jueves, noviembre 06, 2008

Encuentros lejanos del tercer tipo


- Un día estuve a punto de morderte el culo.
- Será verdad.
- Of course flaca, es verdad. Fue el día que te ayudé a mover unas cosas, yo estaba agachado y tú acomodando bultos.
- Y te puse el culo en la boca ¿o qué?
- Más bien “o qué”. Fue pura casualidad. Una botella rodó hasta tus botas y cuando la recogía te tuve a tiro. Fueron segundos de ansiedad, ¿muerdo o no muerdo?
- Me parto, chaval.
- Ya, y yo ¿le hinco el diente o no le hinco el diente? Pero al final me cagué y miré a otro lado.

La habitación es gris perla, hay dos ventanas cubiertas con cortinas de tul, como las que se ponen en las cunas. Nadie puede ver desde fuera pero desde dentro la vista es perfecta: hay árboles, coches que pasan a velocidad luz y, lejos, cuatro edificios altísimos que cortan el horizonte. En las mesas de noche hay chocolates y vino, lamparitas que sudan luz ámbar y un teléfono por si el señor necesita algo. Sobre la cama, un cuadro de Degas, con cuatro bailarinas de vestido blanco trazando una coreografía más perfecta que la que minutos antes se desarrollaba debajo de ellas.

- Creí que esto nunca se iba a dar.
- ¿Por?
- No sé, siempre guardaste tu distancia.
- Pero si eras tú el que decía que estaba enamorado hasta los huesos.
- Y lo estoy, pero eso no tiene nada que ver. Creía que yo no te gustaba, te lo pregunté mil veces y nunca dijiste que sí.
- Es que no quería problemas – pasa un dedo por su cara, y se le estremece el meñique izquierdo del pie derecho – soy una cagona.
- Eras, preciosa -le besa el cuello -, eras.

Han llegado en el coche de ella. Lo dejaron en el discreto parking del hotel a salvo de algún inoportuno vecino que pudiera reconocerlo. No había tampoco nadie en recepción, una máquina les dio un ticket y una llave al entrar y pagarán con tarjeta al salir. Nadie los vio, no hay testigos. Sólo ellos dos que ahora, felices, retozan bajo ese techo alquilado, sintiéndose vivos, deseados, guapos, sexys, y con la adrenalina fluyendo y algún otro cosquilleo en el pecho que no saben explicar. Quisieran arrepentirse pero saben que el único reproche que se hacen es no haber estado juntos antes, cuando el cuerpo y el cerebro lo pedían, pero las dudas y la caduca moral inculcada jodían la situaçao.

- ¿Por qué me miras así?
- Pienso en tu novia.
- Yo no pienso en tu marido, pienso en ti – responde incómodo y se separa un poco instintivamente.
- ¿No sientes nada de culpabilidad?
- No.
- ¿Cómo lo haces?
- Es un sueño, no hay nada de que arrepentirse.
- No es un sueño, tócame anda, tócame aquí, no soy un sueño.
- Sí lo eres. Aunque te toque y toque algo, seguramente estaré tocando una almohada ahora, y hace un rato habré tenido sexo con mi colchón.
- Que no, joder. No puedes estar tan seguro.

Sí lo está. Aprendió a reconocer los sueños cuando era niño, y mojaba la cama. Mamá le dijo que en los sueños la gente parece real pero no lo es. Que él en sueños era inmortal y así como podía volar y atravesar paredes, podía también decidir cuando dejaba de soñar y levantarse a mear al baño. No podré mami, dijo, pero ella le acarició la cabeza y le dijo duerme a mi lado y estaré en tu sueño, si ves que no puedes escapar yo te ayudo. No fue necesario, esa noche él sintió que el sueño se volvía raro y despertó a voluntad. Las primeras gotas de orina habían asomado, pero no lo suficiente para declarar la catástrofe de cada mañana. Orgulloso, se quedó en vela las horas restantes, hasta el amanecer.

- No importa, flaca, disfrutemos. Te voy a demostrar que esto es un sueño.
- ¿Cómo?
- Siéntate aquí – le dice, y la acomoda sobre él, acoplando cóncavo y convexo – ahora, tendrás un orgasmo entre nubes.

Y la habitación desaparece y vuelan como Alladin sobre una nube blanca hasta llegar a ver la ciudad como una inmensa y horrible maqueta reseca con cientos de coches diminutos que cruzan serpenteantes carreteras marcadas por cartelitos azules. Ven un aeropuerto y polígonos industriales. Ahí está nuestro hotel, dice ella, casi en éxtasis, sin dejar de cabalgar y él, sonriendo, le quita los cabellos negros de la cara y le dice ¿ves como era un sueño?, disfruta, flaca, disfruta. Bajan encadenados a su cama y las bailarinas dejan su coreografía para recibirlos entre aplausos.

- Descansa – le dice, y la acuesta como se acuesta a una amazona herida.
- Estoy muerta, pero feliz – le responde, con una sonrisa hermosa y los ojos cerrados.
- Me voy, flaca, es hora de despertar.
- ¿Ya?¿Tan pronto? A veces sueño que no amanece, que nos perdemos.
- Eso es de Alejandro Sanz – le susurra, y mientras le lame el vientre remata:- hasta tus palabras son mías.
- Vale, vale, es un sueño. Pero antes que te vayas, hazme un favor, que no se cuando volverás a soñar conmigo.
- Dime
- Muérdeme el culo

Él sonríe de lado y tras cumplir con la petición de su onírica compañera se despide prometiendo decirle, en cuanto despierte, que ha soñado con ella, a su álter ego real.

- ¿Me darás detalles? O sea, no a mí, a mi yo real.
- No creo, tu yo real no es tan permisiva.
- ¿Entonces?
- Le diré que he soñado contigo, o sea con ella, y cuando pregunte qué soñé, le diré que es un sueño no apto para un niño de cinco años.
- ¿Y ella entenderá el mensaje?
- Claro, es muy lista, estoy seguro que lo entenderá.

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