martes, septiembre 23, 2008

De día, beata. De noche, gata


Perdí de vista a Jorge cuando dejamos la universidad, él pensaba en poner un negocio y yo estaba (como ahora) perdido en mis dudas. Nuestra amistad fue legendaria en época universitaria, y, ahora que empezaba a dedicarme realmente a intentar recuperar las amistades perdidas decidí llamar a su casa e invitarlo a compartir un par de copas, en algún bar, mientras recordábamos épocas más felices.

Tuve mala suerte, ya que al otro lado de la línea telefónica no estaba mi amigo, sino su mujer: María de los Angeles. Mary pa’ los amigos y para quienes creemos que su nombre es el colmo de la ridiculez. Hola, digo, ¿está Jorge?. Me dice que no, y de inmediato pregunta, ¿quién llama? Quizá esta vez haya reconocido mi voz, pero siempre hará la misma pregunta, así me han enseñado, pues, dijo una vez, aunque sepa quién es no puedo ser tan confianzuda. Le digo mi nombre, y ella, super educada en colegio religioso, me dice hola, oye, a los años que sabemos de ti. Han pasado años, es verdad, los mismos que he echado de menos a mi amigo, los mismos que he vivido feliz sin tener que soportar a la ladilla de su mujer, que me enerva con su sola presencia. En un principio creí que era cosa mía, que quizá ella era víctima de una de mis extrañas animadversiones sin razón de ser; pero cuando se lo conté a un amigo en común me quedé más tranquilo con su dictamen: esa cojuda se cree la mamá de todos, dando consejos, por encima del bien y del mal, a la gente le llega al pincho y me alegro que a ti también.
Esa confesión fue un soplo de aire fresco a mi corazón, que moría por el complejo de culpa, mi amigo siempre había criticado a las chicas con las que salía, y yo, en cambio, nunca me atreví a decir ni una palabra contra Mary, aunque mi diablo interior se moría de ganas de darle una patada en la ingle.

- Jorgito se va a poner feliz, cuando le diga que le llamastes, ¿Dónde estuvistes?¿Te perdistes?
- No, no, para nada – digo, disimulando, haciendo como que no me importa lo mal que habla – sólo soy un ingrato del demonio.
- Hay no digas eso, flaco – horrorizada – es blasfemia, más bien refugiate en el Señor, él guiará tus pasos.

La imagino entonces corriendo a besar sus imágenes de Karol Wojtila, Ratzinger, el Señor de los Milagros y la Virgen de Luren, entre otros.

- Me refugio, me refugio. ¿Cuando vuelve Jorge?
- Jorgito ¿dices?
- Whoever.
- Ay que gracioso te pones cuando hablas en inglés. ¿te acuerdas la fiesta esa en que cantastes? Nadie te entendía oye, o sea casi nadie, Jorgito y yo sí, porque Sor Matilde me enseñó un poco de inglés, pero los demás te miraban como perdidos.
- Como diciendo ¿qué mierda canta éste?
- Ay, qué mal hablado eres, flaco. Intenta controlarte ¿ya? – me pide, y cambia su tono de voz – no te olvides que estás hablando con una señora ¿ya?

Como no puedo ver su cara no sé si está bromeando. De sobra sabe que sé que cuando se peleó con Jorge lo primero que hizo fue salir con un ex, un camionero de mierda con el que seguro rompió algún mandamiento. ¿Señora? Me digo que esta vez no la voy a mandar al diablo (que para ella sería lo peor que le pasaría, convencida de haberse ganado el cielo yendo a misa cada domingo), resistiré. ¿Cuándo vuelve Jorge? Pregunto. Jorgito, me corrige.
Respiro hondo, como aprendí en mi única clase de Pilates que, mira tú por donde, sirvió para algo. Dile que llamé, porfa, y que intentaré hacerlo otra vez. Me despido, pero ella no me deja escapar, como esas abuelas a las que les preguntas una dirección en la calle, y te cogen del brazo y te cuentan que en esa calle se le declaró su primer amor, allá por 1946, hijo, eran otros tiempos.

- Oye, flaco, ¿te acuerdas de Mariela? Se casó pues, y Dios la ha bendecido con dos niños preciosos.
- ¿Quién?
- Mariela, si salistes con ella un par de veces. ¿No te acuerdas? Hacían tan buena pareja, siempre le dije a Jorgito: me encantaría que el flaco volviera con Mariela”, pero tú nada que ver. Un tremendo eras.
- Ya me acuerdo – concedo, más para que se calle, miro el reloj y veo que han pasado cuatro minutos. Debe ser un récord – me alegro que esté bien, ya llamo otro día.
- ¿Estás ocupado? Parece que te quieres librar de mí, oye.
- Quiero – digo, hasta el pincho, y la remato: - es que hablas más que una cotorra.

A través del hilo telefónico oigo su respiración agitada. Me imagino sus ojos de loca mirando el auricular con odio, intentando matarme y deseándome todo lo malo, todo eso que su diosito le prohibe desear. Va a explotar, me digo, y por eso no cuelgo, porque espero, quiero, que me insulte, quiero que comience una batalla de exabruptos que estoy seguro ganaré. Sigue respirando como si la hubiera perseguido Lucifer, como si hubiera perseguido ella al Papamóvil en plan fan enamorada, y al fin explota: eres un maleducado, cambia, oye.
Me esperaba más, no sé, que me hubiera llamado mierda o miserable, algo más contestable, algo que me hiciera al menos fingir un poco de indignación.
- Cambia ¿ya? Una intenta saber de ti, de tu vida, y tú me cortas así, no es justo ¿ya? No es justo, ay, cuando le cuente a Jorgito seguro que deja de hablarte, - me amenaza – apenas vuelva le cuento. Enmienda tu camino flaco – se pone en plan madre Teresa – deja que la paz del Señor te acoja.
- ¿Qué paz? Oye, huachafa. – respondo, sin gritar - dile a Jorge que llamé, por favor. No sé si volveré a hacerlo porque seguro que le dirás que no me hable y él, cojudo al cubo, te hará caso. Le dirás que me he burlado de ti, de tus virgencitas y toda tu mierda religiosa y el pelele ese me escribirá un e-mail diciendo que he herido sus sentimientos al meterme contigo. La paz del señor sea siempre vosotros, podéis ir en paz. Hare krishna – y cuelgo.

Tiro el teléfono al sofá y busco en mis fotos a mis amigos de universidad. Jorge aparece sonriendo, y me doy cuenta que también está Mariela, rubia y con cara de mala. Recibo un mensaje en el Nokia, es mi hermana que me invita a su próximo cumpleaños. Sol entra al salón y me pregunta que con quién hablaba, con nadie importante, contesto, y agrego más información ¿recuerdas ese amigo del que te hablé? Resulta que he perdido su teléfono, y no creo que nos volvamos a ver. No sabe si consolarme, y me pregunta por mi última cena con amigos, muy bien, le digo, Laura estaba guapísima, su embarazo daba tanta ternura que te entraban ganas de abrazarla.

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