martes, abril 15, 2008

Ódiame, por piedad, yo te lo pido


La relación con la hija de Majin Bu duró lo que tenía que durar. Al final la diferencia de edad sí importaba, sobre todo en temas sexuales (porque siempre tenía el temor latente de que en cualquier momento la policía entraría en su casa y lo llevaría a la misma cárcel en la que estaban sus tíos) y sociales (porque mientras sus amigos estaban en discotecas, o tirándose alguna pichaira, él la ayudaba con sus tareas del cole). El Mongo intentó por todos los medios que la cosa fuera bien, y desoyendo las pocas voces que se atrevían a aconsejarle que rompiera con ese capricho, insistió durante meses. Su mejor amigo fue el más tenaz, he intentó recuperarlo por la senda de la juventud, déjate de huevadas, le decía, es una niña y nunca va a entender ciertas cosas, además ahora que la China viene a verte con la falda levantada no puedes desaprovechar la ocasión. Pero él quería seguir jugando con fuego. Una vez, con Majin Bu en el cuarto de al lado, el Mongo se dejó atacar por la niña de vientre voraz, que rompió su propio pantalón para facilitar el contacto y a la vez evitar quedarse desnuda en pleno pasillo de su casa; la adrenalina fluía a raudales y el Mongo vivía feliz con su muñeca inflable de edad prohibida.

Los demás, al ver su empeño, lo apoyaron como buenos amigos que eran. Erika invitó a ambos a su fiesta, y el Mongo llegó a la discoteca, feliz de poder al fin compaginar los dos mundos. La niña se había arreglado como para una kermesse del colegio y sólo le faltaba el mandil, pero a él no le importó, ni tampoco reaccionó cuando sus amigos, siguiendo el procedimiento normal en estos casos, le preguntaron eso de ¿estás seguro que antes de venir a terminado su trabajo sobre la guerra con Chile? Las chicas, a simple vista, tuvieron más piedad, pero en el fondo la destrozaron como pirañas, una dijo que ese rimel no era el mejor, otra preguntó si la había peinado su mamá, y todas, todas, desearon que, por su bien, el pobre Monguito deje rápido a esa chibola que huele a leche.

Lo intentaron también en el lado opuesto, entre las amigas de la niña, pero no hubo mejor respuesta, una propuso jugar al monopoly, y la otra hablaba del viaje de fin de curso y el grupo Menudo. El Mongo, por fin, empezó a darse cuenta de que esa relación tenía fecha de caducidad, y por suerte o por destino, apareció ante él un viaje largo, de esos en los que prometes escribir todos los días y al final no lo haces. Le prometió a la niña amor eterno, y llenó su maleta con sus mejores discos y libros; salió de su habitación dejando atrás su cama, y la pared con posters de Nirvana y Los Tres Chiflados. Se subió a un taxi y salió rumbo al aeropuerto. Allí estaba ella, mezclada entre los mejores amigos del Mongo, ninguno de los dos lloró al despedirse y él prometió llamar apenas llegase a su destino. Cuando el avión despegó sintió liberarse de un gran peso pero no supo identificar, en ese momento, cuál era.

Años después, el Mongo recibió un e-mail en el que la niña desahogaba mil y una frustraciones en pocas líneas, bastante bien redactadas, eso sí. Lo llamó impotente, feo, fracasado, egoísta, libidinoso y ególatra pero sin usar ninguna de esas palabras, y en su lugar se valió de ejemplos y definiciones como cuando se juega al pasapalabra: con la “I” hombre que no dura más de un minuto en la cama y se corre cuando lo besan. El Mongo sonrió feliz, al comprobar que despertaba pasiones (malas, pero pasiones al fin) en una persona a la que no veía hace más de cinco años y, sin perder el tiempo, imprimió el e-mail para tenerlo como recuerdo. Con tan mala suerte que tras imprimirlo y borrarlo de su bandeja de entrada, la impresora se atascó y las veinte líneas de insultos se perdieron para siempre. Le escribió a la niña, pidiendo que por favor le reenviara el e-mail para poderlo imprimir, por probar, pero no obtuvo respuesta alguna. Tras poco esperar, se sirvió una taza de té, y mientras atendía a su puesto de recepcionista reflexionó : es la cuarta vez que termino con esta flaca, a ver si ahora le queda claro.

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