martes, enero 28, 2014

Au revoir les pirañas

Cuando Ely me dijo que no podía follar conmigo, no quise insistir.

Había sido todo idea suya, desde el principio, pero yo me había dejado arrastrar como un niño flaco al que llevan al McDonalds. Días antes de llegar a Lima me dijo que mejor no, que vivía con su novio, que él la quería mucho, que no lo veía justo. Yo leía esos whatsapps en la bici estática del gym, cagado de risa. Respondí que no pasaba nada, que no iba a insistir, que luchara por esa relación, que merecía ser feliz.

La verdad es que ya había quedado con una que estaba más buena que ella.

Mi cita (la tía buena, no Ely) me llevó a un restaurante a la orilla del mar, con pianista con frac, mesa al lado de la ventana tan cerca al mar que casi podia lavrme las manos en él y con menú acorde. Yo, para no faltar a mis costumbres gañanas adquiridas en Madrid, llegué 30 minutos tarde. No por mi culpa, es verdad, pero tarde al fin. Me senté disculpándome y llamé con una seña sutil al camarero. Pedí una jarra de sangría para ir bebiendo mientras mirábamos la carta. Ella me hablaba y yo pensaba en eso de se había desarrollado más de lo que pensé, hola que tal cómo te va? que lindo cuerpo tienes vamos a pasear, aproveché para mandar un SMS (no desde mi Iphone, dejado a buen recaudo en casa) a mis padres confirmándoles que el taxista no me había robado todo mi dinero en un cajero automático, ni me había tirado al Rímac completamente desnudo.
Esa noche todo salió tan bien que creía que de verdad el Perú había cambiado en los 300 años que estuve fuera. Grande fue mi sorpresa cuando al día siguiente fui de compras al centro.

La ropa era igual de horrible, las calles estaban igual de sucias y la gente era igual de maleducada. Subí a un taxi creyendo que estaba en Europa y cuando el taxista me dijo que no iba hasta mi casa porque su licencia era falsa no sabía si reir, llorar, gritar o llamar al policía que estaba comiéndose un sanguche de pollo en una carretilla ambulante. Al final un pirata aceptó llevarnos pero apenas subimos mi viejo le pidió que quitase a Camilo Sesto (Perú es el único lugar del mundo donde suena Camilo Sesto), que ya estaba hasta las pelotas de él. El taxista pirata, sin dejar de sacarse los mocos y como mejor respuesta ofdegüorld le dió a un botón de su asqueroso salpicadero. Vimos entonces iluminarse la pantallita de lo que parecía ser un GPS roto para mostrar a nuestros atónitos ojos un programa en vivo de alguna televisión regional. Con música andina y chola bailando a juego. Mamá pensó en voz alta: "¿eso es legal? lo de la tele en el coche digo, la chola seguro que sí", mi viejo echó de menos a Camilo Sesto mientras trataba (inútilmente) de subir el cristal de la ventanilla trasera, y yo pregunté qué cómo cojones cojía la señal la mierda de tele esa. El tipo respondió "satelital", sin siquiera mirarme y siguió saltándose los semáforos.

Al día siguiente decidí no arriesgar más y no salí de casa nada más que para cenar con mis amigos de la facultad. En Miraflores of course, mirando al mar, of course, todos súper cool, of course. Llegué tarde, of course; otra vez por culpa de los taxistas. Comprobé con una mirada que todos aquellos que se inscribieron por facebook, al final, esa noche tenían algo mejor que hacer. No pasa nada, me dije, y me senté a la mesa con los que buenamente podian haber venido, bebimos, picamos una cosa rara llamada tequeños o algo así, pagamos y nos largamos al piso que una amiga se había comprado en pleno centro de Miraflores. "Señor, usted no ha visto nada" le dijo al portero nada más entrar y terminamos así la noche: bebiendo en un sitio tranquilo hasta que me entró sueño, me levanté del sofá de piel repujada y me fui.

Al llegar a casa vi que Ely me había mandado un mensaje diciéndome, que ahora, tras verme, se lo había pensado mejor y que lo de su novio no era tan serio. Me cagué de risa one more time y me dormí, pasando de contestarle. Al día siguiente me escribió, pero ya había entendido la indirecta y sólo me dijo que los que no habían podido venir se morían por darme un abrazo, que por favor, que no me vaya de Lima sin verlos, que ella también se apuntaba.. No me hice de rogar, total, a eso había venido, además de al bautizo de mi sobrina. Quedamos en comer al día siguiente: todos a la 1 de la tarde, en la puerta de la facultad. 

Como era de esperar sólo estaba mi amigo Arturo, los demás, ni rastro. Le sugerí a Arturo subir a un taxi y que les den por culo a los otros. Le dió pena y llamó a uno, que dijo que sí, que ya venía, que había tenido un "percance" y llegaría en una hora. Recordé que antes de irme odiaba eso de Lima, la gente impuntual, pero me dije que ya daba igual, sugerí a mi amigo rabiar en silencio y esperar tajándonos con Pilsen Callao. 5 soles cada una. Antes paseamos un poco por la facultad y vi: mi pupitre viejo, una pizarra nueva (pero sucia), una placa de graduados sin mi nombre, el mismo césped de hace 20 años, el sitio de las fotocopias con quien parecía ser la hija de la chica anterior de las fotocopias, a la nueva tía buena de la facultad que no estaba tan buena, a un gordo que me saludó efusivamente me hizo una foto y me dijo hasta la próxima y no reconocí, la entrada al baño con la señora que cobraba 10 céntimos por mear 50 por cagar, un cajero automático inútil porque los estudiantes son tan miserables como era yo entonces, dos cáscaras de plátano en una papelera y otra vez la placa de graduados sin mi nombre. Cuando llegó mi otro amigo, se me olvidó toda la bronca, nos reimos, nos abrazamos y fuimos a La Punta en su 4x4 nuevo, a comer porque nos estábamos cagando de hambre.

Sentados frente a un cebiche igual de bueno que el que como en Vallecas de vez en cuando, recordamos tiempos pasados, que no mejores, y nos reimos juntos de esa vida que ahora parecía lejanísima. Algunos sacaron fotos de sus hijos, otros que llegaron luego se declararon Testigos de Jehová, y uno me regaló una camiseta conmemorativa del último evento de hackers que él mismo había organizado en Lima. Volví a casa un par de horas después, en un taxi sin aire acondicionado, feliz y viendo pasar las calles sucias de Faucett llenas de más caos que hace 300 años.
Al llegar a casa me conecté al Wi-Fi y recibí un whatsapp de la chica que me acompañó en esa primera cena al lado del mar. Me preguntó que qué tal con mis amigos y le dije, sin mentir, que esas cosas son las que hacen que valga la pena haberse sumergido voluntariamente en el caos horrible que es Lima. 

Y que lo volvería a hacer. Con dos cojones.

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