jueves, septiembre 11, 2008

Me quedo a cuadros


Anoche llegó Betsy, pero no pude verla, hoy debe estar ya en Italia.
Mientras hablaba con Natalia y quedábamos para cenar juntos en la Crêperie de la calle Pintor Rosales, pensaba en mi amiga peruana e intentaba recordar si alguna vez estuve en su casa, o no. Creo que no, que era uno de esos miles de sueños super reales que tengo cada noche, en que unas veces soy un pirata y al doblar la esquina me encuentro con mis amigos de universidad y vuelvo a vestir con ropa normal. Dentro de ese habitual guardaropa había una pieza delicada: un horrible pantalón de cuadros que compré una tarde con Tomy, en el mercado de segunda mano en el que se ofertaban prendas donadas por el US Army, es como el de Ricky Martin, me dijo, y eso me convenció. Se supone que esa ropa era para la gente sin recursos, pero por culpa de la corrupción reinante en mi país terminaba en un mercado de mierda cercano a la avenida Grau. Allí encontré mi pantalón gris con cuadros azules (dizque de Ricky) y una camisa azul pastel de seda. La camisa dio más juego, y la podía usar con jeans, pantalones negros o blancos y siempre el espejo me devolvía una imagen agradable. Pero cuando me probaba el pantalón mi reflejo era el de un imbécil disfrazado de cantante dominicano, una mala copia de un merenguero de barrio.

A Betsy le gustaba el merengue (le gustaba la música, en realidad), y teníamos una canción secreta que definimos como nuestra, cuando la escuches te acordarás de mí, flaco, me decía, y yo le prometí hacerlo sin que importara que la letra era horrible y la música parecía hecha por un grupo de haitianos borrachos que había escuchado demasiado a Juan Luis Guerra. Ya que ella se puso en plan sentimental, decidí confesarle mi mayor secreto (entonces), ¿ves el pantalón que llevo?, pregunté, señalando mi Calvin Klein modelo escocés; está paja, me dijo, además desde que vas al gimnasio te hace un culito ricotón, o eso me ha dicho tu admiradora secreta. La admiradora a la que se refería era una chica misteriosa que, según mi amiga, preguntaba siempre por mí, y a la que no le importaría tener conmigo lo que ella definía técnicamente un "choque y fuga". Ok, flaca, mándale un beso de mi parte. Pero volvamos al lonpa, tengo uno igual, de cuadros, pero es horrible y no sé que hacer con él, parezco un payaso cuando me lo pongo. Ella me miró con esos ojazos negros que escondía tras las gafas de leer, me tocó el hombro como si fuera mi entrenador de fútbol y me dijo, qué importa, póntelo aunque sea una vez, y después lo botas a la basura. Así nos encontró Barbieri, y con su sonrisa Kolynos nos dijo chicos, no se olviden que la fiesta es este sábado, va a estar bien bacán, y se fue. Nos miramos y cuando estuvo lejos nos cagamos de risa. ¿Bacán? dijo ella, eso se decía en la época de mis viejos. Yo seguía riendo y decidí, por joder, que usaría el pantalón en la fiesta de mierda ésa.
El taxista me miraba por el espejo retrovisor y no disimulaba las burlas, ¿Adónde vamos, chino, al circo de los hermanos Fuentes Gasca? Le dije que a Hiraoka de la Marina, ignorando su comentario. Me dejó en la puerta de la fiesta, y al bajar, Rolyn me miró de pies a cabeza y gritó putamareMaguill prometimos no volver al hueco, lo prometimos, mientras reía con todas sus fuerzas. En ese momento debí subir al taxi y volver a casa, total, no estaba muy lejos, eran cinco lucas como mucho por la carrera. Por joder la fiesta, había salido jodido yo.
-¿Has visto a Betsy?
- No sé quién es.

Me escondí en el bar y ofrecí mi ayuda a unos que estaban allí repartiendo la cerveza. Barbieri me vio y se acercó a agradecer mi buena disposición, de nada, brother, le dije, y le ofrecí un trago. No gracias, no tomo, contestó con la mayor educación del mundo y se fue a controlar a los que se encargaban de poner la música. Lo odié un poquito más. Las horas siguientes las pasé tranquilo, desde el bar veía a todo el mundo emborracharse y esperaba que pasara un rato más para poder salir huyendo sin ser descubierto. Pero de entre la maraña de gente, al son de Gilberto santa Rosa, salió bailando una cabecita morena y los ojazos negros me reconocieron de inmediato. Flaco, ¿qué haces ahí metido? Ven a bailar conmigo. Le dije que no, que gracias, que ya me iba, y por ser tú te confieso que me he puesto el pantalón ese, el que te dije, y por primera vez me siento el peor vestido del mundo. A ver, a ver, dijo, y se trepó a la barra para ver el esperpento. Hay cosas peores, en la fiesta, flaco. Ven, baila.

Me llevó de la mano hasta el centro de la pista y los borrachos me imagino que ya ni siquiera sabían si yo era un producto de su imaginación, o un muñeco de brujo. Algunos me saludaban y otros, más avispados, me decían oe ta’ buena tu amiga, traéla, mientras nosotros seguíamos avanzando al ritmo de unas maracas invisibles. Bailamos un par de canciones y yo estaba infinitamente agradecido por su rescate, pero no le dije nada, sólo la miraba bailar y reír. Por eso te quiero, amiga, pensaba, porque eres de putamadre. Ella levantó las manos y señaló al Dj, que hizo sonar nuestra canción. Bailamos y cantamos, y al terminar me llevó de la mano hasta donde estaban sus amigos y me presentó a su hermana gemela, que era igualita a ella, pero con un peinado diferente. Hablé un rato con ellos y en cuanto Betsy se descuidó escapé de la fiesta, ya menos avergonzado y más feliz gracias a mi particular heroína.

Tomy me llamó al día siguiente. Dicen que tu pantalón fue la atracción de la fiesta, mierda, dijo a modo de saludo. Si quieres te lo regalo, perro, contesté, y él aceptó gustoso, y dicen que lo estrenó una noche, pero por culpa de la prenda le negaron la entrada a Bass, y me maldijo para siempre. Antes de escapar de Lima, Betsy me confesó que mi admiradora secreta era su hermana, y que una vez se me había acercado y estuvimos hablando un buen rato sin que yo notara que era una impostora. Qué huevón soy, confirmé, y mi amiga no podía evitar reírse mientras yo le decía que podían intentar vestirse como muñecas y asustar al profe de Estadística en los pasillos oscuros de la universidad, como en El Resplandor, Betsy, ¿la has visto? Cuando esté en Madrid, quiero que me escribas, yo también lo haré, y dile a tu hermana que lo nuestro no puede ser, que siga con el tío ese que parece Batman, o Bruce Wayne mejor dicho, porque cuando la veo te veo, y tú eres mi brother, y así no hay feeling.
Entonces, me acompañas al aeropuerto ¿o no?, pregunta Mirella, y le digo que no, que no puedo, y que tampoco podré salir de copas con ellas la noche del Miércoles. Me siento un cobarde, un miserable por no ver a mi amiga, pero le he prometido a mi jefe que no volveré a llegar al trabajo con resaca, y si me apuntaba a la juerga, como mucho, llegaba con mareos a eso de las diez de la mañana del jueves. Ojalá baje un fin de semana a Madrid, digo, y Mirella no dice nada pero tampoco oculta su decepción. Vente pa’ Madrid, Betsy, pienso, y te juro que me pongo un pantalón a cuadros y bailamos nuestra horrible canción.

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