domingo, diciembre 28, 2008

Así juega Perú


Creo que es la quinta vez que nadie acude al llamado de Michael. Ya nos había citado varias veces para jugar al fútbol un domingo por la mañana, y cuando la gente llegó a la cancha lo hizo porque quería, y no porque él era el convocante. El pobre aprovecha las reuniones familiares para, cuando ve que la gente ya está relajada soltar su eterna pregunta: "¿un partididito este domingo?", y entonces, las miradas piadosas y las lenguas mentirosas le dicen sí, sí, cuenta conmigo.

Yo siempre me niego, y con un simple no dejo clara mi posición. Pero los cabrones de mis tíos siempre dicen que irán, haciéndome dudar, como buenos mentirosos que son. La primera vez que me engañaron yo vivía todavía en Alcalá de Henares. Cenábamos juntos (si a comer patatas fritas de los chinos se le puede llamar cenar) por el cumpleaños de una de mis tías y Michael soltó su frasecita famosa ya, a nivel transoceánico. Hubo momentos de júbilo, acompañados de exclamaciones: "hace tiempo que no juego", "vamos a pelotear","mañana va a hacer bueno". Me vi entonces regateando a todo el mundo y haciendo uno de esos goles que me han hecho indiscutiblemente famoso, en mi familia. Me despedí de todos y el domingo siguiente, contento, bajé a Madrid en coche vestido de futbolista. Sólo estaba Michael y tres amigos más, ninguno de mis tíos había acudido y sólo me quedó aprovechar el viaje. Pusimos las mochilas a lo ancho de la cancha y corrimos un poco, jugando dos contra dos. Volví a casa seriamente decepcionado.

Meses después, cuando ya casi había olvidado la afrenta, estaba otra vez reunido en familia cuando Michael, cómo no, se quedó sin tema de conversación y otra vez propuso el partidito de los huevos. Miré a mi hermano y le susurré ¿este huevón no se da cuenta de que nadie viene cuando él lo pide?, obtuve un levantamiento de ceja como toda respuesta, y, como siempre, mis tíos dijeron alegremente que sí, que jugarían el domingo, antes que llegue el invierno. Ya me había mudado al centro de Madrid y Sol me convenció de ir a la cancha, total, ¿qué podía perder? si estoy al lado, y así me dejas en paz unas horas, dijo, para convencerme del todo.
Llegué a la cancha y por el espejo retrovisor vi que no había nadie. Había aparcado con "Welcome to The Jungle" sonando a un volumen considerable, pero nadie apreció mi gran entrada. Varios minutos después llegó Michael, y casi enseguida mis dos hermanos. Nos vimos las caras durante un rato insufrible hasta que solté: estos idiotas no van a venir, vámonos, y cada uno cogió su coche, asqueado de la falta de seriedad de nuestros familiares. Encontré a Sol viendo un capítulo de "Sex and the City".

Llegó el invierno, la crisis, la navidad y la puta cena familiar. Cuando ya todos estuvimos cansados de comer pavo, y mientras hablaba con mi tío sobre su próximo viaje de vacaciones a New York, alguien me llamaba insistentemente. Sospechaba quién era, y quise ignorarlo pero mamá me hizo tu primo te está hablando con los ojos, y giré la cabeza a la vez que soltaba un ¿qué? lo más cortante posible. ¿Un partido este domingo?, preguntó, y obtuvo una negativa rotunda por mi parte que cortó el aire del salón. Mis tíos, as usual, dijeron que irían y yo volví a mi conversación newyorker. Anoche Michael llamó a mi casa y me encontró tirado en el sofá, viendo Los Soprano, y tramando maldades para hacer esta nochevieja en París.

- ¿Qué pasa?
-Oye primo, ¿dónde están tus hermanos?Justificar a ambos lados
- Y yo qué se. - dije, y rematé con una frase bíblica que seguro no conocía: -¿soy yo, acaso, guardián de mi hermano?
- Los he llamado y no están en sus casas. Esteeee, ¿Juegas mañana?
-¿Qué te ha dicho esta gente? - pregunté, abriendo la nevera para servirme un poco más de té helado.
- Que venían.
- Ah, entonces yo también voy, mañana nos vemos.

A eso de las diez de hoy salí de la cama y para terminar de despertarme puse un documental sobre momias incas que tenía bajado de internet hace un mes. Es muy común que en cualquier parte del Perú, al establecerse la gente en asentamientos humanos, empiecen a surgir de debajo de la tierra restos arqueológicos. En ese aspecto también nos parecemos a los italianos: levantas una piedra y aparece una vasija. Así había pasado en el asentamiento Túpac Amaru mientras se instalaba la red de alcantarillado.
Llegó la hora del partido y tras enfundarme la camiseta de fútbol de la selección marroquí llamé a mi hermano, que recién despertado y todavía en Alcalá de Henares, confirmó mis sospechas. Vuelve a dormir, sorry, le dije, y colgué, yo también odio que me despierten. La segunda persona a la que quería ver antes de volar a París era mi tío, el ingeniero, así que llamé a su casa. Allí estaba, y me dijo que no iba a jugar, que nadie le había confirmado nada y además iba a dedicar el finde a su hijita, buen viaje, dije, si vas a Chinatown, me compras una camiseta de Obama.
Quise llamar a Michael para decirle que no iría, pero ninguno de los tres teléfonos que tengo resultó ser suyo. En el primero me contestó un peruano borracho, en el segundo una ecuatoriana que parecía estar comiendo cancha mientras hablaba, y el tercero, simplemente, no existía. Pensé, entonces, que mi primo era igual de informal que mis tíos, y me planteo ahora subir al Retiro, cualquier tarde con mi ropa deportiva, y unirme a algún grupo de futbolistas a los que les falte uno para completar dos equipos. Quizás esa sea la única manera de que mi inenarrable talento pelotero se pierda, junto a mi inapreciado vigor sexual, mientras pasan los años.

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