sábado, enero 07, 2012

Hakuna Matata


Antes de entrar al cine, pensaba en cómo había celebrado estas fiestas tan entrañables: sin regalos, con la familia, y exactamente en el mismo lugar en que estaba el año pasado. A pesar de esforzarme como una perra para ganar más pasta y poder respirar aliviado cada fin de mes, el resultado siempre fue el mismo y nadie me contrató a pesar de que en mi currículum pone que soy lo más de lo más. Me cansé y hace meses dejé de intentarlo, pensando que la vida, igual, es así. Mientras, mi sobrino interpretaba su personaje de niño serio (cosa que hace a la perfección cuando mi hermano lo vigila con demasía constante) y distraído, yo me preguntaba porque si mi abuelo tuvo dos Packard y un Jaguar yo tenía que resignarme a ir a currar en metro, y dejar el Mercedes para los fines de semana o para cuando voy a cenar con alguna amiga guapa. Por qué (pensaba, avanzando de a pocos en la fila del cine) se jodió económicamente nuestra familia, cuando éramos los más guapos, buenos y brillantes del barrio. O al menos, eso es lo que cuenta mi viejo. Yo, no tengo tanta memoria.

Recuerdo, sí, que mamá se esforzó los primeros años por que mantuviésemos el ritmo: nos hacían trajes a medida, zapatos y nos mandaban al colegio (con 6 años) con un maletín de piel como el de James Bond, cuando el resto de los niños iba con una mochila rota de Parchis. Porque, señores lectores, mi barrio era más pobre que una rata. Ese esfuerzo duró pocos años, y mis pobres hermanos menores no lo llegaron a disfrutar. Y así lo recordamos estas navidades, mientras comíamos langostinos. Papá y yo nos esforzábamos sádicamente por traer a la mente el nombre de aquél chico que vivía en la esquina de nuestra cuadra y que murió una noche de un balazo en la frente, una noche de juerga en que jugaba a la ruleta rusa con su amigo el Coyote. Tras la segunda ronda de comida y bebida navideña, no llegó su nombre, sino su apodo: Torombolo. Y tras eso recordamos, con poca nostalgia a todos aquellos malandros a los que yo veía cada nochevieja, desde mi traje a medida talla 8, y mis botines de piel de becerro. Cenamos contentos entonces, de ya no vivir allí.

- La fila avanza, tío - me despierta Fabián- dile que ya tenemos gafas 3D.

En nochevieja, en cambio, estuvimos bastante menos nostálgicos y comimos todos en casa de mi tia, que nos agasajó con tanta comida y bebida que me daba miedo dar positivo en un test de alegrolemia, si eso existiese. La tarde de Reyes, resacoso, la pasé en casa de mi hermano, comiendo como una bestia y riéndome de mi pobre madre que se vio obligada a estrenar in situ la cafetera Nespresso que le habíamos regalado. Es fan de guardar sus regalos hasta que éstos han pasado de moda, cosa que nunca entenderé pues yo soy justamente al contrario: comí el roscón con mis guantes especiales para Iphone que me trajo la negra Baltasar. Allí, tumbado en el sofá como un muñeco de trapo, propuse con las pocas fuerzas que me quedaban ir a ver el Rey León en 3D. Todos quedamos para vernos la tarde siguiente. A nadie le importaban ya una mierda los coches perdidos del abuelo playboy.

- Ayúdame con las palomitas, no mejor con la cocacola, que está muy fría, tío.

Simba ya ha crecido y vive con Timón y Pumba, lejos de sus responsabilidades y dejándose llevar por el Hakuna Matata, que le ha ayudado a olvidar las penas y culpas del pasado. Pero las circunstancias le obligan a enfrentarse a lo que es. Mi sobrino ríe con los bailes del mandril brujo, yo entiendo mejor la película que en los noventas y me termino una bolsa de marshmallows con una sonrisa en la cara que no se me borrará en horas. Acompaño a mi hermano a su coche y quedamos en vernos al día siguiente, para el primer partido del año. Los veo irse y les hago adiós con la mano, Fabián, desde su silla para niños que creo que ya no le hace falta, me hace el símbolo de la victoria, el mismo que hace Timón al final de la película y yo, muerto de la risa decido que ya está bien de hacer el idiota en mi Hakuna Matata personal. Que Timón y Pumba vengan conmigo o si no se pueden ir a tomar por culo. Este año, seguiré intentándolo, con más fuerza que el anterior. Alguien me creerá, imagino, que soy el más guapo y el más cool, como pone en mi currículum.

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