jueves, mayo 12, 2011

Mis calzoncillos


El de la suerte #1 se rompió tras un partido de fútbol decisivo. Nos enfrentábamos a los asquerosos de Transplame (un barrio casi tan mísero como el nuestro, llamado así en honor a la fábrica que lo rodeaba) con menos efectivos de los que pensábamos. Lo bueno era que venían a nuestra cancha: un espacio de piedras y tierra con seis maderas levantadas a duras penas en forma de arco. Metí dos goles, casi nos pegan, uno de Transplame se folló a Angie (la tía buena de mi barrio) mientras jugábamos y yo, cuando me disponía a marcar el tercero sufrí un agarrón traicionero que vino inmediatamente acompañado de un "rassss". Volví a casa, lavé el calzoncillo y lo dejé en el cajón a modo de recuerdo. Una tarde papá lo encontró y después de que le explicase que Roxana no tenía nada que ver con la rotura esa, ambos le dimos cristiana sepultura.

El de la suerte #2 se perdió, tras una aventura fugaz con Cecilia, en un hotel de mala muerte. Ambos vimos esa noche, tumbados en sábanas usadas por millonésima vez, como Fujimori disolvía el congreso. Ella me preguntó si eso afectaría a sus familiares, allá en el lejano Mollendo. Yo la miré y sólo le respondí que no se preocupara, que Arequipa era otro país, que eso de un golpe de estado no tendría porqué afectarlos. Apagamos la tele, nos dedicamos a lo nuestro y al día siguiente ella se fue por su lado y yo por el mío. Obviamente no dije nada sobre el hecho de no encontrar mis calzoncillos y fui sintiendo el roce del cariño de mis jeans hasta llegar a casa. Años después se lo conté a mamá una de esas tardes en que nos burlamos de mis ex y me dijo que igual Cecilia los había robado para hacerme brujería, que los de Mollendo son todos chamanes comegatos. Esa podría ser una buena explicación a mi estupidez crónica.

El de la suerte #3 lo compré en mi único viaje de regreso a Lima, junto con otros 300 de algodón de primera calidad por los que pagué en total 2 euros y medio. Con él me emborraché en la playa, volví a casa no sé cómo, pero antes me enrollé (o eso dijo ella) con Erica en el asiento trasero del Toyota blanco de Milton. Volví a Madrid y lo llevaba puesto cuando conocí a Sol, y cuando dejé a Guisella llamándola desde un locutorio. Cuando el pobre empezó a sufrir el desgaste del agua con cal de Madrid, pensé seriamente en bañarlo en bronce y tenerlo como trofeo en casa, en algún lugar oculto de las miradas curiosas. Pero una tarde de borrasca otoñal salió volando del tendedero de Moratalaz con tal fuerza que sospecho que cayó en la M-30, sobre algún camión de transporte de frutas.

El de la suerte #4 lo compré en Albacete. Después de una tarde de piscina, en la que su influjo y una gitana de 150 kilos me salvaron de morir ahogado. De regreso en el hostal sequé el calzoncillo en la ventana y decidí que no lo usaría más que para situaciones extremas como clases de vuelo o entrevistas de trabajo. Sol y yo fuimos a cenar caracoles, y al volver pasamos la peor noche de nuestras vidas retorciéndonos de dolor en nuestra cama. Al día siguiente descubrimos que la frase "Albacete, caga y vete" tenía muchísimo sentido y salimos pitando de ese pueblucho. Camino a Valencia, recordé que mi calzoncillo salvador seguía colgado de la ventana del hostal. En Valencia nos pusieron una multa por mal aparcamiento.

El de la suerte #5 lo llevaba la noche en que Julio y yo quedamos para comer por la calle de la Reina. Esa tarde, un desconocido tiró la blackberry de Julio dentro de una copa de whisky, yo me quedé sin batería y no pude saber (hasta el día siguiente) que Patricia me esperaba en una disco pija de Madrid. Bajamos a Santa Ana y allí estaban Marie-Flore y Jean-Michel borrachos. Nos fuimos todos, ya pedos, a bailar al Berlín Cabaret y la casualidad quiso que Laura estuviese allí también, que bailemos y que a la mitad del baile una borracha Marie-Flore me tocara el trombón delante de todos. Flipando, me alejé a otro ambiente pero mi ebria amiga me perseguía cual zombie para seguir toqueteandome cada vez que yo me descuidaba. Harto, me giré y le dije "bueno qué?...nos vamos?" dijo que no y se ahogo en una mezcla de risa y vodka. Bajé a casa, me duché y le prendí fuego al calzoncillo en mi piscina sin agua. Es el fin de un ciclo, repetí una y otra vez, borracho, mientras veía como las llamas lo consumían.

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