lunes, septiembre 22, 2008

Sin ti, niña mala


Estoy tirado en mi sofá azul, en posición fetal, intentando ver la tele sin marearme. La noche anterior estuve cenando en un restaurante mexicano con varios amigos, a los que no veía hacía mucho tiempo. En el restaurante había pintado un mural en el que mexicanos famosos estaban representados dentro de un ring de box, o de lucha libre, según se vea. Cantinflas, el Chapulín Colorado, Quico y Vicente Fernández son los únicos a los que logré reconocer. Varias jarras de margaritas y 180 euros después salimos del restaurante y tras un intento fallido de seguir de juerga volvimos a nuestras casas. Todos contentos y, en mi caso particular, en búho y algo borracho.
Cambio de canal y no hay nada interesante, suena el teléfono y cuando intento saber quién es escucho mi propia voz, con eco, y unas risas. Mamá me dice te hemos despertado, cariño, y yo le digo que no, que no pasa nada. Mi hermana me explica que llamaban sólo para probar el manos libres de su nuevo teléfono, entonces los odio un poquito y les digo que ya hablamos luego, y cuelgo. Tengo que limpiar un poco, pienso, pero sigo tirado en calzoncillos y veo que la noche anterior fui dejando un rastro de ropa al entrar en casa: los zapatos en la entrada, los pantalones en el baño, la camiseta de los Thundercats en la alfombra de la habitación. Me duermo otra vez.

Despierto varias horas después, como algo rápido y decido salir a que me dé un poco el aire. Aprovecho para comprar unas cosas en el Carrefour, donde las cajeras se extrañan de que, aún dentro, siga con mis Ray-ban puestas. ¿Tiene tarjeta club? Me pregunta una, y le digo que no con un movimiento de cabeza, firmo el recibo y salgo intentando balancear mi peso con las bolsas de la compra. Bajo el puente de Vallecas hay algo que parece ser una concentración de heavys, todos con melenas, sucios, vestidos de negro y encorvados. Paso entre ellos y su hedor a pelo sin lavar me marea aún más, la luz verde del semáforo parpadea, cruzo corriendo y la puta migraña aparece de nuevo. En casa, bebo leche con té, como dos bollos y me meto un ibuprofeno de 600 miligramos. La ropa vuelve a volar.

En la tele aparece una noticia del foro social de Malmo, a donde Sol se ha ido a trabajar de intérprete, hay imágenes de disturbios callejeros por parte de los antisistema, y represión policial. La llamo pero tiene apagado el móvil, le escribo un e-mail sabiendo que ya no lo leerá hasta que vuelva a casa, pero al menos así me quedo más tranquilo. Ana aparece en el Gtalk, holaaaaaaaaaaaas, escribe, muy buenas, respondo, y cierro la sesión. Que le den, no estoy de humor. Me aburro, pienso en la gente a la que no veo hace mucho, y la primera que viene a mi mente es Verónica. Escribo su nombre en Google y pulso el botón “Voy a tener suerte”. Aparece un enlace con el encabezado “la colita de Verónica tiene fanáticos”, y como estoy totalmente de acuerdo (si hubiera un fan club me uniría encantado), le envío el enlace a mi amiga, para que sepa que me he acordado de ella aunque nunca le escriba. Me siento mal por haber dejado a Ana con la palabra en la boca, me sirvo un martini para sentirme mejor. Pongo “Funny Games” de Haneke en el DVD, la original, no el remake, y saco algunas ideas para mi próximo día de aburrimiento. Cuando termina la película vuelvo a mi cama y me duermo otra vez leyendo un libro de Marsé: “Últimas tardes con Teresa”.

El domingo amanece lluvioso, así que me imagino que se cancela el partido de fútbol que tenía programado con unos amigos. Compro El País y veo cómo Nadal destroza a Roddick en la Plaza de Toros. Me llaman para ver el partido del Real Madrid en un bar de Carabanchel, pero no tengo ganas. Cuando deja de llover salgo a caminar un poco antes de que se sequen las calles, me gusta el olor a asfalto mojado y a hojas secas pisoteadas. Leo la entrevista que hace Elvira Lindo a Penélope Cruz y me asombra que haya escrito que la mandó al carajo en un hotel de Londres. Yo hubiera hecho lo mismo, pero sólo porque no soporto a Elvira Lindo, ni a Isabel Coixet, ya que estamos en plan confesionario. Vuelvo a casa y veo que Ana me ha llamado al móvil, mierda, pienso, no es la llamada que esperaba. Veo mis correos y una amiga que me ha pedido que no la vuelva a mencionar en el blog, me agradece por haber recordado su cumpleaños. Suena una alarma en mi móvil recordándome que tengo que ir a recoger a Sol al aeropuerto. Como si pudiera olvidarlo; llevo siete días pensando en lo largos que son los silencios cuando no está, y, como le confesé una vez: sin embargo, cuando duermo sin ti contigo sueño, y con todas si duermes a mi lado, parafraseando a Sabina.

Sale del terminal 2 de Barajas, cansada y llena de anécdotas. Me pregunta que cómo ha ido todo, y le digo que Contador ha ganado la Vuelta a España, que el Madrid metió dos goles y el Barça 6. Sonríe y me empieza a contar su viaje, le pido que espere a que lleguemos a casa para que me cuente todo con detalles. Espérate a que me acueste, ruego, y así me hablas mientras me voy quedando dormido. Ella asiente comprensiva, y le prometo contarle las cosas que he hecho en su ausencia, pero no le digo que cuando despierte tendrá un regalo en su almohada, sin dedicatoria ni lazos, una tontería que espero sirva para que sepa lo mucho que la he extrañado estos días de mierda.

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