martes, marzo 13, 2007

No me toques el cuy, que me conozco


Mi hermano, (más noble que una lechuga, más fuerte que un ratón) estuvo hace poco en Lima. No se si fueron los nervios, las 17 horas de viaje, la pérdida de su maleta, la inexistente hoja de reclamaciones, los taxis con olor a chanfaina, o los huevos del toro; pero apenas pisó suelo chalaco fue atacado por una diarrea virulenta, acompañada de su infaltable fiebre, tos, dolor de cabeza, congestión nasal, lacrimeos y estornudos (prueba Comtrex).
Sufrió en silencio hasta que cayó en manos de mi madrina y mi abuela. Ambas, conocedoras, porque su comadre les ha contado, de algo de medicina casera, le dijeron que no se preocupara, que lo dejara todo en sus manos.
- Te habrán ojeao papi – dijo mi madrina.
- Esos del cerro, seguro – pensó mi mami.

Buscaron en el mercado un cuy para sacrificar, pero no era temporada. Me explico: se pone al individuo de pie en un sala a media luz, y el chamán le restriega el cuy por todo el cuerpo, mientras va pronunciando oraciones de paporreta. El pobre animal (el cuy, obviamente) al ser zarandeado por un ser 20 veces más grande, a velocidades de vértigo, sufre alucinaciones, mareos, taquicardia, paro cardiaco, y al final muere. Cuando eso pasa, el chamán deja al individuo sentarse pa’ que piense en sus cosas, mientras él abre al animal en dos y se lo enseña a su cliente (que en la vida a disecado un cuy) y le dice: “¿ya ves? Te habían hecho daño, tiene el hígado reventado”, a lo que el animal (el cliente, of course) asiente lleno de fé y con cinco soles menos en el bolsillo.
Mi hermano se salvó de lo del cuy, pero cuando su hijo comenzó a presentar los mismos síntomas (normal: duermen juntos), decidió en un acto de contricción digno de él, entregarse a las manos de nuestras nobles chamanas.
Los colocaron donde el sol no les diera, calatitos, (no mentira, con ropa, pero es más divertido imaginarlos calatos) y escogieron una página de la sección policiales del Expreso, porque “la de deportes no cura igual” según mi abuela. Mientras mi abuela rezaba en silencio a Sarita Colonia, mi madrina pasaba el periódico por su cuerpo con los ojos cerrados e invocando a Bazuzu.

- Papi, tengo frio – exclamó mi sobrino, rompiendo el encanto.

Cuando acabo el recorrido, mi abuela sacó del bolsilllo de su chompa morada una caja de fósforos “La Llama” y ante la mirada atenta de mi hermano y mi madrina (mi sobrino corrió hacia la tele y sintonizó Disney Chanell) quemaron el papel arrugado. Las cenizas se elevaron y sobre el suelo quedaron marcas de la combustión.

- Tiene forma de estómago – dijo mi madrina.
- Daño – diagnosticó mi abuela.
- Daño, si, daño, papi – confirmó mi madrina, mirando a mi hermano.

Después de esto, y de beber mucha agua y cuidar su alimentación, mi hermano se sintió aliviado. Su hijo ahora en vez de pintar los periódicos los arruga y hace como si los quemara, y mi madrina y mi abuela le han prometido que para la próxima le tendrán preparado un cuy, para “curarte bien, pues papi, no vaya a ser que te hagan daño de nuevo, porque al sobrino del cuñado de la Mirtha le hicieron daño y ahora cojea, y al hijo de la Dina le contaron que…”.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Ay! esas prácticas milenarias sobre curaciones con cuy, pato, conejo o gallinas negras..., quien no lo ha probado a la fuerza por alguna abuela o madrina.. yo se de algun@ que hasta le fumaron un cigarro (el mas barato claro) en la mismita oreja, le escupieron en su espalda y luego le recomendaron tomar inmediatamente sopa de tortuga, y todo porque una ola le habia dado un revolcón en la orilla y le dolia el oido. Cosas que pasan en esas tierras... Tu blog me hace reir, y lo agradezco. Sigue Ficho!!
http://elizabeth-salvatierra.blogspot.com

el_ficho dijo...

Of course my horse!