jueves, septiembre 04, 2008

El río suena, y ciento volando


No recuerdo quién me dijo que el de la cartera gorda y la mujer del escote no podían estar liados. ¿No has visto a su mujer?, dijo, no tiene nada que ver con la del escote. En ese momento ese argumento me valió para dejar crecer la duda y, con el paso del tiempo, olvidar mi idea de un posible romance entre ellos dos. Es verdad que la mujer del de la cartera ganaba por goleada a la del escote, que de un tiempo a esta parte se vestía cada vez más putón. La mujer era elegante, rubia, en sus primeros cuarenta bastante bien llevados quizá con ayuda de un buen gimnasio y tratamientos de belleza. La del escote, en sus tardíos treinta, se negaba a dejar atrás los veinte y no aceptaba con dignidad el paso del tiempo, escondiéndose en falditas, shorts, jugueteos y actitudes que le quitaban mucha credibilidad y había provocado que su jefe directo soltara en la última cena de empresa al coordinador de marketing un comentario que, sin pedirlo, llegó hasta mi mesa: Si es que parece una puta, joder, con esas medias de mallas y los tacones rojos.

La tarde que la mujer vino a la oficina, bajó como Grace Kelly de su Audi azul, que dejó cruzado en la salida del parking de la empresa. Nadie dijo nada, y los machos cabríos del mundo TEC nos limitamos a ver cómo ella subía las escaleras con la gracia de la esposa de Roger Rabbit. Era tarde ya y yo sólo pensaba en irme a casa, el autobús no llegaba y noté que, una vez más, había dejado mis llaves en el cajón del escritorio. Subí detrás de ella y, juro que sin querer, vi que llevaba tanga debajo de su pantalón de lino, perfectamente planchado, y en mi mente ella ocupó el trono de Mejor Culo del Mundo Libre, que antes ocupaba otra. Le abrí la puerta y entró como si la oficina fuera suya, me extrañó que su entrada no estuviera acompañada de mil flashes, y la voz que no consigo recordar de quién era seguía retumbando en mi cabeza con eco inlcuído: ¿No has visto a su mujer? (er, er, erer).

Cogí mis llaves y salí volando, no quería estar en la oficina por más tiempo. De reojo vi a Grace Kelly llegar a la mesa de su marido, y llevarlo del brazo a la cocina. Me fui pero al día siguiente, mientras comía, supe qué pasó gracias a uno de esos bocachanclas que abundan en mi entorno. Según el informante, Grace Kelly le dijo, con mucha tranquilidad, que sabía lo de la del escote. El de la cartera no negó nada, y dicen que dijo a esa, que te hace hablar, yo le debo las cosas que hace mucho tiempo tu ya no me das, café en mano. El aire se podía cortar con un cuchillo y alguien que quiso beber algo de agua antes de volver a casa escuchó a Grace Kelly convertirse en Lucía Galán y contestar, sin gritar siquiera pero echando fuego por los ojos a esa, ¿qué le puede costar hacerte feliz una hora por dia?, a esa no le toca vivir ninguna tristeza todo es alegria.
- Estás exagerando, brother – digo incrédulo al que me está contando la historia – esto es una canción de Pimpinela.
Puede ser, dijo el chismoso, pero eso fue lo que pasó más o menos. El de la cartera sacó su altivez y dijo si quieres te la presento, y ella, riendo le dijo, sí que venga, y él para qué, y ella para decirle “te lo regalo”, y él ¿qué quiere probar?, y ella, que recoja tu mesa, que lave tu ropa y todas tus miserias. Le dije al informante que se callara, que no podía comer con tanta risa y él se fue, me imagino que feliz por soltar su chisme. Que algo de cierto tendría, porque el de la cartera se ha tenido que comprar otra casa y se ha separado de Grace Kelly, que se ha quedado con el niño, la casa, los coches y los amigos. Él, me imagino, retoza por las tardes con la del escote sin importarle su tardía adolescencia ni que uno de sus ojos mire a Burgos y el otro a Moratalaz.
Los hombres a veces no pensamos con la cabeza y cambiamos la clase por lo chabacano, lo seguro por lo volátil, las tetas por las carretas. Grace Kelly debe estar muerta de risa en su chalet del norte de Madrid y cuando su niño, que es calcado al de "El Orfanato", le pregunte por qué papi no viene a cenar, seguramente le contestará, porque está con Eliza Doolittle, mi amor. Y el niño seguirá jugando, sin entender nada, sobre la alfombra persa, sabiendo sólo que pronto hay que ir a dormir porque viene el amigo de mamá.

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