miércoles, enero 12, 2011

Una mujer especial.


María vive sola. Se divorció, vendió sus vinilos, sus cuadros, su tele y dos sofás. Le recomendaron que se comprase un perro pero le pareció muy triste. Odia a los gatos. Y nunca había fumado un porro hasta hace unos meses.

María baja los sábados al mercado del barrio. Compra carne y pollo (el pescado lo pilla entre semana en el super, ya limpio y en su bandejita de plástico), unas frutas y dos lechugas. Lo de las lechugas no sabe por qué lo hace, si se le pudren en la nevera, siempre. Congela la carne y el pollo y destapa una birra al llegar a casa, se tumba en el sofá y ve alguna serie o película que se ha bajado de internet. Todos los sábados por la tarde hace siesta, es sagrado.

María vive los domingos con gente. O nada, o juega al voley o camina por las calles, dependiendo del clima de Madrid esa tarde. Compra una revista en el kiosko y la tira sobre la mesita de su salón, lee un libro y pone música en el spotify cuando muere la tarde. Plancha como una cabrona.

María llamaba a su ex, de vez en cuando. Le contaba sus cosas, le hablaba de la vida, le explicaba sus proyectos. Hasta que una tarde de otoño, animado por esas confidencias, el ex le contó que salía con otra, y que las cosas iban bien encaminadas. María dejó de llamarle, y esa noche se folló un cubano de sus clases de salsa.

María llama al cubano de vez en cuando, cuando le aprieta el zapato. El cubano la visita, se la cepilla y se va. Todo bien, todo acordado, todo vacío. Una tarde María compartió con el cubano un par de porros y el encuentro parecía una manual de Tantra. Al final, el cubano abrió su corazón y preguntó "tú, ¿no sientes necesidad, a veces de querer a alguien?". Ahora María prefiere tocarse a llamar al follador psicoanalista.

María no hizo nada especial ni en navidad ni en año nuevo. Se quedó en su chalet escuchando la pirotecnia ajena. No llamó a sus hermanas ni puso felicitaciones en su muro del facebook. No tiene internet en el teléfono. Nadie le mandó, desde el extranjero, un saludo por whatsapp.

María tiene ahora un amigo para cada cosa. Uno para ir al cine y comentar las pelis. Uno para el museo. Uno para ir a bailar. Pero una tarde me contó que lo más difícil es buscar ese amigo con el que se pueda sentar a hablar una tarde frente a una copa de vino. Lo intentó con uno y se aburrió tanto que fingió que le entraba una llamada urgentísima al móvil: me voy que tengo que salvar el mundo, la bomba atómica está a punto de estallar en Tangamandapio. El pobre tarado se lo creyó.

María tiene también otro ex, más antiguo, que le mandó fotos en pelotas y con el que quedó después de mucho tiempo. Se vieron una noche en su casa, hablaron, y cuando se despidieron, ella le pidió un beso. Por que sí, era la noche perfecta para equivocarse, con Madrid húmedo. Él dijo que si iba de ese palo mejor que no se volvieran a ver. Ella le abrió la puerta del coche, lo dejó en su hotel y bajó descojonada por Castellana, viendo las luces de navidad.

María compra como loca. Le dan subidones al encontrar ropa de marca superbarata. El bolso perfecto para sus zapatos. Esa oferta en ebay que nadie más parece haber visto en el mundo mundial. Duerme con su pijama Ralph Lauren, sola. Y sus amigas dicen que si va así de pija, los tíos la mirarán con miedo, como a alguien superficial. La gente cree que es rica y gana una pasta.

María es un ángel caído. Da un pasito pa' lante, y dos pasitos pa' atrás. Y yo no pienso volverle a coger el móvil, porque esta tía da mal rollo.

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