viernes, marzo 07, 2008

La chica Laive y el slow-motion


Evelyn tenía el pelo largo y bonito. Tomy no tenía pelo porque se lo acababa de rapar. Fabiola tenía el pelo castaño y olía a mantequilla. Yo, simplemente, tenía pelo.
Tomy había dejado de salir con Evelyn, cuando según ella, él la cagó, y, según él, me gusta más como amiga. Yo sabía (como toda la facultad) que Tomy se había llevado a hurtadillas, como un zorro a una gallina, a Julissa, y por eso Evelyn le puso la cruz. A mí Verónica me acababa de poner la cruz, porque le hice un test extraño, y al descubrir (yo más asustado que ella) que tenía la edad mental de un niño de 6 años, me dijo que no era una rata de laboratorio, que qué me creía yo para hacer experimentos con ella, que no le gustaba mi peinado, que me fuera antes de que llamara a su novio, y no volví nunca más. Fabiola, no salía con nadie, su último chico estaba en una correccional, por robar espejos retrovisores de volkswagen.

Y una tarde, a Tomy se le ocurrió que podíamos salir todos juntos.

Yo me dejé llevar y mi amigo escogió el cine, uno aquí cerca de mi casa, vamos en micro nomás, que ellas paguen su entrada. No sé cómo ni por qué, las chicas aceptaron. Nos esperaban en casa de Evelyn, en uno de los barrios más bravos del Callao, frente a la fábrica de cerveza y famoso por ser un sitio de menudeo de droga. Tú cuidas mi espalda y yo la tuya,chato le dije, pero sabía que a la primera muestra de peligro Tomy huiría como un perro ante una explosión, y eso me tuvo intranquilo todo el trayecto. Hasta que ellas aparecieron. Evelyn estaba guapísima, con la cara lavada y sólo un poco de color en los labios, Fabiola no se quedaba atrás, y le susurré a mi amigo que a ver si tenemos suerte y la película se presta pa' la estrategia.

- Ojalá, huevón – dijo – pero tú vas con Evelyn, a mí déjame a Fabiola, que me está haciendo ojitos.

No sé a qué ojitos se refería, pero me importaba poco. Me pegué a Evelyn todo el viaje en bus y hablamos de mil y una tonterías que ya no me acuerdo. Dos asientos más allá, veía a Fabiola sonreir y a Tomy usar su miradita de Diego Bertie que algún poder oculto debía tener, porque no se cansaba de sacarla cada vez que podía. Llegamos al cine, y sólo quedaban entradas para “Matrix”. Qué mierda, dijo él, pidió dinero a las chicas (y se quedó con el vuelto, para comprarse una cocacola).
Entramos y disfruté como un niño, olvidándome de Evelyn, de Tomy, y del olor a mantequilla. Caminamos un poco después de la película, y yo intenté acercarme a ella, sobretodo porque mi amigo parecía ir ganando bastante terreno. Las dejamos en su barrio, y antes de despedirnos pregunté a Evelyn, ¿Te gustaría salir conmigo, otra vez? Y dijo que sí, me fui muy contento, esperando a que nadie me matara al doblar la esquina. Desgraciadamente (o afortunadamente para ella) no pasó nada entre nosotros y nos hicimos grandes amigos, a tal punto que cuando me contó que el chico con el que salía le había susurrado “te deseo” mientras caminaban, no me la imaginé en pelotas, ni nada por el estilo. Tomy intentó golear a Fabiola, pero las apariencias engañaron y ella solo había sido amable con el pobre cabeza rapada de reloj bonito (prestado por Pepe), no salieron nunca más, y al mes él ya hablaba de su shampoo Laive. Huí de Lima sin despedirme de nadie, Evelyn tuvo un hijo (al parecer ese chico, sí que la deseaba con ganas), Fabiola me imagino que seguiría tan inteligente como siempre, y Tomy tiene una empresa en la que no puede robar a nadie que no sea cliente suyo. A veces veo sus fotos, y cada vez que veo a Keanu Reeves esquivar las balas en slow- motion recuerdo a Fabiola esquivar a mi amigo, a lo largo de toda la avenida Brasil.

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