martes, septiembre 21, 2010

Seizieme


- ¿Dónde está Julián? - pregunta Iván.
- Dijo que iba a sentarse en el césped - responde Julio, y busca con la mirada, desde el puesto de "Paul" en la entrada de Les Tulleries.
- Ahí está - digo, triunfante.
- Si es una polla nos la comemos - remata Iván, y va hacia Julián que llevaba dos minutos haciendo señas a dos metros de nosotros.

La noche anterior, la de nuestra llegada al 16eme barrio de París, intentamos salir de juerga y bajamos por la zona de Saint Michel. Julio no quiso meterse al Barrio Latino a pesar de que le expliqué con la ayuda de unos muñequitos que, ese barrio, de latino no tenía más que un bar de mojitos. Seguimos de largo, subiendo por el Boulevard, hasta la Sorbonne, donde Julián había hecho la carrera, años atrás. Nos metimos a una heladería frente al Panteón y allí, mientras Julián le contaba a las heladeras que veníamos de distintas partes del mundo me llevé la primera sorpresa del viaje. La heladera (guapísima) exclamó "¡qué chévere, un perucho!", cuando supo mi país de origen. Obviamente, me descojoné en su cara y nos quedamos hablando, ya en francés, unos minutos. Me dijo que había estado tres meses recorriendo sudamérica con una amiga, y que a su amiga el viaje le fue más provechoso, pues vino embarazada de un compatriota mío de apellido Tejada.

- Y no le pediste el teléfono a la heladera, gilipollas - me dice Julio, tirado sin zapatos en el césped.
-No, no sé por qué.
- Te entró a saco, me parece a mi.
- Puede, no sé. Después de que Laura me mandara a tomar por culo, he perdido mucha de mi seguridad extrema.
- Hay formas de recuperarla, Chumi.
- Sí, como Julio: comprando un abrigo de 350 euros.

Cuando la tía de la tienda vio que la tarjeta de Julio no pasaba, estuvo a punto de llamar a la policía. Iván y yo esperábamos fuera, imaginando un vídeo de Snoop Dog en el que, ambos, vestíamos el traje de terciopelo morado que se exhibía en el escaparate. Julián salió, entonces, de la tienda y dijo (conteniendo a duras penas la risa): dice Julio que le dejéis pasta. Entramos y nuestro amigo nos miraba como imagino que yo miraba a mis padres cuando quería un Transformer para navidad. Llevaba puesto un abrigo de lana de Merino, azul, cruzado, hecho a mano, que le quedaba como un guante. Iván se convirtió en prestataire, Julio en acheteur, y Julián y yo en les voyeurs. Dejamos atrás la Rue de Rivoli con 500 euros menos en los bolsillos.

- Ya, porque Juli compró las zapatillas esas de Nakamura sólo para sacarle el teléfono a la piba de la tienda.
- Una pregunta: ¿De qué color era esa tía?
- No sé. ¿De Egipto? - sorbo de Evian, pausa, mirada al cielo.
- Eso es un país, ¿no? A mi me molaba la pequeñita, la que le dijo a Julio "it's not good?" cuando no le gustaron las zapatillas verdes con rayitas amarillas.
-Ya, y eso que todos ibamos con polos Abercrombie - posa pa' la foto, con morritos.
- Yo no, yo iba con mi camiseta de Chewbacca. Y Juli iba de Ralph Lauren
- Ya pero tus vaqueros son de Gap, Chumi. Eso se ve.
- Eso sí, el polo Abercrombie igual me lo pongo esta noche - sorbo a la cocacola, foto paparazzi a la rubia perfecta de al lado.
- ¿Y si hace frío, gilipollas?
- Tienes razón, marica. Me pongo la camisa Hilfiger y una camiseta blanca debajo.

Salimos tarde, como si fuera Madrid, por quedarnos jugando con el youtube y viendo vídeos de Alizee. Bajamos caminando por detrás del Arco del Triunfo hasta Champs Elysees para llegar al Queens, donde yo quería entrar como sea porque esa noche pinchaba David Guetta. Julio hervía de rabia, porque no le había gustado nada que nos quedáramos pegados al Pc, descojonados con videos de caídas y explosiones, mientras yo me bajaba media botella de Johnnie Walker. Estos huevones, creen que todo el mundo es España, decía, yo, sin coche,¿hello? no puedo salir.
Obviamente, no nos dejaron entrar en Queens, que estaba repleto y con una fila de dos horas en la puerta. Quise recordar el sitio exacto del bar al que fui con Raphael y Delphine, pero el whisky me había desorientado y mi brújula giraba sobre 16º de alcohol. Subimos a un taxi, que no supo por donde llevarnos y al final nos dejó en la Puerta del "Rex", donde tampoco entramos. Julio montó en cólera y bajó casi corriendo la calle.
Propuse bajar a Bastille, donde siempre hay bares abiertos. Después de cuarenta minutos buscando un taxi, pudimos llegar hasta la FNAC y desde allí me orienté mejor. En la puerta del bar busqué un par de chicas y les propuse entrar con nosotros. Juli hizo lo mismo con unas inglesas. Las mías dijeron que no porque estaban comprometidas. Las de Juli no sé qué dijeron pero hizo que nuestro amigo las llamara "silly".

-¿Qué hacemos tío?
- Entramos a esta mierda y ya.
- ¿Pagamos una botella de whisky?
- Si, mejor.
- Son 150 euros. Pago yo y luego hacemos cuentas.

Fue una mierda.

- Qué asco de sitio, tío.
- Si, todo olía a negro, tío. Y encima, la piba con la que bailaba era lesbiana.
- Ya, por eso metimos la botella en mi chaqueta y nos la llevamos.
- Y llegaste a casa y te dormiste gilipollas, te metí un almohadazo en la cara para que dejases de roncar.
- Mejor estamos aquí, tío, en Scossa. Comiendo rico.
- Y al sol, y con estos pibones al lado.
- Me gustan las tetas de la morena - corte al bloque de carne tártara.
- A mi los ojos de la rubia - probadita al omelette - me quedaría viéndola durante horas.
- Uy, me voy a cagar, creo. Ahora vuelvo.

Suena mi teléfono. Es Iván que al fin se ha levantado después de la juerga. Le digo que estamos en Scossa en la Plaza de Victor Hugo, con un par de pibones al lado. Dice que ya viene. Cuelgo.

- Excusez-moi, madmoiselle. Est-ce que vous connais...
- Hablo español. Voy todos los veranos a Málaga.
-....
- Creo que a tu amigo le a sentado mal la carne. Gracias por lo de mis ojos. ¿Comment tu t'apelles?
- Je m'apelle..

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