martes, abril 29, 2008

Hasta el cuarenta de Mayo


Me gusta el calor. Y sé que está cerca cuando las calles de Madrid se inundan de publicidad de Women’s Secret, y yo disfruto mientras llega el bus de la chica de la foto con su bikini marrón y botas tirada en la arena de alguna playa imaginaria. Durante la adolescencia, los calores son más frecuentes y mis amigos y yo nos divertíamos jugando con agua. Éramos gente de puerto y la sequía era algo que veíamos sólo en las películas de John Wayne, extremadamente lejano, como los caballos que montaba Bo Derek y que envidiábamos a viva voz.

Cuando el calor pegaba de lleno sobre el asfalto, José y yo nos escondíamos detrás de cualquier cosa, y al ver pasar a alguna chica del barrio las bañábamos con globos llenos de agua. Ellas, empapadas, nos odiaban un poco más y nosotros, que ya sabíamos que nunca nos iban a hacer caso, nos ibamos caminando con la satisfacción del deber cumplido. Una vez, hasta recibimos una propina de parte de los malotes, porque por nuestra culpa Lourdes tuvo que llegar hasta su casa como una sopa y parecía la ganadora del concurso Miss Camiseta Mojada, dejando a todo el barrio (hombres, mujeres, niños y perros) con la boca abierta de par en par. Era un espectáculo.

En Madrid la cosa es más tranquila, nadie te moja durante los carnavales (en febrero, más bien hace frio) pero las chicas son más generosas al descubrir sus carnes por culpa de los calores. Cuando intentaba sacarme el carnet de conducir, tuve la suerte de coincidir con un profesor más salido que yo. Íbamos en un Peugeot 206, y en cada semáforo soltaba perlas del tipo “te voy a hacer un traje de saliva” “que no me entere yo, que ese culito pasa hambre” que hacían que, incluso yo, Homo Erectus Sempiternus, me pusiera rojo de vergüenza ajena.

Pero el calor, es como todo, y no sólo trae cosas buenas. No sé por qué razón (mi médico me dijo que me había cambiado el Ph de la piel, pero no le creí) mi primer verano en Madrid, sudé más que en toda mi vida. Podría ser por el cambio de un clima húmedo y tropical a otro seco de meseta, podría ser por el aire acondicionado inexistente de la línea 6 de metro, o por la tensión perenne de no poder renovar mi permiso de residencia y tener, consecuentemente, que volver a Lima; el caso es que sudaba a chorros y mis amigos de la Carlos III veían con extrañeza que cambiaba de camiseta varias veces al día. Odio a la gente que va con la ropa manchada de sudor. Luego la cosa se normalizó y me quedó una gran colección de camisetas que Lucio admiraba.

Ahora, ya sudando menos y con un neceser siempre a mano para evitar sorpresas, disfruto del calorcito leyendo un libro, sentado en una banca wherever, viendo a las chicas pasar. De vez en cuando me acerco a alguna y le ofrezco una agradable conversación, a cambio de su sonrisa. No siempre sale bien, pero cuando eso pasa el tiempo vuela y la imagen de Lourdes empapada y con la camiseta blanca ceñida al 200 por ciento, se me va volando de la mente, hasta mejor ocasión.

lunes, abril 28, 2008

Caminante, no hay camino


Juliette y yo nos enamoramos como quien no quiere la cosa. A mí, ella me parecía un poco engreída, y yo, a ella, simplemente no le parecía. Los dos estábamos en una relación, de esas que duran mucho, y no queríamos complicarnos la vida, eres mi opción fácil, le decía, porque por una vez no he escogido el camino difícil que me llevaría hasta ti. Reíamos de mis estupideces y me gustaba saber que ella era capaz de volar en la carretera con tal de verme unos minutos.

Una vez, paseábamos por una tienda y ella recordó que quería unos pendientes, tienen que ser estos, me dijo señalando los que llevaba puestos, me gustan mucho y ya se me están despintando. Yo hice como que no escuchaba y le sugerí probarse un culotte amarillo con bordes blancos, como esos que se usan para jugar al voley playa. Mejor voy sin nada, dijo, y mi mente voló a un mundo surreal. Días después, cuando buscaba una camisa, vi sus pendientes y los compré sin dudarlo. Busqué una bolsita que me sirviera de envoltorio y, cuando hablábamos de otra cosa, le di mi pequeño regalo, sabiendo que eso la llenaría de alegría. Me dio dos besos, uno en cada mejilla, y le supliqué telepáticamente que me besara de verdad.

A veces creía que ella no sentía lo mismo por mí, porque Juliette no era muy expresiva, y un día me cansé de insistir y de preguntárselo y decidí que ya estaba bien de jugar al frontón con mi corazón. ¿Qué tal el finde? preguntó y le confesé que había estado ordenando mis pensamientos, y que por mi bien, ya no iba a insistir más, que había llegado a mi límite y que no era justo para mí, que siempre estaba diciendo lo que sentía cuando ella no decía nada. Lo entendió y le pareció bien, le pedí que me diera el beso de la muerte, pero no quiso y nos despedimos hasta la próxima vez. Días después, no sé por qué, me dijo que había distintas formas de enamoramiento y que ella creía estar enamorada de mí.
Le pregunté si no querría que me desenamorara, y me dijo que no, que no le gustaría pero que si pasa lo comprendería.

Seguimos en esa dinámica de te doy cariño, pero no te pases, hasta que un día, así es la vida, ella se fue.

La gente me preguntaba si la echaba de menos, y yo decía que sí sin ningún pudor, aunque en realidad pasara poco tiempo desde su despedida. La verdad era que estaba un poquito muerto, como las flores que mi sobrino suele recoger del parque, y mis sonrisas las daba con cuentagotas, sólo a quien yo creía que las merecía de verdad. Intentamos vernos de vez en cuando, y cada vez que ella llegaba por sorpresa y me cubría los ojos con sus manos, volvía a sentir ese perfume que muchas veces me hizo soñar despierto. Estás muy guapa, le decía, y ella sonreía, y yo sentía renacer un poquito esa parte de mí que murió cuando se fue. Una vez soñé que aparecía de golpe, con su/mi pantalón favorito y los pendientes que le regalé, y me decía vamos por el camino difícil, guapo, ven que te voy a dar el beso de la muerte.

jueves, abril 24, 2008

Sudamerican Psycho


Llegué puntual a La Gloria, en Miraflores. Como siempre, el Gitano estaba allí antes, ya te he pedido el risotto negro, me dijo, los otros llegarán tarde. Mi sitio estaba señalado con una copa de vino, cuando lo saboreé sentí la fruta inconfundible del Rioja favorito del gitano, un Kefrén del 2001 que no sé como logra conseguir, olor a fruta madura ¿a que sí? me interrogó, consultando la hora en su Breitling de 1968, lo mejor es su sabor con final largo, dije como siempre, porque era lo único que sabía contestar.

El camarero se acercó sigiloso, recordando quizá la vez en que el gitano le hizo comer uno a uno, los caracoles de mar porque esto no está fresco, yo no soy un turista cagón, compadre, llegó a la mesa y le sonreí para calmarlo un poco. ¿Está bien su vino, señor? Preguntó, y el gitano lo mató con la mirada una milésima de segundo antes de soltarle ¿cómo no va a estar bueno, si lo he traído yo?
El pobre hombre lo odió en silencio, y el gitano chasqueó los dedos avisando de que ya nos podían traer la comida. Mi risotto, como siempre, estaba espectacular, no intenté saber qué comía mi amigo, porque para él todo, todo era una mierda como una casa.

- ¿Has conseguido casa, gitano? – pregunté, imaginando que para eso nos había citado esa tarde.
- No, he visto un piso en el Golf, pero es un poco cutre para mi gusto.

Su familia había llegado desde Toledo, allá por los sesenta, huyendo de Franco; en un principio trabajaron recogiendo papas en Chosica y poco a poco comenzaron un negocio de compra y venta de coches. Ahora eran dueños de una gran franquicia y a su único hijo, mi amigo el Gitano, no le interesaba ese negocio en lo más mínimo.

- Fabiana me ha pedido que me case con ella, o sea, me ha preguntado que por qué no nos casamos.
- Y ¿qué le has dicho?
- Que no nos casamos, porque ella es demasiado religiosa. Alucina que el otro día no quería hacer el perrito porque según ella es pecado.

Me atraganté con un trozo de calamar y al segundo el camarero me sostenía la servilleta. Agradecí con un gesto y bebí un poco de vino, para inmediatamente reirme de la forma más respetosa posible. ¿Y qué hiciste? pregunté, y el gitano, conforme a lo que yo había imaginado, me confesó que llamó a una agencia de modelos, de esas que ofrecen compañía, y dos mil soles después, hizo un trío con dos chicas famosas que presentaban un programa de TV al mediodía.

- No necesitas pagar – le dije – nosotros nunca lo hemos hecho.
- Ya sé, pero estaba cabreado – miró al techo, hizo una mueca de asco y después dijo – yo creo que éstos ya no vienen.

Pagué yo, faltaba más, y nos subimos en un Z3 plata que olía a nuevo. Bajamos por Dos de Mayo y en menos de un santiamén estábamos en el Callao. Nos habíamos saltado todos los semáforos gracias a que, en Lima, la policía sólo le pone multas a los coches japoneses o coreanos, a veces a algún Peugeot, pero jamás tocarían un BMW. Presionó un botón no sé en dónde y se abrió la puerta de su garage, al entrar me sorprendí una vez más por su colección de carros. La abolladura en el Cherokee todavía estaba allí, y me imaginé que incluso quedarían restos de sangre de ese pobre borracho que el gitano dejó tirado en el circuito de playas.
Apareció la abuela, casi ciega, y el gitano se convirtió en un niño de 5 años. Nos sentamos a beber té helado, y mi amigo me preguntó que qué tal con Shemi. Le confesé que ahora hablaba más con su hermana que con ella, pero que empezaba a aburrirme, se está haciendo la interesante, dijo él, y yo tras terminar lo que quedaba de té le dije, es interesante como una película de Bergman, pero al igual que éstas, al final te aburre. Miré la hora en su reloj cu-cu y anuncié mi retirada, me preguntó si quería que su chofer me llevara a casa, pero le dije que no, que iría en taxi, que no estaba muy lejos.

Al salir volví a admirar el Jeep Cherokee y supe que en mi ciudad, al gitano nunca le pasaría nada; aunque como pasó, él mismo confesara haber matado ese borracho; siempre habría un capitán de policía que dijera, como en esa ocasión, no pasa nada, joven, eso sí, le agradeceríamos si colabora con la ampliación de nuestra comisaría. Desde ese día, algunos drogadictos suelen aparecer atropellados misteriosamente.

miércoles, abril 23, 2008

Verónica


El gallinero estaba formado por salones de clase prefabricados, de época ochentera. Servían para impartir clases a los apestados (gente que tenía que estudiar en verano, o estudiantes sin facultad oficialmente construída), jugar a las cartas, esconderte con la novia en la oscuridad de la noche, y beber a escondidas. Y allí encontré a mis amigos, Murphy y el Wing, cuando Verónica me acababa de romper el corazón, creo que estaban jugando con ecuaciones diferenciales, or something like this, cosa que yo también debería haber hecho en vez de perseguir como un imbécil a la Miss Gallinero, nombre con que secretamente conocíamos a Verónica, mis amigos y yo.

- Qué pasa, estás hecho mierda – dijo el Wing, siempre con gran puntería.
- Me ha dicho que no quiere que me acerque a su facultad nunca más – dije, cabizbajo, y me senté sobre la mesa – me ha mandado a la mierda, y bien mandado, brother.

Se miraron y adiviné que callaron el típico “te lo dije” que soltábamos cada vez que nuestras conquistas terminaban por los suelos. Lo solté yo cuando lo La Triste, lo soltamos Murphy y yo cuando a Wing le dió por Carnola (pero se le pasó rapidito), pero ahora mis amigos sabían que, por una vez, había intentado ir en serio y por eso se callaron y dejaron sus libros para intentar animarme. Alguien quiso entrar y el Wing le hizo stop con la mano, y no te lo digo one more time con los ojos así que el pobre estudiante, que seguramente quería repasar sus apuntes, dio media vuelta y desapareció para siempre.

- Dice que ya se aburrió de jugar, que volverá con su montaner.
- ¿El flaco ese? –preguntó Murphy – pero si se estaba tirando a una de Ingeniería Ambiental.
- ¿Ah, si? – un pequeño brillo de esperanza llegó a mis ojos, pero se fue con las mismas – no importa creo que aún así no querrá nada conmigo.
- No sé cuñao’ ¿Por qué estás tan seguro? – preguntó el Wing, que ahora caminaba en círculos, como planeando un asalto a la torre de Tiro.
- Porque me dijo que me fuera a la mierda, así, clarito, ve-te-a-la-mier-da, separando las sílabas.

De nada habían servido mis cartas misteriosas que le dejaba en sus libros, cuando estaba distraída en la biblioteca (con poemas copiados de libros que sabía que ella jamás leería). En una de ellas fijé una cita, y le dije que iría vestido con algo negro y una gran “A” que pudiera ver. Así lo hice, pero nunca llegó a aparecer, es que estamos en exámenes, pensé en ese momento. Otro día, sin ningún pretexto, y no recuerdo cómo, le pedí a un amigo suyo que me diese su teléfono. Esa misma tarde, cagado de miedo, la llamé y hablamos por más de una hora. Mi viejo casi me mata. Nunca olvidaré cuando me dijo cuál era su premisa estudiantil “cuando hay que estudiar se estudia, cuando hay que chupar se chupa”. Entonces decidí que atacaría al amanecer.

- ¿Y su amiga? –preguntó el Wing – esa que te llevaba las cartas.
- Esa es otra, dijo que se llamaba Jessica y en realidad era Gisela.
- Qué puta – dijo Murphy – se llamaba Gisela, con razón, todas las Giselas son putas – sentenció.
- No sé si todas, pero esta me la metió hasta el hígado.

Recordé entonces esa última escena, cuando ella me había mandado lo más lejos que me podía mandar y se había ido; recordé cómo la veía y lo bien que le quedaba ese Levi’s 501 ajustado en las piernas y caderas, la perfección absoluta. Recordé cómo el viento movía su cabello castaño cuando me lanzó la última mirada, y recordé que, imbécil yo, me había ido dejando en el balcón de la facultad de Química mi libro de Ecuaciones Diferenciales. Murphy y el Wing notaron mi ausencia mental y me levantaron de un tirón, vamos a que te dé el aire, dijo uno que no recuerdo quién fue. Me dijeron que ya se me pasaría, que no sería ni la primera ni la última mujer que me decía eso de hoy no fío, mañana sí, y que no siempre se podía ganar, que estaba mal acostumbrado. Les dije que había perdido mi libro y me prometieron robar uno para mí, nos reímos y así, abrazados, pasamos por delante del balcón donde seguramente todavía podrían encontrarse retazos de mi alma y prometimos que sólo nos tiraríamos a las chicas fáciles. Ya estaba bien de complicarse la vida.

- Ya vas a ver cómo mañana se te olvida, huevón. O como mucho la próxima semana.
- Ojalá, Murphy, pero ahora me siento como si me hubiera atropellado un camión. ¿Me presentas a tu hermana?
- Calla mierda. oye, ¿sabes que si te paras frente a un espejo y dices Verónica nueve veces, se te aparece un fantasma?

martes, abril 22, 2008

Anatomía de Damasco



Cada vez que visito a mi doctor, estoy sano. Él lo sabe y hablamos de su país, Siria, que está en el Oriente Medio y yo le cuento del mío, Perú, que está bajando por Brasil, a la derecha. Sólo voy a que me haga unas recetas de Viscofresh, que uso periódicamente para humedecer mis ojos, secos forever tras la operación láser que me quitó la miopía y el astigmatismo en 12,8 segundos. La tarde de mi operación salí de la clínica con unas Arnette tres tallas más pequeña y la gente del metro, que creía que estaba completamente ciego, quedó pasmada cuando con mucha facilidad me levanté de mi asiento, abrí la puerta y subí por las escaleras mecánicas.

Mi doctor cree que no debería ser tan limpio, que los vellos de la nariz y la cera de las orejas es algo natural que por algo está. Me permito refutarle y digo que intentaré no limpiarme los oidos dos veces al día, como hasta ahora, y que reduciré mis exploraciones nasales, con la maquinita especial que me acabo de comprar. Le cuento que en Lima, mi doctora siempre empezaba todas las consultas con ¿haces bien…caca? Y entonces yo me quedaba muerto de vergüenza y asentía con la cabeza. Él ríe sonoramente y dice que en su país ni los sunnitas ni los chiíes aceptarían jamás ese tipo de preguntas en una consulta médica. Une vez, me cuenta, en pleno 17 de abril, Mientras todo el mundo celebraba un aniversario más de la retirada de las tropas francesas, llegó a su consulta un hombre bañado en sudor que decía no haber podido dormir en toda la noche, vengo desde Al Qunaytirah, le dijo, cúreme la fiebre y no haga preguntas. Mi doctor le recetó algunos analgésicos y esa tarde decidió venir a Europa para asistir a un seminario sobre enfermedades infecciosas, y ya si eso, quedarse. Yo le digo, one more time, que a mi doctora también le aparecían enfermos sangrantes que sugerían de modo amable que no se hiciese preguntas sobre el origen de sus heridas, llegaban como si los Moches les hubieran hecho mal una trepanación craneana, él no entiende y le cuento sobre esa cultura precolombina de mi país, su medicina, su arquitectura y su alfarería. Queda impresionado y, me imagino que para no quedarse atrás, me habla de la escritura cuneiforme ugarítica, y cuando ve mi gesto de ¿melosplica? Dice que es la raíz del alfabeto fenicio y que data del siglo XIV a.c.

El tiempo pasa y hemos gastado sobradamente los tres minutos que el Ministerio calcula como tiempo máximo de consulta en la seguridad social, nos despedidos amistosamente y le cuento que me mudo, que quizá no nos volvamos a ver, me dice que se alegra que deje de ver a un paciente y esta vez no sea porque lo meten en una bolsa de plástico. Me acojono. Salgo y tres viejas pelean por ver a quien le tocaba pasar ahora, yo tengo almorranas, dice una, y yo estoy embarazada, grita la otra. Le hago adiós con la mano y bajo las escaleras, voy rumbo a casa a meter mis cosas en cajas y esperando que mi próximo médico sea tan buena persona como éste.

lunes, abril 21, 2008

La jarana y el apretón


Era una de esas tardes muertas de universidad, el Mongo y sus amigos seguían pasando las horas entre copas de vino barato. El salón solitario hacía de cantina, y de vez en cuando alguno traía una guitarra y se armaba la jarana. El Mongo cantaba y acompañaba con las palmas, mientras el Loco usaba la mesa como un improvisado cajón, y el Tatuajes tocaba la guitarra.

Quiero verte, para darte mi cariño bueno
Y encenderte los luceros que hay en mi cielo
Quiero hacerte, con mis besos
Prisionera de mi ensueño


El vino seguía pasando de mano en mano y el ruido se escuchaba hasta el patio central. Alguno más se unió y aunque nadie sabía quién era, su voz rota sirvió para darle otro color a la jarana criolla, que iba tomando forma.

El tiempo que te quede libre
Si te es posible, dedícalo a mí
A cambio de mi vida entera
O lo que me queda, y que te ofrezco yo

Las horas pasaban y la borrachera animó al recién llegado a proponer un nuevo repertorio, cantemos una de Nirvana, Polly por ejemplo, dijo, sin dejar de servirse el vino que no había ayudado a comprar. El Mongo y sus amigos lo miraron de reojo y tras una seña del Tatuajes lo dejaron solo en el salón de clases, murmurando algo acerca de que la canción era sobre un violador y su víctima. Poca gente estudiaba ya a esa hora, el Loco propuso ir a buscar a la Miss Contabilidad, está loquita por ti Mongo, le dijo, que se traiga unas amigas y la hacemos en el pub de enfrente. Era tentador, pero nuestro héroe no estaba para juegos esa noche, vamos a bailar salsa, dijo y caminó torcido hacia el pub, sabiendo que sus amigos lo seguirían. Un pequeño dolor apareció en su estómago, pero así como vino se fue.

El pub era pequeño, una barra con dos taburetes, luces azules y una pista de baile con mosaicos blancos y negros bajo una bola de espejos. El Mongo reconoció a su hermano entre el público,

- Salud, pues Monguito, por ese gusto, los dos hermanos juntos, carajo – dijo el Cariñoso, más maricona que nunca.
- Salud, compare’, perdona que no me quede mucho pero he venido con unos amigos – dijo el Mongo, y al señalarlos reconoció a la China y a la Negra, que bailaban juntas frente a dos babosos que las veían embelesados.

El Loco pidió una jarra de Sprite, con hielo, y sacó de su mochila una botella de ginebra que vació sin que nadie lo viera. Su hermano celebraba su cumpleaños aunque faltaban días para que oficialmente cumpliera 22, lo saludó afectuosamente y sus amigos le ofrecieron un trago de sangría. El hambre empezaba a hacer sonar las tripas, pero el bolsillo casi vacío impedía llevarse algo a la boca, no había ni para una hamburgesa del vendedor ambulante que había intoxicado a media universidad e inmunizado a la otra mitad. Sonó una del grupo Niche
Hagamos lo que diga el corazón
y vamos a entregarnos sin medida
y el Mongo, sin preguntar se llevó a la China al centro de la pista, le dio mil vueltas y empezó a besarla sin miramientos. Los babosos lo odiaron un poquito más y su hermano se largó del pub, para seguir su propia fiesta en casa. La nueva pareja bailó dos canciones más, una de Fito Páez y Slave-to-The-Music(Nananeaonlynananeoaná), hasta que la cosa se puso aburrida y el Mongo volvió con su pandilla. Bebió un poco más del preparado del Loco y sintió un alien comiéndole las tripas, caminó disimuladamente hasta el baño, abrió la puerta y encontró al Tatuajes sentado, medio dormido pero con la energía suficiente como para preguntarle, Mongo ¿tiés papel? La carcajada que soltó le hizo olvidar sus cólicos y al salir del baño se encontró con la Negra, que llevaba un top apretadito, as usual. Hola, le dijo, y él quiso pasar de largo, pero ella le dijo baila conmigo y lo arrastró de la mano hasta la pista.

She’s into superstition, black cats and voodoo dolls
I feel a premonition, that girl’s gonna make me fall

La Negra le contó que salía con Miguel pero que nadie lo sabía, que él quería llevar todo en secreto, como tú con la China, Monguito, que a veces se veían en el parque que hay frente al cuartel de bomberos. El Mongo, bailaba, y el dolor era cada vez más intenso, le dijo que él y la China no llevaban nada en secreto porque no había nada que esconder. Pero si he visto que la besabas, respondió, y el Mongo se encogió de hombros, y dijo porque teníamos ganas (cólico) ella me gusta y yo le gusto, así como también te gusto a ti ¿no? (cólico y patada de alien al duodeno). La negra se quedó muda y bajó la mirada, pocas veces se le habían enfrentado de esa forma, a ella que era tan vivaracha y zalamera y que de un tiempo a esta parte llevaba los tops como ninguna, así que seguramente pensaría ¿qué va a pasar? Y contestó sin miedo, sí, me gustas ¿y qué? Dos segundos después, resistiendo la hecatombe estomacal e intentando no vomitar dentro, el Mongo le dio un beso tan espectacular que sus amigos aplaudieron y gritaron cosas como bien carajo, ese es mi pata. Gritaron todos, menos la China.

De vuelta a casa, el Mongo quiso resistir hasta el último momento. El taxista no lo dejó cerca de casa, muy peligroso tu barrio, chino; y tuvo que caminar un kilómetro y medio. El Alien se había apoderado ya de todo su aparato digestivo, y llegando a la esquina de las Najarro se dejó vencer por la naturaleza, ¿quién va a saberlo? murmuró, son las dos de la mañana, todos están roncando. A cien metros de distancia, vio la luz de su salón encendida, y adivinó que de allí venían la música y los ruidos que escuchaba, al llegar comprobó que su hermano y sus amigos, además de unas tías, madrinas y amigas de la familia festejaban por todo lo alto el cumpleaños adelantado. Silbó y gritó, pero su hermano no lo escuchó. Entró lo más disimuladamente posible, directamente al baño, pero por alguna sencilla razón todos notaron su presencia. Bajo el agua fría de la ducha, y esperando a que su hermana le trajese otro pantalón se prometió nunca más beber del vino que trajera el Loco con el estómago vacío.

jueves, abril 17, 2008

The meeting


Hoy he llegado a la oficina con el piloto automático puesto; me niego a meterme cafeína al cuerpo, ya sabemos lo nocivo que puede ser para mi organismo, además, esta tarde toca reunión de departamento. Esas reuniones se caracterizan (me imagino que será igual en muchas empresas) por decir lo mal que lo hemos hecho, lo bien que lo podríamos hacer y por presentar ideas para llegar a ello. La comanda el director general, un hombre de éxito en su vida profesional y fracaso en su vida personal que esquiva de manera magistral todas las preguntas incómodas. Por ejemplo, si te da por preguntar, jefazo, ¿este trimestre cobraremos objetivos? El responderá, casi lo hemos logrado, las últimas ventas no se facturaron en este periodo así que no cuentan en el balance global, pero sí en el siguiente; entonces, tres meses después le vuelves a hacer la misma pregunta y te sale con algo como las ventas espectaculares del trimestre pasado entraron parcialmente en éste, pero no fueron suficiente para complementar dos meses de vacas flacas. Entonces se te queda cara de gilipollas y haces de tripas corazón.

Cuando pasan las dos horas de cifras y letras, se discuten los proyectos pendientes de resolución, vemos en qué etapa estamos y vemos cómo podemos potenciar nuestras fortalezas (versatilidad de producto) y esconder nuestras debilidades (caro que te cagas). El jefe comercial, que es un bocas,explica que hemos trabajado mucho pero que se cagará en tós nuestros muertos si no lo logramos, el jefazo lo calma y dice lo mismo, pero más bonito. El comercial deja un momento de hacer dibujitos en su agenda y yo sigo pensando que estaría mejor con Vero, compartiendo una botella de Valdepeñas reserva del 2000. El jefazo lo nota y me espeta no has abierto la boca en toda la reunión, y yo digo es que hasta ahora estaba de acuerdo en todo.

Toca el turno de hablar al responsable de producto, y todos le reclaman que se dedica más a hacer powerpoints que a dar soporte de alto nivel o definir estrategias de posicionamiento en el mercado. El cabrón, sabedor de su antigüedad y de que es el ojito izquierdo del jefazo responde, si no os gusta como trabajo, me echáis y contratáis a otro. Sonreímos de lado, yo lo miro como diciendo qué caradura eres, mamonazo, y sigo pensando en esas copas de vino y risas que me he perdido. El jefazo calma los ánimos y dice consumibles, ¿por qué vendemos tan poco? El jefe de producto agradece con una sonrisa maricona la ayuda y ahora el marrón le pasa al que trabaja como responsable de consumibles y cobra como técnico, que además es de Aragón. Se pone terco como una mula (para hacer honor al estereotipo de los de su tierra) y a grandes rasgos dice que vendemos poco porque sí. Yo descubro una oportunidad de no seguir callado como una puta y pregunto ¿no será que nuestro proveedor está vendiendo a nuestros clientes, sin que lo sepamos, por debajo de nuestro precio? Explota una bomba y las siguientes dos horas la pasan definiendo planes de investigación, y acciones correctivas ante el problema que acabo de inventarme y que meses después descubriremos que era real. Pero lo peor estaba por venir, se abren las puertas y entra la jefa de marketing, con sus powerpoints y sus ideas brillantes para definir más y más la imagen del producto y también para contarnos los próximos eventos que auspiciaremos. Veo por la ventana que empieza a hacerse de noche, las tripas me crujen porque la pizza asquerosa que nos suelen traer ya se ha desintegrado por completo dentro de mi organismo. Alguien sugiere que sería mejor irnos, yo siento un poco de amor fugaz por esa persona, el jefazo dice, sí, sí, terminamos de ver esta presentación y nos vamos.

Esa es la reunión que me espera esta tarde, saldré a las tantas y de regreso a casa una vez más me preguntaré si no estaría mejor haciendo el trabajo ese de chimpancé amaestrado que hacía antes de entrar en este mundo TEC. Me consuela saber que dentro de poco abrirán la piscina de mi piso y podré, afterwork, llegar a remojar mis carnes en ella y de paso espiar a las vecinas buenorras escondido tras mis gafas oscuras, y respirando como Darth Vader. Estoy enfermo.

miércoles, abril 16, 2008

¿Y tus tetas, qué?


Paola y Jessica son amigas, pero no se ven mucho. Paola es, además, madrina del hijo de Jessica, un diablillo de pocos años. Paola se siente un poco nostálgica, recuerda que el cumpleaños de su ahijado está cerca y llama a su comadre para invitarse a la fiesta.

- Hola Jessi, ¿qué pasa?
- ¿Paola? – incrédula, sin dejar de preparar la merienda – qué sorpresa, creía que te había tragado la tierra, o que te habías quedado enredada en uno de tus movimientos de Pilates.
- Qué cabrona, ¿cómo está mi ahijado?
- Muy bien, ya casi va al cole, a veces se junta con los malotes de la guardería y eso me preocupa, flaca, no quiero que mi hijo sea un macarra. Bueno, ¿Y tus tetas, qué?

Silencio, risas nerviosas, en la tele las noticias muestran a Zapatero virtualmente ganador de las elecciones. Paola no sabe cómo reaccionar, y sólo atina a decir ¿ein?

- Tus tetas, ¿ya te las has operado? – insiste la comadre, quizá por venganza ante el abandono del ahijado por más de dos años, quizá por simple curiosidad, quizá porque al recordar a su hijo recordó la lactancia y por eso la palabra tetas salió de su boca de forma involuntaria.

- No – respondió Paola – ni quiero, paso.
- Yo me lo estoy pensando, con este culito y un buen par de tetas seguro que me va mejor en la vida.
- Yo estoy bien así.
- Que sí, que estás perfecta, pero ¿no te gustaría tener un buen par de orejas?
- Joder tía, córtate un poquito ¿no?
- Vale, vale, pero yo que tú me lo pensaba.

Siguen hablando del niño, y quedan en verse en la próxima fiesta, el jueves a las seis, no llegues tarde que nos conocemos; Paola promete llegar o’clock. Días antes se zambulle en las tiendas de juguetes y tras descartar coches, peluches y el barco de Piratas del Caribe compra un cubo con palitas y rastrillos, para que el niño se ensucie a conciencia en el parque de su barrio, con sus amiguitos Manolito, Borjita y Chemita. Sale feliz con su regalo y lo guarda debajo de su mesa de trabajo, lo patea de vez en cuando sin querer, porque así es ella. Va hasta su coche y la tarde del jueves, llega, pasadas las seis porque si llegara o’clock no sería ella, sería un clon extraterrestre con los relojes internos funcionando y todos descubrirían el engaño. Se abraza con Jessica y después de darse dos besos ve como ella, con un gesto disimulado le dice mira a fulanita, es amiga de mi cuñado, se ha puesto unas peras que parecen zepelines; Paola no puede evitar ver las tetas de la susodicha y se pregunta si nadie notará que un pezón mira al este y el otro al oeste. El ahijado abre sus regalos, ayudado contra su voluntad por Manolito y Borjita, Robertito mira desde detrás de un sillón, es un poco rarito este niño, susurra Jessi y Paola respira aliviada porque al parecer el niño a recibido cuatro barcos con un Johnny Depp en miniatura.

Salen de la fiesta, y de vuelta a casa, el novio de Paola habla de fútbol, letras por pagar, caterings y trabajo, ella se pregunta si es verdad eso de que sin tetas no hay paraíso.Mueve la cabeza como para sacudirse los pensamientos, y su novio le pregunta ¿te pasa algo?, y ella lo niega todo y responde, nada, sólo que no sé si invitar al calvo a la boda.

martes, abril 15, 2008

Ódiame, por piedad, yo te lo pido


La relación con la hija de Majin Bu duró lo que tenía que durar. Al final la diferencia de edad sí importaba, sobre todo en temas sexuales (porque siempre tenía el temor latente de que en cualquier momento la policía entraría en su casa y lo llevaría a la misma cárcel en la que estaban sus tíos) y sociales (porque mientras sus amigos estaban en discotecas, o tirándose alguna pichaira, él la ayudaba con sus tareas del cole). El Mongo intentó por todos los medios que la cosa fuera bien, y desoyendo las pocas voces que se atrevían a aconsejarle que rompiera con ese capricho, insistió durante meses. Su mejor amigo fue el más tenaz, he intentó recuperarlo por la senda de la juventud, déjate de huevadas, le decía, es una niña y nunca va a entender ciertas cosas, además ahora que la China viene a verte con la falda levantada no puedes desaprovechar la ocasión. Pero él quería seguir jugando con fuego. Una vez, con Majin Bu en el cuarto de al lado, el Mongo se dejó atacar por la niña de vientre voraz, que rompió su propio pantalón para facilitar el contacto y a la vez evitar quedarse desnuda en pleno pasillo de su casa; la adrenalina fluía a raudales y el Mongo vivía feliz con su muñeca inflable de edad prohibida.

Los demás, al ver su empeño, lo apoyaron como buenos amigos que eran. Erika invitó a ambos a su fiesta, y el Mongo llegó a la discoteca, feliz de poder al fin compaginar los dos mundos. La niña se había arreglado como para una kermesse del colegio y sólo le faltaba el mandil, pero a él no le importó, ni tampoco reaccionó cuando sus amigos, siguiendo el procedimiento normal en estos casos, le preguntaron eso de ¿estás seguro que antes de venir a terminado su trabajo sobre la guerra con Chile? Las chicas, a simple vista, tuvieron más piedad, pero en el fondo la destrozaron como pirañas, una dijo que ese rimel no era el mejor, otra preguntó si la había peinado su mamá, y todas, todas, desearon que, por su bien, el pobre Monguito deje rápido a esa chibola que huele a leche.

Lo intentaron también en el lado opuesto, entre las amigas de la niña, pero no hubo mejor respuesta, una propuso jugar al monopoly, y la otra hablaba del viaje de fin de curso y el grupo Menudo. El Mongo, por fin, empezó a darse cuenta de que esa relación tenía fecha de caducidad, y por suerte o por destino, apareció ante él un viaje largo, de esos en los que prometes escribir todos los días y al final no lo haces. Le prometió a la niña amor eterno, y llenó su maleta con sus mejores discos y libros; salió de su habitación dejando atrás su cama, y la pared con posters de Nirvana y Los Tres Chiflados. Se subió a un taxi y salió rumbo al aeropuerto. Allí estaba ella, mezclada entre los mejores amigos del Mongo, ninguno de los dos lloró al despedirse y él prometió llamar apenas llegase a su destino. Cuando el avión despegó sintió liberarse de un gran peso pero no supo identificar, en ese momento, cuál era.

Años después, el Mongo recibió un e-mail en el que la niña desahogaba mil y una frustraciones en pocas líneas, bastante bien redactadas, eso sí. Lo llamó impotente, feo, fracasado, egoísta, libidinoso y ególatra pero sin usar ninguna de esas palabras, y en su lugar se valió de ejemplos y definiciones como cuando se juega al pasapalabra: con la “I” hombre que no dura más de un minuto en la cama y se corre cuando lo besan. El Mongo sonrió feliz, al comprobar que despertaba pasiones (malas, pero pasiones al fin) en una persona a la que no veía hace más de cinco años y, sin perder el tiempo, imprimió el e-mail para tenerlo como recuerdo. Con tan mala suerte que tras imprimirlo y borrarlo de su bandeja de entrada, la impresora se atascó y las veinte líneas de insultos se perdieron para siempre. Le escribió a la niña, pidiendo que por favor le reenviara el e-mail para poderlo imprimir, por probar, pero no obtuvo respuesta alguna. Tras poco esperar, se sirvió una taza de té, y mientras atendía a su puesto de recepcionista reflexionó : es la cuarta vez que termino con esta flaca, a ver si ahora le queda claro.

lunes, abril 14, 2008

La casa de los gritos


Entre la casa de los Rios y la de los Talledo había un callejón extraño. La puerta de acceso era de metal y tenía cuatro cerrojos dífícilmente movibles por nuestras infantiles manos. Yo solía usar el marco para columpiarme como un mono, hasta que un dia tomé demasiado impulso y salí disparado como una flecha, aterrizando sobre mi espalda. Estuve un par de minutos sin poderme mover, mientras mis amigos reían como locos. El callejón daba acceso a todas las casas, que en el fondo eran una misma dividida entre el número de hijos que estaban casados. Todas las divisiones estaban habitadas, menos una, en la que decían que vivía un abuelo al que nunca vi. Allí penan, decía John, y mi prima dice que ha visto un muerto, una vez que llegó de madrugada, se le quitó la borrachera y todo. Eso, en Lima, basta como testimonio auténtico, cuando a alguien se le “quita la borrachera” sólo es por algo sumamente importante, así que al escuchar esa frase dimos por buena la historia.

Esa primavera del 87 era algo aburrida, y para que no toda nuestra diversión se centrara en comentar el último capítulo de los Transformers, propuse un expedición a la casa embrujada de los Ríos. Javier se opuso terminantemente, su abuela era estrictísima y él le temía mucho, tanto que cuando no quería hacer algo bastaba con decirle, se lo diré a tu mami, y él bajaba las orejas y obedecía con fidelidad canina. Usamos el mismo truco, lo amenazamos con contarle a la abuela que él era quién auspiciaba las peleas entre sus primos y accedió a nuestras peticiones. Esa misma tarde, todo el grupo estaba frente a la puerta de la casa embrujada, el salón estaba completamente oscuro, sólo un haz de luz iluminaba una saco vacío, tirado sobre el suelo. Avanzamos tanteando las paredes hasta la escalera, arriba vive el viejo, decía John, y Javier fue el último en subir. Las escaleras eran de cemento, sin ningún revestimiento y olían a gato, en las paredes había fotos de alguna familia desconocida, espejos rotos y un almanaque de 1978, en el suelo un sofá viejo, sin patas, y un par de cajas que nadie abría hace siglos.

Aquí no hay nadie, dije, lo único que da miedo son las pulgas que se me están subiendo a las piernas. John no respondió, miraba espantado el saco muerto, que ahora, ante nuestros ojos, comenzaba a moverse. Creo que ese fue el día en que grité como mujer, o quizá fue John, nunca estaremos seguros porque lo hicimos al mismo tiempo y se confundieron los sonidos. Ya estábamos en lo alto de la escalera y cuando quisimos salir corriendo encontramos a Javier que, petrificado, nos bloqueaba la salida. Lo solucionamos en un segundo y tras recibir un certero empujón el pobre aterrizó sobre el sofá viejo, rompiéndolo, y quedando oculto dentro de una nube de polvo pestilente.

Salimos disparados, y corrimos hasta el extremo opuesto del parque que habia frente a la casa, nos recostamos en un árbol intentando recobrar el ritmo normal de nuestras pulsaciones y mirando hacia atrás buscamos a Javier que no apareció nunca. Búscalo, ordené, y John me dijo que lo busque tu vieja, huevón, yo no regreso ni cagando. Muchos minutos después, volvimos juntos y encontramos a Javier bañadito y perfumado en el balcón de su casa, la puerta se abrió y salió la abuela con el saco muerto en las manos, ¿para qué te metes a casas ajenas?, gritó, dice el vecino que has asustado a su gato que dormía aquí adentro, dijo señalando el saco embrujado; John entró en la casa lleno de pavor, y yo me fui sabiendo que el único monstruo de los alrededores era esa vieja a la que nunca había visto sonreir.

jueves, abril 10, 2008

Mi asesina de nalgas



Cuando pitufo Fortachón me dijo que inyectándome Nandrolona mejoraría el crecimiento de mis músculos, no lo dudé, el verano se acercaba y Shemi empezaba a verme con mejores ojos. Además, nadie en el gimnasio había logrado mejor masa muscular que pitufo Fortachón, y eso me convenció de iniciarme en el mundo del dopaje profesional.

- No te olvides de combinarlo con una dieta rica en proteínas, mucha leche, claras de huevo y jugos de frutas, no quiero que vengas y de la nada te pongas a vomitar – me aconsejó, y me dio la dirección de una farmacia donde la vendían sin receta.

El barrio, contrariamente a lo que se podía pensar, era de los mejores de Lima. La farmacia estaba en plena calle Tarata y su edificio principal aún mostraba signos del último atentado terrorista, aunque ya habían pasado 3 años de eso. Me acerqué al mostrador y en cuanto pedí el Deca Durabolín el farmacéutico me hizo shhht con la mano y me susurró son veinte lucas, flaco. Me llevé dos frascos y volví a casa, imaginándome musculoso y elegante en las discotecas del sur, caminando entre las rubias y los surfers; ya nunca más la Negra me diría eso de que ese polito te quedaría mejor si tuvieras cuerpo, chino. No quería esperar más y fui a la farmacia de mi barrio, donde estaba el único enfermero en el que tenía confianza ciega, confianza que se había ganado a base de pinchazos casi indoloros en mis tristes nalgas. Mediana fue mi sorpresa al comprobar que él ya no estaba, y que su hija (adorada desde la lejanía por mis amigos y yo) se encargaba ahora de clavar agujas y recetar antalginas. Vengo a inyectarme esto, dije, fingiendo no saber lo que llevaba en las manos; ella me miró de arriba abajo y me preguntó si tenía receta, le dije que no, que me la habían quitado donde la compré, y tras sonreír dijo ese de la calle Tarata siempre hace lo mismo.

Pasamos a un cuartito cerrado, pintado de blanco para que pareciera más limpio, y me pidió que me bajara los pantalones mientras preparaba la inyección. ¿Así sin más?, pregunté, ¿no vamos a caminar por la playa o algo antes?, pero sólo obtuve una sonrisa fingida como única respuesta. Ponte boca abajo, ordenó, y yo no pude reprimir un pensamiento libidinoso, de esos que el padre Felipe decía que eran pecado, pero el pinchazo inmisericorde me borró la sonrisa por completo.

- ¡Suave flaca! - exclamé.
- Aguanta un poco, no seas llorón – respondió autoritaria.

Arrugé la sábana para reprimir el dolor, pero ella me dijo relájate sino no puedo meterla bien, y te va a doler, en ese momento pensé que me merecía lo que me pasaba porque yo había dicho esa misma frase anteriormente, pero con distintos propósitos. Relajé el culo y me dejé llevar. Pasaron segundos interminables, y al final del suplicio y ya cuando me subía los pantalones dijo ya no te quejes que ya te la saqué, casi me la rompes ahí dentro. Volví a creer que todo era una especie de castigo divino.

- ¿Cuánto de debo? – pregunté, y salí cojeando del cuarto blanco.
- Nada – me dijo – eres mi primer paciente.

Me reí por no llorar, y cuando se ofreció a conseguirme más nandrolona, le dije que no, que pasaba, que si he nacido flaco es por algo. ¿Pero no engordas aunque comas lo que sea? Preguntó divertida, no, sea lo que sea, confesé casi avergonzado, por eso tengo esta espalda de lombriz.
Salí de la farmacia y al llegar a casa encontré mi teléfono sonando. Era pitufo Fortachón que preguntaba que qué tal la inyección, y si ya sentía mis músculos más duros; le contesté que no, y que no iba a volver a comprar esa mierda, porque en el folleto explicativo decía que podía cortarme la menstruación.

martes, abril 08, 2008

El Mongo contra Majin Bu


Cuando ella le dijo que sus viejos lo querían conocer, el Mongo buscó rapidamente una excusa. Pensó decir que tenía clases esa tarde, pero la universidad estaba en huelga general indefinida. Se le ocurrió salir por ahí, con unas amigas de esas que siempre respondían al llamado (como los elefantes a Tarzán), pero recordó que había decidido ser, con esta niña, un poco menos mierda de lo normal. Diles que llego a las 6, dijo, y ambos se vistieron porque ya era tarde y ella debía volver a casa. Cuando se fue, el Mongo bajó a la cocina y mientras bebía un poco de agua se preguntó si el gordito sonrosado ese sería tan malo como lo pintaban. En el barrio lo apodaban Majin bu, como el personaje de Dragonball Z, y la verdad es que se parecía bastante.


Había tenido ya un par de charlas tipo padreasustanovio novioseaburreamorirydiceatodoquesí, y había salido airoso, en una incluso le sujetaba la lana a la madre mientras esta tejía a la vez que le explicaba eso de las abejas y las flores. Su casa, como casi siempre, estaba vacía, y tirado en el sofá se preguntaba si estas cosas valían la pena, ¿no estaré perdiendo el tiempo?, el teléfono lo sacó de sus pensamientos. Era su tío favorito, que venía para acá, que no te muevas, que llevo unas chelas y hablamos un poco.

Llegó media hora después, y con música de Fito Páez de fondo hablaron de viajes, becas, la universidad y las huelgas, Europa y las francesas, las italianas y Mónica Bellucci, de fútbol y Alianza Lima, de los ausentes. La tarde pasó volando y cuando el Mongo vio el reloj recordó que su niña lo esperaba y dijo vuelvo en media hora, apuró un trago de cerveza y salió corriendo.
Ella ya estaba nerviosa, él no intentó disimular su leve olor a cerveza, es lo bueno de comprar de las caras, no apesta tanto como las que compra el populorum, la tranquilizó. Subieron juntos las escaleras y Majin Bu estaba allí sentado, esperando, como un oso rosa en la puerta de una cueva, le ofreció asiento con la mano, sin decir nada, y el Mongo se despatarró en el sofá. Entonces se dio cuenta de que había ido en sandalias. Así que sales con mi hija, ¿no eres un poco mayor para ella? Preguntó, y le clavó los ojos, intentando intimidar. El Mongo, respondió que sí, que era mayor, pero que no se había dado cuenta hasta que usted, señor, lo ha mencionado.
Majin Bu, le explicó, ya en mejor tono, que tenía grandes planes para su hija, y que no permitiría que nada ni nadie la distrajera de su meta final: ser una profesional de prestigio. Al Mongo casi le da la risa, pero siguió en su papel y tras rascarse la oreja le respondió que había esperado toda su vida para conocerla, y no le importaba esperar un poco más. Majin Bu esbozó una sonrisa y le ofreció su mano, bienvenido a la familia, le dijo, y el Mongo, tras devolver el saludo, se disculpó diciendo que tenía invitados en casa, y que era necesario que volviese lo antes posible, Majin Bu comprendió, y lo acompañó hasta la puerta. El salió y desde la esquina comprobó que la niña lo observaba desde la ventana, con una sonrisa de satisfacción difícil de describir.

Al llegar a casa el Mongo se reencontró con su tio favorito, y también con su hermano que acababa de llegar, ese era su único mundo de tres esquinas y en él se zambulló ya sin ningún compromiso que cumplir. ¿Qué tal todo? Preguntó su tio, todo bien, respondió él, nada del otro mundo. No me ha absorbido Majin Bu.
¿No tenías miedo? Le preguntó su hermano, y el Mongo, canchero, respondió, ¿miedo yo? Recuerda que en la universidad nos entrenan para hablar con presidentes de empresas, no me iba a asustar con cualquiera.

- Con todos los respetos – puntualizó su tio.
- Sí, sí, con todo el respeto del mundo, pasa la chela nomás – dijo el Mongo, y se rió a carcajadas.

viernes, abril 04, 2008

La fiesta de Meteoro


La primera en llegar fue Cindy Lauper, traía una bolsa de la Casa del Libro y dentro estaba lo último de Boris Izaguirre. En ese momento pensé que es cierto eso de que hay personas que regalan lo que les gustaría que le regalen, pero creo que no soy uno de ellos: jamás he regalado a nadie un LP de The Beatles. Nos sentamos y hablamos mientras en la tele veíamos un capítulo de Meteoro, estás igualito pero te falta el casco, me dijo, y alegué que con eso puesto tendría mucho calor y no podría beber cerveza a mis anchas. Le ofrecí una copa de vino y seguimos hablando. Alaska y La Pequeña Lulú fueron las siguientes en aparecer, la primera me regaló un perfume de Loewe que tampoco estaba entre mis favoritos, pero agradecí el gesto (días después lo usé y una gran mancha amarilla se apoderó de mi camisa blanca), Lulú hablaba con La Hippie y reían no sé de qué. De fondo, música de La Fania, que todos, menos Lulú, sabíamos de memoria.

La mesa estaba llena de tostas, unas con queso azul y otras con cabrales, algunas con salmón y otras con chorizo; La Hippie había preparado muffins salados, con jamón y no sé que cosas más, pero que gustaron a todo el mundo. Yo sólo pude probar uno, y lo combiné con un whisky de doce años. Me preguntaban qué sentía al cumplir años, ¿eres más maduro?, y respondí, que más maduro no sé, pero un poco podrido sí que me siento, sí. Lo bueno de haber pasado de los treinta es que hay menos cosas que te asustan, ya no tienes miedo al fracaso o a quedar como un idiota, porque te ha pasado ya muchas veces; ya no tienes ese complejo de superioridad que te arrolla a los veinte, y sabes que no eres capaz de conquistar el mundo. Eso da mucha tranquilidad. Además, esta edad es suficiente para controlar el fuego ese que llaman pasión, que si no sabes hacerlo, te quema, y si lo dejas se apaga, pero en este nivel del camino puedes manejarlo y que sirva para lo que fue creado: mantenerte calentito.

Llamaron a la puerta y al abrirla vi a un Rolling Stone (no pude definir cuál era) del brazo de Madonna vestida para su video Like a Virgin, también llegó Vilma Picapiedra. Hola, soy Meteoro, gracias por venir a mi fiesta, dije, y entre risas y abrazos seguimos disfrutando la noche. Les conté que la idea de combinar música de los 70’ y 80’ mientras que la tele proyectaba imágenes de series de la misma época, me vino de repente, ellos alucinaban con el espectáculo y la decoración, ¿Ese es Michael Jackson? Preguntaron, sí, dibujado por Andy Warhol, respondí. Las copas iban y venían, lo noté cuando quise cambiar de dvd musical y las piernas se me convirtieron en serpentinas. Llegó el momento de las fotos, y como siempre, puse la mejor sonrisa posible. Parecíamos personajes del parque Warner.

Los últimos en llegar fueron los miembros del elenco de Fama, y sus hijos, uno de los cuales no venía disfrazado y por eso se la pasó con el ceño fruncido toda la noche. No me acerqué a consolarlo, odiaba cuando los adultos me hacían eso durante mi niñez, le puse un DVD de clásicos de disney y lo aburrí más sin querer. La noche siguió pasando y en algún momento todos bailábamos algo que no consigo recordar. La gente de los 80’ fue volviendo a sus casas y yo caí rendido en mi cama sin darme cuenta de que se me había olvidado sacar el tiramisú. Al día siguiente, zombie, limpié la casa y viendo la cara de la Marilyn de Warhol me despedí para siempre de ese salón en el que nunca más haré una fiesta. La próxima será mejor, y en otro sitio, murmuré antes de beber un poco de agua, y quedarme dormido otra vez en el sofá.

martes, abril 01, 2008

Chandler's Smile

Cuando salí de Sitel, mis amigos me hicieron una tarjeta de despedida. Estaba llena de frases cariñosas, en plan “siempre te recordaremos” “eres un tío de puta madre”, etc. Todas ellas, sinceras y recibidas con gran alegría por mi chalaco corazón. Sin embargo, una frase, escrita por una gran amiga mía, me supo más a broma que a otra cosa: “siempre extrañaremos tu linda sonrisa”.

Y es que nunca me he caracterizado por tener una linda sonrisa, hay miles de fotos que lo confirman, y si nos pegamos a eso de que uno no sale mal en las fotos, sino que realmente es así, entonces sufro el “Sindrome Chandler”.

En un capítulo de Friends, Chandler y Mónica preparan las fotos para su boda, pero él cuenta que aunque su sonrisa es bonita, la cámara lo odia y siempre sale con la risa de Chita, el mono de Tarzán. A mi me pasa lo mismo, puede que en directo engañe, pero cuando alguien me fotografía, más vale que ponga cara seductora (por decir algo) porque si se me ocurre sonreir, entonces mis ojos desaparecen de mi cara y parece que me hubiera dibujado un niño de cinco años. Con muy mala fé, además.

Una vez descubrí mi lado bueno, como Julio Iglesias, e intenté hacerme siempre las fotos de esa forma, pero pasado un tiempo me aburrí y dejé que los flashes y películas me siguieran retratando como les diera la gana, que salgo bien, todos contentos, que salgo mal, qué le vamos a hacer. Recuerdo con especial rabia la foto que tengo con Thalía; la conocí en una conferencia de prensa y después de recoger mis babas me acerqué a ella y le pedí que se fotografiara conmigo; claro mi amor, me dijo, y creo que tuve un pequeño orgasmo. El fotógrafo apuntó disparó y ¡zas! Ella salió casi perfecta, y yo como si estuviera preguntando ¿tengo algo en los dientes? Fíjate bien. Lo mismo me pasó con Emilio Estefan, Luis Fonsi, Rubén Blades, Sin Bandera, Beto Cuevas, y un largo etcétera que han hecho que hoy, aunque aparezca a mi lado Michael Jackson, evite en lo posible que alguna cámara capture el momento, porque con mi suerte seguro que soy quien pierde la nariz.

Por eso nadie verá las fotos de mi última fiesta de cumpleaños. Vero dice que hay que seducir a la cámara, yo creo que con mis atributos no podría ni seducir al móvil de juguete que tiene mi sobrino.