martín.
Trabajaba de taxista pirata, usando el carro viejo de su familia. Su horario preferido era la noche, porque las calles tenían menos tráfico y podía hacer más carreras. Además, de vez en cuando, algún borrachín se quedaba dormido en el asiento y él, le pasaba bola, o sea, le robaba todo lo robable. Una tarde nos faltaba uno para completar dos equipos de fulbito. Pensé en Martín, que me había pedido más de una vez que lo despertara cuando íbamos a pelotear.

- ¡Vamos a jugar, panzona! - grité, golpeando el cartón que hacía de luna en su ventana.
- Apúrate Mercedes Sosa - me secundó mi hermano- y saca una china para tu apuesta.

Martín salió como estaba, vestido todavía de taxista, y en la cancha se puso un short que llevaba en la mano. Jugamos toda la tarde, más por culpa de mi hermano que se dedicaba a contestar todos mis golazos con otro zapatazo de los suyos. No importaba que avisara a mis defensas que sus tiros siempre iban rectos, los muy maricones se apartaban, agachaban la cabeza, o, como Martín, se ponían detrás del arco, listos para recoger la pelota que salía despedida tras su Tiro del Tigre. Nos ganó la noche y nadie se llevó la apuesta, porque alguien gritó que teníamos fiesta en la casa de alguna y que si no llegábamos temprano no alcanzaríamos las chelas gratis que solía poner. Volamos a bañarnos, y juro que de mi cuerpo saldrían dos kilos de tierra que se perdieron por el desagüe de la ducha.
Perfumados y con nuestras mejores galas de barriobajeros llegamos a la fiesta. Martín ya estaba allí, con su ropa de taxista, y según su propia confesión, con el mismo calzoncillo de hace dos días.

-Tienes en la cabeza más mosquitos que Santa Rosa - le dije, aguantando la respiración.

Mis primeros días en Madrid coincidieron con el fin del verano de 2001. Estaba fascinado con la belleza extraña de las madrileñas y el perfume a hierbas y flores de mi barrio de Moratalaz, alrededor del Camino de Vinateros. Me encantaba sentarme en el parque a leer y a ver pasar a los viejos, que, a mis ojos, eran demasiados. Vamos al Retiro, propuso mamá una tarde de domingo, te va a gustar, ya verás. Dejé mi libro sobre la mesa del salón y subimos al autobús. El aire acondicionado me pasteurizó los pulmones, y, cuando me acomodaba con mamá para pasar mejor el viaje, un español se colgó del pasamanos para no caer en una de las muchas curvas del barrio de La Estrella. La pasteurización de mis pulmones se transformó en infección cuando el hedor de sus axilas invadió hasta mi último alveolo. Abrí la boca para respirar, en un acto reflejo aprendido en mi terruño, pero todo era inútil. Es normal, hijito,me consolaba mamá, acá las únicas que huelen bien son las chiquillas, los hombres apestan a sobaco, fritanga, tabaco o pacharán.
Bajamos en el Hospital del Niño Jesús y crucé a toda velocidad la calle Menéndez Pelayo. La gente que me veía creía que había robado algo y, al entrar en el Retiro aguantando la respiración , no pude evitar derribar a un colombiano disfrazado de Mickey Mouse que vendía caramelos. Tirado en la hierba respiraba a bocanadas y, decepcionado, comprendí que los apestosos estaban por todo el planeta. ¿Cómo puedes apestar a primera hora de la mañana? pregunté, y mamá sólo me contestó, llena de sabiduría, son cosas del Orinoco, que tú no sabes y yo tampoco.

Por eso, y ya con años de experiencia en el arte de la apnea en superficie, puedo soportar los hedores de Jose. Huele como cuando encuentras una camiseta mojada en una caja después de meses, le conté anoche a Sol, mientras devolvíamos el libro de Dumas que había terminado de leer; no lo entiendo, son las ocho de la mañana y el tío ya huele a estropajo, ¿no hay duchas en Guadalajara, o qué? Sol me mira, ya con sus comics que se llevará en la mano, y me suelta algo como tienes el olfato muy sensible, creo yo. Le confirmo que sí, que han sido muchos años hundido en el pozo de la miopía que hicieron que mis otros sentidos se agudizaran, soy como un hombre lobo, digo, huelo y oigo casi tan bien como los perros. Sol me dice que quizá el pobre Jose no ha tenido tiempo de poner una lavadora y está reutilizando su ropa sucia. Me llena de esperanza y me preparo para, al día siguiente, sentarme a su lado y respirar por una vez el olor a suavizante marca Carrefour que saldrá de sus ropas.
Pero no pasa.Es viernes por la mañana y mi apestoso compañero de pupitre se acerca, me saluda, y yo me imagino un campo de flores marchitándose, a Eva Green cayendo de su columpio al ver que nadie compra los perfumes que vende, a Jude Law cogiéndose la cabeza, impotente, porque a este hombretón castellano no a podido convencerle de que usar colonia no es de maricones. La clase empieza y yo pienso que serán seis horas larguísimas. Jesús, el profesor, borra la pizarra y dice su frase de todas las mañanas: ¿preguntas, chicos? Me animo, y levanto la mano, él me mira y, cuando me da la palabra suelto una pregunta en la que me juego la vida:

- ¿Puedo abrir la puerta para que esto se ventile?

lunes, febrero 16, 2009

Oscar goes to


- ¿Sabéis algo de Oscar? -pregunta Jesús, el profesor del curso de MCSA.
-No -mentimos Jose y yo-, no sabemos nada.

La verdad es que Oscar ya llevaba varios días quemado. Poco quedaba ya de el chico risueño de Vallecas que se sentaba a mi lado y que me ofreció, a buen precio, su abono de liga del Atlético de Madrid. Estoy hasta los cojones de este equipo, dijo, te lo dejo a precio de saldo: cien pavos. Me pregunté si yo hubiera sido capaz de vender así, a mitad del camino, a mi Alianza Lima (corazón). No. Fueron muchos los momentos (sobretodo en competiciones internacionales), cuando mi equipo blanquiazul me dejó con el culo al aire, siendo el hazmerreir de los lunes en el colegio, trabajo, barrio, cumbres nevadas, ríos, quebradas; pero nunca renuncié ni le dí la espalda. Eso no es de machos, me decía mi abuelo, mientras se iba del brazo de una de sus nuevas novias, eso no es de machos, oiga usted.

- Te doy 70 euros - propuse, aprovechando la bajada de pantalón de Oscar - ni un euro más.
- Puede ser - disimuló su alegría -, pero me lo dejas para los partidos de Champions. Que quién sabe cuándo volverá el Aleti a Europa con esos hijos de puta de los Gil como dueños del equipo.

Sellamos el casi pacto con un apretón de manos y volvimos a clase. Nos sentamos uno al lado del otro y, de repente, como si todos los espíritus rojiblancos se enseñaran con él y castigaran su desdén, su PC hizo unos ruiditos extraños, como retortijones cibernéticos, y se jodió. Oscar intentó reanimarlo pero había perdido el controlador de dominio principal de su Active Directory, y los dos routers que tenía montados en su infraestructura virtual tenían, en todas sus tarjetas de red, la misma MAC. Mi compañero de pupitre sólo atinó a soltar un ¡halá, chaval! y remató su diagnóstico técnico con un a tomar por culo la bicicleta.

- ¿Qué has hecho? - pregunté, maravillado ante tal cúmulo de desgracias.
- No sé colega - respondió, y juro que parecía querer hacerle el boca a boca a la CPU - sólo le he dado al botón de restaurar máquina en el VMWare.

El VMWare es, para quienes no lo sepan (como yo mismo, hasta hace un mes) un software que se encarga de crear una infraestructura virtual para fines didácticos. Usándolo puedes configurar servidores, clientes, routers, etc. Siempre y cuando tengas una máquina que responda a sus requerimientos de hardware. Sino, el cabrón no te replica entre los nodos que defines, elimina usuarios creados dentro de tus dominios, se rebela y cambia tus Ip's o, como me hizo a mí una tarde, no te deja crear más máquinas por eso de "poca memoria virtual". Yo lo soporté y dije ¿no quieres crear más máquinas? pos . Oscar, no se lo tomó tan bien, y, derrotado, nos anunció esa misma mañana, a la hora del café, que se largaba.

Intentamos convencerlo pero no hubo forma. Jose por empatía, y yo porque no quería perder un abono (del Aleti, que juega como el culo, pero abono al fin). Oscar incluso adelantó su partida y el jueves pasado, justo cuando empezaba ya lo más fácil del curso (Directivas de grupo) desapareció. Desde entonces, todos nos preguntan que si sabemos algo. Como nos pidió discreción, cosa que no entiendo, yo me limito a encogerme de hombros y a decir, creo que se ha pirado, su máquina era una mierda. Entonces, sin importar quién sea el interlocutor oigo eso de joder, pero si ya no quedaba nada, y vuelvo a encogerme de hombros y sigo bebiendo mi café americano, que me sirve a diario un camarero cubano, en un bar italiano, cuyo dueño es un señor que parece ser de Ecuador, y donde todos los viernes me robo el suplemento Metrópoli del Mundo.

Volvemos a clase y Jose, al encender su equipo, se encuentra con un pantallazo azul. La cagada, digo, y de las gordas, me confirma. Ahora las dos placas que me rodean han muerto oficialmente, Jose tiene que reinstalar todo y le pregunta a Jesús si es necesario. Él lo tranquiliza y le dice que sólo necesitaremos dos 2003 Server y un cliente XP. A mi compañero le vuelve el alma al cuerpo y yo, congelado, no sé si darle al botón de "restore" que parece hacerme ven, con el dedo, como hacen las sirenas cuando llaman a los marineros antes de hundirlos para siempre en el mar. Cierro los ojos y dejo mi suerte a merced de mi dedo, como hice en mi primera vez sexual, y las máquinas vuelven a la vida. Juro que oí trompetas y un Stradivarius. Tú nunca me fallas, le digo a mi dedo índice, justo antes de besarlo.

La clase termina y Jesús vuelve a acercarse a nuestra mesa, no hay ningún mail de Oscar, nos dice a modo de exclusiva; yo me encojo de hombros y digo, estaba muy quemado, su máquina era una mierda. Él se rasca la barbilla y me susurra, joder, pero si ya no quedaba nada, justo antes de decir en voz alta, mañana más chicos. Pero casi todos, como Oscar, se han ido ya.

martes, febrero 10, 2009

La suerte de la fea, la bonita la desea


Skipe es una máquina de chismes por IP. Te conectas y, con un buen micrófono, el ciberespacio proyecta tu voz mejor que un teléfono. Y más barato. Pepe me llama y me cuenta que la chata esa, ¿te acuerdas? la de la esquina, la que era amiga de tu tía, la de ojos verdes, esa pues huevón, ha tenido un hijo.

- No jodas - digo,sin saber todavía de qué está hablando mi amigo lejano.
- Si huevón, - respira - no te imaginas huevón - bebe algo que debe ser Pepsi - se ha casado huevón.

Pienso que mi amigo huevonea mucho al hablar, pero no lo interrumpo, total, debería estar agradecido de que me volviera a dirigir la palabra a pesar de que ni siquiera le dí un toque cuando estuve paseando por su Brooklyn hace unos meses. Cuando se enteró me mandó un e-mail fulminante y ridículo en las mismas proporciones; en él me decía que siempre me escribía y yo no le contestaba, que eso no era de amigos, que si no quería seguir con nuestra amistad debería mandarle poco menos que una carta notarial besada por el Papa para acabar con lo nuestro, que así no es pe' causa, que has pasado por mi barrio y ni me has avisado, huevón. Un escándalo mayúsculo, recuerdo. No sé por qué la gente exagera tanto cuando los pierdo de vista. Un tal Iñaki hizo lo mismo cuando dejé de quedar con él y, también via e-mail, me hizo saber su desazón ante mi alpinchismo. Eres un pasota, colega, me escribió, deberías valorar más la amistad que es un bien escaso, sentenció. Reconozco que me esfuerzo muy poco en mantener el contacto, le escribí, pero por eso tengo un blog, que usan mis amigos (mayormente) y cotillas (en algunos casos) para saber lo que me pasa.

Pero Pepe me había perdonado, y por eso ahora compartía detalles conmigo, que, confundido,no pude más y pregunté con el mayor rigor científico posible: ¿de quién mierda me estás hablando? Después de eructar sonoramente y gritar ¡In my bedroom for chrissake! How do you say bedroom in polish, you idiot? volvió a mí. Me aclaró las dudas y me explicó que una tarde estaba aburrido y se metió al hi5 a ver las fotos de los amigos de sus amigos.

- ¿Eso se puede hacer? -pregunté -, en Facebook sólo tus amigos pueden ver tus cosas.
- En hi5 ves todo, huevón, es la cagada. Entonces, resulta que veo que la gringuita esa estaba como amiga de una amiga.
- Y dijiste aquí voy.
- Claro, huevón, ni cagando me iba a quedar con la curiosidad.
- ¿Y ? - pregunto ya un poco aburrido. Pongo un disco de Genesis - ¿qué había?
-Fotos de ella, y de su marido, te mando una.

La recibí en segundos y cuando la abrí reconocí a la niña que tenía locos a mis primos por culpa de unos ojos verdes (¿quién me los quiere comprar?). A la hermana del zurdo con el que emborraché en una playa de Miraflores. A la amiga de mi tía, con la que tiraba rabanitos a los chicos. Y todas eran la misma persona.

- La conozco, huevas -exclamé - ¿ese es su marido?
- Si huevón. Parece un salsero ¿no? uno de esos que tocan las maracas en una orquesta de pueblo. Mira esa camisa, parece un panadero hincha del Sport Boys.
- Don't be cruel.
- ¡Cruel my ass!, ese gordo care'balde tendría que estar con una gorda fea como él. Por lo menos.

Recordé entonces una conversación con Ruth, una tarde de verano. Nos encontramos por casualidad, y, superando toda improbabilidad, nos sentamos a hablar en un parque mugroso .Me dijo que estaba harta de Lima, de la gente, de la hipocresía, de su familia, de su casa y de su pelo rubio, que pensaba teñir de negro. Yo miraba sus ojos verdes y sus piernas doradas. Me habló de mi tía, y le mandó besos. Yo soportaba, estoico, el viento fuerte que provocaban sus pestañas al moverse. Me dijo que mis amigos eran unos cerdos, sobretodo Pepe, que había salido con ella una vez y esa misma noche se la quiso llevar a la cama, y eso sí que no, cholo, yo no soy tan fácil. Asentí y le dí toda la razón mientras admiraba su lindo ombliguito.

- ¿No estarás dolido, compadre?- pregunté, y un silencio de varios segundos me dejó escuchar perfectamente la voz de Peter Gabriel en I Know what I Like.
- Puede ser - resucitó Pepe - pero eso no me quita la razón. Como dice la Chimoltrufia "hay cosas que ni qué".

Llaman a mi puerta y sé que son unas amigas que vienen a cenar, te tengo que dejar, brother, le digo, y él me dice que ok, que de todas formas tenía que bajar a Manhattan a comprar unas cosas para su restaurante. ¿Tienes un restaurante?, pregunto, interesado, y él contesta que claro, huevón, cuando vuelvas a Brooklyn te invito unas chelas, pero eso sí, como vengas con las fachas del compadre ése mejor ni se te ocurra, porque te meto un plomazo en los huevos. Le digo que no se preocupe, que me pondría mis mejores galas. Pero miento, porque sé que aunque llegue en sandalias mi amigo siempre me tendrá reservada su mejor mesa. Cierro la sesión de Skipe y no pierdo ni un segundo en mandarle un mail a mi tía: ¿Ruth se casó, sabías? Y su marido es más feo que el tuyo, escribo. Abro la puerta y allí están mis amigas, preciosas, como siempre.

- ¿Qué has cocinado? - pregunta la pelirroja.
- Arroz caldoso- contesto - pero me faltó tiempo para agregarle el conejo.

jueves, febrero 05, 2009

¿Qué quieres que te traiga, hijito?


Mamá y papá se han largado de vacaciones a Lima. Admito que cuando supe que lo harían entré en un estado catatónico, de shock, o sea, ¿pa' qué?
Decidieron en una de esas charlas amables que dicen tener (y que yo nunca he visto) que ya que había tanto tiempo libre con esto de la crisis, qué mejor manera de pasar el rato que bajar a Lima y ver a los amigos, y, ya de paso, asistir a la boda de la hija de una sus mejores amigas. Mamá buscó en la web de la compañía aérea información sobre el equipaje, usos y costumbres de las azafatas, menú del día y tiempo estimado de vuelo. Papá caminaba nervioso por Alcalá de Henares, me imagino que pensando lo mismo que pensaba yo antes de mi viaje a Perú, allá por el 2002: ¿cómo estará mi casa? ¿mis amigos estarán vivos? ¿o presos? ¿cuántos soles hay en un euro?

Una semana antes de su vuelo intergaláctico me encontré con mamá en el chat de gmail. Después de hacerle unas cuantas preguntas para comprobar su identidad y enterarme de que en su curso de informática le habían enseñado a usar el chat (¿?) le pregunté por cómo iban los preparativos. Me contó que se había comprado un vestido elegante para asistir a la boda, porque los vestidos del mercado central son para cholas, y que papá también había renovado en algo su armario. Me preguntó si quería algo y le dije que sí, pero que era difícil y no lo conseguiría, te vas a perder, le dije, quiero algo de una tienda que está por Cailloma, por la calle de las putas. Grande fue mi sorpresa, y mayor mi alegría cuando ella, conocedora de su marido, me soltó eso de ¿por las putas? dime nomás, chato, si voy con tu papá, él conoce, fijo.
Le pedí entonces una chaqueta (di casaca en Lima, sino no te entienden) Adidas, de las que usaba la selección de fútbol cuando ganaba partidos, y algunos pósters de cine originales (los vende una tía en el jirón Quilca).

Me prometió intentarlo. O sea, que no lo haría.

- Me voy a Abancay y allí seguro que tienen algo.
- No, mamá, no. Allí venden ropa horrible para gordos sin cuello y con culo de chofer.

Pasaron los días y mis viejos se largaron un jueves a medianoche. No sin antes recibir una llamada urgentísima e importantísima de mi hermana que, emocionada al máximo apuró hasta el último minuto de tolerancia en el avión y antes de que la azafata les hiciera apagar los teléfonos les comunicó quién había ganado la última edición de Gran Hermano.

Esa misma noche soñé que entraba en la tienda Adidas de la calle Fuencarral y sólo vendían la chaqueta, modelo Firebird, que tanto anhelaba. Me desperté entusiasmado y se lo conté a Oscar, mi compañero de pupitre en el curso de MCSA, que, coincidencias de la vida, era también un apasionado fan de esa prenda tan cool. Tengo tres, confesó, pero esa de Perú no la conocía. Pasamos el resto de la clase buscándola por internet y encontramos a un pavo que la vendía, en España, a 60 euros.
Le escribí con la intención de pedir rebaja, total, hay crisis. Me contestó pidiendo 80 euros más gastos de envío, y, obviamente, le dije que se peinara y que ya seguiría buscando alguien con un poco más de piedad y menos concha. No obtuve respuesta.
Se me ocurrió fabricarla y busqué en ebay "firebird+ adidas+ white+ red", pensando en comprarla y luego pegarle el escudo de la federación de fútbol. Un inglés ofrecía algo parecido a 10 euros, vintage, pero cuando le pregunté por mi modelito famoso me dijo que no sabía que existía, pero que si él no lo tenía, ya estaba descatalogado. Otro vendedor más despistado me preguntó si Perú pertenecía a Filipinas.

Si Jamiroquai la tiene, yo también puedo tenerla, me digo cada noche al dormir. Y esperanzado creo que mis viejos serán los reyes y me traerán el regalo prometido. Pero en el fondo sé que los milagros no existen y como mucho me darán un frasco de rocoto, un choclo y un sublime recalentado. De parte de tu madrina, hijito, que te quiere mucho.