jueves, abril 24, 2008

Sudamerican Psycho


Llegué puntual a La Gloria, en Miraflores. Como siempre, el Gitano estaba allí antes, ya te he pedido el risotto negro, me dijo, los otros llegarán tarde. Mi sitio estaba señalado con una copa de vino, cuando lo saboreé sentí la fruta inconfundible del Rioja favorito del gitano, un Kefrén del 2001 que no sé como logra conseguir, olor a fruta madura ¿a que sí? me interrogó, consultando la hora en su Breitling de 1968, lo mejor es su sabor con final largo, dije como siempre, porque era lo único que sabía contestar.

El camarero se acercó sigiloso, recordando quizá la vez en que el gitano le hizo comer uno a uno, los caracoles de mar porque esto no está fresco, yo no soy un turista cagón, compadre, llegó a la mesa y le sonreí para calmarlo un poco. ¿Está bien su vino, señor? Preguntó, y el gitano lo mató con la mirada una milésima de segundo antes de soltarle ¿cómo no va a estar bueno, si lo he traído yo?
El pobre hombre lo odió en silencio, y el gitano chasqueó los dedos avisando de que ya nos podían traer la comida. Mi risotto, como siempre, estaba espectacular, no intenté saber qué comía mi amigo, porque para él todo, todo era una mierda como una casa.

- ¿Has conseguido casa, gitano? – pregunté, imaginando que para eso nos había citado esa tarde.
- No, he visto un piso en el Golf, pero es un poco cutre para mi gusto.

Su familia había llegado desde Toledo, allá por los sesenta, huyendo de Franco; en un principio trabajaron recogiendo papas en Chosica y poco a poco comenzaron un negocio de compra y venta de coches. Ahora eran dueños de una gran franquicia y a su único hijo, mi amigo el Gitano, no le interesaba ese negocio en lo más mínimo.

- Fabiana me ha pedido que me case con ella, o sea, me ha preguntado que por qué no nos casamos.
- Y ¿qué le has dicho?
- Que no nos casamos, porque ella es demasiado religiosa. Alucina que el otro día no quería hacer el perrito porque según ella es pecado.

Me atraganté con un trozo de calamar y al segundo el camarero me sostenía la servilleta. Agradecí con un gesto y bebí un poco de vino, para inmediatamente reirme de la forma más respetosa posible. ¿Y qué hiciste? pregunté, y el gitano, conforme a lo que yo había imaginado, me confesó que llamó a una agencia de modelos, de esas que ofrecen compañía, y dos mil soles después, hizo un trío con dos chicas famosas que presentaban un programa de TV al mediodía.

- No necesitas pagar – le dije – nosotros nunca lo hemos hecho.
- Ya sé, pero estaba cabreado – miró al techo, hizo una mueca de asco y después dijo – yo creo que éstos ya no vienen.

Pagué yo, faltaba más, y nos subimos en un Z3 plata que olía a nuevo. Bajamos por Dos de Mayo y en menos de un santiamén estábamos en el Callao. Nos habíamos saltado todos los semáforos gracias a que, en Lima, la policía sólo le pone multas a los coches japoneses o coreanos, a veces a algún Peugeot, pero jamás tocarían un BMW. Presionó un botón no sé en dónde y se abrió la puerta de su garage, al entrar me sorprendí una vez más por su colección de carros. La abolladura en el Cherokee todavía estaba allí, y me imaginé que incluso quedarían restos de sangre de ese pobre borracho que el gitano dejó tirado en el circuito de playas.
Apareció la abuela, casi ciega, y el gitano se convirtió en un niño de 5 años. Nos sentamos a beber té helado, y mi amigo me preguntó que qué tal con Shemi. Le confesé que ahora hablaba más con su hermana que con ella, pero que empezaba a aburrirme, se está haciendo la interesante, dijo él, y yo tras terminar lo que quedaba de té le dije, es interesante como una película de Bergman, pero al igual que éstas, al final te aburre. Miré la hora en su reloj cu-cu y anuncié mi retirada, me preguntó si quería que su chofer me llevara a casa, pero le dije que no, que iría en taxi, que no estaba muy lejos.

Al salir volví a admirar el Jeep Cherokee y supe que en mi ciudad, al gitano nunca le pasaría nada; aunque como pasó, él mismo confesara haber matado ese borracho; siempre habría un capitán de policía que dijera, como en esa ocasión, no pasa nada, joven, eso sí, le agradeceríamos si colabora con la ampliación de nuestra comisaría. Desde ese día, algunos drogadictos suelen aparecer atropellados misteriosamente.

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