martes, diciembre 21, 2010

Traigo yerba santa


Mi amiga, la yerbera, me confesó que tenía una plantación de marihuana en su ático de Arturo Soria. En principio no creí nada de lo que me decía e imaginé que se trataba de uno de esos Mind Games que yo solía hacer en mi época escolar para descubrir si mis nuevos amigos eran o drogadictos, o raterillos de tres al cuarto, o, en el peor de los casos, maricones. Ella me dijo que trataba su planta con mucho esmero y que había leído libros y libros para documentarse.

- Pero - jugué - ¿y tus vecinos no dicen nada? Verán alguna hoja asomar por la ventana, digo yo.
- Nop. Hemos hablado ya y a veces vienen a fumarse un piti - respondió, señorial.

Mi amiga, la yerbera, me dijo entonces que si quería me daba una muestra gratis. Y yo le dije que pasaba, que no me gustaba fumar, y mucho menos marihuana.

Por eso, cuando le conté la historia a Marie-Flore, y nos reímos juntos, no me imaginé la que se armaría. La cabrona se burló de mi amiga yerbera delante de su jefe y minutos después ésta me amenazó de muerte por chat. Se me pusieron los huevos de corbata en el primer instante, pero luego pensé ¿qué va a hacerme? ¿mandarme unos sicarios para cerrarme el pico? Eso sí, Marie-Flore y yo tuvimos una bronca del copón porque había traicionado mi confianza. Después de minutos de argumentación, la francesita me pidió disculpas y se encargó, ella misma, de aclarar la situación con la yerbera. Lo noté porque dejó de mirarme con ojos asesinos desde su mesa cada vez que me levantaba a beber de la botella o a hacer pis.

Un mes después le conté la historia a mi amigo Dario, que me instó a pedir muestras gratis, total, tienen que ser cojonudas al hacerlas ella misma, ¿no? Fue el empujón que necesitaba, además, era más fácil pedirle marihuana a la yerbera a comprar cervezas para llevar en mi próxima quedada para ver el fútbol. Google talk, on:

- ¿Tienes yerba?
- No se lo dirás a nadie, ¿no?
- Que no...
- Es que ella es una Directora, tío. Me acojoné cuando me dijo que..
- Relax. Será entre tú y yo.

Llegué a casa de mi amigo con mi paquetito envuelto en papel aluminio y me senté pesadamente en su sofá. Su hijo dormía y su mujer parecía no estar de muy buen humor. El partido estaba a punto de comenzar. Tío, le digo, revisa el bolsillo de mi chaqueta, el que tiene un parche de los Beatles. Minutos después, mi amigo ya iba por la mitad del canuto, verlo era ver la portada del "Catch a Fire" de Marley y cuando me ofreció le dije que pasaba, que todo para él, que estaba mal de la tripa. Media hora después, lo vi tumbado, con los ojos rojos, mirando al techo. Me provocó el mismo miedo que a su mujer, la que, con la mayor de las educaciones, me mandó a tomar por culo.

Mientras bajaba hacia el metro, con la mitad de mi cargamento, vi de reojo como unos policías municipales registraban a unos hippies zarrapastrosos y les quitaban dos paquetitos de las mismas características que el que llevaba yo en el bolsillo. Pasé por en medio de la requisa y uno de los policías me abrió paso, ignorando los ladridos de su irrespetuoso perro al que mandó callar con un sonoro "¡te calles, coño!, que dejes pasar al señor"

Señor.

María me llamó justo antes de entrar al metro para invitarme a una cerveza en la Lonja de Moratalaz. Llegué en media hora y la escuché quejarse de estar en el paro, del clima, de los hombres, de las mujeres, de sus antiguos compañeros, del Feng Shui, de la menopausia que no es menopausia pero parece menopausia, de las becarias, del Pilates. Cuando vi la cosa no remontaba abrí mi bolsillo y le di el resto de mi paquetito. Me miró en silencio y dijo: "mejor lo fumamos en mi casa".
Sentado en su salón recuerdo mi primera época madrileña, cuando vivía exactamente en ese barrio, en un piso casi idéntico al suyo, viendo el mundial de Japón y Corea con mi padre y mi hermano. Cuando se lo quise contar, se había dormido con el porro en la mano y la boca abierta. Aproveché para huir.

El lunes siguiente, al llegar a trabajar me encontré con mi amiga yerbera en el ascensor. La saludé con un levantamiento de cejas, y no intercambiamos palabra durante el trayecto. Pero cuando sonó el "ding" de llegada e hice el amago de salir me cogió del brazo y me preguntó, a bocajarro:

- ¿Qué tal mi plantita?
- Cojonuda - respondí - cualquier día te pido más.

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