domingo, marzo 16, 2008

Cuando éramos Teleoperatas


Era la primera opción para no estar en paro, era dinero fácil, y ya estaba harto de vender chatarra en Eurodata (y que me chulearan la comisión). Tras pasar un riguroso test técnico con preguntas del tipo ¿qué es un diskette?, empecé mi andadura en SITEL, que a su vez era una subcontrata de HP, Nokia, etc, etc. Hubo un curso previo en el que conocí un poco a Abel, que hacía las veces de profesor (formador, era el nombre oficial) y que preparaba clases sobre qué es un chip, qué es un ordenador, y dónde está el botón de reset. O sea, todo un máster, esa semana estúpida me preparó para lo que venía. Terminé en el departamento de portátiles, cosa que agradecí hasta el último día.

Quedé en manos de Lucio, que entonces era agente Kana, meses después pasó a ser mentor, luego volvió a ser agente, después coordinador, ahora piensa en convertirse en replicante, y durante todas esas etapas siempre pudo beber más alcohol que yo. Él me enseñó todos los tejes y manejes del mundillo del teleoperata, yo para agradecérselo le ofrecí una copia de mis DVD’S de Mazinkaizer. En el departamento (compuesto por dos filas de cubículos, PC’s de antepenúltima generación, y una moqueta con ácaros del tamaño de una garrapata), había de todo un poco:

- Antuan – del Aleti
- Villalba – bebedor compulsivo de leche.
- Cerro – semental en ciernes, mediajornada worker, y fanático del snowboard.
- Pablo – bebedor los jueves, trabajador en modo a prueba de fallos los viernes.
- Dario – italiano, de la Roma, spaguettiwestern friki y con un pisazo en Malasaña.
- Juanfran – ripeador de DVD’s, y workaholic.
- Ana - tía buena, con hijo grafittero, y fanática de Betty Boop.
- Esteban – escaqueantis maximus.
- Mine – su nombre en egipcio significa “Hombre que odia a Zahi Hawass y sale en un libro de Iker Jimenez”.
- El Criado – un crack.
- Héctor – chef, y lector de "El Mundo" que me hizo descrubir las bondades del "Metrópoli".
- Y algún otro actor secundario (un beso en el cuello a Bea, que pasó como un estrella fugaz).

Con ellos la vida se hizo más llevadera, y las llamadas estúpidas (desde entonces dudo mucho en llamar a un servicio técnico) provocaban respuestas más estúpidas aún. Nos pagaban una mierda y casi no había espacio para el recocijo sexual. No por falta de ganas, sino por escasez de materia prima y el bajo PIB. Aunque desafiando todas las leyes de la física y la lucidez se formaron algunas parejas y se les podía ver, entre los jardines del parque empresarial, tocarse disimuladamente una pierna, o meterse la lengua hasta la garganta, dependiendo del especimen o grado de cachondez mamífera.

Había pocos bancos con sombra, y siempre estaban ocupados por el típico grupo pibita-buenorra moscones-revoltosos, así que no quedaba más opción que tostarse al sol. El invierno era bien recibido siempre y cuando no lloviese, todos agradecíamos los descansos (cronometrados) en que podíamos salir a pasear y respirar aire de verdad. Alguna vez me encontraba con un “jefe” que apuraba un cigarro, iban en manada como los jinetes del Apocalipsis, y también había de todo un poco: la gorda odiosa, la tía buena, el enano pelota, el pintas, y el gilipollas. Nosotros, los teleoperatas nos hinchábamos de cerveza en el bar de Mariano y a veces olvidábamos que ya era hora de volver a coger llamadas. Íbamos tan seguido que hasta nos regalaban el merchandising que en esos bares (con alfombra de servilletas usadas) sólo dan a la clientela selecta. Una vez subí a trabajar superando por muy mucho la tasa de alcoholemia, con una gorra de Ballantine's mal puesta y en las siguientes dos horas de trabajo le formatee el portátil a todo el que osara llamarme. Obtuve un récord en felicitaciones de los clientes y una palmadita en la espalda por parte del jefazo gilipollas.

Ya fuera de ese mundo, intento (no es fácil) seguir viendo a aquellos que me hicieron esa vida más llevadera. Vi a Ana hace poco, pero me dejó pronto porque tenía una cita con su camello. Había quedado con Dario para ver la derrota del Madrid ante la Roma, pero se me olvidó ir y a él recordármelo. Comí con Lucio una tarde, y espero que lo volvamos a hacer. Chateo con Criado de vez en cuando, le digo que todo es un sueño de Hugo y él quiere que Mr.Eko resucite. Y siempre, siempre, en cada uno de esos encuentros recordamos sin nostalgia esa época en que de 9 a 6 éramos teleoperatas, pero sí añoramos el buenrollismo que parece que muy pocos han encontrado en sus nuevos trabajos.

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