lunes, abril 04, 2011

Entre Madrid, New York y La Tila de mamá.


Temblando en mi cama con sudores fríos y una depresión de caballo me preguntaba en qué me había equivocado en mi vida para llegar en ese estado a mi cumpleaños 35. Gilipollas yo (ahora puedo evaluarlo y ver que la tristeza que me ahogaba la provoqué yo mismo, porque quería) pensaba en todas las cosas que mis amigos neoyorquinos tenían: casas, hijos, mujeres fieles en apariencia y un backyard donde hacer barbacoas. Daba vueltas en mi cama aún alcoholizado, con un máximo de 15 horas de sueño acumuladas en 6 días y pensaba en todas las mujeres que habían pasado por mi vida. Sólo recordaba el nombre de tres con cariño. Quise llamarlas. Me dije, "no, nunca" y seguí temblando como un flan.

Hace rato que había amanecido y la absenta que bebí con Bea seguía haciendo que mis oídos zumbaran. Si tú bebes yo bebo dijo, e Iván desde mi sillón vintage aprobaba el reto cagado de miedo y diciendo a mi ni me miréis, cabrones. Cris aplaudía, guapísima, y Susana me miraba con terror. Slurp. Mi lengua sabía a todos los alcoholes al final de la noche. ¿Por qué nos dan un reservado, guay, con sofás y mesa de billar y no nos dan marcavasos? Creo que bebí whisky, ron, zumo de piña, zumo de nada y un poco de sudor de Estefi. Una tía que no se donde salió bailó sobre nuestra mesa de billar y nosotros la ignoramos como a un músico ambulante. Recuerdo más, las horas no pasan, quería dormir en esa cama que a Esther le pareció tan bonita horas atrás. Qué guay, ¡es roja! gritó mientras yo reía complacido.

Intento invertir mi posición para ver si así pillo el sueño de New York pero sólo logro marearme más y siento nauseas. Las mismas que sentí cuando vi a Elena enrollarse con el amigo de Julio delante de todos, después de que minutos antes (sin venir a cuento) me dijese que no pensaba besarme porque para ella yo era sólo el graciosito de la ofi. Qué decepción. Ya me estaba despidiendo de todos cuando lo dijo. Salí huyendo de su propuesta de ir a un after, y mi camino hacia el metro con los primeros rayos del sol en la cara fue de total desazón y confusión. Cuando Susana me llamó horas después y le conté lo de mi depresión mañanera me soltó, como siempre, una de esas frases que me encantan y hacen que quiera que sea mi amiga para siempre : "A ti no te gusta Elena, tío, No se te ve, pero te jode que se haya enrollado con otro y no contigo porque eres hombre, punto". Zas. Salgo de la cama, los vasos vacíos dicen hello y llamo a mamá sin quitarme la imagen de Elena follando con el amigo de Julio en algún piso de la zona norte de Madrid. Macho adolorido.

Subí volando por la carretera y en el trayecto recordé mis caminatas por Manhattan. Las barbería de Chelsea, las casas de Litte Italy, los cafés al lado de Central Park y el olor a mierda de caballo. Pensé en mis amigos y sus vidas, en la sonrisa eterna y la voz de niña de Magaly, que me acompañó la mitad del tiempo, en el Bronx y en las margaritas bien batidas. Vi one more time la estación de Penn Station, a la que llegaba cuando subía de Long Island al Midtown a comenzar mis paseos y la tienda de Abercrombie donde descubrí que soy un misio que no siempre puede comprar todo lo que quiere. Me pasé la lengua por los labios sólo para comprobar que ya se había curado la quemadura que me hice con el té hirviente de un Starbucks e intenté buscar algún resquicio (que obviamente ya no había) de mis adorados Snaples. Vi los jardines de Brentwood y los de Garden City y cuando casi me duermo como hice en el tren, comprobé que no tenía gasolina suficiente para llegar a Alcalá de Henares. Entrada en boxes.

Llegué a Alcalá al mediodía y mamá y mi hermana me ayudaron mogollón a remontar el bajón. Mamá me dio manzanillas y mi hermana me hizo ver que todo venía por los 6 días de juerga que lleva en el cuerpo, más el no dormir, más que me hacía mayor y el páncreas ya no regulaba bien y el perrito y la calandria me habían provocado un síndrome pre-menstrual de tres pares de cojones. Comí, me tumbé en la cama de mis padres como hacía cuando de niño tenía pesadillas y me dormí durante tres horas. Antes, puse en el facebook una nota de agradecimiento a todos por los buenos momentos pasados durante estos días. Pocos sabían que esos días casi perfectos terminaron con mi resistencia numantina al alcohol (al que ahora respeto más que a las olas del Pacífico) y conmigo tiritando en varias camas y con un mantel que compré en los chinos roto porque a alguien se le enganchó en el cinturón.

Al final del domingo, cuando más echo de menos alguien con quien acurrucarme (con depresión o sin depresión), mi hermano me llama y me dice que baja a verme. Cenamos juntos en casa y entre que ya he dormido, comido y demás, me encuentra de muchísimo mejor humor. Me dice que es normal lo que me ha pasado, que me pasará más veces porque soy un tío muy cerebral y busco errores en todo de forma involuntaria, por qué no en mi propia vida. Aún así, añade, te veo en la mejor forma desde que llegaste a España, te relacionas con la gente, intentas quedar, salir, ya no asumes que lo tienes todo ganado. Ya no eres el gilipollas que eras a los 24 años. Nos reímos juntos y le agradezco la visita. Me siento mejor, soy un gilipollas de 35 en plena forma, y antes de tumbarme a dormir recuerdo la última cosa de la noche: Bea y yo bailando con las narices pegadas y los dedos entrelazados. Mis amigos, juntos por mí en Madrid y en New York, música de fondo, bebidas y risas. Cierro los ojos seguro de que dormiré bien, tranquilo y dispuesto a vivir mejor este año que comienza.

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