lunes, agosto 05, 2013

Dr. Robert

Pepe iba a 100 por hora en una calle de 70. Tomy a su lado gritaba speedico que sí, huevón, que son nuestras, huevón, que síguelas, que han doblado a la derecha en la esquina de Guisse. Yo, tirado en el asiento trasero del toyota coupé blanco, me aburría como una ostra. Y sí, me había metido por la nariz lo mismo que ellos, en Lima, de noche, al lado del puerto; pero ni con esas conseguía sentir todas esas cosas que mis amigos decían sentir. Te sientes como Superman decían, invencible, juraban, pero yo seguía hasta los cojones de tanta estupidez y lo único que me motivaba era que estábamos yendo a la fiesta a la que nos acaban de invitar las hijas del alcalde. A las que por cierto, habíamos perdido mucho antes del cruce con Guisse.
Esa noche, terminamos los tres comiendo sandwichs de pollo en un puesto ambulante, repleto de borrachos.

En la facultad, era casi imposible estudiar para todos los examenes. Algunos, como yo, usaban la técnica del endoscopio: estudio para uno y en dos, copio. Pero no siempre resultaba. Había días en que amanecías más cagon que de costumbre y ese papelito que te habías metido en los huevos se quedaba ahí hasta el final del día. A veces más, porque no fue raro el momento en que semanas después de haberlos lavado, mis calzoncillos dejaban caer de esa rendija inútil que tienen los boxers, las respuestas del examen pasado. Por eso, cuando la chica de Química me dijo que esas pastillas de cafeína me mantendrían despierto para estudiar sin cansarme y que al día siguiente, el del examen, estaría fresquísimo como una lechuga (quien haya inventado esa frase no ha visto la lechuga que tengo en la nevera, by the way). Mentira. Me las tomé, estudié, aprendí y me dormí en mi mesa hasta las seis de la tarde del día siguiente. Derrotado, me fui a ver el Planeta de Los Simios de Tim Burton y me tiré a una amiga de mi hermano, que se empeñó en acompañarme. Llamadme romántico.

Hablando de eso, cuando María, mil años después y ya en Madrid. Moratalaz, para ser exactos, propuso que fumásemos marihuana antes de follar, a mi ya como que me daba mala espina. No me hacen efecto las drogas, le advertí, pero ella dijo que sí, que su camello era de Algeciras y eso era como el Silicon Valley de la mierda buena. Gentleman, donde los haya, y porque pasaba de volverme a casa con el calentón, accedí. Ella bailaba con los ojos cerrados y todo, en el salón de su casa, y yo, ya satisfecho sólo pensaba en pirarme a la mía. Me preguntó si había sentido y algo y le dije que no, que nada. Insistió diciendo que sí, que los cuerpos se sentían super conectados y con la yerba eso aumentaba al mil por cien, pero yo asentía y de refilón miraba mi móvil y mis llaves de casa. Lo notó, paró de golpe y, como ya os he contado anteriormente, me echó de su casa acusándome de haberla grabado por bluetooth (sic).

Por eso, creo firmemente eso que dicen que las drogas son malas. O al menos, todas las que han llegado a mis manos, lo han sido.

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