miércoles, septiembre 17, 2008

Entrevista con las vampiras


El restaurante Botin es el más antiguo del mundo. Nunca había estado en ese sitio, que yo recuerde. Mis amigos ya estaban allí, hemos llegado cinco minutos antes, para que no nos cambies la mesa, cabroncete, me dice uno. Sonrío y les recuerdo que prometí no volver a hacerlo, porque sé que a Lucía no le hace mucha gracia comer en la terraza, aunque sea verano y las vistas sean espectaculares, ella, siempre, tiene frío. Tenemos una mesa de siete y somos cinco, el camarero nos pregunta si seguiremos esperando a los otros dos o preferimos cambiarnos de mesa. Me encojo de hombros y me sirvo un poco de rioja, Esteban le pide que nos deje esperar un poco más y cuando se va nos dice, a ver si deja de tocarnos los cojones, que es la segunda vez que nos pregunta lo mismo.

He llegado solo. Sol y yo rompimos por enésima vez en Queen Square y no me ha parecido buena idea que me acompañe a la cena. Desde esa noche horrible en Liverpool no hemos vuelto a hablar del tema, y aunque las aguas se hayan calmado bastante desde entonces, prefiero que cada uno salga con sus amigos, por ahora. Mis amigos lo saben y cuando preguntan por ella respondo está en casa, sin más, y no hay repreguntas. El camarero andaluz se acerca otra vez, pero en ese mismo momento llega otra pareja, amigos de mis amigos, y ellos me presentan como el loco del que te hablé, el que escribe y lee sin que nadie le ponga una pistola en la cabeza. Ella me sonríe y me dice que le gustan mis historias, y que le encantaría conocer un poco mejor a alguno de mis personajes, a mí también, confieso, y nos sentamos los siete derrotando al camarero que ya no nos puede quitar la mesa ni confinarnos a esa mesita de cuatro que había en una esquina. ¿Qué tal está el cochinillo? pregunta Pedro, y el chico que lleva una placa con su nombre (Manolo, of course) dice que muy bueno, y tras una seña de mi amigo lo anota en su libreta. Yo pido unas patatas a lo pobre y merluza a la riojana. La pareja nueva pide lo mismo para los dos: ensaladilla rusa y pollo al ajillo. No puedo dejar de notar que las novias de mis amigos hablan entre ellas de algo que debe ser sumamente divertido, pues han dejado al pobre camarero de pie, con el lápiz listo para anotar lo que ellas se van a meter entre pecho y espalda. ¿De qué habláis, si se puede saber?

- De la tía esa, la de tu blog – dice Lucía que es morena, algo rechoncha y de senos abundantes.
- Sí, - corrobora Marian, la nueva novia de Estreban. Es rubia, delgada y de sonrisa colgate – ya no escribes nada sobre ella.

Son personajes, miento, escribo de muchas personas que a veces ni siquiera existen. Manolo pregunta una vez más qué van pedir, y ellas piden algo que ni siquiera escucho porque estoy agradeciendo al cielo que el camarero haya cambiado el tema, dándome segundos de aire. Mis amigos saben perfectamente que no me gusta hablar de lo que escribo, que comencé con el blog para no tener que escribir e-mails y que fue convirtiéndose en una especie de letrina en la que soltar todas esas historias que piden salir de mi cabeza, como sea. Por eso ahora están mirando a sus novias, que parecen tener entre ellas una gran complicidad, pero no se dan por aludidas y es Lucía la encargada de seguir con la entrevista. ¿Entonces, Juliette no existe? O sea, en realidad, digo. Miro a Pedro, como me miraba mi viejo cuando mi perro se cagaba en el salón y me decía con los ojos controla a tu mascota, huevón; pero mi amigo me responde, también con los ojos, esto me supera brother, luego te pago unas birras para que me perdones. Estoy solo, tenía que haber traído a Sol, total, estos últimos días casi no hemos peleado, y si ella estuviera aquí la gorda tetona ésta no me estaría interrogando. Sí y no, contesto, y cojo un trozo de pan como si fuera un trozo de madera y yo fuera un naufrago del Titanic.

- Esa no es una respuesta – dice Marian, y juega con uno de los cien rizos rubios que adornan su cara casi perfecta – es peor que esas pelis en las que al final todo era un sueño.
- Pues los Serrano terminó así, y hubo un huevo de gente que la vió – me ayuda Esteban. Y le sirve a su novia un poco de vino.
- Todos gilipollas - sentencia.

Agradezco el cable levantando mi copa, pero Marian no parece haberse quedado satisfecha. Ella y Esteban están juntos hace poco, días, de hecho es la primera vez que los veo juntos, mi amigo es famoso por su volubilidad. Hoy una rubia, mañana una china. Quiero cambiar el tema, hablo del último disco de Paul Weller y pregunto si alguien lo ha escuchado, la pareja nueva contesta al unísono, como un ser de dos cabezas, que ellos sí, y que en el video promocional sale uno de los Gallagher. Insisto, dice Marian, tocahuevos, y mi amigo la mira decidiendo no volver a salir con ella, los personajes se construyen en base a vivencias, a hechos, nadie tiene tanta imaginación, ni siquiera Stephen King. Además si Lucía te pregunta algo, creo que deberías contestar con algo más que monosílabos. Impresionante: guapa y con cerebro, extraña combinación. Esteban le dice cállate un poquito, anda, pero yo le hago una seña para que se tranquilice ¿quieres una entrevista? Pregunto, y ella abre los ojos como una niña frente a un helado y dice que sí. Shoot, blondie, digo, y me recuesto sobre mi silla con la copa de vino en la mano derecha.

- ¿Todo lo que escribes te ha pasado, o sea, en realidad?
- Creo que sí, pero la realidad supera largamente a la ficción. Si escribo la verdad tal cual, estaría en la cárcel.
- Tenías amigos ricos – dice Lucía, como si me conociera de toda la vida, y eso me divierte - ¿por qué ya no sales con ellos?
- Todo aburre – contesto, me siento inmune, invisible – quería conocer gente más simple. Como tú... comprenderás.

Mis amigos sonríen divertidos, orgullosos. La entrevista continúa.

- ¿Has tenido que pedir disculpas por algo escrito?
- No, beatiful Mariansorbito de vino, soy Lord Byron -, pero una vez borré una historia en la que ponía a la mujer de un buen amigo como una loca. Él me lo pidió y yo accedí de buena gana.
- ¿Tu pareja no se siente ofendida por cómo la pintas? – dice el monstruo de dos cabezas – no sé, además siempre hablas de tantas chicas.
- Nunca, – ahora soy el Conde Drácula, y me limpio los labios con una servilleta de tela -, ella lee cosas más interesantes y no creo que haya leído más de tres de mis crónicas.
- Esta es más personal – anuncia Lucía, que vuelve a la carga - ¿hasta donde llegaste con la tía buena?

Mis amigos dejan las risas y me miran de lado, avergonzados, miden el impacto y comprueban que sigo allí, intacto. Está claro que ellos pagarán la cuenta. Hasta donde ella quiso, contesto, y ahora soy yo mismo, por que esa fue su última voluntad. O sea, ¿nada? pregunta la pareja, que empieza a ponerme nervioso con tanta coordinación. No, contesto, nada. Como mucho, una vez estuvimos en su coche, y ella me preguntó ¿si te digo que sí, qué pasa? Y yo dije ya veremos hasta donde llegamos. Lucía ahoga una risita diabólica y dice, qué pringao, y yo contesto pa' servirte. Pedro dice que ya está bien, que este tema ya aburre, y llama a Manolo, que acerca la cuenta. No hago el más mínimo intento de pagar.

Salimos del restaurante y Marian parece haber decidido también que ésta es su última noche con Esteban. Me pide perdón por si me ha hecho sentir incómodo, y yo le digo sin mentir que no pasa nada, que me encanta ser el centro del universo. Bajo hacia la Plaza Mayor y vuelvo a casa extrañado de que tantas personas lean lo que escribo, y le den más importancia de la que le doy yo mismo. Al día siguiente encuentro un e-mail de la parte femenina de la pareja, que ahora sé que se llamaba Lola en el que me dice que estuvo encantada de conocerme y pregunta si voy a escribir sobre lo que pasó la noche anterior. Le digo que no, que yo sólo escribo fantasías, que jamás me atrevería a contar cosas reales, porque eso es muy aburrido, guapa, casi tanto como dos personas que piensan, hacen y dicen lo mismo.

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