sábado, mayo 01, 2010

¿Donde está mi disquito?, no lo veo


El disco "Amarte es un placer" de Luis Miguel lleva esperándome meses al lado de mi equipo de sonido. No lo pongo porque la canción nº 2 me recuerda a alguien que me ha dicho que no la recuerde así, y que si la vuelvo a mencionar en este blog me atacará con toda la furia de sus años de estudios de derecho catalán. Ok, cuerito, pienso, pero yo sólo iba en son de paz.

Ese disco me lo mandó Raquel (pirata) a Lima cuando yo vivía mis últimos años universitarios. Bajaba por la Albufera y un negrito me lo ofreció, dijo entonces, me acordé de ti y por eso te lo compro. Feliz Navidad. Creo, que fue el último regalo acertado que he recibido desde entonces, y por eso conservé ese disco pirata, incluso cuando hice mis maletas para volar a Madrid. Dejé atrás mi disco de Natalie Imbruglia y mi primera edición de "Cien Años de Soledad" pero el disco pirata de Luismi estaba en mi equipaje, a buen recaudo entre mis calzoncillos de la suerte y mi camiseta de Alianza Lima. Fue lo primero que escuché en casa de mi madre, en Moratalaz, una tarde de verano seco y cuarentagradístico de Madrid.

Cuando me compré el Kia, que era el más barato de toda la calle General Ricardos, puse el disco sólo para escuchar cómo el pobre se quedaba pegado, después de tantas batallas, mientras bajábamos por la avenida de Oporto hacia Plaza Elíptica. No, no, ahora no, no es justo, grité, y paré en seco sin poner ninguna luz de advertencia, intentando reanimar a Luismi que se había quedado diciendo:

soy yo, quien mira la llu-llu-llu-llu-llu

Un guardia civil me golpeó la luna del coche, y cuando le expliqué la razón de mi ataque de pánico no supo si reírse, multarme o darme un par de bofetones. En lugar de todo eso me miró y sólo escuché que al irse dijo si es que tenía que haberme pillado la baja hoy, cojones. Aceleré y en lugar de volver a casa subí hasta el Alcampo de Moratalaz, en donde compré, esta vez original, el disco de Luismi. Guardé el cadaver del disco pirata en la guantera por tres días y tres noches, con la esperanza de que resucitara de entre los muertos y viniera a sentarse, aquí, a la derecha de su dios padre, por los siglos de los siglos. No pasó y a la semana dejé que durmiera el sueño de los justos en un contenedor cerca del metro Franco Rodriguez, a donde había ido a hacer unos trámites asquerosos. Adiós, amigo, le susurré, gracias por amenizar mis tardes pederastas con la innombrable.

El nuevo disco se portó mejor y, además, traía la letra de las canciones que ya me sabía de memoria. Lo llevé siempre en mi mochila en mis últimos años de discman, hasta que alguien me dijo que eso de llevar una cosa redonda y abultada al gym estaba pasado de moda. Ahora te puedes pasar la música al mp3, me soltó, y no tienes que cargar esa mierda por todos lados. Le tapé las orejas al disco y le dije, no le hagas caso Luismi, tú no eres una mierda, pero te voy a pasar a mp3. Sólo para que no te rayes como tu hermano bastardo.
Eso hice, y desde entonces cada vez que quería cantar eso de Dormir contigo es el camino más directo al paraíso/ sentir que sueñas, mientras te beso y las manos te acaricio; cogía mi mp3 gris y me subía iba caminando por las calles de Madrid, con una gran sonrisa gilipollas en la cara, creyendo que formaba parte de un videoclip de 40 Latino. Una vez, una señora me paró en plena calle para preguntarme si estaba borracho y cuando le dije que no, que sólo estaba escuchando música, me pregunto que por dónde estaba la parada del 8.

Anoche, aburrido en casa y después de ver la sobrevalorada "Fargo" que Susana me había recomendado con gran efusividad (yo le di, en compensación, mi DVD de "Django") llamé a Laura sólo para comprobar que la fiesta argentina a la que me había invitado estaba más muerta que Rocio Jurado. Yo creo que vamos a durar poco, confesó, así que hacerte venir sería un poco putada. Dejé, entonces, de planchar mi camisa, le mandé a Laura un beso envolvente que te dure hasta el lunes y me tiré en el sofá, mirando a mi muñeco de Batman al que le gusta estar parado al lado de mi tocadiscos. ¿Qué hago, Bruce? le pregunté, y el me señaló con su batimano el disco de Luis Miguel, original, que yacía hace mucho al lado del equipo de sonido.

- Tienes razón - le dije, y me levanté decidido a escuchar y cantar todas las canciones.

Pero, al abrir la caja, el disco no estaba. Busqué por todos lados, en las otras cajas, en el disco de Calamaro, en el de Arctic Monkeys, en los de Ricky Martin y hasta en los de The Beatles. Nada. Luismi había desaparecido y estuve a punto de subir hasta Franco Rodriguez para escarbar en el contenedor verde en donde, años atrás, abandoné a su hermano bastardo. Me calmo, me resigno y me digo a mi mismo que ya aparecerá, cuando llegue el momento. Deseo, al meterme en la cama, que ese disco con el que recuerdo mil cosas aparezca en el lugar menos esperado. Antes de dormirme me pregunto qué habría pasado si hubiese entrado en el contenedor para navegar entre la basura y hundirme en ella como dicen que Alejandro se hundió en un río tumultuoso de la India para arengar a sus tropas, imagino que me hubiera girado yo también hacia el disco bastardo y le hubiese soltado "me cago en la leche, ¿os dais cuenta las cosas que tengo que hacer para que me tengáis respeto?"

Eso pasa poco ahora.

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