viernes, diciembre 03, 2010

Se mi lasci ti cancello


Me olvidé de ti cuando llegó el invierno.

No fue fácil porque normalmente olvido las cosas de forma involuntaria, como cuando vuelvo a casa a comprobar si he cerrado con llave, o cuando me pregunto mil veces durante el día si desconecté (o no) la plancha. Alguna vez he olvidado dónde estoy o qué día es, después de una larga siesta sabatina. Pero cuando nos despedimos en el metro, una tarde, y decidí que no quería quererte más, se me hizo todo cuesta arriba.

No podía olvidarte porque habías dejado el calendario en mayo, con la foto de Laurel & Hardy, y a mi siempre me dio pereza pasar las páginas. Entonces, al entrar en la cocina, lo veía de refilón y recordaba el mes exacto en que saliste de casa. Contra todo pronóstico, al estar en tu cocina no me ponía triste, sino enfadado conmigo mismo por dos cosas: ver que no había pasado la página en todo el sentido de la palabra y también porque ya no me quedaban platos ni vasos limpios, y era hora de limpiar un poco.

Tampoco podía olvidarte cuando estaba en el Retiro. Allí comenzó todo y el hecho de ver a gente con sus niños, y recogiendo sus cacas, con sus perros, y recogiendo sus cacas, con sus abuelos, y recogiendo sus cacas, me hacía pensar que no había nadie a mi lado para soportar mi mierda. Vagaba al lado del estanque ese donde van todos los novios chinos a hacerse fotos y me dormía leyendo algún libro de Faulkner, ahogado por sus elipsis. Al despertar, era de noche, y volvía triste a casa, sin zapatos pues no había nadie a mi lado para cuidarme y entonces los ladrones aprovechaban mi sueño rocoso para desvalijarme.

Pude olvidarte la primera vez que fui solo al cine. Luego de que te dejara en la puerta, al descubrir que habías acudido acompañada a nuestra cita. Que te follen, pensé, pero me arrepentí al instante. Entonces compré una entrada para "Shutter Island" y disfruté solo de la superpeli de Scorsese en la que un tío prefería seguir hundido en su esquizofrenia para vivir una vida más o menos normal. Tres horas después salí del cine seguro de que no te habría gustado la peli y pensando que no era tan malo esto de comenzar a ir, solo, a algunos lugares. Cine: ok. De compras: ok. Antes de volver a casa me hice la tarjeta de socio del Cineplex.

Comencé a borrarte más cuando mi amiga catalana, con la que compartí algo más que amistad hace siglos, apareció en escena, con la gracia del actor secundario Bob. Hablamos de mil chorradas y me reí como no me había reído en años . Tras nuestra penúltima llamada, me quedé sentado en mi coche nuevo y me pregunté qué diferencia había entre ella y tú. La respuesta llegó al día siguiente, al despertar: con ella se me murió el amor, contigo, el deseo. El instant karma hizo que las hojas cayeran, que durmiera como un tronco y que pudiera volver a escuchar a Benjamin Biolay sin que se me hiciera un agujero en el pecho igual al que se me hizo cuando murió el Rey León. Me iba a querer enrollar con ella siempre, a ti, te iba a querer forever. Esa noche salí con Cristina y sus amigas.

Me olvidé de intentar olvidarte al día siguiente de nuestra última cena. Cuando me contaste que tu nuevo amigo italiano te había regalado por tu cumpleaños un viaje a la Toscana, para ir a verlo. Al lado de eso, mi mísero CD de Amaral, comprado de rebote en el Alcampo de Alcobendas era como un chicle que se pide al salir de juerga. Esa mañana, no sé cómo, salté de la cama, limpié la casa, puse un disco de Luis Miguel, canté, escribí mucho de mi libro, salí con mis amigos y cuando me di cuenta ya era lunes y estaba feliz. Tres días después entendí de lo que me había pasado, cuando papá me dijo que estabas súper flaca y mi hermana me enseñó tus fotos en un convento y pude verlas, sonreír y pensar: qué guapa es, la querré por siempre, y ya no duele.

- ¿Cuanto falta para los dos meses sin ver a Sol, que te prometiste? - pregunta el Kun, mientras cenamos.
- Ni idea, tío - suelto.

Fuera, Madrid está ya con luces de navidad, la gente va con abrigo, bufandas y ha caído la primera nevada. Casa Parrondo está a rebosar y el Kun le paga una botella de vino a las chicas de la mesa de al lado. Yo aprovecho el desconcierto para terminarme el chuletón. Ha llegado el invierno, y, por primera vez en mucho tiempo, puedo sonreír de verdad.

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