lunes, marzo 31, 2008

Tus amigos, los míos y Tomasito


Desde mi ventana se ve la parte superior de un parking subterráneo, que los niños usan como parque, algunos árboles y casas de dos plantas. La primera vez que vi hacia fuera era domingo, y ellos ya estaban allí. Son cinco amigos, que todos los domingos, cuando muere el día, se juntan frente al parking, sacan cervezas de unas bolsas de supermercado y beben mientras disfrutan de una, aparentemente, amena conversación. Hay un gordito casi calvo, que parece el líder; dos tios normales de los que van por la calle sin llamar la atención, una chica que falta a muchas reuniones dominicales y el de las gafas que llega siempre en un Seat blanco. Se les ve distendidos, y me imagino que habrán hecho un pacto, del tipo, aunque nos casemos y tengamos hijos, todos los domingos nos veremos aquí, a las 7 de la tarde.

Mis amigos y yo teníamos un pacto parecido, nos veíamos más de una vez por semana y el sitio de reunión era la puerta (sólo una vez pasé al salón) de la casa de Claudio. Siempre estábamos él, su hermano Johnny, Manuel, el Chino, mi hermano y yo. De vez en cuando se nos pegaba también alguna de las chicas del barrio, pero al no entender nuestro idioma secreto de jergas y palabras cortadas por la mitad, terminaban aburriéndose. Su casa había sido pensada para tener un garage en la parte derecha, pero cuando Mila, su hermana, se quedó embrazada, le acondicionaron esa zona para que criara a su hija, un pequeño demonio que a veces también se unía a nuestro clan.

Los amigos siguen hablando, quizá de que ha perdido el Barça y ahora el Villarreal es segundo, ella parece querer cambiar el tema y suelta alguna historia mientras toca el brazo del gordo, para llamar su atención. El del Seat cambia la música que suena en su radio, bajita, para no molestar a los vecinos, pero si afinas el oido puedes reconocer acordes de Calamaro. Mis amigos y yo también escuchábamos música, pero con menos respeto y contaminando acústicamente las calles del barrio. Nadie se quejaba, porque comparado con otros nuestro grupo era de los sanos (zanahorias) y como mucho hacíamos escándalo cuando sonaba “Mr. Brownstone” o “Spoonman”, entonces Claudio hacía movimientos de guitarrista y yo bailaba saltando hacia atrás, imitando a Axl Rose. El otro grupo de mi barrio, Los Vagos, eran bastante más despreciables, bebían en la calle hasta morir ahogados en sus vómitos, se peleaban con otras pandillas, insultaban a las chicas, iban siempre vestidos como si fueran a jugar al fútbol y nunca se lavaban el pelo. Un par de veces vinieron a casa de Claudio, éramos del mismo barrio y nunca sabías cuándo necesitarías contactos entre la chusma, así que los dejábamos estar. Hasta que uno de ellos empezó a rondar a Mila, y entonces Claudio, que era enorme, lo cogió por el pescuezo y lo tiró de cabeza en la zanja de un vecino, que construía su casa, pero había cavado un foso como si buscara petróleo. Obviamente, los vagos centraron su venganza en el más débil del grupo: yo.

Los amigos se van ya, que es noche cerrada. Cada uno sube a su coche, y salen en direcciones contrarias como las bolas de dragón; ahora ya ponen su música a un volumen más alto y se hacen adiós con la mano. Han recogido la basura y dejan el lugar limpio y vacío. Ahora la vista desde mi ventana es más fría y sólo se ve el parking vacío, iluminado por la luz ámbar de las farolas. Me imagino que la casa de Claudio estará igual, vacía y triste, la hija de Mila debe tener ya diez años. Los Vagos estarán presos o muertos, o casados con una chica que embarazaron en alguna borrachera. Ya nadie pondrá música de Guns N Roses o Soundgarden, seguramente habrá algún grupito por ahí, pero sonará regaettón en sus cabezas.

Sol me saca de mis pensamientos, y me pregunta si no me he asustado con “El Orfanato”, que acabamos de ver. Respondo que no, que me da más miedo pensar que a Madeleine le puede haber pasado algo parecido, que murió por mala suerte pero que en ese caso alguien ha escondido el cuerpo. Ella se horroriza y comprende por qué se mata la madre al final de la película. Bajamos las persianas y ya no veo la calle, pero en mi mente, en lugar de Tomasito, el niño de la película, veo a mis amigos y me pregunto si estarán vivos, muertos, o en el país de nunca jamás.

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