lunes, octubre 01, 2007

Si no es por no ir (si hay que ir se va)


La fiesta que me perdí fue más importante que todas a las que he ido. Mi hermana cumplía no se cuántos años (he dejado de contarlos con la secreta esperanza de olvidar, de pasadita, los míos) y había mandado un e-mail para invitar a toda la familia. Ella es como mamá: aunque esté coja, medio ciega y con el suero pinchado en un brazo, no se pierde una fiesta. En su correo electrónico había incluído una lista de regalos no muy baratos, esperando la buena voluntad de los asistentes, y, a mí, en un arranque de charm, me pareció bastante cutre. Y así se lo hice saber cuando, después de que una tía contestó (a todos) diciendo que no podía ver la lista de regalos, mi hermana reenvió sus peticiones.

-Mandar un mail pidiendo regalos ya me parece cutre, pero reenviarlo…” - Escribí.

Inmediatamente después de darle a “send” me entraron los remordimientos, y esperé en vano la respuesta de mi hermana mandándome a la mierda. Los días siguieron y me olvidé del tema. Había mucha tensión en el ambiente laboral, personal, sentimental, y creo que eso ayudó a que desconectara de la terrible cagada que había hecho. Porque, aclarémonos, me parece de muy mal gusto pedir regalos cuando se cumplen años, pero creo que mi opinión no es tan importante como para censurar a los que lo hacen.

El día de la fiesta, se celebraba también en Madrid la “Noche en Blanco”, y yo ya había hecho planes para ir. Cuando Sol me lo recordó, se me abrió el cielo, y pensé esta es la excusa perfecta, total, a quién le importará si voy o no. Cenamos con unos amigos (de Sol) y luego caminamos por el Paseo de Recoletos buscando alguna actividad cultural que llenara nuestra alma. Pero no hubo suerte, el Instituto Francés había cancelado su espectáculo por lluvia, los músicos de la Plaza Colón se fueron nada más vernos llegar, y había una cola de cuatro horas para entrar a la Biblioteca Nacional a ver una interpretación del Cantar del Mio Cid. A medianoche convencí a Sol para volver a casa, y, después de soportar hedores y empujones en el metro, dejamos atrás el centro de Madrid para otra oportunidad.

La semana siguiente, mamá estaba indignadísima por mi ausencia, que qué le pasaba a la familia, que si eso hacía ahora que estaba viva no quería imaginarse cómo abandonaría a mis hermanos cuando ella no estuviera, que si mi hermana se pasó toda la noche esperando mi llegada, que me guardaron un plato de carapulcra durante tres días. Ni siquiera dejando pasar el tiempo, me salvé de la bronca. En el fondo, sigo creyendo que mamá exageró un poco, y a mi hermana no le importó tanto mi ausencia. Pero tengo que dejar de creer que todo el mundo piensa como yo, que no doy importancia a los cumpleaños, y que si nadie me visita ni me llama en esos “días especiales” no se me acaba el mundo. Una vez, hasta yo me olvidé de celebrarlo.

La próxima vez, intentaré avisar cuando falte a algún cumpleaños de uno de mis hermanos. Porque seguiré faltando, de hecho. Llamaré y diré que me duele la barriga, que ya había quedado, que lo cumplas muy feliz, o que simple y llanamente estoy muy deprimido y tengo problemas personales, eso siempre funciona. No quiero que mamá, o cualquier otra persona, se vuelva a poner triste por mi ausencia y lo tome como el fin de la unión familiar. Como te dije aquél día mamá: no es tan importante si falto, la mayoría de las veces, la gente ni se da cuenta que estoy allí al lado. Quiéreme tal como soy, con mis noches y mis díiiias...

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