viernes, noviembre 16, 2007

Dôzo yoroshiku, jefazo


Un entusiasta e-mail de la jefa de recursos humanos y asuntos varios nos informaba de la próxima visita del jefe jefazo de Toshiba en el mundo mundial. De vez en cuando llega algún japonés a nuestras oficinas en Madrid, me imagino que para comprobar las condiciones de trabajo, infraestructura, color de las paredes y si nos bañamos y/o usamos shampoo. Cuando eso ocurre, nos llega un e-mail de estrcutura similar a éste, pero siempre nos limitamos (nosotros, los que no llevamos el membrete “manager” en nuestras tarjetas de visita) a verlo de reojo y a soltar uno que otro “nais tu mitllú” cuando lo tenemos demasiado cerca. Pero esta vez prometía ser diferente.

Había trasnochado viendo “Pathfinder”, una especie de Rambo versión vikinga, que sirvió para pensar en mis cosas mientras se desarrollaba la acción, pero que al menos fue infinitamente más entretenida que la mierda de película llamada “Pudor” que había visto la noche anterior y estaba basada en un libro homónimo de Santiago Roncagliolo. Por eso esa mañana iba bostezando en el bus más que de costumbre. Mandé un SMS intentando ganar entradas para el próximo concierto de Marilyn Manson, pero al instante recibí la notificación de que había perdido, y que podía seguir intentándolo. Al llegar al oficina, la jefa de recursos humanos, asuntos varios y gran amante del color negro, estaba parada en la puerta del edificio con un cartelito como los que llevan los taxistas del aeropuerto que decía: “Welcome to Spain” en grandes letras rojas.

- Gracias, que bonito detalle, pero he llegado ya hace más de seis años – le dije.
- Tienes una mancha de café en tu camisa – contraatacó.

Después de limpiarme la mancha de café de la camisa, ordené como mejor pude mi escritorio. Busqué también en Internet algún saludo en japo por si al jefazo se le ocurría pasar por allí, me pareció que sería un detallazo hablarle en su propio idioma (aunque a mi no me gusta que lo hagan cuando estoy en Francia). Pero como me imaginé, sólo les tocó a los jefecitos verlo, y abrazarlo. Era bastante ridículo verlos correr de arriba abajo, llevando café, poniendo una tele de plasma con videos corporativos, acomodando muebles, etc. Ya nos habían preguntado si conocíamos algún tablao flamenco para llevar al japo, pero creo que si querían enseñarle al visitante ilustre algo “tipycal spanish” bastaba con dejarlo ver cómo se organizaba todo a última hora.

Al fin llegó y todos los jefecitos se pusieron en la puerta formando un pasadizo humano, al verlo bajar del taxi, las reverencias en japanese mode comenzaron y yo, desde lejos, no podía soportar la vergüenza ajena. Como sospeché, a nosotros ni nos miró (a ellos tampoco mucho, pero alguito), y mi única participación en el evento fue cuando la jefa de recursos humanos, asuntos varios y fotógrafa oficial, me llamó para que les hiciera una foto, porque ella también quería salir en ella y enseñarla a su familia.

- Júntense un poco más.
- Haz dos, por si acaso.

Volví a mi sitio y el japo subió rapidito a su taxi, sin sonreir siquiera, y se largó. Los jefecitos volvieron a sus mesas soportando la humillación, para jugar al tetris o a leer el Marca. el letrerito de bienvenida se quedó para siempre en la puerta y en la cocina se quedó el café servido y las galletitas compradas especialmente para la gran ocasión. El japo debe estar ya en su oficina preguntando:
- ¿A qué ciudad vamos mañana?
- A Lisboa, señor.
-¿No estuvimos allí, ayer?

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