miércoles, enero 28, 2009

La maciza del gym


Así como vino su fue.
Rubén y yo hablábamos de su rumana imposible, una chica rubia que trabaja en el Lario's Café de Madrid y que, según él, no le quita ojo de encima cada vez que él llega al bar las noches de los fines de semana. ¿Por qué no le hablas? pregunté como siempre, y él, confundiéndome más, contestó que era más fuerte que él, pero que había lago entre ellos, un no se qué, y que, si le hablaba, igual perdía el encanto. Su timidez me recordó a la mía, y una de mis tantos enamoramientos fugaces que duraron lo que dura normalmente una canción de Luis Miguel. Volvieron a mí, las Magalys, Shemis y demás y, rabioso, le dije, como no te espabiles va a venir un cabronazo y se la va a llevar. Mi amigo, impasible, siguió trabajando los tríceps y dijo mejor, un problema menos, dejándome turulato.

Y entonces, llegó ella. Morena, cabello ensortijado atado con una esas gomas que venden los chinos a 6 por 60 sesenta céntimos. Mallas y una camiseta blanca que dejaba ver sus abdominales. Levanté una ceja en señal de aprobación y mi amigo se mordió el labio inferior, confirmando el veredicto. Pasé a su lado, tanteando el terreno, y supe entonces que olía a rositas. Huele a rositas, corrí a decirle aRubén, no jodas, dijo él, y tras comprobar que mi sentido el olfato funcionaba perfectamente volvió hasta la prensa de piernas en donde yo estaba ya desparramado y dijo es la única piba que conozco que viene perfumada al gimnasio.
Su presencia no pasó inadvertida entre los demás forzudos, porque si por algo se caracteriza el gimnasio al que vamos es por su total y absoluta ausencia de ganado femenino. Sí, es machista, lo reconozco, pero como no es mi objetivo principal ir a ver culitos subir y bajar en los steps, nunca me había quejado de la falta de chicas ricotonas en la sala de musculación. Como los demás, me conformaba con la charla amena de Encarni, una mujer de sesenta años que viene a mover sus huesos y siempre nos trata como si fuésemos sus nietos putativos. Por eso, esta morena, alborotó el gallinero.

Mi ego me hizo creer que ella me miraba, y el cabrón de Rubén subrayó mi error. Entonces, envalentonado y empujado por mi actual situación ('cause I got too much life/ running to my veins/ going to waste) me coloqué en la cinta estática que había libre a su lado y, sin más, le dije te apuesto una caña a que llego antes que tú al espejo.
Mi amiga Rubila me dijo una vez que los graciositos son los que llevan, casi siempre, el gato al agua. Pues en este caso la gata reia de mis chistes y, minutos después, ya me hablaba como si nos conociéramos de toda la vida. Me dijo que tenía una amiga enana ninfómana que se dedicaba a ir por la noche madrileña preguntando a los chicos si se la querían follar. Alguno caerá, decía yo, y la morena asentía y con acento vallecano decía, ya ves chaval, la chiqui esa liga más que yo. Asumí entonces que no tenía novio, y adivinándome el pensamiento me dijo que ella iba libre por la vida, que lo había dejado con un bombero súper celoso y que ahora vivía con sus padres, pero los fines de semana dormía en casa de una amiga, ya sabes, no voy a llegar con mis ligues a la casa de mis padres, tío, ni de coña

Me la imaginé entonces, volviendo a casa de noche, en taxi, y siendo más manoseada que el jamón de degustación del Alcampo. Mi diablito interior me puso por un momento a su lado en ese taxi que, no sé por qué, era igual a los taxis de Londres.

Pasaban los minutos y yo calculaba mentalmente que, más o menos, había corrido en la cinta unos doscientos millones de kilómetros. Las rodillas me temblaban y bajé la velocidad, mientras veía a la morena hablar y hablar como un loro amazónico y descarriado. Sonreía y asentía y, desde lejos, Rubén me hacía señas como si fuera un entrenador de baseball. La morena comenzó a contarme algo de una fiesta de halloween y, cansado ya, le dije, ya me voy, hablamos otro día, y la dejé allí corriendo hasta Australia.

Pasó el fin de semana y el lunes siguiente la saludé desde lejos, aterrado por su verborrea. Rubén me contó que la había visto hablar con uno de los musculitos que, como ella, va al gimnasio perfumado, peinadito, y con zapatillas y camisetas de marca. Pasaron los días y cada vez nuestros saludos eran más esporádicos, la veía reír las gracias de otros y, con poco margen de error, una tarde solté desde el fondo de mi corazón dije ésta viene a buscar quién se la folle, y seguí con mis mancuernas. A la semana siguiente, la maciza desapareció. Rubén sospecha que se ha cambiado de gimnasio, yo creo que la pobre nos veía como nosotros a Encarni, con mucha ternura pero sin ánimo de lucro. ¿Ande andará?

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