lunes, marzo 10, 2008

Il Addio della bella


Había llegado tarde, como siempre, por culpa del transporte público. Las combis en el Callao se caracterizan por dos cosas, su rapidez y su irregularidad, y yo fui víctima de esta última. Subí a mitad de la calle, porque no tienen paradas obligatorias, y me senté esperando llegar a mi destino diez minutos más tarde. Pero el conductor, hábil estratega, decidió que ya que éramos pocos pasajeros, podía saltarse la mitad de la ruta por un atajo que casi nadie conocía. Pasábamos delante de un mercado cuando el neumático delantero explotó, la combi se ladeó hacia la derecha y nos estrellamos contra un poste de teléfonos. No quiso devolvernos lo pagado por el viaje, y estábamos bastante desviados del camino original por lo que tuve que caminar unos diez minutos hasta volver a encontrar otro medio de transporte que no fueran mis Reebok recién compradas.

Cuando llegué a su casa, todas las luces estaban apagadas y la señora de la tienda de al lado fumaba un cigarro en plena calle, creo que no hay nadie, chino, me dijo, porque hoy dia hay procesión y estos italianos son muy devotos. Maldije al puto chofer y cuando ya volvía a quitarme el reloj y mi cadena de oro (que me puse al llegar) una luz se encendió, al fondo del salón. Salió por la ventana, sonrió de lado y segundos después abrió la puerta.
Nos había presentado mi prima, mira, ella es Paula, es italiana, dijo y el primer impacto fue gracias a su espectacular vestido de flores que hizo que olvidara la promesa (que años después también haría a mi hermana) que le hice de no tener nada con sus amigas. Ella me había sacado a bailar, después de que yo bailara toda la noche con la novia de Carlosquique, y aprovechando un respiro en el balcón nos besamos sin más, teniendo a mi abuelo como casual testigo. Era especial, y lo suficientemente guapa como para hacer que la visitara en su barrio putrefacto, casi sin alumbrado público y con perros meones en cada esquina.

Ciao bimbo, me dijo, ciao Paula, contesté. Sus rizos castaños hacían que ignorara lo apestoso del lugar, y su olor a hierba fresca me hizo volar hasta la Toscana. No éramos novios ni nada eso pero cuando me soltó eso de devo dirti una cosa, e importante ma spero che non ti incollerirai. Estaba jodido, ¿Quién me mandaba a llegar hasta aquí? ¿Por qué había gastado tanto perfume? ¿Alguien, además de ella, seguía usando el verbo “incollerirsi”? Non voglio avere un ragazzo, cioè, non adesso, tu sei bello, gentile, ma, questo è andando molto rapido, veloce…

No lo podía creer, otra vez me estaba pasando lo mismo. Luego diría a mis amigos que no importa, total, sólo era para pasar el rato, qué más da si estábamos juntos un mes o una semana, que yo lo que quería era levantarme a la italiana y punto; pero en el fondo sabía que me había hecho ilusiones, y que una vez más volvería a casa con el rabo entre las piernas. Literalmente.

Ti voglio bene, ma andaré a Napoli subito, la prossima settimana, e preferisco dirtilo a la faccia. Guardami bimbo…

Le quería decir que no me importaba, que buen viaje y que me mandara una maglietta di Maradona, pero sólo le dije guardami bella, guardami piano, perche non mi guarderai più. Y me fui.

Tenía que haber dado media vuelta en la esquina del perro cojo, y volver a casa de Paula. Le había llevado un regalo, una tontería, pero con la bronca que llevaba encima no se me ocurrió dárselo. Mi orgullo pudo más y seguí caminando distraído, tanto, que no vi a los dos ladrones que me saltaron encima.
Dos minutos más tarde, sin zapatos ni reloj, seguí bajando la cuesta que me llevaba a casa. Esperé en vano a que mi teléfono sonara y nunca más supe de la italianita que me dijo eso de Ti voglio baciare la misma noche que nos conocimos.

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