lunes, diciembre 17, 2007

Mi cena de empresa


La cena era a las nueve de la noche, en un restaurante cercano a Plaza Castilla (en Madrid, obviously, nada que ver con la del centro de Lima, que tiene su encanto pero no es de mis favoritas). Le dije a Sol, no sé porqué, que era a las nueve y media; ella tenía clase hasta las ocho, así que nos daba tiempo a que volviese nos alistásemos de forma fugaz y salir a ver qué encontrábamos en la noche madrileña. Nos despedimos en la puerta del parking del restaurante, ella había quedado con unos amigos y yo con la gente de Toshiba. Eran ya las diez de la noche, y cuando me senté a la mesa, todos iban por el segundo plato. Mi jefe le dijo al camarero que me trajera las crèpes de primero, pero él respondió que ya no era hora de primeros; mi jefe se limitó a repetir la orden poniéndo más énfasis visual y el pobre hombre, cual cordero, regresó a la mesa cinco minutos después con el humeante plato. Sospeché, que en venganza, el camarero habría escupido en mi crujiente crèpe, pero como estaba sentado justo delante del jefe, y para no hacerle un desaire, me la comí entera.

Hablamos del robo que habíamos sufrido recientemente, en el que un gitano había intentado robar una caja del almacén, pero había sido atropellado en su huída. La policía nos aconsejó que pusiéramos una denuncia, le conté, porque según ellos, esta gente es capaz de denunciarnos por daños y perjuicios. Reímos un poco y con el transcurrir de la cena, se me quitaron los nervios y el sofoco que tenía por haber llegado tarde. El vino estaba perfecto, y la merluza a la bilbaína de segundo, también. Me cambié de mesa para los postres, y las chicas de administración me subieron la moral cuando me dijeron, aderezadas por el alcohol, que era el más guapo de la cena. Cumplido que acepté gustoso, sin considerar exagerado, pues la mayoría de mis compañeros, casados ya, se han tirado al abandono.
Al finalizar la cena, algunos decidimos salir a tomar una copa en un bar cercano. Me subí en el coche de alguien y salí rumbo a la avenida Brasil, aun lugar pijo llamado el espantatrenes. Jamás llegamos, dimos mil vueltas buscando un sitio en el que dejar el coche, y cuando al fin lo encontramos nos enteramos que los demás, cansados de esperar y viendo lo abarrotado del lugar (parece ser que no éramos los únicos que cenábamos esa noche) se habían largado a otro bar en una callejuela de Chamartín.

- Me meo – confesé – no sé ustedes, pero yo me meto al primer bar que vea.

Eso hice, y para mi sorpresa, cuando salí aliviado del inundado baño, todos estaban dentro, y algunos hasta habían pedido una copa. Yo, para no ser menos, pedí una Heineken en la barra y me uní al grupo, que bailaba al son de Melendi.

- Que pena que no le hayan dado un coche a De La Rosa.
- Ese gana más como probador, y no se juega la vida.
- Has visto las tetas de esa…
- No, no he tenido la suerte.
- Espera que mi móvil no deja de vibrar.

Era el jefe, que nos invitaba al bar en el que estaban, decía que él pagaba el taxi y las copas, pero que fuéramos ya. Acojonados, nos montamos en un taxi que, casualmente, escogió una calle por la que pasaba un camión recolector de basura e hicimos el trayecto en el doble de tiempo. Ya en el bar, vi a mis compañeros bailando, algunos más alcoholizados que otros, y las chicas de administración me recordaron lo guapo que me veía esa noche, esta vez con caricia facial incluída. A los cinco minutos nos echaron del bar, y algunos decidimos volver a casa. Llamé a Sol, y por suerte ella también volvía ya, le pedí que me esperase frente al restaurante, donde nos habíamos despedido, y allí la encontré, harta también de no haberse divertido. Volvimos a casa hablando de que al día siguiente teníamos que asistir a un bautizo, y de que odiábamos ese olor a humo que llevamos a casa cada vez que salimos por Madrid. Caímos en nuestra cama como dos robles secos, y cuando volví a abrir los ojos, ya era sábado y el reloj marcaba las 11:10.

- ¿Qué tal la cena de anoche?
- Bien, pero mis amigos son gilipollas. ¿Y tú?
- A mi me regalaron un whisky de doce años y un ajedrez de cristal. ¿Quieres jugar?

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