martes, febrero 15, 2011

Sweet Home no Alabama


Ventana al mar
La primera casa que recuerdo estaba al lado del mar y yo despertaba con el olor de la brisa y dormía con el murmullo de las olas. Allí murió mi único perro, y me caí a un pozo sin agua. La recuerdo rodeada de arena y con niños descalzos corriendo por todos lados, con papá llegando con regalos en navidad y con mamá sentada en una esquina, como encerrada. Nos largamos cuando a papá le robaron todo el dinero que traía encima un fin de mes, y mamá dijo que en ese barrio no había nada bueno para nosotros. Vendimos la casa veinte años después, quizá creyendo que algún día ese barrio asqueroso se arreglaría y tendríamos playa one more time.

Callejón de un sólo caño.
La segunda casa era de mi abuelo. Grande y dividida, como es costumbre allende los mares, para cada uno de los hijos. Allí conocí a mis primos y allí me aburrí de ellos. Allí mi hermano se curó de espanto de la pirotecnia cuando un cohete le explotó en la mano, y allí descubrí que soy malísimo escalando cuando caí desde el techo sobre el suelo del salón. Allí, mis tíos se enamoraron de la mediocridad y allí descubrí que el amor no es eterno. Nos fuimos cuando mamá no podía más con mis tías y mi hermana empezaba a crecer. Dejé atrás a mis amigos de la infancia, a mi primeras calles y a las chicas que nunca me dijeron que sí.

Esperanza ¿dónde vas?
La tercera casa estaba a diez minutos de la segunda, pero a mí me parecían días. Me aplatané allí a dejar pasar mi adolescencia y comencé con la costumbre de conquistar a las amigas de mi hermana y a alguna vecina. Hice amigos de esos que duran y fue suyo el primer techo que vi después de la mayor de mis borracheras. Me robaron, robé, me patearon, pateé, me olvidaron, olvidé, y cuando me harté de todo llené una maleta para ir a ver a mamá, como Marco, al otro lado del charco. Ahora está abandonada, y mamá también se resiste a venderla.

Moratalaz, mola más.
La cuarta casa fue el piso de mis padres en Moratalaz. Rodeado de árboles y parques para que jueguen niños, pero habitados por jubilados. Es el primer sitio donde descubrí el valor de una siesta y a donde vino a buscarme una antigua novia de Lima. Le dije que volviera por donde vino, más por pereza que por desamor. Allí recibí el primer mensaje de Sol, y desde allí salí hacia el Retiro, donde los dos buscamos sin éxito la Feria del Libro, ya que me equivoqué de fecha. Desde ese piso comencé a descubrir Europa y a escribir como un desgraciado, en un cuaderno gordo que perdí cuando mandé a mi padre a tomar por culo y abandoné la casa familiar con sólo una mochila llena de calzoncillos y camisetas.

En Oporto, no me comporto
Mi quinta casa la compartí con Sol. Después de que yo huyese de la mía y ella se hartase de sus compañeras del ático en Guzmán el Bueno. No teníamos ni cama, ni cubiertos, ni tazas en donde desayunar. La primera noche compramos unas sartenes en una tienda de árabes, que se quemaron al segundo uso. Allí comencé mi vida de casado, y me aficioné a los paseos de domingo o a las películas caseras de un viernes por la noche. Allí me esperaba ella cuando volvía de mi trabajo asqueroso escribiendo en una revista latina; con una taza de manzanilla y su impagable sonrisa. Nos fuimos cuando el dueño nos quiso subir el alquiler. Todos nos aconsejaron comprar ya, y dejar de tirar el dinero. Gilipollas yo, les hice caso.

Complutum
Mi sexta casa, la compré a pachas con my brother. Escogimos un barrio en el centro de Alcalá de Henares, pero lejos del ruido de los bares. Parques, colegios, hospitales, todo al lado para cuando llegara su hijo. Vivimos los dos solos durante unos meses, en los que compaginamos el orden de casa con el caminar en calzoncillos. Un tiempo después se nos unió Sol, que volvió de su aventura inglesa, y la mujer de mi hermano, que venía a vivir la aventura, a la que chucha. Todos chocamos en un big bang enorme y yo terminé hastiado de mi cuñada, mi hermano de Sol y Sol de mí. Buscando arreglar mi relación le dije a mi hermano que me iba, que se quedara con el piso, y que ya cuando lo vendiese me diese mi parte. Hasta hoy, mi sobrino no entiende por qué lo abandoné.

Los Mesejo, no los mensajes.
Mi séptima casa no es mía, sino de un amable head-hunter. Sol (la única mujer con quien de verdad he querido casarme, aunque a otras les haya mentido vilmente sobre ese tema) la encontró con su habitual suerte y pagamos un chollo por una casa grande, con piscina, plaza de garaje y desde la que se puede ir andando al Retiro. Allí intentamos, sin éxito arreglar lo nuestro, y allí terminé al fin de mal escribir mi novela corta. Allí echo de menos todo, a mi familia, a mis amigos, a Sol, a mí mismo, y a mi risa. Allí, también, me alegro cuando recibo visitas y me dicen que mi casa es super cool y que mola mi muñeco de Batman al lado del tocadiscos. Allí paso los findes leyendo y desde allí me proyecto a veces a pensar cómo será mi próxima casa: si tendrá piscina, si tendrá terraza, si tendrá perrito o, si simplemente, tendrá ruido rico los domingos por la tarde. Y pisos de parquet.

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