jueves, abril 02, 2009

You'll never walk alone


Mi fiesta de cumpleaños fue anunciada en Facebook. Invité a toda la gente bonita que conocía y los cité en una cervecería del centro de Madrid en la que, además, se escucha buen jazz. Al llegar, descubrí que el dueño del local no sólo no sabía quién mierda era yo, sino que había olvidado la reserva que hice ¿no era para la próxima semana? preguntó, y yo dije no, es hoy; pero pensé: ni se te ocurra movernos de nuestras mesas gordo asqueroso, y bájate el cuello del polo que tienes más treinta, por dios. De los veinte invitados sólo aparecieron tres, y para colmo Sol, cansada (y aburrida), se largó a eso de la 1. Al menos mi hermana me regaló una camiseta de Kiss, salvandome del deshonor, y mis amigos (dos) y yo descubrimos que había más cervezas en el mundo que Heineken y Mahou.
Volví a casa muerto y mientras abría mi puerta me pregunté si en Lima las cosas hubieran sido igual de sosas.

Al día siguiente, fui a la fiesta de mi sobrino y le llevé una camiseta de Ben 10, sabiendo ya gracias mi hermano, que ese era su regalo soñado. Todos sabían que la noche anterior había celebrado mi cumpleaños pero aún así las preguntas gotearon por algunos lados.

- ¿Qué? ¿Han salido anoche?
- ¿Y no vas a hacer nada más, o sea, en tu casa? - traduzco: ¿no vamos a tener trago gratis?

Sin contar, claro, la infaltable abuela tocapelotas que te recuerda lo mono que eras de niño, y lo viejo y barrigón que estás, hijito, ay, qué mayores nos hacemos. Te dan ganas de soltarle: vieja estarás tú, oye, pero te callas, asientes, y huyes hacia la mesa llena de dulces para niños, y te zampas un marshmallow pensando "no hay dolor, no hay dolor". Sol me ve desde lejos y le hago una señal que significa "huyamos". Me despido de mi hermano que ya estaba calentando la cena que (él sí) ha hecho para todos y le digo que he quedado con unos amigos que, ahora sí, van a estar conmigo para celebrar mi cumpleaños. Gracias por venir, me dice, y le pido que no olvide que comeremos juntos en mi casa, sólo los viejos y los hermanos, el domingo al mediodía. Promete estar.

Ya de camino a casa, Sol y yo escuchamos el Hexágono, un programa de Radio3 con música francesa. Edith Piaf canta Sous le ciel de Paris S'envole une chanson hum hum/Elle est nee d'aujourd'hui Dans le coeur d'un garcon. Sonreímos y le digo que ojalá esta noche no nos dejen plantados estos hijos de puta. Pos casi. Teresa me había mandado un mensaje definiendo la puerta del Teatro La Latina como punto de reunión, a las 10 de la noche. Y allí estábamos, puntuales, solos, y cagados de frío. Vamos al café San Millán, digo, tomamos una copa de vino, y si hasta y media no dan señales de vida, nos largamos. Mando un SMS con mi ubicación y busco refugio.

Habría pasado media hora, cuando Rubén me llama, feliz cumpleaños, dice, ¿dónde está el Café ese?

Le hablo de las entrevistas que he tenido, y de cómo algunas tienen mejor pinta, le ofrezco, incluso, ayudarme si alguno de los proyectos llega a buen puerto. Él acepta encantado ofrece trabajar gratis y propone ir a algún sitio para picar algo rápido. Son ya las 11 y media cuando Teresa llama y dice que está en un bar cutre (sic) y que dejemos todo lo que estemos haciendo para ir a su encuentro. Le pido la dirección y ella, chica de barrio, no tiene ni puta idea y parece que le es muy difícil salir a la calle y ver las señales.
Rubén, Sol y yo intentamos seguir sus pistas, pero nos cansamos a los dos minutos y tras yo soltar un que le den por culo, nos metemos a una taberna a picar algo. Casi a la una, Rubén anuncia que se va a bailar, Sol conoce el sitio al que va, yo pregunto si hay muchas chicas y mi amigo dice que no, que él sólo va a bailar. Perplejo, lo despido y subo por la calle de la Colegiata pensando sólo en mi cama.

El domingo me levanto como si hubiera un temblor, pero ya es tarde, la carrera de F1 ha terminado. Me visto y salgo al mercado a buscar las piernas de cordero deshuesadas para preparar la comida: Piernas de cordero rellenas, y tarta de queso de postre. Mi familia llega puntual y, entre aperitivos, vemos la retransmisión de la carrera y nos morimos de risa cuando Massa, idiota como siempre, se sale de la pista, ese huevón tendría problemas hasta con mi Kia, digo, mientras llevo la humeante comida a la mesa.

Mi sobrino lleva puesta la camiseta que le regalé. Me pide que lo deje jugar con mi réplica del Mach 5, un silencio se apodera de mi casa pues todos saben que ni siquiera a mayores de 18 años les permito tocar mis cosas. Pero accedo, e incluso le doy mis dos transformers.
Mi hermano, que casi se está quedando dormido, me cuenta que la fiesta murió a eso de las 12, pero que algunos (los dos cansinos de siempre) se quedaron hasta las seis de la mañana y por eso no pudo irse a dormir tranquilo. Cuando pregunto que por qué no los largó me dice que el único de la familia capaz de hacer algo así era yo, forever, confirmo, por eso no hago fiestas en mi casa, porque siempre hay un camarón que se quiere quedar a dormir.
Mamá, para cambiar el tema, me recuerda que su amiga neoyorquina la visitará la próxima semana y yo, sin decirlo, deseo que no olvide el Patek Phillipe de Chinatown que le pedí. Papá abre un vino reserva especial que ha traído, es tu regalo, hijo, y brindamos por mí.

Veo a mis viejos, a mis hermanos y sé que ellos han sido lo único constante en todo mi tiempo. Las Teresas, Rubenes, y demás pasarán con los años y, who knows?, desaparecerán, pero mi familia nunca permitirá que yo camine solo. Y menos en mi cumpleaños, aunque nadie me regalara el Album Blanco de los Beatles.

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